lunes, 21 de agosto de 2017

No es cuestión de mínimos ni de cumplimientos, sino de la generosidad de desprendemos de nosotros mismos poniendo sonrisas en los corazones rotos para alegrar la vida de los demás

No es cuestión de mínimos ni de cumplimientos, sino de la generosidad de desprendemos de nosotros mismos poniendo sonrisas en los corazones rotos para alegrar la vida de los demás

Jueces 2,11-19; Sal 105; Mateo 19,16-22
Aunque siempre hay dentro de nosotros una cierta rebeldía o anarquía donde no queremos que nos pongan normas o reglamentos porque nos decimos que nosotros sabemos hacer muy bien las cosas, sabemos bien lo que tenemos que hacer y no necesitamos que nos pongan leyes, sin embargo aparece por otro lado el buscar como ciertas seguridades, aquellas cosas mínimas que tendríamos que hacer para, como se suele decir, salvar la cara. Qué es lo mínimo que tendríamos que hacer y así ya hemos cumplido.
así andamos muchas veces en la vida; yo ya fui a Misa, dicen algunos; yo no molesto a nadie que no me molesten a mi, dirán otros; yo ya fui a la fiesta y estuve viendo la procesión, se contentarán algunos, cumplí mis promesas y le lleve un ramo de flores a la Virgen; yo bautice a mis hijos y logre que hicieran la primera comunión, ahora ellos que hagan lo que quieran en su vida, se sentirán satisfechos tantos; bueno yo ya le di unas monedillas a quien me pedía por la calle que tampoco se puede dar mucho porque no sabemos en que lo van a emplear, dirá otro por otro lado. Y así nos contentamos con el ya cumplimos, a mi que no me pidan más. ¿Será eso suficiente? ¿En cosas así reducimos nuestro ser de cristianos?
Un joven que parecía bueno y cumplidor se acercó un día a Jesús para preguntarle qué tendría que hacer para heredar la vida eterna. Habría oído hablar a Jesús del Reino de Dios, cómo Jesús quería que en verdad deseáramos esa vida eterna de dicha y felicidad con Dios, y ahora viene a preguntar qué es lo que tiene que hacer, porque él además había sido bueno desde siempre y muy cumplidor, guardaba los mandamientos del Señor desde pequeño como le habían enseñado.
Jesús se le quedó mirando. ¿Habría en aquel corazón deseos en verdad de cosas grandes? ¿Estaría dispuesto a poner metas grandes en su vida y aspirar seriamente a algo superior? No parecía que fuera de los que se contentaran con cumplir, porque al menos con aquella pregunta y petición parece que deseaba algo más.
Quizá necesitara aquel joven a aprender a despojarse de sí mismo, de sus apegos o de sus autosuficiencias; necesitaba un corazón libre de ataduras que le hiciera volar muy alto en la vida. No parecía que fuera de los que se contentaran con cumplir, pero ¿seria capaz de despojarse de todo, de librar su corazón de ataduras y seguridades humanas? Tendríamos que ir preguntándonos por cosas así en la sinceridad de nuestro corazón para ver qué respuesta seriamos capaces nosotros de dar también.
‘Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo’. Fue la propuesta de Jesús. Desprenderse, vaciarse de si mismo, de sus apegos, de sus cosas, para tener un corazón libre. Buscar los tesoros que duren para siempre, allí donde la polilla no los roe ni los ladrones se los puedan robar. Un tesoro en el cielo, cuando das, cuando compartes, cuando te desprender de lo tuyo para ayudar al otro. Serán tus riquezas, tu tiempo, tu persona, tu yo, tus cualidades y valores, lo que eres, que no son solo las cosas de las que tenemos que desprendernos. Hay una riqueza grande de ti mismo que sí puede crecer cuando saber darte por los demás. Es lo que verdaderamente tenemos que buscar.
Aquel joven dio la vuelta y se marcho pesaroso. Era rico, dice el evangelista, y Jesús se le quedo mirando porque no supo dar el paso. ¿No daremos también la vuelta nosotros muchas veces porque hay apegos en nuestro corazón?
Nuestro tiempo lo tenemos ya tasado y tenemos nuestras ocupaciones y no tenemos tiempo para escuchar al otro; lo que somos nos lo guardamos para nosotros mismos porque nos sentimos muy satisfechos, aunque al final nos daremos cuenta que estamos muy vacíos por dentro. Y así tantas cosas en la vida, donde nos falta ese desprendimiento, esa generosidad autentica, no solo de bonitas palabras sino de muchos gestos que podemos ir haciendo en la vida que no son necesariamente grandes cosas, pero que esos pequeños detalles pueden alegrarle el corazón a alguien, darle esperanza e ilusión con ganas de vivir.
Tenemos que aprender, caer en la cuenta de cuantas cosas podemos hacer por los demás, con las que podemos alegrarle la vida a alguien, despertar una sonrisa y una ilusión en un corazón roto, como tantos que nos podemos encontrar a nuestro alrededor. Necesitamos abrir bien los ojos, y abrir bien el corazón para vaciarnos por los demás. No es cuestión de mínimos ni de cumplimientos.



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