miércoles, 2 de julio de 2014

Jesús pone señales del Reino de Dios en nosotros con su salvación que no siempre aceptamos y vivimos



Jesús pone señales del Reino de Dios en nosotros con su salvación que no siempre aceptamos y vivimos

Amós, 5, 14-15.21-24; Sal. 49; Mt. 8, 28-34
El mal y la muerte están en fuerte oposición al Reino de Dios. Que el Reino de Dios está llegando se manifiesta en cómo Jesús con su presencia y con los signos que hace va haciendo desaparecer ese mal. La propia enfermedad es un signo de ese mal que afecta al hombre y es por lo que en el evangelio se llama endemoniados a los que hoy consideraríamos con enfermedades de tipo epiléptico; lo que no quita por otra parte de que también haya la posesión diabólica.
Cuando vemos a Jesús en el evangelio realizar los milagros de las curaciones de los enfermos o la resurrección de los muertos, se nos está manifestando como Jesús quiere que el Reino de Dios vaya llegando a todos y de la misma manera que va venciendo ese mal de la enfermedad corporal o de la muerte, quiere vencer también ese mal más profundo que con el pecado se mete en nuestro corazón.
Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Reino y a curar enfermos, que es manifestar con signos cómo se va realizando ese Reino de Dios en la medida en que aceptarnos a Jesús, recibimos su mensaje y nos dejamos transformar por su salvación. Como el enfermo que se cura, quien cree en Jesús se deja transformar por la salvación de Jesús para hacernos tener esa vida nueva en nuestros corazones.
Pero ¿aceptamos ese Reino de Dios? ¿nos dejamos en verdad transformar por esa salvación de Jesús? ¿aceptamos a Jesús y su mensaje queriendo en verdad dejar impregnar nuestra vida por ese sentido del Reino de Dios? Algunas veces nos cuesta, tenemos que reconocer; en ocasiones tenemos el peligro que por nuestras posturas y nuestras actitudes incluso lo rechacemos.
Veíamos ayer que Jesús iba atravesando el lago para llegar al otro lado; era la región de los Gerasenos; propiamente no era tierra de judíos, pues bien sabemos que los territorios de Palestina estaban ocupados por diversos pueblos antes de la llegada de los judíos y muchos quedaban en los alrededores. Esta zona a la que Jesús llega es tierra de gentiles, no son judíos.
Y allí vemos a Jesús realizar un signo de la llegada del Reino de Dios con la curación de aquellos endemoniados; en los textos paralelos de los otros evangelistas se habla de un endemoniado pero poseído por muchos espíritus inmundos, recordemos que su nombre era Legión, porque eran muchos. A la  llegada de Jesús hay un rechazo, signo del rechazo del mal a la llegada del bien. ‘¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿vienes a atormentarnos antes de tiempo?’ Bien sabían que se anunciaba la victoria de Jesús sobre el mal. Y Jesús los expulsa, apoderándose aquellos espíritus malignos de ‘la piara de cerdos que se abalanzó acantilado abajo y se ahogo en el agua’. Era una señal de la victoria del Reino de Dios sobre el maligno.
Sin embargo no todos van a aceptar a Jesús y las señales del Reino que allí llegan. ‘El pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país’. Por las razones que fueran - podían pensar que era una ruina para ellos la presencia de Jesús porque les destruía lo que era la fuente de su sustento con la muerte de los cerdos, que ellos cuidaban, pero que los judíos rechazaban como inmundos - no quisieron aceptar el mensaje del Reino.
Pero esto puede hacernos reflexionar a nosotros también. El Señor va poniendo señales de su llamada junto a nosotros ¿y qué respuesta vamos dando? Hemos de reconocer que no siempre queremos escuchar su Palabra y plantarla hondamente en nuestra vida; podemos pensar cuánto nos cuesta ese camino de superación que hemos de recorrer para ser mejores cada día y que muchas veces abandonamos el esfuerzo; podemos pensar en cuántos tropiezos tenemos una y otra vez en las mismas cosas a pesar de las llamadas que el Señor va haciendo a nuestro corazón. De alguna manera nos estamos pareciendo a aquellas gentes del territorio de Ceraza, no aceptamos a Jesús, no llevamos su Palabra a nuestra vida, no vivimos con toda intensidad su salvación, preferimos muchas veces seguir con tantos apegos del corazón.
Pidámosle al Señor, no se que se vaya a otra parte, sino que de verdad venga a nuestra vida y nos llene de la fuerza de su Espíritu para plantar de verdad su palabra en nuestro corazón y que demos las señales del Reino de Dios con la santidad de nuestra vida, alejándonos más y más del pecado.

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