sábado, 31 de mayo de 2014

Caminos de fe y de amor que como en María son visita salvadora de Dios para todos los hombres



Caminos de fe y de amor que como en María son visita salvadora de Dios para todos los hombres

Sof. 3, 14-18; Sal.:Is. 12, 2-6; Lc. 1, 39-56
Tras la escucha de este evangelio muchos nombres podríamos darle a María: nuestra Señora de la Visitación, nuestra Señora del Servicio, nuestra Señora del Magnificat, nuestra Señora de la misericordia y del amor  nuestra Señora la humilde esclava del Señor como la Madre protectora y defensora de los hambrientos y de los humildes. Es la Madre del Señor cantada y alabada por todas las generaciones porque es también nuestra Madre la que nos enseña las virtudes más hermosas para que nos parezcamos más a Dios.
Son muchas las cosas que nos sugiere este texto del Evangelio y esta visita de María a Isabel y aquel hogar de la montaña, porque la presencia de María suscitó muchas cosas hermosas y muchos cánticos de alabanza al Señor que con María se hacía presente santificando incluso a Juan Bautista que saltaba de alegría en el seno de su madre Isabel. Es la visita de María, pero era realmente la visita de Dios. ‘Dios ha visitado a su pueblo’ aclamaban las gentes la presencia y la acción de Jesús y María hacía posible esa presencia de Dios encarnado en su seno que seria camino de salvación para nosotros. Dios estaba visitando con María aquel hogar de la montaña.
‘Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte’, cantaría más tarde Zacarías que bendecía ‘al Señor, Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo’. Y Zacarías que había escuchado al ángel en su aparición en el templo anunciándole el nacimiento de aquel ‘que venía delante del Señor con el espíritu y poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’, ahora estaba experimentando esa presencia del Señor que visitaba a su pueblo con su salvación. Por eso sus cánticos de alabanza y bendición al Señor.
Llegó María a casa de Zacarías e Isabel e irrumpió el Espíritu divino como un viento impetuoso que todo lo envuelve y lo inspira para hacer que Isabel se llenara del Espíritu Santo y en su corazón se le revelasen cosas que nadie sabía si no era por esa inspiración del Espíritu y se sentiría dichosa y feliz por recibir a su prima María en quien ella estaba reconociendo ya la Madre del Señor. ‘¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’; bendice a María en quien reconoce a la Madre del Señor, pero sus bendiciones son por encima de todo para Dios a quien María lleva encarnado en su seno.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Así está reconociendo Isabel, ‘llena del Espíritu Santo’, que allí está Dios. La visita no es solo la visita de María que viene pronta en su actitud de servicio, sino que es visita de la Salvación de Dios. Siente que también Juan en su seno percibe esa presencia de Dios ‘porque en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre’. Y termina Isabel alabando la fe de María que hace posible esa presencia de Dios y de la salvación.
¿Qué había hecho María? Creer en Dios y en su Palabra y ponerse en el camino del servicio y del amor. Un camino que iniciaba unos tiempos nuevos donde se manifestaría de manera especial la misericordia de Dios. Ahí tenemos nuestros caminos. Caminos de fe y de amor que nos harán sentir también en nuestra vida la presencia de Dios que nos visita con su gracia y con su salvación. Así hemos de abrirnos a Dios, escucharle, decirle sí como María, confiar en su Palabra plantándola en nuestro corazón y en nuestra vida.
Pero hemos de hacer algo más; esos caminos nos hacen ponernos en camino, ponernos en camino con nuestra fe y con nuestro amor. Como María nosotros también hemos de hacer posible esa visita de Dios para nuestro mundo, para aquellos que nos rodean; con nuestra fe y con nuestro amor tenemos que llevar a Dios con su salvación a los demás. María no se cruzó de brazos y se quedó pensando solo en si mismo allá en Nazaret, sino que se fue a la montaña donde sabia que se necesitaba de su servicio y de su amor. Y así llegó la visita de Dios - ¡y de qué manera! - a aquella casa de la montaña.
Que María de la Visitación nos haga gozar de esa visita de Dios a nuestra vida, como ella lo experimentó; que María de la Visitación nos ponga en camino porque nosotros podemos y tenemos que ser camino para esa visita de Dios a nuestro mundo proclamando nuestra fe y manifestando nuestro amor. ¿Podrán apreciar aquellos con los que nos encontramos que con nosotros Dios visita sus vidas, llega con su salvación a sus vidas? Algo que nos tendría que hacer pensar.

viernes, 30 de mayo de 2014

Una alegría que nunca puede perder el cristiano



Una alegría que nunca puede perder el cristiano

Hechos, 18, 9-18; Sal. 46; Jn. 16, 20-23
La alegría es un don que nunca puede perder un cristiano; nada tendría que turbarnos tanto como para que perdiéramos esa alegría del alma por la fe que tenemos Jesús. De todos es conocida aquella anécdota que se cuenta de un santo sacerdote que un día en el patio del colegio se encontró con un jovencito que tenía muy seria y muy adusta y al preguntarle qué le pasaba el muchacho le contestó que estaba así porque quería ser santo; entonces aquel santo sacerdote - se cuenta de san Juan Bosco - le dijo que un santo triste es un triste santo, que si quería ser santo tenía que ser la persona más alegre del mundo porque motivos tenía desde su fe en Jesús; un triste santo es el que no llegará nunca a nada.
Hoy Jesús de nuevo les habla de la alegría a los discípulos que andaban preocupados y tristes por lo que sentían que se avecinaba por todo lo que Jesús les había ido anunciando; y Jesús les dice que ahora están tristes, y en cierto modo da por sentado como normal esa tristeza y preocupación por lo que iba a suceder, pero que llegarían de nuevo los momentos en que su alegría iba a ser total y para siempre. ‘Volveré a veros, les dice, y se alegrará vuestro corazón y nadie os puede quitar esa alegría’.
Nada ni nadie tendría que quitarnos la alegría de nuestra fe y de nuestro tener a Jesús con nosotros.  A raíz de esto he recordado que en una ocasión una buena mujer en una parroquia me preguntaba dónde se ve a Jesús riéndose en el evangelio; que ella había buscado pero que nunca había leído una expresión así. Una buena pregunta la que me hacía aquella mujer y que tendría que llevarnos a ver cómo vemos esa alegría y ese gozo en Jesús a lo largo del evangelio.
Es cierto que contemplamos a Jesús en diversos momentos expresando otros sentimientos como su llanto ante la ciudad de Jerusalén por todo lo que le iba a suceder o ante la tumba de su amigo Lázaro; le contemplaremos con sentimientos de pena y lástima cuando aquel joven no fue capaz de venderlo todo para seguirle, siendo como era una persona muy buena; o le veremos con santa ira expulsando a los vendedores del templo purificando lo que había de ser una casa de oración y no una cueva de ladrones; por supuesto lo contemplamos en el dolor y sufrimiento de todo lo que es su pasión y su crucifixión, pero ¿encontraremos expresiones de gozo y felicidad, de alegría en Jesús en algún momento del evangelio?
Ya estaréis pensando que la alegría no se expresa solo por la mueca o el gesto de la cara, aunque también en nuestro rostro se manifiesta y expresa lo que llevamos dentro. La serenidad del rostro de Cristo que a todos atraía y que hacía que lo buscaran porque con El se sentían a gusto era expresión de la paz que Jesús sentía siempre en lo más hondo de su corazón.
Pero manifestaciones de alegría y de gozo hondo serían muchas las que tendría Jesús, porque así sentiría el gozo de los pecadores arrepentidos y a los que El perdonaba; El hablaba en sus parábolas de la alegría del pastor que encontró a la oveja perdida e invitó a hacer fiesta a sus amigos, como de la mujer que se alegra cuando encuentra la moneda extraviada y hace partícipe a sus amigas y vecinas de su alegría; ¿no era esa la alegría que había en la casa de Zaqueo cuando el banquete pero sobre todo a partir de su conversión? ¿no era esa la fiesta que hizo Mateo porque había sido llamado por el Señor en la que Jesús estaba también participando?; ¿cómo no iba a contagiarse de la alegría de los enfermos que curaba, los leprosos que eran limpios o los ciegos que comenzaban a ver?
Seguramente en aquel episodio de la resurrección de Lázaro las hermanas saltarían de alegría al ver salir a Lázaro vivo del sepulcro y participaría Jesús de la fiesta que con toda seguridad se haría en aquella ocasión en Betania; días más tarde le veremos participando en un banquete que hicieron en su honor precisamente después de la resurrección de Lázaro. Así podríamos recordar muchos momentos más del Evangelio, pero no olvidemos la alegría de los apóstoles cuando Cristo se las manifiesta en el Cenáculo.
Contemplamos la alegría de Jesús, pero escuchamos hoy cómo El nos invita a nosotros también a la alegría, porque siempre estará con nosotros. Cuántos motivos tenemos nosotros también desde nuestra fe en Jesús, y a la manera de los hechos del evangelio que hemos mencionado, para vivir y expresar nuestra alegría. Que no se apague nunca esa alegría de nuestro corazón, que la vivamos pero que contagiemos a los demás de la felicidad que nos da nuestra fe en Jesús. Para eso nos da su Espíritu que es Espíritu de alegría y de paz.

jueves, 29 de mayo de 2014

Hoy es pascua para nosotros porque sentimos el paso salvador del Señor con su gracia en nuestros sufrimientos y debilidades



Hoy es pascua para nosotros porque sentimos el paso salvador del Señor con su gracia en nuestros sufrimientos y debilidades

‘La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (Cf. Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca’.  Dios ha visitado a su pueblo confesaba la gente cuando contemplaba las obras de Jesús sanando a los enfermos, expulsando demonios, resucitando a los muertos.
Esta mañana nosotros hemos de decir lo mismo: ‘Dios ha visitado a su pueblo’, Dios está con nosotros, pasa el Señor por nuestra vida con su Pascua. Estamos aun en el tiempo pascual, aunque quizá tendríamos que decir que para el cristiano siempre es pascua, porque vive  del misterio pascual,  pero también porque cada día con los ojos de la fe bien abiertos ha de contemplar ese paso salvador del Señor por su vida. Pero hoy de manera especial es Pascua entre nosotros. Es lo que hoy también nosotros estamos celebrando; decimos la ‘pascua del enfermo’, y queremos en verdad sentir la presencia salvadora de Jesús en nuestra vida.
No es necesario detenernos a recordar con mucho detalle lo que tantas veces contemplamos en el Evangelio. Jesús que está siempre al lado y de parte de los que sufren. ‘El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades’, como había anunciado el profeta. Se muestra siempre compasivo y misericordioso allí donde hay un hombre que sufre. No pasa nunca de largo; tenderá su mano para levantar al que está tendido ya sea en una camilla o en cualquier otra postración, tocará con su mano el cuerpo enfermo para sanarlo, palpará el cuerpo enfermo o los sentidos atrofiados, se dejará tocar por la gente que se apretuja a su alrededor, siempre tiene una palabra de paz, de aliento, de vida para todos los que están a su lado sufriendo. Con El llega la vida y la salvación, la salud para los cuerpos pero sobre todo la salvación más profunda que nos inunda con su amor y con su paz llenando nuestros corazones de alegría.
Hoy nosotros también nos acercamos a Jesús. El dejó encargado a sus discípulos que habían de hacer lo mismo que El había hecho, por eso cuando los envía a anunciar el Reino de Dios los envía a curar enfermos y resucitar muertos, a llevar la salvación y la vida, la esperanza y la paz a todos los corazones.
Nosotros venimos con nuestros cuerpos enfermos o debilitados por el paso de los años; pero nosotros venimos también con muchas penas en el alma, muchas soledades quizá, muchas cosas que nos pueden amargar el corazón, muchas tristezas y desencantos porque con el paso de los años las cosas quizá no han caminado como nosotros pensábamos que iban a caminar y ahora nos encontramos aquí.
Pero tengamos paz, porque en el Señor la vamos a encontrar; dejemos que brille su luz sobre nuestras vidas. Quizá nuestros cuerpos sigan doloridos o debilitados y probablemente cada día más, pero el Señor viene a llenar de vida nuestros corazones. El con su presencia nos da el consuelo más profundo porque nos está llenando de su amor; un amor del Señor que se hace patente en nuestra vida en el amor y cariño de aquellos que nos atienden; en el amor y cariño de tantas almas generosas que ponen su granito de arena para que sea posible lo que aquí encontramos. Tenemos que darle gracias al Señor por tantas cosas que recibimos.
Vamos a celebrar el sacramento que nos sana y nos llena de vida el alma, y si ponemos toda nuestra confianza en el Señor veremos que también es posible que vivamos nuestros sufrimientos y debilidades de manera distinta y nos podamos sentir curados de esas enfermedades que nos entristecen el alma. El Señor con su pascua viene a nuestra vida y su paso va a ser salvador para nosotros. La fuerza del Espíritu divino va a estar con nosotros y nos sentiremos transformados por dentro lo que ha de manifestarse y expresarse luego en nuestras actitudes, en nuestros comportamientos, en nuestra manera de ser más comprensivos con los demás, en la manera cómo vamos a poner todo nuestro empeño para que cada día haya más paz y armonía en nuestras relaciones y nuestra convivencia va a ser mejor cada día.
Con la fuerza del Espíritu del Señor en nosotros nos daremos cuenta del valor que tiene nuestra vida y también nuestros sufrimientos y dolores, porque podremos unirnos a la pasión del Señor y con esa cruz nuestra de cada día vamos a caminar al lado de la cruz de Jesús sintiendo además que El va a ser nuestro Cireneo que nos ayudará a hacer más liviana nuestra cruz. Tengamos fe y seamos capaces de ponernos al lado de la cruz de Cristo y veremos como nuestra cruz se transforma con el oro del amor.
Ahí está la gracia del Señor que nos acompaña y nos hará vivir de una forma nueva y distinta estos últimos años de nuestra vida. Mirando la cruz de Jesús y sintiéndolo a nuestro lado nos daremos cuenta de la trascendencia que tiene nuestra vida y no nos dará miedo mirar más allá para contemplar la vida eterna y dichosa que nos espera junto a Dios.
En el Bautismo comenzamos a conformarnos con la muerte y la resurrección de Cristo, ahora recibiendo este Sacramento de la Unción, podríamos decir, que estamos llevando a plenitud ese configurarnos más y más con Cristo porque le estaremos dando un sentido y un valor a nuestro sufrimiento y a nuestra debilidad. Nos estamos uniendo a la Pascua salvadora de Cristo con nuestra vida,  con nuestro dolor, con nuestra debilidad, con nuestros muchos años y todo eso se convierte en vida para nosotros y en vida para nuestro mundo.
Nos unimos a Cristo y ya no pensamos solo en nosotros mismos sino que miramos nuestra mundo que todos deseamos que sea mejor y vamos a poner nuestro grano de arena para ello ofreciendo nuestra vida por nuestro mundo, por la salvación de los pecadores, por la santidad de la Iglesia, por todos aquellos que luchan y trabajan por hacer un mundo  mejor para que no les falte nunca la gracia y la fuerza del Señor. Nosotros con la ofrenda de nosotros mismos que hoy hacemos estaremos contribuyendo a ello para que a todos llegue la gracia del Señor. Qué valiosa se vuelve así nuestra vida con la gracia del Señor para bien de nuestro mundo y de nuestra Iglesia.
Vivamos con hondo sentido pascual nuestra celebración. Que podamos decir cuando terminemos nuestra celebración con todo sentido ‘Dios ha visitado a su pueblo’, porque en verdad sintamos muy vivamente su presencia y su gracia.

Aunque muchos sean los agobios y tristezas el Señor siempre nos llevará a una alegría y felicidad en plenitud



Aunque muchos sean los agobios y tristezas el Señor siempre nos llevará a una alegría y felicidad en plenitud

Hechos, 18, 1-8; Sal. 97; Jn. 16, 16-20
El que está con Jesús nunca podrá dejar que la angustia y la tristeza lo encierren en si mismo porque sabrá transformar sus penas y preocupaciones en rayos de luz que le llenen de esperanza porque sabe que tras ese sufrimiento siempre hay un camino de vida que le puede llevar a la plenitud.
El cristiano que verdaderamente vive su fe en Jesús nunca podrá ser una persona angustiada, siempre tendrá motivos de esperanza y sabrá encontrar un sentido también a sus dolores y sufrimientos para darle plenitud y grandeza a su vida. Por eso en el cristiano no puede faltar la alegría y la paz en el corazón, porque sabe que siempre tiene a Cristo consigo. Será difícil en ocasiones, pero siempre es posible esa vida nueva y ese sentido nuevo porque con él estará siempre el Espíritu de Jesús.
Lo que hemos escuchado hoy en el evangelio fue dialogado entre Jesús y los discípulos momentos antes de comenzar su pasión. No les oculta Jesús que van a venir momentos difíciles y también llenos de tristeza. El prendimiento y la pasión de Jesús pusieron a prueba la fe de sus discípulos. Pero ya hemos escuchado que cuando se encontraron con Jesús resucitado que venía a su encuentro en el Cenáculo se llenaron de inmensa alegría, una alegría que enseguida querían compartir con quien no estaba con ellos en ese momento, por eso vemos tan pronto llega el ausente Tomás le están anunciando llenos de gozo que Jesús ha resucitado y se les había aparecido. En este sentido recordemos también a los discípulos de Emaús.
‘Dejaréis de verme… pero pronto me volveréis a ver… lloraréis y gemiréis, mientras el mundo está satisfecho… estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo’. Los prepara Jesús para todo lo que va a suceder, pero han de pasar por la prueba. Después de Cristo resucitado y cuando se cumpla su promesa y reciban el Espíritu Santo sus vidas se transformarán y las puertas del cenáculo se abrirán para siempre para salir valientemente y llenos de alegria a hacer el anuncio.
En muchas ocasiones parece que los cristianos no hemos puesto de verdad toda nuestra fe en Jesús, porque caminamos por la vida como si fuéramos amargados y no se nota mucho  la alegría de la fe. Los problemas y las dificultades nos agobian y pareciera que hayamos perdido la paz de Jesús. No nos dice Jesús que nos quite los problemas de la vida, aunque pareciera que ese milagro es el que quisieramos ver todos los días sobre todo cuando tenemos problemas.
Lo que tenemos que aprender es a sentir la presencia de Jesús que siempre está a nuestro lado y El será nuestra fuerza para enfrentarnos a esos problemas que nos vayamos encontrando y en El, si contemplamos con verdaderos ojos de fe su pasión, vamos a encontrar un sentido y un valor a nuestros sufrimientos. No nos faltará, por supuesto, la fuerza de su gracia, que para eso nos ha prometido la presencia del Espíritu que es nuestra fortaleza. Y es así cómo hemos de saber sentir, experimentar su paz en nuestro corazón. 
Con nuestra perseverancia salvaremos nuestras almas, nos dirá en otro momento del Evangelio; pues bien, es esa perseverancia en la confianza y en la oración la que hemos de mantener, pidiendole al Señor que no nos falta esapaz en nuestro corazón. Miremos a su resurrección que es su victoria sobre la muerte y sobre el mal; miremos a su resurrección para aprender a resucitar con El y la victoria de la fe nos hará ver la vida de una manera distinta; en nuestra vida a pesar de las oscuridades de los problemas y dificultades siempre hemos de tener el optimismo de quien cree y pone su esperanza en el Señor.
No perdamos nunca la paz en el corazón. Mostremos, aun en las dificultades, la alegría de nuestra fe. El Señor siempre nos llevará a una alegría y felicidad en plenitud, porque aunque tengamos que pasar por muchos calvarios en la vida, siempre estará abierta la puerta de la resurrección.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Escuchar la Palabra del Señor invocando al Espíritu que nos conducirá a la Verdad plena

Escuchar la Palabra del Señor invocando al Espíritu que nos conducirá a la Verdad plena


 ‘Muchas cosas me quedan por deciros… cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena…’ Sigue hablándonos Jesús del Espíritu Santo que enviará desde el seno del Padre. Son muchas las cosas que tendrán que recordar de Jesús, ¿podrán recordarlas todas? ‘No podéis cargar con ellas por ahora, les dice, El os guiará hasta la Verdad plena’, os lo recordará todo.
Es el Espíritu de Sabiduría, el Espíritu de Ciencia, el Espíritu del conocimiento de Dios. Es el Espíritu divino que nos hace conocer a Dios, por el que podemos reconocerle como Padre y por el que podemos decir ‘Jesús es el Señor’. Es el Espíritu divino que nos habla allá en lo íntimo de nuestro corazón predisponiéndonos para abrirnos a Dios y a su Palabra, para conducirnos con su gracia hasta todo el misterio de Dios.
Como confesamos en el Credo de nuestra fe, creemos en el Espíritu Santo, ‘Señor y dador de vida… que habló por los profetas’. ¿Qué queremos decir?  Primero que nada nos está hablando de la inspiración del Espíritu en los autores sagrados que nos dejaron los textos de la Biblia. Decimos que la Biblia es Palabra de Dios, porque está inspirada por Dios, para que aquello que allí se nos dice sea la Palabra de Dios para nosotros.
Cuando al confesar nuestra fe en el Espíritu Santo decimos que habló por los profetas no solo se está refiriendo a aquellos hombres de Dios del Antiguo Testamento a los que llamamos profetas y que acompañaron al pueblo de Dios señalándoles los caminos de fidelidad a la Alianza y manteniendo viva la esperanza en el Mesías prometido, sino que en cierto modo se nos está hablando de la inspiración de toda la Sagrada Escritura, no solo ya el Antiguo Testamento sino también el Nuevo Testamento, como Palabra de Dios.
En esa acción del Espíritu Santo que inspira el anuncio de la Palabra de Dios podemos ver también la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia y en todos los que tienen la misión de predicar el Evangelio. Ahí tenemos contenido todo el Magisterio de la Iglesia en la Tradición viva que mantiene la Iglesia de ese mensaje divino a través de la enseñanza del Papa a través de todos los tiempos y de todos los pastores del pueblo de Dios. A través de esa predicación estaremos sintiendo esa presencia del Espíritu Santo que ‘nos guiará hasta la Verdad plena’, como nos dice hoy Jesús en el Evangelio.
Pero a eso se ha de corresponder nuestra actitud, la apertura de nuestro corazón y cómo nosotros hemos de dejarnos guiar por el Espíritu Santo para aceptar y acoger esa Palabra de Dios en nuestra vida. Creo que cuando nos disponemos a escuchar la Palabra de Dios en nuestras celebraciones o cuando hacemos también nuestra lectura individual o personal de la Palabra de Dios, tendríamos que saber, por una parte proclamar nuestra fe en que lo que escuchamos es la Palabra que Dios nos quiere decir y hacer llegar a nuestra vida, y por otra parte invocar al Espíritu Santo para que mueva nuestro interior para su escucha, abra nuestro corazón y nuestra inteligencia para saber escucharla y acogerla en nuestra vida.
Es una lástima las actitudes pasivas y negativas que vemos muchas veces en tantas personas que les da igual llegar tarde cuando ya se está proclamando la Palabra de Dios siendo incluso causa de distracción para los demás, y por otra parte no le prestan atención, se distraen con cualquier cosas o se ponen a hablar o saludar al que está a su lado. ¿Tan poca importancia le damos a Dios y a su Palabra?
Creo que sería algo en lo que tendríamos que pensar mucho, porque si un personaje importante nos está dirigiendo la palabra por respeto o por educación le prestamos atención y lo escuchamos, pero cuando se nos proclama la Palabra del Señor igual nos distraemos haciendo al  mismo tiempo otras cosas o hablando con el que está a nuestro lado. Tendríamos que apuntalar bien la fe que tenemos en la Palabra del Señor, al tiempo que invocamos al Espíritu Santo para que nos ayude a escucharla y acogerla en nuestra vida.

martes, 27 de mayo de 2014

Si me voy os enviaré el Espíritu Santo con el que sentiréis para siempre mi presencia entre nosotros



Si me voy os enviaré el Espíritu Santo con el que sentiréis para siempre mi presencia entre nosotros

Hechos, 16, 22-34; Sal.137; Jn. 16, 5-11
‘Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré’.
En estos días en que la liturgia nos ofrece el sermón de la Cena Pascual de Jesús venimos escuchando repetidamente cómo Jesús nos anuncia que nos enviará el Espíritu Santo, el Paráclito o Defensor, el Espíritu de la verdad. En este tiempo final de la Pascua cuando nos preparamos litúrgicamente para la Ascensión y luego Pentecostés estos textos de la Palabra de Dios nos ayudan mucho para que lleguemos a vivir con toda intensidad esos momentos del tiempo litúrgico y para que ahondemos más y más en todo lo que significa el Espíritu Santo en nuestra vida. Es muy necesario para que vivamos todo lo que significa en nuestra vida y en la vida de la Iglesia.
Jesús nos está diciendo que si El no se va no vendrá a nosotros el Espíritu Santo, que nos enviará desde el Padre. Nos ha hablado de una nueva presencia suya que hemos de vivir en nuestra vida y es por la fuerza del Espíritu cómo podemos vivirla. Algunas veces parece que no somos conscientes totalmente de ello, pero si nos fijamos en la liturgia veremos, por ejemplo, que siempre se invocará el Espíritu Santo en cualquiera de los Sacramentos para poder sentir y vivir esa gracia del Señor y de su gracia.
‘Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor’, decimos en la segunda plegaria eucarística. Si ese pan y ese vino que presentamos al Señor como una ofrenda de nuestra vida, ese pan y ese vino fruto del trabajo de los hombres, serán para nosotros el Cuerpo y la Sangre del Señor será por la acción del Espíritu Santo en el sacramento. Ya no serán para nosotros un simple pan o un poco de vino que pongamos en la copa, pongamos en el cáliz, por la acción del Espíritu Santo será realmente para nosotros sacramento, serán para nosotros el Cuerpo y la Sangre del Señor.
No hay sacramento si no es por la acción y por la fuerza del Espíritu del Señor. Así en la Eucaristía y así en todos los sacramentos. Sería bueno que en la celebración de cada uno de los sacramentos fuéramos de verdad conscientes de ello y ese momento de la invocación del Espíritu Santo no pasara desapercibida para nosotros. El sacerdote con toda la Iglesia está en ese momento invocando la presencia del Espíritu, la efusión del Espíritu Santo; así todos los que estamos en la celebración tendríamos desde nuestro interior estar invocando esa presencia del Espíritu y así sentiremos vivamente la presencia de Jesús que nos llena y nos inunda con su gracia.
Podríamos fijarnos con todo detalle en cada una de las plegarias eucarísticas, como tendríamos que fijamos en cómo se expresa todo eso en cada uno de los sacramentos; ya tendremos ocasión de irlo recordando y meditando. Iremos haciendo un repaso de esos diversos momentos en los que en la liturgia vamos invocando el Espíritu Santo.
Es el Espíritu del Señor que nos congrega en la unidad y nos hace sentir la comunión, no solo con Cristo a quien comulgamos sacramentalmente en su cuerpo y sangre, sino también esa comunión profunda que tendríamos que vivir entre nosotros todos los que creemos en Jesús. Así, por ejemplo, en otro momento de la plegaria eucarística invocamos al Espíritu para que nos congregue en esa comunión y unidad. ‘Te pedimos humildemente, decimos, que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo’. Comemos el Cuerpo del Señor alimentándonos de El que ha querido ser para nosotros pan de vida eterna, pero cuando todos comemos el mismo Pan de Vida, al mismo Cristo, el Espíritu Santo está moviendo nuestros corazones a la unidad y a la comunión.
Es hermoso y tendríamos que ser muy conscientes de ello. Que todo esto que vamos reflexionando estos días a la luz de la Palabra del Señor nos ayude a impregnarnos más y más de la presencia del Espíritu Santo que nos haga caminar siempre por caminos de santidad.

lunes, 26 de mayo de 2014

Os he hablado de esto, para que no se tambalee vuestra fe



Os he hablado de esto, para que no se tambalee vuestra fe

Hechos, 16, 11-15; Sal. 149; Jn. 15, 26-16, 4
‘Os he hablado de esto, para que no se tambalee vuestra fe’, les dice Jesús a sus discípulos con una ternura grande en el corazón. Les hablado de las dificultades con que se van a encontrar, les ha ido anunciando todo lo que va a suceder primero con su pasión, pero más tarde con las persecuciones incluso que van a tener que soportar, pero les anuncia la presencia del Espíritu que dará testimonio de El. ‘Para que no se tambalee nuestra fe’.
Ya hemos venido reflexionando sobre el don de Dios que es nuestra fe para nosotros; hemos pedido con insistencia que el Señor nos conceda ese don; ahora nos promete Jesús el Espíritu Santo que nos ayudará a comprender todo el misterio de Dios que en Jesucristo se manifiesta, pero que será también nuestra fortaleza en ese camino de la fe que hemos de realizar.
Podríamos decir que la vida del hombre en todos los sentidos es un camino de fe. Podemos decirlo desde un aspecto meramente humano, pero sobre todo nos referiremos al ámbito sobrenatural que da trascendencia a nuestra vida, que solo desde la fe podemos descubrir y llegar a vivir.
En el aspecto humano de la vida las relaciones entre unos y otros de alguna manera están fundamentadas en la fe que nos tenemos los unos a los otros; confiamos en la otra persona, lo aceptamos, creemos lo que nos dicen mientras no tengas algo muy firme en contra; unas relaciones de sinceridad de los unos con los otros nos hacen la vida más fácil y armoniosa; si vamos desconfiando de todo el mundo nuestras relaciones se hacen tensas y surgen los recelos y el orgullo nos domina. Unas relaciones verdaderamente humanas tienen que basarse en la confianza mutua, en fin de cuentas en la fe que nos tenemos los unos en los otros.
 Eso sería un gran paso de humanización de nuestra vida, pero también queremos entrar en el ámbito sobrenatural y trascendente de nuestra fe, por la que ponemos toda nuestra confianza en Dios para creer su palabra, para reconocer su amor, para buscar y recibir la salvación que nos ofrece.
Igual que en las relaciones humanas nos puede entrar la duda y la desconfianza, también en este ámbito sobrenatural nos sentimos tentados en nuestra fe. Por  una parte tenemos el peligro de hacernos una imagen de Dios a nuestra manera, no tal como El se nos ha rebelado, pero también surgen los peligros de tentación a la infidelidad desde nuestra inclinación al mal que muchas veces nos hace olvidar los caminos de Dios para nuestra vida. Se nos puede debilitar nuestra fe si no la cuidamos bien y no nos formamos debidamente.
Hemos de tratar de abrir nuestro corazón a Dios y dejarnos guiar por su Espíritu que nos ilumina y nos revela todo el misterio de Dios, que nos fortalece frente a tantas tentaciones que podamos sufrir en un mundo que muchas veces no nos facilita la vivencia de nuestra fe, sino que todo lo contrario se nos puede convertir en una tentación para apartarnos de ese camino de la fe. ‘Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mi; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’.
Está también esa oposición que podamos encontrar en nuestro mundo a esa vivencia, oposición que muchas veces se puede convertir hasta en persecución. Jesús les anuncia que los excomulgarán de las sinagogas - recordemos como expulsaron de la sinagoga al ciego de nacimiento que Jesús había curado en las calles de Jerusalén porque daba testimonio de Jesús - y nos dice aún más, ‘llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte, pensará que da culto a Dios’. Ya hemos hablado y reflexionado de todas las persecuciones que a lo largo de los tiempos los cristianos han padecido de una forma o de otra por el nombre de Jesús.
Pero Jesús quiere que no se tambalee nuestra fe, que nos mantengamos firmes; para eso nos da la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos dar su testimonio. En estas semanas previas a Pentecostés pidamos con toda insistencia al Señor que nos conceda el don del Espíritu Santo.

domingo, 25 de mayo de 2014

Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…


Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…

Hechos, 8, 5-8.14-17; Sal. 65; 1Pd. 3, 15-18; Jn. 14, 15-21
Glorificad en vuestros corazones a Cristo Jesús y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…’ Cantemos la gloria del Señor por siempre; gloria al Señor que surja desde lo más hondo de nuestro corazón y nuestra vida; gloria que le hemos de dar al Señor con nuestra vida, con nuestra fe, con las obras de nuestro amor, manifestando lo que es nuestra esperanza y la razón de nuestro existir.
Manifestarnos como creyentes no es cualquier cosa; la fe que da sentido a nuestra vida y nos llena de esperanza, aun en las adversidades que tengamos que vivir o a las que tengamos que enfrentarnos en nuestra vida, repito, no es cualquier cosa. Decir que tengo fe es mucho más que un recuerdo porque por la fe vivimos una presencia, que es presencia de salvación en nuestra vida.
Algunos pueden reducir lo de ser cristiano, la realidad de la Iglesia o la misma fe simplemente en el pensar en Jesús que fue alguien bueno, que nos ofrecía un hermoso mensaje con el que podríamos hacer que nosotros y hasta nuestro mundo fuera mejor si siguiéramos su pensamiento, pero como si fuera solamente un persona de la historia a quien recordamos por lo que hizo o por lo que enseñó.
Así podemos, decía, recordar a personajes históricos que influyeron mucho en la historia de su tiempo, o podemos recordar a los grandes pensadores o filósofos, ya fueran de la antigüedad como los filósofos de la Grecia antigua, o ya fueran pensadores más modernos o cercanos a nosotros que con su manera de pensar influyen en el sentir de las gentes o en la manera de construir nuestro mundo y nuestra sociedad.
Algunos se quedan en un Jesús así, un Jesús de la historia pero sin otra trascendencia en el orden de la salvación. Pero el cristiano verdadero no se puede quedar ahí. La fe que anima la vida de un cristiano y le da una razón para su existir es mucho más que todo eso. A Jesús no lo podemos mirar de esa manera, no se puede quedar en eso.
Es necesario abrir bien los ojos de la fe, que es algo muy profundo que nos hará descubrir una presencia nueva y distinta de Jesús en medio de nosotros, o allá en lo más hondo de nuestro corazón. Hay una nueva forma de ver y de vivir la presencia de Jesús que solo cuando nos dejamos conducir por la fuerza del Espíritu podremos alcanzar. Es lo que Jesús les anuncia a sus discípulos en la última cena, que es lo que hoy hemos escuchado en el evangelio.
‘No os dejaré desamparados, volveré’, les dice Jesús a los discípulos en la última cena cuando todo sonaba a despedida. ‘Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo’, nos dice. Es lo que decíamos, sólo con los ojos de la fe es cómo podremos ver y sentir esa presencia de Jesús. El mundo que no cree, no podrá ver a Jesús. Es un don y una gracia del Señor por la que hemos de estar eternamente agradecidos. Hemos de dar gracias, sí, por ese don de la fe.
 Cuantos a nuestro alrededor viven su vida como a oscuras, porque les falta esa luz de la fe. No podrán disfrutar como nosotros de esa presencia del Señor en su vida. ‘Vosotros me veréis y viviréis’, nos decía Jesús. Esa visión nueva de Jesús nos llena de vida; no es algo teórico o aprendido de memoria, es algo que podemos vivir allá en lo más hondo de  nosotros mismos, como podemos vivirlo en la comunión con los demás.
Para que eso sea posible Jesús nos promete la presencia de su Espíritu, por el que podemos conocerle y vivirle. ‘Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros’.
Es el Espíritu divino que nos conducirá a la verdad plena, que nos recordará todo cuanto Jesús nos ha dicho, por el que podemos conocer a Dios y llamarle con todo sentido Padre, el que nos hará sentir la presencia de Jesús, reconociéndolo en verdad como nuestro Señor y nuestro Salvador. Porque el Espíritu de Dios está con nosotros podemos llamar a Dios Padre; porque el Espíritu del Señor vive con nosotros podemos confesar con todo sentido que Jesús es el Señor. ‘Vosotros lo conocéis’, nos dice Jesús. Es que sin la fuerza del Espíritu Santo nada tendría sentido de cuanto hacemos.
Entonces ya no es solamente pensar en Jesús como alguien bueno y que nos dejó un buen mensaje para hacer que nosotros y nuestro mundo fuera mejor; no es pensar en Jesús simplemente como un personaje de la historia o como un gran pensador que con su ideología marcara el rumbo de la historia de nuestro mundo.
Nuestra fe en Jesús es mucho más que seguir el pensamiento de un gran pensador, de un hombre sabio. Jesús es mucho más que todo eso porque en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, reconocemos al Hijo de Dios y a nuestro Salvador; nosotros confesamos a Jesús como nuestro Señor que murió y resucitó para dar vida al mundo, para redimirnos de nuestro pecado, arrancarnos de la muerte y darnos la vida eterna.
Esto muchos no lo entienden porque no han dejado iluminar sus vidas por la fe. Ya decíamos antes que si caminamos por la vida sin fe vamos como ciegos y sin el rumbo y el sentido de trascendencia que desde Jesús y con la fuerza de su Espíritu podemos dar a nuestra vida. Si nos falta ese sentido de la fe todo se quedaría de tejas abajo, todo se quedaría en este mundo terreno y perderíamos todo ese sentido sobrenatural de trascendencia que con la fe podemos encontrar. Por eso para muchos la Iglesia se queda en una organización más, lo de la religión y el ser cristiano pierde todo su sentido, y al final terminamos viéndolo todo desde unos intereses terrenos y careciendo de toda espiritualidad.
Tenemos que pedir al Señor que nos dé ese don de la fe para que cada día podamos conocer más hondamente a Jesús; que no se apague nunca en nuestra vida esa luz de la fe, sino que dejándonos iluminar por su Espíritu le demos esa profundidad y esa trascendencia a nuestra vida.
Esa es la razón de nuestra esperanza que tenemos que manifestar al mundo cuando proclamamos nuestra fe. En Cristo ponemos nuestra esperanza porque en Cristo tenemos la salvación y en Cristo podemos alcanzar la vida eterna. Por eso nuestra vida desde esa fe que proclamamos en Cristo como nuestra Salvación se llena de esperanza y adquiere un sentido y valor nuevo.
Por eso nos hablaba san Pedro de mansedumbre, respeto, buena conciencia para expresar y manifestar nuestra fe y nuestra esperanza aun cuando no seamos comprendidos o cuando incluso seamos denigrados o perseguidos. Es que con la fuerza del Espíritu del Señor en nuestro corazón no podrá faltar nunca la paz y con esa paz y mansedumbre nos manifestamos ante los demás queriendo hacer siempre el bien.
Estamos casi llegando ya al final de la Pascua, pues pronto celebraremos la Ascensión y Pentecostés con que se culmina el tiempo pascual. No olvidemos lo que venimos celebrando, a Cristo resucitado, el Señor que murió y resucitó, que vive y que nos llena de vida,  que con la fuerza de su Espíritu se hace presente en nuestra vida llenándonos de su salvación y poniéndonos en camino de vida eterna.