martes, 22 de agosto de 2017

Nuestra vida tiene que ser una respuesta generosa de amor a todo lo que es el amor gratuito de Dios

Nuestra vida tiene que ser una respuesta generosa de amor a todo lo que es el amor gratuito de Dios

Jueces 6,11-24ª; Sal 84; Mateo 19, 23-30
Como en la vida nos valemos de nuestras capacidades y de nuestro trabajo para obtener un rendimiento que se traduzca en un tener lo necesario para una vida digna y alcanzar un cierto bienestar – es el fruto de nuestro trabajo que se convierte en un salario que nos dé medios para nuestro subsistir – tenemos la tentación de que a todo lo que hagamos le queramos sacar siempre un rendimiento.
Podemos perder así el sentido de la gratuidad tanto en lo que damos como en valorar también lo que recibimos, perdiendo así un valor muy hermoso por el cual trabajaríamos generosamente simplemente buscando el bien de los demás y la mejora de nuestro mundo. Llegamos a un punto en esa carrera de avaricia en que ya nos puede parecer que lo gratuito no vale, no tiene ningún valor, dejamos de valorarlo desde esas visiones tan materialistas y tan imbuidas por todo lo que es la economía de la vida con sus riquezas.
El evangelio de hoy nos habla de varios de estos aspectos. Por una parte ante la respuesta negativa de aquel joven a quien Jesús había invitado a desprenderse de todo para seguirle, porque como decía él mismo quería alcanzar la vida eterna, Jesús reflexiona en altavoz, podíamos decir, sobre lo difícil que le será a los ricos, a los que tiene su corazón apegado a lo material y a las riquezas, alcanzar el reino de los cielos.
Los discípulos tienen diversas reacciones ante las palabras de Jesús. Por una parte comentan quién entonces podrá salvarse. En medio de ese mundo tan materializado y con tantas ansias de riquezas o de poder en el corazón, les parece imposible aquello que Jesús les propone. ‘Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo’, les dice Jesús. No es tarea que hagamos solo por nosotros mismos. Con la fuerza y la gracia del Señor podemos alcanzar ese don del desprendimiento.
Pero por allá Pedro, imbuido también como todos por ese materialismo de la vida y por lo interesados que somos en las cosas que hacemos se pregunta que es lo que van a alcanzar ellos que lo han dejado todo por seguir a Jesús. No había entrado aun en la orbita de la gratuidad. Como nos pasa a nosotros tantas veces. Nos parece que si no tenemos ganancias, de las que sean, no merece la pena tanta lucha y tanto esfuerzo. Algunas veces hasta en nuestra vida espiritual vamos contabilizándolo todo, como si lleváramos una contabilidad de todo lo bueno que hacemos a ver si así alcanzamos un lugar más alto en el cielo.
Nuestra vida tiene que ser una respuesta de amor a todo lo que es el amor gratuito de Dios. Lo bueno que hacemos no lo podemos convertir en una compraventa, yo voy haciendo cosas buenas para tener cada día unas rentas mejores para alcanzar el Reino de los cielos, pensamos tantas veces.  Nos cuesta cambiar la mentalidad, pero ahí está ese camino de conversión al que nos invita Jesús cuando nos ofrece el Reino de los cielos.
En la octava de la Asunción de la Virgen al cielo en que estamos hoy miremos a María, Reina como la queremos proclamar hoy, y aprendamos de la generosidad de su corazón, de su disponibilidad total y de su espíritu de servicio para buscar siempre lo bueno para los demás. Que ella nos ayude a tener ese corazón generoso para reconocer también las maravillas del Señor. 



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