jueves, 24 de agosto de 2017

La autenticidad de la vida y la fe en Jesús que nos llena de su Espíritu es lo que nos dará fuerza para transformar el mundo con la semilla del Evangelio


La autenticidad de la vida y la fe en Jesús que nos llena de su Espíritu es lo que nos dará fuerza para transformar el mundo con la semilla del Evangelio

Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51
Todos hemos escuchado más de una vez aquello de que ‘una imagen vale más que mil palabras’ y habremos dicho qué cierto es que una imagen nos llama más la atención que muchas cosas bonitas que podamos oír. Me voy a permitir transformar un poco la frase para decir que la autenticidad de una vida convence mucho más que todas las palabras que podamos decir. Claro que la autenticidad con que nos manifestamos es la imagen más cierta de nuestra sinceridad, de lo que en verdad es nuestra vida y llevamos en el corazón.
Nos sentimos cautivados, podríamos decir, por una persona que vemos actuar con lealtad, con rectitud y honradez, que manifiesta con sus obras la responsabilidad con que vive su vida. Ahí, en es lealtad y honradez, en esa responsabilidad y rectitud manifiesta la verdad de su vida, lo que es, lo que quiere ser no solo para si misma sino también para los demás, el sentido de su ser y de su actuar. Necesitamos personas así, autenticas, sinceras; y cuando digo sinceras no es solamente por aquello que muchas veces vamos diciendo como soy sincero digo la verdad sin importarme a quien pueda molestar.
La sinceridad no está solo en ese impulso de palabras, sino en la congruencia de nuestra vida, porque podremos ser sinceros, como decimos, para decir muchas cosas, pero luego eso  no lo vemos reflejado en nuestra vida, en nuestro actuar. La sinceridad de una vida son más que palabras. ¿Seremos hoy así auténticos en nuestra manera de vivir y en nuestra manera de actuar en todos los aspectos de nuestra vida? ahí estaría la fuerza de nuestro actuar que transformaría el mundo.
Me estoy haciendo estas consideraciones en este día en que celebramos la fiesta de un apóstol, el apóstol san Bartolomé, el Natanael del que nos habla el evangelio que nos propone la liturgia en este día. ¿Quién era Natanael, Bartolomé? Sabemos que era de Caná de Galilea, un pueblo cercano a Nazaret.
Como el resto de los apóstoles escogidos por Jesús un hombre sencillo, un hombre de campo en este caso por el lugar en que vivía, mientras sabemos que otros como Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran pescadores en el mar de Galilea. Unos hombres sencillos que un día se sintieron cautivados y llamados por Jesús. Unos hombres con sus debilidades, sus ambiciones humanas y sus dudas. Ya los vemos en sus disputas entre ellos, como suele suceder en todo grupo humano, pero también en sus miedos cuando abandonan a Jesús en Getsemaní o se encierra en el cenáculo. Y sin embargo este grupo de hombres así fueron capaces de iniciar un camino por el que el mensaje de Jesús llegaría hasta los confines del mundo.
¿Fue la fuerza de sus saberes humanos, de sus recursos y medios materiales lo que les dio esa capacidad de llevar así el anuncio del Evangelio con tal valentía que no temían enfrentarse a quienes les prohibían hablar de Jesús?
Me hago una comparación con lo que hoy nosotros vivimos, con lo que es y representa de verdad la Iglesia en medio de nuestro mundo. Podríamos decir que somos muchos los que confesamos nuestra fe en Jesús. No voy a fijarme simplemente en las estadísticas que nos pueden hablar de millones de cristianos simplemente porque están bautizados. Las estadísticas pueden ocultar falsas verdades algunas veces. Pero ¿Cómo es que siendo tantos los que nos decimos cristianos y creyentes en Jesús sin embargo no logramos transformar el mundo que nos rodea que sigue tan lleno, por ejemplo, de violencias y de odios? ¿Nuestras palabras siguen sin convencer? ¿Nuestro testimonio quizás no sea auténtico?
Quizá por ahí tendríamos que ponernos a reflexionar, por la autenticidad de nuestra vida. Fue la autenticidad de sus vidas y su fe en Jesús que les hacia llenarse de su Espíritu lo que dio fuerza a aquel anuncio que hacían aquellos sencillos hombres de Galilea en su origen para hacer que el mundo se fuera transformando por la semilla del Evangelio. No olvidemos que la alabanza que Jesús hace de Natanael que hoy escuchamos en el evangelio es precisamente la autenticidad de su vida, su lealtad.
La autenticidad de aquellas vidas, la sinceridad de la fe que transformaba sus vidas fue el motor de aquel anuncio y de que el mundo comenzara a creer. Con la fuerza del Espíritu del Señor resucitado Vivian esa autenticidad de sus vidas y eso si que convencía al mundo más que muchas palabras, como antes reflexionábamos.
¿No nos hará falta eso a nosotros hoy, que seamos más auténticos en nuestra vida, en nuestra fe, en lo que somos y en lo que luego testimoniamos también con nuestras palabras? Examinar esto, revisar por ese camino nuestra vida podría ser un buen compromiso al celebrar la fiesta del Apóstol san Bartolomé.

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