sábado, 26 de agosto de 2017

Quiere Jesús que tengamos un verdadero sentido de humanidad que camina unida, donde florecen los buenos deseos de los unos para con los otros, lejos de vanidades y de hipocresías

Quiere Jesús que tengamos un verdadero sentido de humanidad que camina unida, donde florecen los buenos deseos de los unos para con los otros, lejos de vanidades y de hipocresías

Rut 2,1-3.8-11; 4,13-17; Sal 127; Mateo 23,1-12
En la vida con demasiada frecuencia nos encontramos gente que ‘va de sobrado’, el ‘echado p´alante’ que decíamos en dicho popular, que todas se las sabe, que va diciendo a unos y a otros lo que tienen que hacer, que en su vanidad se cree en un estadio superior y por tanto padre y maestro de todos, porque a todos quiere enseñar y a todos quiere ‘compasivamente’ proteger.
Esas personas al final terminan cayéndonos mal, se nos hacen insoportables, y a ellos no hay quien les diga nada, porque ellos siempre se creen tener la razón y expresan sus argumentos, pero nunca quieren escuchar lo que tu puedas decirle. Si algo logramos decirles, o te tratan de humillar, o al final te ignoran, porque en fin de cuentas creen que somos unos ignorantes que no sabemos valorar lo que hacen por nosotros. Es difícil una convivencia así, nos costara mucho crear unos bonitos lazos de amistad y de colaboración, porque el final lo que quieren siempre es que hagamos lo que ellos dicen porque son los que saben.
Qué necesarios son unos caminos de sencillez y de humildad en que nos sintamos iguales, que vamos haciendo el mismo camino y sin alardes somos capaces de echarnos una mano para caminar mejor. Nadie tiene que sentirse padre protector del otro ni maestro infalible que siempre tenga que decir al otro lo que tiene que hacer.
Qué distinto seria si tuviéramos la humildad de aprender siempre los unos de los otros, escucharnos, acogernos, entendernos y atendernos mutuamente. Seria un verdadero sentido de familia, porque formamos parte de la gran familia que es toda la humanidad. No nos desentendemos los unos de los otros pero tampoco tenemos que ser hadas protectoras que son la varita mágica de sus saberes quieran resolver los problemas de los demás. Es otro el sentido de humanidad que tendría que haber entre todos.
Es lo que está recomendando Jesús hoy a sus discípulos, partiendo de la realidad de la vanidad e hipocresía de los fariseos y de los maestros de ley les señala Jesús a sus discípulos cuales han de ser las nuevas actitudes que se han de vivir en el reino de Dios. Quiere Jesús que tengamos un verdadero sentido de humanidad, de una humanidad que camina unida, de una humanidad donde florecen los buenos deseos de los unos para con los otros, una nueva humanidad lejos de vanidades y de hipocresías.
Es ese camino de humildad, de colaboración, de sencillez en el trato, de amor verdaderamente misericordioso y compasivo lo que nos hará verdaderamente grandes. Aprendamos el mensaje de Jesús que quiere siempre lo mejor para nosotros y que así nos está señalando como hemos de construir esa nueva humanidad.
Ojalá seamos capaces de vivirlo entre nosotros, con aquellos que están más cercanos y con los que convivimos cada día por distintas razones. Ojalá sea ese el espíritu que vivamos también dentro de nuestra comunidad eclesial; no siempre florecen estos ejemplos en este sentido, muchas veces aparece la vanidad y la soberbia en muchas posturas y actitudes; necesitamos ser esa iglesia pobre y que se manifiesta de verdad como tal por la sencillez de sus gestos, del sentido de su vida, y alejemos de la iglesia vanidades y apariencias. 

viernes, 25 de agosto de 2017

Cuando aprendemos a no mirarnos solo a nosotros mismos salir del yo que nos envuelve en un circulo cerrado comenzaremos a vislumbrar el verdadero camino de felicidad

Cuando aprendemos a no mirarnos solo a nosotros mismos salir del yo que nos envuelve en un circulo cerrado comenzaremos a vislumbrar el verdadero camino de felicidad

Rut 1,1.3-6 14b-16.22; Sal 145; Mateo 22,34-40
Fuimos creados para amar y sin amor la vida del ser humano queda vacía. Ahí encontramos nuestro sentido y nuestro valor. Ahí adquiere sentido todo lo que vivamos aunque haya momentos oscuros de la vida, pero cuando ponemos amor se iluminarán hasta los más ocultos rincones de nuestra existencia.
Leí el testimonio de alguien que murió muy joven de cáncer. Al final de sus días, de su corta carrera podríamos decir a causa de la terrible enfermedad, decía que solo se arrepentía de una cosa, de no haber amado más. Podemos imaginar todo su mundo de sufrimiento en medio de esa cruel enfermedad, podemos pensar en las personas de las que se veía rodeada y de las que se desprendía con su muerte, podemos pensar en lo que habían sido ilusiones y metas de su vida que ahora se veían truncadas, y no se nos ocurre otra cosa que pensar en la amargura que podría haber en su espíritu. Sin embargo esa persona es capaz de decir que lo único que siente es no haber amado más. Ese amor que quería darlo todo, daba sentido y fuerza a su vida, le hacia caminar con ansias de plenitud.
Y nosotros ¿qué? ¿Será ese nuestro deseo hondo? ¿Será en verdad ahí donde encontramos sentido a nuestro caminar a pesar de nuestras dudas e incertidumbres, de las oscuridades que en ocasiones nos pueden envolver? Pongamos amor y no nos sentiremos vacíos. Es lo único que puede llenar nuestra vida; es en lo que único que vamos a encontrar fuerzas para nuestro caminar, para nuestras luchas, para nuestro deseo de superación, para el crecimiento y la madurez de nuestra vida.
Cuantas veces en la vida nos encontramos personas adultas en la edad pero que siguen siendo unos niños caprichosos; no han aprendido a amar, a darse, solo piensan en si mismos, como el niño que quiere el juguete solo para él; quieren convertirse en el centro de todo; y serán siempre unas personas insatisfechas, vacías sin algo hondo en sus vidas que merezca la pena, aunque quieran hacer muchas cosas, construir muchos castillos en el aire.
Cuando aprendemos a no mirarnos solo a nosotros mismos, salir de nuestro yo que nos envuelve como circulo cerrado, entonces comenzaremos a vislumbrar lo que nos puede dar verdadera felicidad, el darnos al otro generosamente, gratuitamente. Porque esa es una de las características del amor verdadero, darnos sin esperar recompensa, porque de lo contrario estaríamos haciendo una compraventa con lo buena que podamos hacer.
Comprenderemos entonces la sabiduría del mandamiento del Señor. Sí, nuestra riqueza y nuestra sabiduría están en el amor. Alguien se acerca a Jesús queriendo tentarle, tirarle de la lengua que diríamos nosotros. Alguien que viene preguntando que es lo principal de la vida. Y la respuesta de Jesús está en el mandamiento de Dios, inscrito en el corazón del hombre y que ya quedó plasmado en la ley positiva en la ley mosaica, la ley que Dios le dio a Moisés allá en el Sinaí.
Es amar con todo el corazón, toda el alma, con todo el ser. No es amar de cualquier manera sino poniendo a juego toda nuestra vida, todo lo que son nuestros sentimientos, pero también nuestro ser más profundo. Ese amor lo centramos en Dios porque Dios es Amor, porque Dios nos ha amado desde toda la eternidad, porque Dios es el que nos ha dado esa capacidad de amor, porque Dios es en verdad el centro de nuestra vida. Pero ese amor lo tenemos que reflejar en los demás, en el prójimo, en el que está próximo pero también en el que está lejos, en el otro sea quien sea y esté donde esté.
Es lo que nos está recordando Jesús. Lo que tiene que ser el sentido de nuestra vida, lo que nos va a dar verdadera plenitud y no nos va a dejar vacíos, sino que dará la mayor hondura a nuestra vida, lo que nos hará elevarnos a metas altas, y lo que dará verdadera trascendencia a nuestra vida. Sean cual sean las circunstancias que tengamos en la vida es ahí donde vamos a encontrar la verdadera luz y sentido de nuestra existencia. Amemos.


jueves, 24 de agosto de 2017

La autenticidad de la vida y la fe en Jesús que nos llena de su Espíritu es lo que nos dará fuerza para transformar el mundo con la semilla del Evangelio


La autenticidad de la vida y la fe en Jesús que nos llena de su Espíritu es lo que nos dará fuerza para transformar el mundo con la semilla del Evangelio

Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51
Todos hemos escuchado más de una vez aquello de que ‘una imagen vale más que mil palabras’ y habremos dicho qué cierto es que una imagen nos llama más la atención que muchas cosas bonitas que podamos oír. Me voy a permitir transformar un poco la frase para decir que la autenticidad de una vida convence mucho más que todas las palabras que podamos decir. Claro que la autenticidad con que nos manifestamos es la imagen más cierta de nuestra sinceridad, de lo que en verdad es nuestra vida y llevamos en el corazón.
Nos sentimos cautivados, podríamos decir, por una persona que vemos actuar con lealtad, con rectitud y honradez, que manifiesta con sus obras la responsabilidad con que vive su vida. Ahí, en es lealtad y honradez, en esa responsabilidad y rectitud manifiesta la verdad de su vida, lo que es, lo que quiere ser no solo para si misma sino también para los demás, el sentido de su ser y de su actuar. Necesitamos personas así, autenticas, sinceras; y cuando digo sinceras no es solamente por aquello que muchas veces vamos diciendo como soy sincero digo la verdad sin importarme a quien pueda molestar.
La sinceridad no está solo en ese impulso de palabras, sino en la congruencia de nuestra vida, porque podremos ser sinceros, como decimos, para decir muchas cosas, pero luego eso  no lo vemos reflejado en nuestra vida, en nuestro actuar. La sinceridad de una vida son más que palabras. ¿Seremos hoy así auténticos en nuestra manera de vivir y en nuestra manera de actuar en todos los aspectos de nuestra vida? ahí estaría la fuerza de nuestro actuar que transformaría el mundo.
Me estoy haciendo estas consideraciones en este día en que celebramos la fiesta de un apóstol, el apóstol san Bartolomé, el Natanael del que nos habla el evangelio que nos propone la liturgia en este día. ¿Quién era Natanael, Bartolomé? Sabemos que era de Caná de Galilea, un pueblo cercano a Nazaret.
Como el resto de los apóstoles escogidos por Jesús un hombre sencillo, un hombre de campo en este caso por el lugar en que vivía, mientras sabemos que otros como Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran pescadores en el mar de Galilea. Unos hombres sencillos que un día se sintieron cautivados y llamados por Jesús. Unos hombres con sus debilidades, sus ambiciones humanas y sus dudas. Ya los vemos en sus disputas entre ellos, como suele suceder en todo grupo humano, pero también en sus miedos cuando abandonan a Jesús en Getsemaní o se encierra en el cenáculo. Y sin embargo este grupo de hombres así fueron capaces de iniciar un camino por el que el mensaje de Jesús llegaría hasta los confines del mundo.
¿Fue la fuerza de sus saberes humanos, de sus recursos y medios materiales lo que les dio esa capacidad de llevar así el anuncio del Evangelio con tal valentía que no temían enfrentarse a quienes les prohibían hablar de Jesús?
Me hago una comparación con lo que hoy nosotros vivimos, con lo que es y representa de verdad la Iglesia en medio de nuestro mundo. Podríamos decir que somos muchos los que confesamos nuestra fe en Jesús. No voy a fijarme simplemente en las estadísticas que nos pueden hablar de millones de cristianos simplemente porque están bautizados. Las estadísticas pueden ocultar falsas verdades algunas veces. Pero ¿Cómo es que siendo tantos los que nos decimos cristianos y creyentes en Jesús sin embargo no logramos transformar el mundo que nos rodea que sigue tan lleno, por ejemplo, de violencias y de odios? ¿Nuestras palabras siguen sin convencer? ¿Nuestro testimonio quizás no sea auténtico?
Quizá por ahí tendríamos que ponernos a reflexionar, por la autenticidad de nuestra vida. Fue la autenticidad de sus vidas y su fe en Jesús que les hacia llenarse de su Espíritu lo que dio fuerza a aquel anuncio que hacían aquellos sencillos hombres de Galilea en su origen para hacer que el mundo se fuera transformando por la semilla del Evangelio. No olvidemos que la alabanza que Jesús hace de Natanael que hoy escuchamos en el evangelio es precisamente la autenticidad de su vida, su lealtad.
La autenticidad de aquellas vidas, la sinceridad de la fe que transformaba sus vidas fue el motor de aquel anuncio y de que el mundo comenzara a creer. Con la fuerza del Espíritu del Señor resucitado Vivian esa autenticidad de sus vidas y eso si que convencía al mundo más que muchas palabras, como antes reflexionábamos.
¿No nos hará falta eso a nosotros hoy, que seamos más auténticos en nuestra vida, en nuestra fe, en lo que somos y en lo que luego testimoniamos también con nuestras palabras? Examinar esto, revisar por ese camino nuestra vida podría ser un buen compromiso al celebrar la fiesta del Apóstol san Bartolomé.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Puede parecer insignificante lo que hago pero ese trabajo me ayuda interiormente, me dignifica y siento que de mi riqueza interior estoy contribuyendo a la sociedad en la que vivo

Puede parecer insignificante lo que hago pero ese trabajo me ayuda interiormente, me dignifica y siento que de mi riqueza interior estoy contribuyendo a la sociedad en la que vivo

Jueces 9,6-15; Sal 20; Mateo 20,1-16

‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ La pregunta está insertada en la parábola que Jesús les propone a sus discípulos, sobre los trabajadores enviados a trabajar a su viña en las distintas horas del día que tantas veces habremos comentado y meditado.
Pero es una pregunta que nos puede llevar a diversas consideraciones. Una pregunta que se puede convertir en denuncia de la situación que viven tantos hoy en nuestra sociedad. La respuesta está ahí clara: ‘Nadie nos ha llamado a trabajar’. Es el hecho cruel y sangrante en que se ven tantos que no tienen trabajo, tantas familias sufriendo esa crisis brutal de nuestra economía que se ven sumidas en la pobreza y en la miseria. Es la realidad que hace sufrir a tantos. Es la realidad que refleja nuestro mundo injusto con tantas diferencias entre unos seres humanos y otros. Es la tristeza de tantos que tienen y que tendrían posibilidades de aportar de alguna manera sus valores – y aquí incluimos todo tipo de valores – para que todos puedan tener un trabajo digno con el que sustentar a sus familias, y vivir ellos mismos con mayor dignidad su vida.
Toda persona tiene derecho a tener su trabajo con el que dignificar su vida. el trabajo que no es solo el medio de ganar unos recursos para tener una subsistencia digna – que también lo es – sino que es también el medio con que la persona desarrolla sus posibilidades, crece en dignidad, se realiza como persona plasmando en eso que realiza lo más hondo de si mismo.
Muchas veces nos parece el trabajo una rutina y por su dureza en ocasiones nos puede parecer una maldición, pero el trabajo siempre ha de seré creador; con nuestro trabajo contribuimos al desarrollo de la misma vida, de la sociedad en la que estamos, por eso decimos que es creador. Y no se trata de pensar en los artistas o los que puedan realizar grandes obras, sino que eso pequeño que cada uno hacemos está haciendo que nosotros mismos nos realicemos, desarrollemos nuestra vida, pongamos nuestro pequeño grano de arena, por así decirlo, al bien de los demás.
Pienso en mi mismo en estos momentos y en esto que estoy haciendo, permitidlo. Pudiera parecer algo insignificante y no es gran cosa el que emborrone una cuartilla escribiendo estas reflexiones. Unos minutos, un tiempo mío personal que dedico a esta reflexión y a tratar de reflejarlo en estos renglones que quiero ofreceros a través de mi blogs. Pero con mi reflexión compartida puedo ayudar quizá a la reflexión de muchas personas, a que en su interior las personas que me leen puedan descubrir cosas que pueden realizar, pensamientos o sentimientos que afloran en si mismos y que les pueden ayudar o con los que a su vez ayudar a los demás.
Es insignificante lo que estoy haciendo, pero me mueve, no porque yo pueda hacerlo mejor que otros ni mucho menos, la ayuda que con ello pueda prestar a los demás. Y eso me ayuda a mí interiormente, eso me hace sentirme útil, con ese trabajo tan insignificante no solo me realizo a mi mismo sino que siento que puedo hacer quizás el bien a los demás.
Y finalmente de nuevo volvemos a la pregunta del principio ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ ¿Cómo es posible que haya personas que vivan en una permanente ociosidad? ¿No se sentirán vacíos en su interior cuando nada son capaces de aportar a los demás? Desgraciadamente nos encontramos gentes así, que viven como parásitos de la sociedad sin ser capaces de hacer nada. Dicen quizá que ya han trabajado bastante y que ahora en la vida toca descansar. Es cierto que es noble un merecido descanso, pero es cierto también que indica la nobleza de nuestro corazón cuando no sabemos estar ociosos y de una forma o de otra buscamos la manera de hacer algo, no solo ya por nosotros mismos que también lo necesitamos, sino para ofrecer de la riqueza de mi vida a los demás.


martes, 22 de agosto de 2017

Nuestra vida tiene que ser una respuesta generosa de amor a todo lo que es el amor gratuito de Dios

Nuestra vida tiene que ser una respuesta generosa de amor a todo lo que es el amor gratuito de Dios

Jueces 6,11-24ª; Sal 84; Mateo 19, 23-30
Como en la vida nos valemos de nuestras capacidades y de nuestro trabajo para obtener un rendimiento que se traduzca en un tener lo necesario para una vida digna y alcanzar un cierto bienestar – es el fruto de nuestro trabajo que se convierte en un salario que nos dé medios para nuestro subsistir – tenemos la tentación de que a todo lo que hagamos le queramos sacar siempre un rendimiento.
Podemos perder así el sentido de la gratuidad tanto en lo que damos como en valorar también lo que recibimos, perdiendo así un valor muy hermoso por el cual trabajaríamos generosamente simplemente buscando el bien de los demás y la mejora de nuestro mundo. Llegamos a un punto en esa carrera de avaricia en que ya nos puede parecer que lo gratuito no vale, no tiene ningún valor, dejamos de valorarlo desde esas visiones tan materialistas y tan imbuidas por todo lo que es la economía de la vida con sus riquezas.
El evangelio de hoy nos habla de varios de estos aspectos. Por una parte ante la respuesta negativa de aquel joven a quien Jesús había invitado a desprenderse de todo para seguirle, porque como decía él mismo quería alcanzar la vida eterna, Jesús reflexiona en altavoz, podíamos decir, sobre lo difícil que le será a los ricos, a los que tiene su corazón apegado a lo material y a las riquezas, alcanzar el reino de los cielos.
Los discípulos tienen diversas reacciones ante las palabras de Jesús. Por una parte comentan quién entonces podrá salvarse. En medio de ese mundo tan materializado y con tantas ansias de riquezas o de poder en el corazón, les parece imposible aquello que Jesús les propone. ‘Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo’, les dice Jesús. No es tarea que hagamos solo por nosotros mismos. Con la fuerza y la gracia del Señor podemos alcanzar ese don del desprendimiento.
Pero por allá Pedro, imbuido también como todos por ese materialismo de la vida y por lo interesados que somos en las cosas que hacemos se pregunta que es lo que van a alcanzar ellos que lo han dejado todo por seguir a Jesús. No había entrado aun en la orbita de la gratuidad. Como nos pasa a nosotros tantas veces. Nos parece que si no tenemos ganancias, de las que sean, no merece la pena tanta lucha y tanto esfuerzo. Algunas veces hasta en nuestra vida espiritual vamos contabilizándolo todo, como si lleváramos una contabilidad de todo lo bueno que hacemos a ver si así alcanzamos un lugar más alto en el cielo.
Nuestra vida tiene que ser una respuesta de amor a todo lo que es el amor gratuito de Dios. Lo bueno que hacemos no lo podemos convertir en una compraventa, yo voy haciendo cosas buenas para tener cada día unas rentas mejores para alcanzar el Reino de los cielos, pensamos tantas veces.  Nos cuesta cambiar la mentalidad, pero ahí está ese camino de conversión al que nos invita Jesús cuando nos ofrece el Reino de los cielos.
En la octava de la Asunción de la Virgen al cielo en que estamos hoy miremos a María, Reina como la queremos proclamar hoy, y aprendamos de la generosidad de su corazón, de su disponibilidad total y de su espíritu de servicio para buscar siempre lo bueno para los demás. Que ella nos ayude a tener ese corazón generoso para reconocer también las maravillas del Señor. 



lunes, 21 de agosto de 2017

No es cuestión de mínimos ni de cumplimientos, sino de la generosidad de desprendemos de nosotros mismos poniendo sonrisas en los corazones rotos para alegrar la vida de los demás

No es cuestión de mínimos ni de cumplimientos, sino de la generosidad de desprendemos de nosotros mismos poniendo sonrisas en los corazones rotos para alegrar la vida de los demás

Jueces 2,11-19; Sal 105; Mateo 19,16-22
Aunque siempre hay dentro de nosotros una cierta rebeldía o anarquía donde no queremos que nos pongan normas o reglamentos porque nos decimos que nosotros sabemos hacer muy bien las cosas, sabemos bien lo que tenemos que hacer y no necesitamos que nos pongan leyes, sin embargo aparece por otro lado el buscar como ciertas seguridades, aquellas cosas mínimas que tendríamos que hacer para, como se suele decir, salvar la cara. Qué es lo mínimo que tendríamos que hacer y así ya hemos cumplido.
así andamos muchas veces en la vida; yo ya fui a Misa, dicen algunos; yo no molesto a nadie que no me molesten a mi, dirán otros; yo ya fui a la fiesta y estuve viendo la procesión, se contentarán algunos, cumplí mis promesas y le lleve un ramo de flores a la Virgen; yo bautice a mis hijos y logre que hicieran la primera comunión, ahora ellos que hagan lo que quieran en su vida, se sentirán satisfechos tantos; bueno yo ya le di unas monedillas a quien me pedía por la calle que tampoco se puede dar mucho porque no sabemos en que lo van a emplear, dirá otro por otro lado. Y así nos contentamos con el ya cumplimos, a mi que no me pidan más. ¿Será eso suficiente? ¿En cosas así reducimos nuestro ser de cristianos?
Un joven que parecía bueno y cumplidor se acercó un día a Jesús para preguntarle qué tendría que hacer para heredar la vida eterna. Habría oído hablar a Jesús del Reino de Dios, cómo Jesús quería que en verdad deseáramos esa vida eterna de dicha y felicidad con Dios, y ahora viene a preguntar qué es lo que tiene que hacer, porque él además había sido bueno desde siempre y muy cumplidor, guardaba los mandamientos del Señor desde pequeño como le habían enseñado.
Jesús se le quedó mirando. ¿Habría en aquel corazón deseos en verdad de cosas grandes? ¿Estaría dispuesto a poner metas grandes en su vida y aspirar seriamente a algo superior? No parecía que fuera de los que se contentaran con cumplir, porque al menos con aquella pregunta y petición parece que deseaba algo más.
Quizá necesitara aquel joven a aprender a despojarse de sí mismo, de sus apegos o de sus autosuficiencias; necesitaba un corazón libre de ataduras que le hiciera volar muy alto en la vida. No parecía que fuera de los que se contentaran con cumplir, pero ¿seria capaz de despojarse de todo, de librar su corazón de ataduras y seguridades humanas? Tendríamos que ir preguntándonos por cosas así en la sinceridad de nuestro corazón para ver qué respuesta seriamos capaces nosotros de dar también.
‘Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo’. Fue la propuesta de Jesús. Desprenderse, vaciarse de si mismo, de sus apegos, de sus cosas, para tener un corazón libre. Buscar los tesoros que duren para siempre, allí donde la polilla no los roe ni los ladrones se los puedan robar. Un tesoro en el cielo, cuando das, cuando compartes, cuando te desprender de lo tuyo para ayudar al otro. Serán tus riquezas, tu tiempo, tu persona, tu yo, tus cualidades y valores, lo que eres, que no son solo las cosas de las que tenemos que desprendernos. Hay una riqueza grande de ti mismo que sí puede crecer cuando saber darte por los demás. Es lo que verdaderamente tenemos que buscar.
Aquel joven dio la vuelta y se marcho pesaroso. Era rico, dice el evangelista, y Jesús se le quedo mirando porque no supo dar el paso. ¿No daremos también la vuelta nosotros muchas veces porque hay apegos en nuestro corazón?
Nuestro tiempo lo tenemos ya tasado y tenemos nuestras ocupaciones y no tenemos tiempo para escuchar al otro; lo que somos nos lo guardamos para nosotros mismos porque nos sentimos muy satisfechos, aunque al final nos daremos cuenta que estamos muy vacíos por dentro. Y así tantas cosas en la vida, donde nos falta ese desprendimiento, esa generosidad autentica, no solo de bonitas palabras sino de muchos gestos que podemos ir haciendo en la vida que no son necesariamente grandes cosas, pero que esos pequeños detalles pueden alegrarle el corazón a alguien, darle esperanza e ilusión con ganas de vivir.
Tenemos que aprender, caer en la cuenta de cuantas cosas podemos hacer por los demás, con las que podemos alegrarle la vida a alguien, despertar una sonrisa y una ilusión en un corazón roto, como tantos que nos podemos encontrar a nuestro alrededor. Necesitamos abrir bien los ojos, y abrir bien el corazón para vaciarnos por los demás. No es cuestión de mínimos ni de cumplimientos.



domingo, 20 de agosto de 2017

Los pasos de Jesús por los caminos del amor nos impulsan a ser testigos de ese amor y de esa fe con la paz de nuestros corazones y la serenidad de nuestro actuar en toda ocasión

Los pasos de Jesús por los caminos del amor nos impulsan a ser testigos de ese amor y de esa fe con la paz de nuestros corazones y la serenidad de nuestro actuar en toda ocasión

Isaías 56, 1. 6-7; Sal 66; Romanos 11, 13-15. 29-32; Mateo 15, 21-28
Los pasos de Jesús siempre nos conducen hacia el amor. Nos ofrece amor y todo en Jesús es búsqueda del hombre, de la persona a la que quiere regalar amor, y al mismo tiempo despierta en nosotros amor para que sepamos hacer su mismo camino, seguir sus mismas huellas y demos a los demás la oportunidad de encontrarse con el amor.
Lo vemos tantas veces en el evangelio, busca al paralítico de la piscina, se hace el encontradizo con el ciego al que ha curado, se deja rodear por todos aquellos que llevan un sufrimiento en el alma; no son solo los enfermos del cuerpo, leprosos, paralíticos, ciegos o sordos con los que se va a encontrar Jesús, sino aquellos que sufren en el espíritu, se ven atormentados en su interior quizá con sentimientos de culpa, los que se sienten pecadores y quizá malditos de los demás porque todos los desprecian tendrán ese momento de encuentro con Jesús.
¿No fue eso el encuentro con Zaqueo allá junto a la higuera? ¿No fue la comida en casa se Simón el fariseo la oportunidad para que aquella mujer pecadora llegara hasta sus pies con sus lágrimas y sus perfumes, con todo su amor para sentir como Jesús llenaba de paz su corazón? ¿No fue eso el dejar que echaran a perder la terraza de la casa para descolgar al paralítico a quien iba a ofrecerle el perdón de sus culpas? ¿Por qué no podemos pensar que este episodio de la mujer cananea fue una búsqueda de Jesús, un dejarse encontrar por parte de Jesús para hacer grande la fe de aquella mujer?
Es lo que hoy estamos contemplando en el evangelio. Jesús en este caso pareciera que se hace oídos sordos a los gritos de aquella mujer, pero de alguna manera Jesús está provocando también la reacción de los discípulos que se van a convertir en intercesores. ‘Atiendela que viene gritando detrás de nosotros’, le dicen. Las palabras que se intercambian nos pueden parecer duras, pero era el lenguaje habitual entonces y la forma de relacionarse que tenían los judíos con los paganos. Tenían sus prevenciones los unos de los otros y ya en la historia del pueblo malas habían sido las influencias que habían recibido en ocasiones con el culto a los baales, los dioses de los fenicios y palestinos.
Pero Jesús dialoga con aquella mujer. Un diálogo tenso, pero donde se va a resaltar la fe de aquella mujer que era lo importante. Y allí estaba el amor. El amor que no podía hacerse sordo a aquel grito y aquella súplica nacida de un corazón lleno de dolor. Será la fe y el amor el que renacen de manera especial en aquellos momentos. Se purificará la fe de aquella mujer y se hará grande. Es curioso que cuando Jesús alaba la fe de alguien lo haga en dos ocasiones en relacion a unos gentiles, del centurión romano que viene a pedirle por su criado al que mira como un hijo, y ahora el de aquella mujer cananea. ‘No he visto en Israel una fe tan grande’ que dice del centurión. ‘¡Qué grande es tu fe!’ que proclama de aquella mujer cananea.
¿Qué nos está diciendo todo esto? ¿Cuál es la lección para nosotros? Testigos tenemos que ser de una fe así; testigos tenemos que ser de ese amor de Jesús. Meditando en pasajes del evangelio como este nos sentimos fortalecidos en nuestra fe y con deseos de una renovación grande en nuestro interior. Como aquel otro hombre del evangelio al que Jesús le preguntaba si creía y le respondía ‘yo creo, pero aumenta mi fe’, nosotros tenemos que pedir lo mismo; creemos, pero que el Señor con su gracia nos haga crecer en esa fe; que no haya nada que nos la debilite; que en los momentos de turbación por los que pasemos nos mantengamos firmes, fuertes, con la fortaleza de la fe porque ponemos toda nuestra confianza en Dios.
Pero tenemos que dar testimonio de esa fe, que los demás la puedan conocer, que en los demás se pueda despertar también esa fe. Y ahí están las obras de nuestro amor con que tenemos que manifestarnos. Nuestro amor despertará la fe de los demás; con nuestro amor hemos de saber llegar hasta el final, hasta los limites mas insospechados para dar testimonio, para hacer que todos puedan encontrarse con esa fe, para que nadie en medio de la turbación que pueda estar pasando por sus sufrimientos se sienta solo ni desamparado; hemos de ser testigos con nuestra presencia, con nuestro saber estar a su lado, con nuestras palabras o con nuestro silencio, con nuestra mano tendida, o con la sonrisa de nuestro rostro de esa fe y de ese amor.
Tenemos que ser en verdad ocasión para que tantas puedan encontrarse con Jesús. Hoy Jesús quiere llegar a todos a través nuestro. Jesús se hace el encontradizo con los demás para llenarlos de amor a través de nuestro testimonio. También como los discípulos podemos convertirnos en intercesores pidiendo por los demás. Cristo nos lo confía y el mundo lo está esperando.
Hemos vivido en nuestra patria estos días unos momentos especialmente difíciles con lo acaecido en Barcelona y Cataluña. Ha habido muchos que con madurez han sabido responder a ese estallido de violencia no perdiendo la serenidad ni la paz aunque mucha sea la indignación que tengan en su interior. Pero también sabemos que hay muchos profetas de malos augurios que con sus comentarios alimentan odios, deseos de venganza y de revancha y respuestas muy negativas que se pueden convertir también en una injusta discriminación, tratando a todos por igual. No podemos colaborar con sentimientos así.
  Ahí desde nuestra fe y nuestro amor cristiano tenemos un testimonio muy importante que dar donde no perdamos la paz de nuestros corazones ni la serenidad en nuestro actuar. Que el Señor nos ilumine y nos ayude.