sábado, 5 de julio de 2014

Una nueva alegría desde la fe y la nueva comunión y fraternidad llena nuestra vida



Una nueva alegría desde la fe y la nueva comunión y fraternidad llena nuestra vida

Amós, 9, 11-15; Sal. 84; Mt. 9, 14-17
‘¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?... ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el  novio está con ellos?’
Así se acercaron a Jesús los discípulos de Juan, el Bautista. Apreciaban que con Jesús las cosas eran diferentes y en la práctica los discípulos de Jesús no hacían lo que ellos habían visto hacer al Bautista y que seguían conservando en sus costumbres. Recordamos la figura austera del Bautista allá en el desierto, vestido con una piel de camello y alimentándose de saltamontes y miel silvestre, como nos han explicado los mismos evangelistas.
El Bautista invitaba a la penitencia para la conversión de los pecados como una forma de preparar los caminos del Señor; y aunque el Bautista ya había sido decapitado por Herodes, sus discípulos seguían en la misma observancia de la austeridad, la penitencia y los ayunos. Pero era algo que también practicaban los fariseos. Y ahora ven que Jesús no va por ese camino ni los discípulos de Jesús hacen lo mismo.
Ya hemos escuchado la respuesta que les da Jesús. Con Jesús se está instaurando un mundo nuevo; El anuncia la llegada del Reino de Dios y había comenzado también invitando a la conversión para creer en la Buena Noticia del Reino de Dios que Jesús proclamaba. Era noticia de algo nuevo que comenzaba. La fe y la relación con Dios habían de vivirse de otra manera dándole una mayor profundidad que además debía traducirse en esa nueva forma de relación y de comunión que había de vivirse con los demás.
La Buena Noticia que Jesús anunciaba llenaba de alegría los corazones porque un mundo nuevo comenzaba y renacían las esperanzas. Jesús habla de la alegría y de la fiesta de una boda, y mientras se está en la boda no caben los duelos y las tristezas. Comparaba el Reino de Dios con una boda, con un banquete de bodas y de ello había propuesto diversas parábolas.
Lo que era necesario para participar en esa boda era el traje de fiesta que era mucho más que un ropaje externo que se pusiera como un adorno, porque significaban unas actitudes nuevas que habrían de vivirse. Y se visten ese traje de fiesta porque en sus corazones hay unas actitudes nuevas que nos hacen sentir hondamente lo que es la hermandad y la comunión no pueden estar con cara de luto ni de llanto. Ya recordamos que en otro momento en el sermón del monte nos dirá que cuando ayunemos no pongamos cara de aflicción para dar a entender a los que nos rodean lo que son nuestras penitencias y nuestras luchas interiores sino que, como nos decía, nos lavemos la cara y nos perfumemos.
Ahora podemos entender mejor el sentido de esta frase con que Jesús responde a la pregunta de los discípulos de Juan. ‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el  novio está con ellos?’ Es que necesariamente tenemos que manifestar lo que es la alegría de nuestra fe que nos hace vivir de una manera especial la presencia del Señor junto a nosotros, pero será también la alegría con que vivimos esa comunión y esa fraternidad en el encuentro con los hermanos, que será también encontrarnos con el Señor. ¿Caben duelos y tristezas cuando nos encontramos los que nos amamos?
Es por eso que Jesús nos propone a continuación diversas imágenes para expresar todo eso nuevo que desde su evangelio nosotros estaremos viviendo. Nos habla de trajes nuevos hechos con paños nuevos, porque de nada nos valen los remiendos; nos habla de odres nuevos para poner el vino nuevo, porque ese vino nuevo del evangelio no lo podemos poner en unos odres ya viejos y desgastados que lo que harán es reventarse para que se pierda ese vino nuevo.
Es la transformación que hemos de realizar en nuestra vida a partir del evangelio. Es algo nuevo lo que hemos de vivir, por eso comenzaba haciéndonos el anuncio de que habíamos de convertirnos para aceptar el Reino nuevo de Dios que con Jesús se constituía. No son remiendos,  no son arreglitos, no son componendas para quedarnos siempre en lo mismo, es una vida nueva la que hemos de vivir. Como más tarde nos dirá san Pablo somos unos hombres nuevos, porque el hombre viejo ya ha muerto.
Vivamos con alegría nuestra fe; expresemos con toda intensidad la alegría y el gozo de sentirnos hermanos y en comunión con todos. Eso nos pedirá una nueva forma de relacionarnos con Dios y con los demás.

viernes, 4 de julio de 2014

¿Con quién me sentaría yo o con quien no me sentaría? Las posturas de un verdadero cristiano

¿Con quién me sentaría yo o con quien no me sentaría? Las posturas de un verdadero cristiano

Amós, 7, 10-17; Sal. 18; Mt. 9, 9-13
¿Con quién me sentaría yo o con quien no me sentaría? Es una pregunta que me surge después de escuchar este evangelio para tratar de llevar su mensaje de forma concreta a mi vida.
Alguien podría pensar, así de primera impresión, que el evangelio que hemos escuchado poca relación puede tener con la pregunta que me hago, porque de lo que nos habla el evangelio es de la vocación de Mateo. Es cierto. De eso comienza hablándonos el evangelio y con toda razón nos podría hacer reflexionar sobre la vocación, las llamadas que nos hace el Señor y preguntarnos si damos una pronta respuesta a esa llamada como hizo Mateo, el publicano.
Pero precisamente fijándonos en que el llamado es un publicano nos puede dar mucho que pensar en el sentido de la pregunta. Los publicanos no eran personas bien vistas en los tiempos de Jesús entre los judíos; les cobraban los impuestos; y no es ya la cosita o el rechazo que a todos nos da el que tengamos que pagar unos impuestos, sino que en el caso de los judíos los impuestos los imponían los romanos; el publicano era un colaboracionista con los poderes de Roma. Pero además, como todos bien sabemos, tenían mala fama porque abusaban en el cobro de los impuestos haciéndose unas ganancias para ellos a costa de los abusivos impuestos que cobraban a los demás.
No hace acepción de personas Jesús a la hora de la llamada, pues igual que un día fue a hospedarse en casa de Zaqueo el publicano de Jericó, ahora Mateo, un cobrador de impuestos es un llamado del Señor para formar parte del grupo de los apóstoles.
Y es aquí donde entra de lleno ese otro aspecto del mensaje del evangelio. ‘Estando a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos’, nos narra sencillamente y con toda naturalidad el evangelista. Parece lo normal, eran los amigos de Mateo y si este había ofrecido una comida a Jesús y sus discípulos de cuyo grupo iba a comenzar a formar parte, también estarían allí los que habían sido sus amigos de siempre, otros publicanos, otros recaudadores de impuestos.
Pero por allá andaban los fariseos, siempre tan puntillosos y mirando hasta el último detalle para tener de donde sacar punta. Me recuerda la actitud de muchos que siempre están con el ojo avizor para ver los comportamientos de los demás y hacer sus juicios no precisamente muy laudatorios. ‘¿Cómo es que vuestro maestro se sienta a la mesa y come con publicanos y pecadores?’ Además no dan la cara; el comentario es por detrás metiendo cizaña entre los discípulos.
Pero Jesús conoce el corazón del hombre y sabía bien cuales eran los juicios que estaban haciendo contra El. ‘No tienen necesidad de medico los sanos, sino los enfermos… misericordia quiero y no sacrificios… que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores’. Es la salvación que Jesús nos ofrece, viene a traernos el perdón a los que nos sentimos pecadores y queremos reconocerlo. Somos los enfermos que necesitamos ser curados por Jesús, pero hay que reconocer que lo necesitamos.
Pero aquellos fariseos no se sentarían nunca a la mesa con un publicano ni con un pecador… podían quedar contaminados.  Pero aquí está la pregunta que nos hacíamos al principio. Porque reconozcamos que muchas veces vamos por la vida haciendo discriminaciones. Con este me mezclo y con aquel no; éste me cae mal, o aquel me repugna su presencia; este es de color y con gentes de otra raza yo no me siento nunca, o aquel es de aquel lugar donde todos son… y nos hacemos nuestros prejuicios y condenas, este tiene buena facha, pero con aquel yo no me uniría nunca porque tiene mala fama… son cosas que pensamos muchas veces, son actitudes que se nos pueden meter en el corazón, son posturas que nos hacen difícil la convivencia, son discriminaciones que vamos haciendo en la vida de cada día con aquellos con los que nos encontramos o incluso con aquellos con los que convivimos.
Un cristiano que se llama seguidor de Jesús no puede tener nunca esas posturas ni esas actitudes en la vida. Y nos cuesta aceptarnos, respetarnos, valorarnos. Qué de orgullos se nos meten en el alma y cuanto daño nos hacen, además de hacer daño también a los demás. Pidámosle al Señor que nos dé un corazón siempre abierto para acoger a todos y que nos dé la fuerza de su Espíritu para que aprendamos siempre a amarnos todos sin distinción.

jueves, 3 de julio de 2014

Desde nuestras dudas buscamos una fe más madura con verdadero sentido eclesial



Desde nuestras dudas buscamos una fe más madura con verdadero sentido eclesial

Ef. 2, 19-22; Sal. 116; Jn. 20,24-29
Todos tenemos dudas, aunque nos cueste reconocerlo. Nos podría parecer que somos más débiles por tenerlas y hasta tememos que alguien nos llame rebeldes por hacernos preguntas; las ocultamos quizá no queriendo enfrentarnos a ese hecho porque quizá queremos  aparecer como muy seguros, o dejamos que vayan minando nuestra conciencia si no hay una búsqueda sincera que nos ayude a encontrar respuestas. Somos humanos y en nosotros no está la sabiduría perfecta que solo está en Dios, y aunque el Señor quiera revelársenos desde nuestras propias limitaciones nos cuesta muchas veces entender y encontrarnos con la verdad.
Las dudas y los interrogantes que se nos puedan plantear en cualquiera de los aspectos de la vida y sobre todo en este ámbito de la fe nos deben llevar a una búsqueda sincera que nos ayude a profundizar de verdad. Tendrían que conducirnos a una mayor madurez en la vida. Pero hemos de saber pedir la fe, dejarnos guiar y acompañar, dejar que la acción del Espíritu del Señor vaya actuando en nuestro corazón, tener humildad para abrirnos al misterio de Dios y caminar de mano de la Iglesia en esa búsqueda y en ese camino que queremos hacer.
Estamos celebrando hoy a Santo Tomás, el Apóstol; siempre nos fijamos en sus dudas y su querer pedir respuestas a lo que no entendía. Nos quedamos mucho en lo que el evangelio pone en sus labios de querer palparlo todo para comprobarlo y así creer, pero creo que no habría mirarlo siempre con un sentido negativo, porque además a nosotros nos han ayudado mucho sus dudas para también fundamentar bien nuestra fe.
Hemos de reconocer que santo Tomás es el paradigma del hombre inquieto que se hace preguntas. Ya en la cena pascual hay cosas que no ve claras y no termina de entender y por eso le pedirá a Jesús que le muestre el camino, que le muestre al Padre. Yo diría que es una expresión de la inquietud de un corazón que busca, que no quiere caminar ciegamente sino en la medida en que pueda comprender.
Lo mismo sucede ahora cuando el resto de los apóstoles le habla de que Jesús resucitado ha estado con ellos; ‘si no lo veo no lo creo’, se dice y le responde a los compañeros hablando de que quiere palparlo todo para estar seguro; él no ha tenido aun la experiencia de la resurrección del Señor y es comprensible que no termine de comprender que un muerto vuelva a vivir, a pesar de todo lo que Jesús lo había anunciado. Será necesaria esa intensa experiencia de encontrarse con Cristo resucitado para que proclame con toda intensidad su fe.
Creo que esta celebración del apóstol santo Tomás que hoy estamos viviendo podría ayudarnos mucho en este sentido; para que no tengamos miedo a nuestras dudas, pero para que tengamos la humildad y la valentía de buscar respuestas, de dejarnos conducir, de saber acudir también a la fe de la Iglesia que con la sabiduría de Dios por la fuerza del Espíritu nos puede ayudar a madurar en nuestra fe; creo que tendríamos que tener unos deseos grandes y profundos de profundizar más y más en nuestra fe; confiar en Dios y poner nuestra fe en El no es solamente cerrar los ojos para decir sí, sino abrirnos al misterio de Dios y a su Espíritu para que se nos vaya revelando en nuestro corazón.
Ya nos decía san Pablo en la carta a los Efesios que estamos ‘edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular’. Es la fe de la Iglesia, cuya una de sus características es precisamente la apostolicidad. Por eso tendríamos que tener ese deseo de conocer lo que es la fe de la Iglesia más y más. Porque no somos cristianos viviendo nuestra fe cada uno por su lado y a lo que a cada uno le parezca, sino que somos cristianos en esa comunión de la fe de la Iglesia, garantía segura de una auténtica fe en Jesús.
Pidámosle al Señor que crezca más y más nuestra fe; que el Espíritu del Señor nos ayude a disipar las dudas que puedan ir apareciendo en nuestro corazón para que cada día tengamos una fe más madura, más viva y más comprometida.

miércoles, 2 de julio de 2014

Jesús pone señales del Reino de Dios en nosotros con su salvación que no siempre aceptamos y vivimos



Jesús pone señales del Reino de Dios en nosotros con su salvación que no siempre aceptamos y vivimos

Amós, 5, 14-15.21-24; Sal. 49; Mt. 8, 28-34
El mal y la muerte están en fuerte oposición al Reino de Dios. Que el Reino de Dios está llegando se manifiesta en cómo Jesús con su presencia y con los signos que hace va haciendo desaparecer ese mal. La propia enfermedad es un signo de ese mal que afecta al hombre y es por lo que en el evangelio se llama endemoniados a los que hoy consideraríamos con enfermedades de tipo epiléptico; lo que no quita por otra parte de que también haya la posesión diabólica.
Cuando vemos a Jesús en el evangelio realizar los milagros de las curaciones de los enfermos o la resurrección de los muertos, se nos está manifestando como Jesús quiere que el Reino de Dios vaya llegando a todos y de la misma manera que va venciendo ese mal de la enfermedad corporal o de la muerte, quiere vencer también ese mal más profundo que con el pecado se mete en nuestro corazón.
Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Reino y a curar enfermos, que es manifestar con signos cómo se va realizando ese Reino de Dios en la medida en que aceptarnos a Jesús, recibimos su mensaje y nos dejamos transformar por su salvación. Como el enfermo que se cura, quien cree en Jesús se deja transformar por la salvación de Jesús para hacernos tener esa vida nueva en nuestros corazones.
Pero ¿aceptamos ese Reino de Dios? ¿nos dejamos en verdad transformar por esa salvación de Jesús? ¿aceptamos a Jesús y su mensaje queriendo en verdad dejar impregnar nuestra vida por ese sentido del Reino de Dios? Algunas veces nos cuesta, tenemos que reconocer; en ocasiones tenemos el peligro que por nuestras posturas y nuestras actitudes incluso lo rechacemos.
Veíamos ayer que Jesús iba atravesando el lago para llegar al otro lado; era la región de los Gerasenos; propiamente no era tierra de judíos, pues bien sabemos que los territorios de Palestina estaban ocupados por diversos pueblos antes de la llegada de los judíos y muchos quedaban en los alrededores. Esta zona a la que Jesús llega es tierra de gentiles, no son judíos.
Y allí vemos a Jesús realizar un signo de la llegada del Reino de Dios con la curación de aquellos endemoniados; en los textos paralelos de los otros evangelistas se habla de un endemoniado pero poseído por muchos espíritus inmundos, recordemos que su nombre era Legión, porque eran muchos. A la  llegada de Jesús hay un rechazo, signo del rechazo del mal a la llegada del bien. ‘¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿vienes a atormentarnos antes de tiempo?’ Bien sabían que se anunciaba la victoria de Jesús sobre el mal. Y Jesús los expulsa, apoderándose aquellos espíritus malignos de ‘la piara de cerdos que se abalanzó acantilado abajo y se ahogo en el agua’. Era una señal de la victoria del Reino de Dios sobre el maligno.
Sin embargo no todos van a aceptar a Jesús y las señales del Reino que allí llegan. ‘El pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país’. Por las razones que fueran - podían pensar que era una ruina para ellos la presencia de Jesús porque les destruía lo que era la fuente de su sustento con la muerte de los cerdos, que ellos cuidaban, pero que los judíos rechazaban como inmundos - no quisieron aceptar el mensaje del Reino.
Pero esto puede hacernos reflexionar a nosotros también. El Señor va poniendo señales de su llamada junto a nosotros ¿y qué respuesta vamos dando? Hemos de reconocer que no siempre queremos escuchar su Palabra y plantarla hondamente en nuestra vida; podemos pensar cuánto nos cuesta ese camino de superación que hemos de recorrer para ser mejores cada día y que muchas veces abandonamos el esfuerzo; podemos pensar en cuántos tropiezos tenemos una y otra vez en las mismas cosas a pesar de las llamadas que el Señor va haciendo a nuestro corazón. De alguna manera nos estamos pareciendo a aquellas gentes del territorio de Ceraza, no aceptamos a Jesús, no llevamos su Palabra a nuestra vida, no vivimos con toda intensidad su salvación, preferimos muchas veces seguir con tantos apegos del corazón.
Pidámosle al Señor, no se que se vaya a otra parte, sino que de verdad venga a nuestra vida y nos llene de la fuerza de su Espíritu para plantar de verdad su palabra en nuestro corazón y que demos las señales del Reino de Dios con la santidad de nuestra vida, alejándonos más y más del pecado.

martes, 1 de julio de 2014

El Señor está con nosotros y con El a nuestro lado, nada hemos de temer

El Señor está con nosotros y con El a nuestro lado, nada  hemos de temer

Amós, 3, 1-8; 4, 11-12; Sal. 5; Mt. 8, 23-27
¿Cómo se puede dormir en medio de un temporal? Podría parecer una pregunta ocurrente, después de escuchar el evangelio. Pero quizá la pregunta podríamos transformarla diciendo, ¿cómo se puede seguir teniendo paz en el corazón a pesar los problemas y crisis de todo tipo en que nos vemos envueltos en la vida?
Creo que a la hora de reflexionar en el evangelio que escuchamos tenemos que ir más allá de lo que podríamos llamar la anécdota. Jesús había decidido atravesar el lago hacia la otra orilla; ‘subió a la barca y los discípulos le siguieron’, nos dice el evangelista. ‘Pero de pronto se levantó un fuerte temporal, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía’, nos puntualiza  el relato evangélico.
El llamado mar de Galilea o lago de Tiberíades habitualmente está en calma; no es mucha su extensión y nos podría parecer normal esa calma, pero su situación cercana a altas montañas y en el inicio de la depresión del Jordán, con lo que ya está más bajo que el  propio nivel del mar mediterráneo, hace que se produzcan cambios de temperaturas y surjan los vientos y temporales. Es lo que sucede en esta ocasión.
Pero entendemos muy bien que al relatársenos este hecho en el evangelio hay un profundo sentido catequético y ya a continuación se nos hace referencia a la falta de fe de los discípulos que Jesús les echa en cara y la admiración que se produce cuando Jesús hace que venga de nuevo la calma. ‘El dormía’, nos dice el evangelista Mateo escuetamente. Lo despiertan. ‘¡Señor, sálvanos que nos hundimos!’ es el grito de los discípulos. ‘¡Cobardes! ¡Qué poca fe!’ les echa en cara Jesús. ‘Se puso  en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma’. Luego vendrán los gestos y palabras de admiración de los discípulos. ‘¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!’
Entendemos perfectamente el relato evangélico. Se nos quiere despertar la fe. Jesús va siempre a nuestro lado y no podemos desconfiar. Pero no nos podemos quedar solo en problemas que podríamos llamar materiales desde los que acudimos a Jesús cuando tenemos miedo por algo que nos pueda suceder. Creo que es necesario tratar de profundizar un poco más en el tema de la confianza que tenemos en Jesús. Y pensamos en esa nave de la Iglesia en la que estamos todos embarcados desde nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia, o pensamos en los problemas que cada día tenemos cuando queremos ser mejores y superar tentaciones y pecados. El Señor está ahí, aunque nos pueda parecer oculto.
Por eso la pregunta que nos hacíamos al principio para no quedarnos en la anécdota de si Jesús podía seguir durmiendo en medio de aquella tempestad mientras los discípulos estaban atemorizados  porque la barca se podía hundir, como quizás en otras ocasiones les habría sucedido en temporales semejantes en aquel lago. Nos preguntábamos por la paz del corazón en medio de las tormentas de los problemas de la vida.
Cuando nos vemos zarandeados por problemas y dificultades una cosa que podemos perder fácilmente es esa paz del corazón. Son los miedos que aparecen, es la inestabilidad en que nos vemos en la vida, son las indecisiones y las dudas que nos hacen temer y no saber qué hacer o qué camino tomar. Y todo eso nos hace perder la paz. Como aquellos discípulos llenos de miedo en medio de la tormenta y que no terminaban de comprender que Jesús siguiera durmiendo allí en medio de aquellas dificultades que estaban pasando y pareciera que nos les importaba. ‘¿No te importa que nos hundamos?’

Uno de los miedos que podamos sentir en esos momentos es la soledad, el sentirnos solos y que nos parece que no tenemos fuerzas para salir adelante. Nos hace temblar, nos sentimos agobiados, todo nos parece negro, nos falta la paz. Y es precisamente lo que un creyente no debería perder. Sabemos que Jesús está ahí, aunque parezca callado o dormido. Aunque no nos demos cuenta muchas veces quizá él nos está llevando sobre la palma de su mano, aunque nos parezca lo contrario. Es necesario despertar nuestra fe, poner nuestra confianza en El, tener la seguridad y la certeza que por la fe podemos tener que el Señor está a nuestro lado y con El a nuestro lado, nada  hemos de temer. No perdamos la paz. Es un don que el Señor nos concede en el corazón.

lunes, 30 de junio de 2014

Exigencias en el camino de Jesús pero también senda de plenitud



Exigencias en el camino de Jesús pero también senda de plenitud


Amos, 2, 6-10.13-16; Sal. 49; Mt. 8, 18-22
‘Se le acercó un letrado y le dijo: Maestro, te seguiré adonde vayas’. Cuántas veces nos hacemos promesas así. Sentimos un fuerte impulso en nuestro interior, nos entusiasmamos por algo que nos llama la atención y nos gusta, vemos quizá el ejemplo de alguien que está haciendo una cosa buena y pensamos que nosotros también seríamos capaces de hacerlo, y así muchas cosas por el estilo.
Quizá después en el día a día de la vida, en la continuidad en el cumplimiento de aquella promesa nos dimos cuenta que fuimos demasiado impulsivos, que quizá teníamos que habérnoslo pensado mejor, que las cosas había que reflexionarlas despacio antes de tomar decisiones que podrían comprometernos fuertemente, o la rutina y el cansancio nos hacen abandonar pronto los buenos propósitos.
Hoy es un letrado, un maestro de la ley que quizá ha escuchado las palabras de Jesús en el sermón del monte y le parecieron sublimes y de gran enseñanza, es el que acude a Jesús con ese impulso grande en su corazón por seguir a Jesús. También un día Pedro entusiasmado por Jesús, el Pedro que había hecho una hermosa confesión de fe en Jesús, que había sido testigo excepcional de la vida de Jesús, aunque había escuchado de labios de Jesús que habría momentos de pascua, de pasión y de muerte, le había dicho a Jesús que estaba dispuesto a dar la vida por Jesús. Ya sabemos lo que le pasó horas después en el patio de la casa del Pontífice.
Jesús no quiere apagar los entusiasmos de aquel letrado que viene con buena voluntad, pero quiere hacerle reflexionar que no es solo la buena voluntad, que no siempre es fácil seguirle, que ir tras los pasos de Jesús no es un camino de rosas y comodidades, que hace falta entrega y coraje para seguirle hasta el final, que es necesario un desprendimiento grande para poder hacer como Jesús. La cosas hay que pensarlas bien hasta ver si en verdad somos capaces de seguir ese camino del evangelio.
Jesús le dirá ‘las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. La vida de Jesús fue siempre pobre; pobre había nacido en Belén y pobre  se había criado en Nazaret, donde las labores de un artesano como José no servirían para enriquecer a nadie; de pobreza había sido su vida como la de un desterrado que apenas nacer tendrá que huir a Egipto porque su vida corre peligro; ahora le vemos en el evangelio de un lado para otro recalando en la casa de sus amigos, como los de Betania, o en la de sus discípulos como la de Simón Pedro en Cafarnaún. Cuando envíe a sus discípulos a anunciar el Reino los envía sin alforjas y sin dinero en la faja, quedándose en las casas donde los reciban, porque lo único que han de llevar siempre es el mensaje de la paz del Evangelio. ‘El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. ¿Estará dispuesto el letrado a vivir una vida así?
Hay otro discípulo al que Jesús invita a seguirle. Ya es discípulo, luego es de los que han estado más cerca de Jesús, pero le pide que le deje a ir a enterrar a su padre. La respuesta de Jesús nos puede parecer dura y no es que Jesús no quiere que atendamos a los seres queridos. Pero en el seguimiento de Jesús no podemos ir haciendo concesiones a las cosas que nos puedan llevar a la muerte. Las palabras de Jesús van más allá de si enterrar o no a su padre que ha muerto. Es que todo lo que nos conduzca a la muerte tendría que estar lejos de nosotros porque nosotros estamos con Jesús y con Jesús siempre tenemos vida, estamos llamados a la vida y a compartir vida. ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos’.
Tenemos que tener claro lo que significa seguir a Jesús y vivir su vida. No nos podemos tomar las cosas a la ligera ni dejarnos llevar por unos primeros impulsos. Es necesario que conozcamos bien a Jesús y su mensaje. Un cristiano que de verdad quiere vivir su vida cristiana con toda intensidad ha de preocuparse por profundizar mucho en el evangelio, en el mensaje de Jesús para descubrir cuales son todas sus exigencias, pero para darnos cuenta también cuánto de vida podemos alcanzar.
No son solamente las renuncias, que también las habrá en cuanto haya de egoísmo y de muerte en nosotros, sino cuanto de vida alcanzamos cuando estamos con Jesús, cuando vivimos a Jesús. Y todo lo que podamos hacer por seguir a Jesús no lo hacemos con amargura ni tristeza, porque son las cosas que nos hacen las personas más felices del mundo. La Buena Nueva del Evangelio es para nosotros un camino de plenitud, un camino de dicha y felicidad, porque cuando nos damos seremos las personas más felices del mundo.

domingo, 29 de junio de 2014

Una confesión de fe que nos abre el camino de la Iglesia



Una confesión de fe que nos abre el camino de la Iglesia

Hechos, 12. 1-11; Sal. 33; 2Tim. 4, 6-8.17-18; Mt. 16, 13-19
Una confesión de fe que nos abre el camino de la Iglesia. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’, confiesa Pedro. ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mí Iglesia… te daré las llaves del Reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’.
Ciertamente el momento es solemne y de suma trascendencia. Jesús les pregunta por su fe y es Pedro el que se adelanta a confesarla. ‘No te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’, le dice Jesús. Pero ‘así como mi Padre me ha enviado, así os envío yo’, dirá Jesús en otra ocasión, pero de ahora en adelante Pedro tiene una misión, ha sido enviado, se le confiado la Iglesia, ha de mantenerse firme, porque ha de confirmar para siempre en la fe a sus hermanos.
Desde el principio del evangelio los encuentros de los primeros discípulos, y, si queremos, en especial de Pedro van a ser impactantes y Pedro se va a sentir sobrecogido por lo que el Señor le va revelando y le va confiando. Será su hermano Andrés el que lo lleve a Jesús ‘porque hemos encontrado al Mesías’, pero desde el primer momento ya Jesús lo llama por su nombre, aunque le anunciará que va a ser piedra, una piedra fundamental en la futura Iglesia. ‘Tú eres Simón, el hijo de Jonás; en adelante te llamarás Cefas, (es decir, Pedro)’. El cambio de nombre significa el anuncio o la concesión de una misión especial.
Será junto al lago, cuando estén remendando las redes o limpiando la barca y los llame para seguirle, o será después de la pesca milagrosa en la que ya Pedro adelanta una confesión de confianza en la palabra de Jesús -‘por tu nombre, porque tú me lo dices, aunque yo sé que no hay pesca porque he estado toda la noche bregando, echaré las redes’- cuando Pedro impresionado se siente pecador en la presencia de Jesús al que ya está contemplando como una presencia extraordinaria y maravillosa de Dios, pero Jesús los llamará para ser pescadores de hombres. ‘Apártate de mi, que soy un pecador’, le había dicho Pedro postrándose ante Jesús, pero Jesús les dirá en una y otra ocasión: ‘Venid conmigo que os haré pescadores de hombres’.
Otro momento de sentirse impresionado por la manifestación de la gloria del Señor será en lo alto del Tabor. Grande y maravilloso es el misterio de luz que están contemplando y merece la pena quedarse allí para siempre. ‘Haremos tres chozas, una para ti, otra para Moisés, otra para Elías’, será el deseo de Pedro. Pero allí se estará confirmando desde el cielo todo el misterio de Dios que se revela en Jesús. ‘Este es mi hijo amado, escuchadlo’, será la voz que se escucha.
Habrán de escuchar a Dios, escuchar a Jesús, pero habrá que volver a la llanura de la vida, y aunque ahora aun no puedan hablar de ello, después de la resurrección de la que es un signo y un anticipo aquella teofanía que habían contemplado, Pedro confesará valientemente con la fuerza del Espíritu ante todos que aquel Jesús que todos habían conocido Dios lo había constituido Señor y Mesías.
Todavía habrían de venir las dudas, las cosas difíciles de comprender y hasta las cobardes negaciones. Aunque cuando Jesús anunciaba su pasión le decía que se quitara eso de la cabeza que eso no podía suceder, sin embargo estaba dispuesto a todo por Jesús hasta dar la vida por El. Habría de pasar por el sueño, la oscuridad y la soledad de Getsemaní, que le debilitaría hasta ceder con su negación ante los criados del Pontífice, pero más tarde su confesión ya sería de amor, y de un amor tan grande que solo Jesús podía saber hasta donde podía llegar. ‘Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’. Y tras esa confesión no solo de fe sino de amor, vendría la confirmación de la misión que él tendría en la Iglesia. ‘Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos’.
Una confesión de fe que nos abre el camino de la Iglesia, habíamos dicho al principio de nuestra reflexión. Y es lo que hoy en esta fiesta de los santos Apóstoles san Pedro y san Pablo estamos en cierto modo celebrando. Hoy es una fiesta muy eclesial, muy con sentido de Iglesia. Al celebrar a san Pedro estamos celebrando también el día del Papa, sucesor de Pedro,  con la misma misión de Pedro en medio de la comunidad eclesial.
Una buena ocasión para que nosotros también proclamemos con toda intensidad nuestra fe. Nos sentimos sobrecogidos también por la experiencia de nuestra fe, porque no es algo meramente humano lo que vivimos y en lo que creemos. Es algo sobrenatural que a nosotros también nos envuelve, porque en la medida en que vamos siendo conscientes de la fe que confesamos nos vamos viendo envueltos por el misterio de Dios que se nos manifiesta e invade totalmente nuestra vida. Es algo que también a nosotros nos sobrepasa cuando vemos el misterio de Dios tan cerca de nuestra vida, como lo iba sintiendo Pedro. No es algo frió que solo confesemos con nuestras palabras, sino que al ir confesando nuestra fe, desde lo más hondo de nosotros mismos tenemos que irnos abriendo al misterio de Dios.
¿Nos sentiremos pequeños y pecadores, como se sentía Pedro? ¿Nos sentiremos indignos como Isaías cuando contempló en una visión todo el misterio de la gloria de Dios? ¿Nos sentiremos entusiasmados quizá como Pedro en el Tabor y querremos quedarnos allí embelesados sin darnos cuenta que tenemos que bajar de la montaña y volver a la llanura de la vida donde está nuestra tarea de hacer presente a Dios en medio del mundo? ¿Tendremos el entusiasmo de Pedro de decir que estamos dispuestos a todo por seguirle, pero que luego veremos que no es tan fácil dar la cara, que vendrán momentos de dolor y de pasión y eso es duro y que casi preferiríamos rehuirlos y tendremos la tentación de echarnos para detrás?
Toda esa mezcolanza de cosas nos pueden suceder y muchas más. Pero tenemos que saber seguir hasta el final con nuestra confesión de fe y con nuestra confesión y porfía de amor, como Pedro. Y es que ahora nosotros sabemos que no estamos solos, porque sabemos que no nos va a faltar nunca la presencia del Espíritu que nos fortalece y nos hace ver las cosas con mayor claridad.
Pero además nosotros sabemos otra cosa y es que la fuerza del Espíritu del Señor está en su Iglesia y tenemos a Pedro a nuestro lado en la persona del Papa y de los pastores de la Iglesia que nos ayudan y nos animan, que nos iluminan con la luz de la Palabra del Señor; pero sabemos también que en esa tarea de proclamar y anunciar nuestra fe nos sentimos en comunión de Iglesia, que es una tarea de toda  la Iglesia y allí donde yo esté confesando y proclamando mi fe conmigo está la Iglesia, están mis hermanos creyentes formando todos juntos como una piña para hacer ese anuncio misionero.
Como hemos venido diciendo con Pedro también nuestra confesión de fe nos abre el camino de la Iglesia. Es así como nos quiso Jesús. No ha venido Cristo con su salvación para que sigamos encerrados en nuestros egoísmos e individualidades, viviendo la fe cada una por su lado y ajeno a los demás. Cuando Cristo viene a traernos la salvación ya se nos dice que con su sangre vino a traer la reconciliación y la paz. Vino a destruir los muros que nos separaban. Y no es que simplemente nos reconciliemos con Dios y en lo demás sigamos de la misma manera. Nuestra reconciliación y nuestra paz pasa por nuestra vuelta a Dios, es cierto, pero también nuestra vuelta al encuentro con los demás para vivir una nueva comunión y un nuevo amor entre todos nosotros.
Por eso nuestra fe no la vivimos tan individualizada que no nos importen los demás; todo lo contrario nuestra fe en Jesús tiene siempre  un sentido de comunión y en comunión con los demás hermanos hemos de vivirla. Por eso venimos diciendo que la confesión de nuestra fe en Jesús nos abre a los caminos de la Iglesia.