sábado, 15 de marzo de 2014

Somos un pueblo consagrado al Señor cuyo distintivo es el amor incluso a los enemigos



Somos un pueblo consagrado al Señor cuyo distintivo es el amor incluso a los enemigos

Deut. 26, 16-19; Sal. 118; Mt. 5, 43-48
‘Serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios, como te lo tiene prometido’. Así escuchábamos en la lectura del Deuteronomio. Es un recordatorio de la Alianza del Sinaí. Dios se había elegido a aquel pueblo como suyo, pero ellos habían de reconocerle como su único Dios y Señor. ‘Hoy te has comprometido con el Señor a que El sea tu Dios, a ir por sus caminos, a observar sus leyes y preceptos y mandatos, y a escuchar su voz’. Es la Alianza del pueblo con su Dios, de Dios con su pueblo. Serán un pueblo consagrado al Señor.
Fue la Alianza que condujo al pueblo de Israel a través de toda su historia, con momentos de fidelidad y fervor, pero también con muchos momentos de infidelidad, con lo que tenían que irla renovando  continuamente. Fue el anticipo y la preparación para el pueblo de la Nueva Alianza, la que se iba a constituir por la Sangre de Cristo, Sangre de la Nueva y eterna Alianza derramada para el perdón de los pecados. Es lo que nosotros vivimos y lo que nos disponemos a celebrar. Por eso estamos haciendo este camino de preparación y renovación de nuestra vida que es la Cuaresma a partir de la Palabra de Dios que cada día vamos escuchando y plantando en nuestro corazón.
Hoy el evangelio es una continuación del escuchado ayer donde se nos va explicitar aún más como hemos de vivir nuestro amor. Ayer nos hablaba de reconciliación y de cómo vivir en actitud positiva hacia los demás evitando todo lo que fuera negativo o pudiera ofender. Hoy Jesús en esta página nos hace dar un paso más en ese camino de plenitud que el quiere para nosotros. Como nos dirá en el Sermón del Monte, de donde están sacadas estas palabras que hoy hemos escuchado, El no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar plenitud. No ha venido a abolir esa Alianza de la que nos ha hablado la primera lectura, sino a dar una mayor plenitud en la Alianza en su Sangre que en la cruz se va a realizar.
Y para motivarnos más en esa exigencia de nuestro amor nos señalará que hemos de ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Nos pone el listón muy alto, pero es el camino de superación que ha de vivir siempre el cristiano.
Por eso hoy hablará del amor a los enemigos, el amor a aquellos que no nos hayan hecho bien o incluso nos hayan hecho mal. En algo hemos de distinguirnos los cristianos. Ya nos había dicho que si no fuéramos mejores que los escribas y fariseos no entraríamos en el Reino de los cielos. Ahora nos dice que si amamos solo a los que nos aman no nos distinguimos en nada de los demás porque eso lo hace cualquiera, eso lo hacen también los que no creen en Dios, porque saben ser agradecidos con los que les hayan hecho bien.
En nosotros el escalón tiene que estar más alto. Y será entonces el amor a los enemigos o a los que nos hayan hecho mal, o incluso nos hayan perseguido. ‘Habéis oído que se os dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo…’
Hemos de reconocer que no es fácil lo que nos está pidiendo Jesús. Pero ahí está la sublimidad del amor cristiano. La meta de nuestro amor está en Dios; el modelo es Jesús que así nos amó a nosotros cuando no lo merecíamos, porque somos nosotros los pecadores y los que le hemos ofendido y siempre es fiel el Señor en su amor para con nosotros. Jesús no nos está pidiendo nada en lo que El  no haya ido por delante de nosotros haciéndolo también. ¿Qué dijo Jesús en la cruz mientras lo crucificaban? Oraba al Padre por aquellos que le estaban crucificando. Estaba pidiendo perdón para ellos e incluso los disculpaba. Sublime es el amor de Jesús y sublime tiene que ser nuestro amor.
Cuesta rezar por aquel que te haya hecho mal, pero cuando has sido capaz de comenzar a hacerlo podríamos decir que has comenzado a amar a esa persona y también a perdonarla. Os digo más, cuando sentimos resentimiento en nuestro corazón por el daño que nos hayan podido hacer, si somos capaces de orar por esa persona, simplemente para ponerla en las manos de Dios, no tenemos que pedir más, seguro que también comenzaremos nosotros a sentir paz en nuestro corazón.  Esa persona podrá alcanzar la paz como un don de Dios hacia ella, por lo que nosotros hayamos pedido, pero nosotros también comenzaremos a sentir una paz nueva y distinta en nuestro corazón. No olvidemos que somos nosotros también un pueblo consagrado al Señor.

viernes, 14 de marzo de 2014

Vete primero a reconciliarte con tu hermano...



Vete primero a reconciliarte con tu hermano sofocando esas llamaradas de amor propio que puedan surgir dentro de ti

Ez. 18, 21-28; Sal. 129; Mt. 5, 20-26
‘¿Acaso quiero yo la muerte del malvado - oráculo del Señor - y no que se convierta de su camino y viva?... cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida… ciertamente vivirá y no morirá’. Hermoso el mensaje que nos ofrece el profeta de parte del Señor. ‘Oráculo del Señor’, nos dice.
Por eso podíamos rezar en el salmo acogiéndonos a la misericordia del Señor. ‘Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?’ Es cierto que el que se siente abrumado por su pecado, por lo mal que haya hecho y piensa que para él no habrá perdón, es como para volverse loco. Está en nuestro corazón la esperanza del amor de Dios que nos perdona y nos da paz. ‘Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos’. Fijaos qué hermoso, nos habla de ‘la redención copiosa’; no es cualquier medida ni una medida a la que pongamos límites, es copiosa, abundante, generosa, como generoso e infinito es el amor de Dios.
En el evangelio se comienza a hablarnos del amor; serán muchas las ocasiones en que se nos hablará de nuestro amor a los otros, en este camino que vamos haciendo en la cuaresma. Hoy se nos invita a la reconciliación y a vivir con unas actitudes positivas hacia los demás, evitando todo lo que sea negativo en nuestras palabras, en nuestras actitudes o en nuestras acciones. Y se nos está señalando cómo hemos de comenzar a expresar ese amor y esos deseos de reconciliación sin esperar que sea el otro el que comience.
Primero nos dice que hemos de evitar todas las palabras que puedan ser ofensivas a los demás. Nunca una palabra fuerte, salida de tono, hiriente o despreciativa hacia los otros. Parecen cosas muy elementales que hasta podríamos pensar por educación para una digna relación humana entre unos y otros.
Pero quienes hemos hecho opción por el amor de manera que es nuestro distintivo no se puede permitir de ninguna manera una  palabra que pueda herir al otro, porque estoy hiriendo a un hermano. Y esta es una tentación fácil en la que podemos caer casi sin darnos cuenta, por ese lenguaje tan burdo que hoy utilizamos y en el fácilmente salen esas palabras o esas actitudes descalificativas hacia los demás. Seamos sinceros y analicemos bien las palabras que usamos en nuestras conversaciones y sobre todo cuando nos parece estar dolido por algo contra alguien, démonos cuenta de las palabras que empleamos y las descalificaciones.
Pero nos pide algo más Jesús. ¿Cómo nos podemos atrever a presentarnos delante del Señor queriendo decir que le amamos y que le ofrecemos no sé cuantas cosas cuando tenemos cosas pendientes con los hermanos que nos rodean? ‘Vete primero a reconciliarte con tu hermano’, nos dice Jesús. No puedo estar esperando a que el otro venga. Eso es lo que yo quisiera para subirme en el pedestal de los que somos buenos y perfectos y por compasión ahora perdonamos a ese pobre que no le queda mas remedio que reconocer su fallo. Una postura así dista mucho de ser una postura cristiana. Lo que nosotros tenemos que hacer es ir a buscar a ese hermano para reconciliarme con él, aunque cueste y tenga que sofocar las llamas de amor propio que puedan surgir dentro de nosotros, para poder presentarme con un corazón más puro y limpio y más lleno de amor ante el Señor. Nos lo dice claramente hoy Jesús en el evangelio.
Es que el amor siempre se adelanta, por eso mismo que es amor. El amor es generoso y siempre estará buscando la paz y la felicidad del otro. El amor verdadero no me permite quedarme pasivamente esperando a ver qué es lo que el otro hace, sino que el verdadero amor toma siempre la iniciativa, inicia el camino, va al encuentro del otro, nos ayuda a encontrar la paz verdadera en el corazón. Y no hay paz más hermosa que la que sentimos después de dar los pasos que nos han llevado a la reconciliación. Mucho tendríamos que reflexionar sobre todo esto y muchas posturas nuevas y valientes habremos de tomar desde lo más hondo de nuestro corazón.

jueves, 13 de marzo de 2014

Que el Espíritu divino nos de sabiduría para que sepamos hacer la más humilde, confiada y amorosa oración



Que el Espíritu divino nos de sabiduría para que sepamos hacer la más humilde, confiada y amorosa oración

Esther, 14, 1.3-5.12-14; Sal. 137; Mt. 7,7-12
‘Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor…’ repetimos en forma responsorial en el salmo. ¿Hemos saboreado estas palabras? Encierran en sí mismas un deje de gratitud al Señor. Es como recordar que habíamos vivido momentos de aflicción, de pena, de dolor y habíamos acudido al Señor y el Señor nos había escuchado. Es como un gozo que sentimos en el alma, un gozo agradecido. Por eso el salmista iba diciendo ‘te doy gracias, Señor, de todo corazón… daré gracias a tu nombre, por  tu misericordia y tu lealtad… cuando te invoqué me escuchaste y acreciste - hiciste grande, me sentí de nuevo fuerte - el valor en mi alma’.
Es la oración del salmista del Antiguo Testamento que nos puede recordar la oración de la Reina Esther, que hemos escuchado en la primera lectura; pero es lo que nos enseña Jesús sobre la oración. Una vez más nos habla de la oración; ahora nos enseña lo constantes que hemos de ser en nuestra oración y la seguridad que podemos tener en que siempre el Señor nos escucha.
‘Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’. Qué confianza y seguridad nos da el Señor. No nos dice pedid y vamos a ver si recibís algo, llamad a ver si os abren, busquen a ver si encuentran algo. No hay nada de condicional; es una afirmación. Y ¿por qué esa seguridad y confianza? ¿por qué esa afirmación tan rotunda? ‘Si vosotros que sois malos,  sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?’
Así tenemos que acudir al Señor desde nuestras angustias y tribulaciones, desde nuestros sufrimientos o nuestras necesidades, o simplemente desde sentirnos en esa condición de hijos amados de Dios, y ¿a quien vamos a acudir sino a quien sabemos que es nuestro Padre bueno que nos ama y nunca nos deja desamparados? Nuestro Padre del cielo siempre nos dará cosas buenas; nuestro Padre del cielo siempre está junto a nosotros con su gracia para hacernos fuertes en los momentos malos o de tentación por los que estemos pasando, para ser nuestra luz en los momentos oscuros de la duda o de los temores.
Pero como decíamos ahí tenemos una hermosa oración en lo que se nos ofrece en la primera lectura. La reina Esther estaba en medio de una gran tribulación porque su pueblo, el pueblo de Israel al que ella pertenecía estaba condenado a desaparecer.  Ella por su cercanía del rey puede ser intercesora a favor de su pueblo, pero es difícil y peligroso que se pueda acercar al rey sin ser llamada. Pero ella pone toda su confianza en el Señor. Y además de hacer que todo el pueblo haga ayuno y oraciones a Dios, ella misma se prepara con su oración al Señor poniéndose  en sus manos. Es la oración que nos ofrece la primera lectura.
Modelo de oración llena de humildad, pero al mismo tiempo de una alabanza y pura acción de gracias hacia Dios con la mejor de sus oraciones. No va a exigir, humildemente se va a poner ante el Señor para que le inspire palabras y le dé fortaleza en el momento de presentarse ante el rey. Comienza su oración reconociendo que su único rey es el Señor. Hermosa confesión de fe para comenzar su oración, como tantas veces hemos dicho que no tengamos prisa por comenzar a hacerle el listado de nuestras peticiones al Señor. Centrémonos en el Señor, confesemos nuestra fe y nuestro amor, manifestemos cómo hemos puesto en el Señor toda nuestra confianza y nuestra esperanza.
Hay algo más en esta humilde y grandiosa oración. Sabe que no es digna de estar delante del Señor, siente que ella y su pueblo han pecado, pero se acogen a la bondad y a la misericordia del Señor, recordando las maravillas que el Señor ha obrado a través de los tiempos con su pueblo. Por eso sigue confiando en la protección y en la ayuda del Señor. Siente sobre ella y sobre su pueblo el amor de Dios que nunca le faltará.
Muchas más cosas podríamos subrayar. Pero preguntémonos, ¿es así nuestra oración? ¿Acudimos a Dios con esa confianza pero también con esa humildad? Que el Espíritu divino inunde de su sabiduría nuestro corazón para que sepamos hacer la más humilde, confiada y amorosa oración.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Dios va dejando muchas señales de su llamada a la conversión en las mismas cosas que nos suceden



Dios va dejando muchas señales de su llamada a la conversión en las mismas cosas que  nos suceden

Jonás, 3, 1-10; Sal. 50; Lc. 11, 29-32
‘Los hombres de Nínive se alzarán contra esta generación… porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás’, les dice Jesús a los  judíos de su tiempo, a quienes estaba dirigida esta predicación. Pero de entrada me pregunto si también nos lo está diciendo a nosotros - es Palabra que Dios nos dirige hoy a nosotros es la seguridad y la certeza que hemos de tener cuando escuchamos su Palabra - porque también tenemos a alguien mayor que Jonás y no terminamos de dar la respuesta de conversión que nos pide el Señor.
Hemos escuchado en la primera lectura unos versículos que nos vienen a resumir muy bien lo que fue la predicación de Jonás en Nínive y la respuesta de los ninivitas. Previamente todos conocemos algo de la historia de Jonás. El Señor lo había llamado con la misión de ir a Nínive, pero se embarcó en dirección opuesta. Tuvo miedo, se sintió sin fuerzas para cumplir la misión que Dios le encomendaba y huyó.
En el relato completo de la profecía de Jonás se nos narra todos los hechos extraordinarios que se fueron sucediendo, la tempestad en el mar, el ser arrojado por la borda del barco, el cetáceo que se lo traga y a los tres días lo devuelve vivo y sano a tierra, y la reflexión que se hace Jonás para comprender que no puede abandonar la misión que Dios le ha confiado.
Todo eso que le sucedió a Jonás Jesús lo muestra como un signo para el pueblo que le escucha y también se sientan movidos a la conversión. Cuando contemplamos las maravillas que realiza el Señor tendríamos que ver en ellas esos signos y señales que el Señor está poniendo a nuestro para así sentir esa llamada que sigue haciéndonos para que nos convirtamos a El.
Dios sigue llamándonos en el hoy de nuestra vida; también va dejando muchas señales de su presencia y de su llamada a la conversión en aquellas mismas cosas que nos suceden y que tenemos que saber distinguir muy bien. Se ha de despertar en nosotros la fidelidad para seguir los caminos del Señor, pero también la apertura de nuestro corazón, de nuestra vida para aceptar y escuchar a Dios en nuestra vida. Se ha de despertar, sí, nuestra fe para descubrir esas señales de Dios y cuánto Dios hace continuamente por nosotros. Somos muy fáciles para pedirle milagros al Señor, pero luego no sabemos sentir ese milagro de la gracia divina que nos llama, que nos fortalece, que nos renueva, que nos guía, que va moviendo nuestro corazón.
En lo que le sucedió a Jonás y en lo que al final supo él descubrir esas señales de llamada de Dios a la que había de responder con fidelidad, fueron hechos y acontecimientos duros y dolorosos, como ya hemos hecho mención más arriba. Muchas veces nosotros nos vemos envueltos en la vida por hechos o acontecimientos que quizá nos hacen sufrir, que nos producen un malestar o una inquietud en nuestro corazón, pueden aparecer en nuestra vida cosas dolorosas no tanto en lo físico como puedan ser todas nuestras limitaciones y enfermedades, sino también espiritualmente.
Tratemos de sacar la lección, descubrir la llamada del Señor a través de esos hechos y que de ahí poniendo a tope nuestra fe salgamos en verdad fortalecidos y renovados totalmente en nuestra vida. Muchas de esas cosas que nos suceden, como decíamos incluso desagrables y dolorosas, pueden ser avisos y llamadas del Señor a las que tenemos que responder. Seguro que si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor saldremos bien renovados en nuestra vida y con unos deseos cada vez más grandes de santidad.
Ahí está la gracia del Señor que nos llama y mueve nuestro corazón. Dejémonos conducir para que lleguemos a vivir en verdad la pascua del Señor y nos llenemos de nueva vida, vida de gracia y de santidad. Es la tarea que en este camino de Cuaresma hemos de ir realizando. Abramos los ojos de la fe; abramos nuestro corazón al amor del Señor.

martes, 11 de marzo de 2014

Rezar la oración que Jesús nos enseña puede resultar muy comprometedor



Rezar la oración que Jesús nos enseña puede resultar muy comprometedor

Is. 55, 10-11; Sal. 33; Mt. 6, 7-15
‘Cuando recéis no uséis muchas palabras como los gentiles que se imaginan que por hablar mucho les harán caso…’ Por segunda vez en este camino de la Cuaresma Jesús nos instruye sobre cómo hemos de orar, poniéndonos ya en este caso un modelo de lo que ha de ser nuestra oración.
El miércoles de ceniza ya nos decía que hemos de dejar a un lado las apariencias. No podemos rezar para que nos vean y luego nos digan lo buenos que somos porque rezamos mucho. Más aún entonces nos pedía Jesús que supiéramos hacer una oración interior, desde lo más hondo de nuestro corazón para sentir mejor y experimentar la presencia de Dios en nuestra vida.
‘No seáis como los hipócritas, nos decía, que les gusta rezar de pie delante de todos en las sinagogas, o en las esquinas de la plaza para que los vea la gente’. Y nos pedía que fuéramos capaces de recogernos allá en lo más interior de nuestro corazón. ‘Entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en lo escondido y tu Padre que ve en lo escondido, te lo pagará’. Es esa oración interior, en el silencio de nuestro corazón, alejándonos de todo ruido externo que nos pudiera distraer para centrar de verdad nuestra vida en Dios, en su presencia.
No quiere decir esto que no oremos con los demás, ni mucho menos. Hoy cuando nos enseñe a orar nos dirá que llamemos a Dios ‘Padre nuestro’, es señal de que no estamos solos orando, sino en comunión con los demás. Es importante la oración comunitaria y es la que intentamos vivir con toda intensidad en la Iglesia en todas las celebraciones de los sacramentos. No puede ser nunca una oración que se haga individualista. Pero sí no está pidiendo que personalmente, aunque estemos unidos y en comunión con los demás hermanos que también están orando, seamos capaces de tener ese encuentro vivo con Dios en nuestra oración. Ya lo hemos comentado en alguna ocasión.
Si el otro día nos decía que no hiciéramos una oración de apariencias, por aparentar, hoy nos dice que no son las muchas palabras las que van a hacer que nuestra oración sea mejor. Va a ser una oración en la que de verdad nos sintamos hijos, hijos amados de Dios. Por eso, ya de entrada nos dirá Jesús que ‘vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis’.
Es la oración de los hijos, de los hijos que se sienten amados y de los hijos que quieren manifestar de la mejor forma su amor. Si cada vez que comenzamos a rezar el Padrenuestro fuéramos un poquito concientes de este sentimiento, seguro que oraríamos de otra manera y de otra intensidad.  Reconocemos el amor que  Dios nos tiene y por eso lo llamamos Padre; queremos corresponder a su amor y lo que queremos siempre es su gloria.
Es lo que queremos expresar cuando decimos que sea santificado el nombre del Señor. El nombre del Señor ya es santo en sí mismo y con qué respeto lo trataban los judíos que ni siquiera mencionaban por respeto el  nombre de Dios. Nosotros queremos su gloria y su gloria esta en que todos lo reconozcamos como nuestro Padre y como nuestro Señor; por eso queremos que se realice su Reino, que se haga su voluntad, que todos reconozcamos a Dios, pero siempre busquemos su voluntad y nos apartemos de todo mal, que mancharía esa gloria del Señor.
Luego todo lo que sigue será como una consecuencia de sentirnos hijos y de querer vivir para siempre en su Reino. No nos sentimos abandonados de Dios que es nuestro Padre y podremos contar con el pan de cada día; pero porque nos sentimos amados de Dios que es nuestro Padre, al mismo tiempo nos sentiremos comprometidos a buscar ese pan de cada día para todo hermano, para todos los hermanos. Nuestra oración no puede ser nunca egoísta; nuestra oración siempre tendrá que abrirnos a los demás con quienes queremos vivir siempre como hermanos; y si le pedimos a Dios que nos perdona porque en ocasiones hacemos lo malo, al mismo tiempo estamos diciendo queremos vivir como hermanos con todos y para todos buscamos siempre la reconciliación y el perdón y estaremos dispuestos nosotros también a otorgarlo.
Como estamos viendo, rezar la oración que Jesús nos enseña es muy comprometedor, no la podemos rezar de cualquiera manera. Como tantas veces decimos tenemos que aprender a rezar el Padrenuestro, aprender a hacer una verdadera oración. Que el Espíritu del Señor nos ilumine y nos enseñe a hacer la mejor oración. Son las cosas que nos vamos proponiendo en este camino de renovación que tiene que ser la cuaresma para nosotros.

lunes, 10 de marzo de 2014

Abramos los ojos de la fe y llenemos nuestro corazón de amor para ver a Dios y heredar su Reino



Abramos los ojos de la fe y llenemos nuestro corazón de amor para ver a Dios y heredar su Reino

Lev. 19, 1-2.11-18; Sal. 18; Mt. 25, 31-46
Una forma de manifestar nuestra condición de creyente es el deseo de unirnos a Dios para, viviendo su misma vida, hacernos una cosa con El. Creer en Dios no es meramente aceptar su existencia, sino que creyendo en El sentimos esos deseos de unirnos a El. Es la profundidad a la que llegan los místicos en su unión con Dios, en las que Dios mismo, una vez purificados, se les manifiesta de manera especial para hacerles sentir y disfrutar de su presencia.
Queremos ver a Dios; es un deseo que todos llevamos dentro desde nuestra fe en El. Queremos ver a Dios y sentir su presencia junto a nosotros para disfrutar también de su gracia y de su amor.  Es el deseo que sentimos en ocasiones cuando leemos el evangelio de haber podido estar allí donde acaecían aquellas cosas que nos cuenta el evangelio.  Algunas veces soñamos cómo podríamos alcanzar esa visión de Dios, pero hay algo maravilloso en nuestra fe cristiana y es que sí podemos ver y sentir su presencia, porque El de muchas maneras nos la hace sentir. Es la presencia de Dios que podemos sentir y vivir en la celebración de los sacramentos, porque sabemos bien que ahí está Dios, ahí se nos manifiesta y ahí podemos descubrirle y vivirle cuando de su gracia llenamos nuestra vida con los sacramentos. 
Pero Jesús ha querido hacerse presente para nosotros no solo en los que llamamos los siete sacramentos,  sino que hay otra presencia en cierto modo también sacramental que es la presencia de Cristo, la presencia de Dios que podemos ver y experimentar también en los hermanos. Es de lo que nos habla hoy en el Evangelio. ‘Os aseguro,  nos dice, que cuanto hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’. Luego ahí, en el  hermano, en el pobre, en el hambriento o en el sediento, en el que está enfermo o abandonado, en el que está en la cárcel o en el que aparece junto a nosotros, venga de donde venga, ahí tenemos que estar viendo a Cristo.
Queremos ver a Dios, decíamos, gozar de su presencia; pues tendríamos que decir que lo tenemos fácil, porque en el hermano hemos de saber descubrir a Cristo por la fe. Lo tenemos fácil, pero bien sabemos que se nos hace difícil; tenemos que abrir los ojos de la fe y haber llenado el alma de verdad del amor de Cristo y eso no siempre lo conseguimos.
En este camino cuaresmal que estamos haciendo éste quizá tendría que ser una de las cosas que nos propongamos; a eso nos está invitando la Palabra de Dios que se nos proclama, este evangelio que hoy hemos escuchado. ¿No nos gustaría cuando llegue ese momento final de la historia que Cristo nos dijera a nosotros también lo que hoy hemos escuchado en el evangelio? ‘Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’.
Ya sabemos lo que tenemos que hacer. Jesús nos lo dice claramente. ‘Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y fuisteis ya verme’. Ahí tenemos el programa. Ahí tenemos el medio de encontrarnos con el Señor y poder vivir y disfrutar de su presencia.
Eso tenemos que aprender a traducirlo a hechos muy concretos de nuestra vida. No será necesario hacer grandes cosas, sino en esos pequeños detalles que podemos tener cada día con los que están a nuestro lado estaríamos cumpliendo esta bienaventuranza de Jesús. Podemos partir el pan para dar de comer  al hambriento, pero son muchas las cosas que podemos compartir en cada momento con el que está a nuestro lado. Esos detalles de comprensión, de respeto, de valoración de toda persona; esos detalles en los que nos manifestamos con total sinceridad alejando de nosotros toda falsedad e hipocresía; esa palabra de ánimo y de consuelo, esa sonrisa que podemos provocar en el alma del que tiene el corazón amargado o atormentado por muchas cosas.
Muchas oportunidades tenemos de realizar lo que Jesús nos está pidiendo  hoy en el evangelio y de tener el gozo en el alma de, a través de ese amor con que nos relacionamos con los que están a nuestro lado, sentir y vivir la presencia del Señor. Podemos ver a Dios, podemos sentir la presencia de Cristo a nuestro lado. Abramos los ojos de la fe y llenemos nuestro corazón del amor de Dios.

domingo, 9 de marzo de 2014

Jesús en el desierto al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado



Jesús en  el desierto al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado

Gen. 2, 7-9; 3, 1-7; Sal. 50; Rom. 5, 12-19; Mt. 4, 1-11
Hemos comenzado el camino hacia la Pascua cuando iniciamos el pasado miércoles de ceniza la Cuaresma. Sentíamos la invitación a mirar hacia lo alto porque ya desde un primer momento se nos invitaba a mirar a Cristo y a Cristo crucificado, pero siempre con la certeza de la resurrección. Es el camino que queremos hacer para que en verdad haya pascua en nosotros, para que cuando lleguemos a celebrar la resurrección de Jesús nos sintamos en verdad renacidos, hombre nuevos, hombres pascuales, porque hemos vivido desde lo más profundo el paso salvador de Dios por nuestra vida.
Como diremos hoy en el prefacio de este primer domingo de Cuaresma ‘celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba’. Por eso miramos a Cristo, escucharemos su Palabra de vida que nos va renovando día a día y nos irá transformando si nos dejamos conducir por la gracia del Señor, ‘para avanzar en el misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud’. Así pedíamos en la primera oración.
Como  nos decía san Pablo hoy ‘por un  hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron’, haciendo referencia a lo que hemos escuchado en la primera lectura del Génesis que nos hablaba de la creación del hombre, pero también de su pecado. Pero san Pablo continuaba diciéndonos ‘por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte… por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación… la justicia de uno traerá la justificación y la vida’. Clara referencia al Misterio Pascual que nos disponemos a celebrar.
Es tradicional en la liturgia de la Iglesia, y lo contemplamos en los tres ciclos litúrgicos, que en este primer  domingo de Cuaresma siempre escuchemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, según los tres evangelistas sinópticos, uno en cada ciclo. Después del Bautismo de Jesús en el Jordán ‘fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo’, nos dice el evangelista. Allí ayunó cuarenta días y cuarenta noches con lo que ‘al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado’, como decimos también en el prefacio.
En el bautismo en el Jordán se había escuchado la voz del cielo señalando a Jesús: ‘Este es mi Hijo, el amado, el predilecto’. Ahora la tentación viene en el mismo tono, en la misma sintonía. ‘Si eres el Hijo de Dios…’ comienza siempre diciéndole el tentador. Eres el Hijo de Dios y tienes todo el poder de Dios, ¿por qué pasar hambre aquí en el desierto? ‘di que estas piedras se conviertan en panes’.
Eres el Hijo de Dios y así has de manifestarte ante los hombres, porque para eso has venido, podría estarle diciendo el tentador, pues manifiéstate haciendo cosas prodigiosas; ‘le llevó al alero del templo y le dice… tírate abajo, porque está escrito: encargará a sus Ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras’.
Eres el Hijo de Dios que vienes a instaurar el nuevo Reino. ‘Lo llevó a una montaña altísima y mostrándole los reinos del mundo y su gloria’, en poder del maligno por el reino del pecado y de la muerte, ‘y le dijo: todo esto te daré, si te postras y me adoras’.
Ya conocemos las respuestas de Jesús que, por supuesto, tendríamos que escuchar y aprender muy bien porque esas tentaciones reflejan también cuales son nuestras tentaciones. ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios… no tentarás al Señor, tu Dios… al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto’.
Las  respuestas de Jesús en estos momentos son lo que luego a lo largo del evangelio vamos a ir viendo reflejados en toda su enseñanza. Por eso, es ahí, a la Palabra del Señor,  a su evangelio al que tenemos que saber acudir para encontrar esa luz que nos ilumine para saber bien la respuesta que tenemos que dar a lo que nos pide el Señor y la forma cómo nosotros hemos de vencer también la tentación con la que nos acosa continuamente al maligno.
¿No pedimos nosotros muchas veces en nuestra oración el milagro fácil de Dios que nos resuelva todos los problemas sin poner ningún esfuerzo por nuestra parte? Tendríamos que dejarnos conducir más en la vida por la Palabra del Señor que sea en verdad el alimento de nuestra vida de cada día, pero no haciéndole decir a la Palabra de Dios lo que a nosotros nos guste, sino dejándonos interpelar y conducir con toda sinceridad por lo que el Señor nos manifiesta.
No busca tampoco Jesús el éxito fácil a la Buena Nueva de salvación que nos va anunciando, porque ya, por ejemplo, le vemos habitualmente cuando realiza un milagro de alguna curación que les dice que no lo digan a nadie. No es Jesús el curandero taumatúrgico que se aprovecha de sus poderes para obtener fama y por así decirlo beneficios, sino que sus milagros serán siempre por una parte signo de su amor y de su compasión misericordiosa, pero al mismo tiempo signo de la transformación que Jesús quiere ir realizando en el corazón del hombre y de nuestro mundo.
En las reflexiones que nos hemos venido haciendo desde los primeros días de la Cuaresma cuando hablamos de conversión decíamos cómo hemos darle en verdad la vuelta a nuestra vida para que esté orientada siempre hacia Dios, para que Dios sea siempre el centro de nuestra vida. Hoy al rechazar Jesús al maligno que le tentaba le dice que ‘al Señor, tu Dios, adorarás y a El solo darás culto’. Que el Señor sea nuestro único Dios, el único Señor de nuestra vida. Que la gracia del Señor nos ayude a ir arrancando de nuestro corazón esos ídolos,  esos falsos dioses que nos creamos, cuando apegamos nuestro corazón a tantas cosas que consideramos tan importantes en nuestra vida, como si no pudiéramos vivir sin ellas.
Tenemos que comenzar por transformar nuestro corazón, muchas veces endurecido como una piedra. Como anunciaban los profetas que se transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Aquí sí que tenemos que pedirle al Señor que transforme esas piedras de nuestro corazón en panes, y no lo hacemos por tentación, sino para vencer nuestras tentaciones.
Que se transforme esa piedra fría de mi indiferencia,  esa piedra dura de mis violencias, esa piedra solitaria de mi individualismo, esa piedra grande de mi orgullo, esa piedra gorda de mi codicia, en panes de ternura y amistad, de ofrenda y de generosidad, de pureza y de bondad. Que frente a esas tentaciones que nos endurecen por dentro tantas veces con nuestras pasiones desordenadas seamos capaces de poner el espíritu de servicio, el dinamismo de la caridad, la fe confiada. Que en nuestras luchas y sufrimientos seamos capaces de ver siempre la presencia del Señor y sean algo así como sacramentos de Dios para nuestra vida, y sean en verdad una oportunidad para un mayor crecimiento humano y espiritual.
El Señor nos enseñó a pedir en el Padrenuestro ‘no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal’; y a Pedro y los apóstoles les decía en Getsemaní: ‘vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil’. Que esa sea nuestra oración de verdad para que con la gracia del Señor podamos hacer este camino que estamos iniciando y nos conduzca a la Pascua y al final podamos ser esos hombres nuevos de la Pascua, como decíamos al principio.
Que alimentados del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ‘pan del cielo que alimenta nuestra fe, consolida la esperanza y fortalece el amor… tengamos hambre de Cristo, pan vivo y verdadero… y aprendamos a vivir de toda Palabra que sale de la boca del Señor’.