sábado, 15 de febrero de 2014

Tenemos que aprender a entrar en la sintonia del amor



Tenemos que aprender a entrar en la sintonía del amor.

1Reyes, 12, 26-32; 13, 33-34; Sal. 105; Mc. 8, 1-10
Ante este texto del evangelio que hemos escuchado tendríamos que comenzar por preguntarnos si hay amor de verdad en nuestro corazón. Quien ama no es insensible y tantas veces vamos por la vida vemos pasar tantos sufrimientos a nuestro lado que pareciera que tenemos cauterizado el corazón para que no saliera a flote la sensibilidad de nuestro corazón.
Algunas veces nos hemos endurecido tanto que ya ni nos preguntamos ni analizamos nuestra vida para ver realmente cuales son nuestras reacciones y cuáles son nuestros sentimientos. Miramos con mucha facilidad para otro lado para no ver aquello que no queremos ver.  Creo que tenemos que ser muy críticos con nosotros mismos y examinarnos bien pero ver cuál es nuestra cruda realidad de esa insensibilidad que se nos haya podido meter de rondón en nuestro corazón.
Cuando hay amor en el corazón no podemos soportar el sufrimiento de los demás y no nos podemos quedar quietos. Un cristiano verdadero que se ha impregnado del amor de Cristo no será alguien que veamos con los brazos cruzados. Ya sabemos que esa expresión de los brazos cruzados es la de aquel que nada tiene que hacer o nada quiere hacer. Por eso nunca tendría que ser la postura de un cristiano verdadero. El cristiano tiene que vivir en otra sintonía.
Una multitud grande de gente se ha reunido en torno a Jesús y no tienen nada que comer; están lejos de donde puedan encontrar algo que satisfaga sus necesidades; en su entusiasmo por escuchar a Jesús han venido de muchas partes y le han seguido días y días allá por donde vaya Jesús. Y aparece toda la hondura del amor que hay en el corazón de Cristo. ‘Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen que comer, y si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino’. Y por allá andan los discípulos más cercanos a Jesús preguntándose. ‘¿Y de donde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para  que se queden satisfechos?’
Parece imposible encontrar la solución. A la pregunta de Jesús le dicen que solo hay siete panes. ¿Será eso suficiente para tantos? Sin embargo los manda sentarse en el suelo. ‘Y tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias - como cuando cada día se sentaban a la mesa para comer que se bendecía y se daba gracias a Dios -, los partió - como hace el padre o la madre cuando parte el pan para repartirlo con los hijos -, y los fue dando a los discípulos para que los sirvieran -  como unos hermanos le pasan el pan al hermano que está al lado en ese espíritu de servicio que reina en la familia donde todos son uno y parten y comparten - y ellos se los sirvieron a la gente’.
El milagro del amor se obró y tomos comieron hasta saciarse y hasta sobraron siete canastas. Es la multiplicación del amor. Es el amor que no sabe estarse quieto. Es el amor que se crece cuando se da y no se reserva solo para uno. Es el estilo nuevo que tendrán que tener sus discípulos. Es el partir y repartir; es el repartir y el compartir; es el amar y el dejarse conducir por las invectivas y las iniciativas del amor.
Cuánto podríamos hacer con la pobreza de nuestros pequeños siete panes si fuéramos en verdad poniendo amor en nuestra vida. Porque no nos quedaríamos quietos, porque buscaríamos la forma de hacer la vida mejor para los que están a nuestro lado. En los tiempos de crisis y de dificultades, de carencias y de pobrezas podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos y solo ver nuestra pobreza o nuestra necesidad y solo preocuparme de mi mismos, o puedo abrir los ojos con una mirada nueva para ver lo que hay a mi alrededor y entonces despertar la sensibilidad de mi corazón si está lleno de amor y ponerme a buscar soluciones para los otros, y nuestra solidaridad si es verdadera despertaría más solidaridad en los que están a mi lado y se crearía una hermoso espiral del amor que iría creciendo y creciendo para lograr ese mundo nuevo y mejor.
Tenemos que aprender a entrar en esa sintonía del amor.

viernes, 14 de febrero de 2014

PEQUEÑOS Y POBRES EN NUESTROS MEDIOS Y CAPACIDADES, EN POBREZA Y AUSTERIDAD SOMOS LOS ENVIADOS DEL SEÑOR



Pequeños y pobres en nuestros medios y capacidades, en pobreza y austeridad somos los enviados del Señor

Hechos, 13, 46-49; Sal. 116; Lc. 10, 1-9
Celebramos hoy la fiesta de dos grandes misioneros de la Europa más oriental, los pueblos eslavos, y que han sido constituidos como patronos de Europa, san Cirilo y San Metodio. Su origen estaba en la Iglesia Oriental, puesto que en Constantinopla se habían formado y enviados por el patriarca de la Iglesia Oriental - aun no se había producido la ruptura de la Iglesia - fueron evangelizando grandes extensiones de la Europa Oriental.
Aunque Cirilo muere pronto en Roma, Metodio seria luego enviado como Obispo y legado papal a aquellas Iglesias que allí se iban constituyendo. Es importante la labor que realizaron de inculturización del Evangelio en aquellos pueblos  pues a ellos se debe el traducir el evangelio al lenguaje de aquellos pueblos eslavos, incluso inventando una nueva forma de escribir - caracteres cirílicos se les llama - para su mejor entendimiento.
Es por lo que el Papa los constituyó en Patronos de Europa junto con san Benito que hasta entonces era considerado el único Patrono de Europa y luego otras santas proclamadas en el mismo sentido por el Papa Juan Pablo II. No es momento ahora de extendernos mucho más en estos aspectos y patronazgos.
De ellos destacamos su tarea evangelizadora y que es por donde ha de ir el mensaje que nosotros recibamos en esta fiesta. Por una parte la lectura de los Hechos de los Apóstoles nos manifiesta la apertura del anuncio del evangelio a los gentiles, tarea a la que se dedicó de manera especial Pablo y en el evangelio hemos escuchado el envío que hace Jesús de sus discípulos de dos en dos para que anuncien a todos el Reino de Dios.
‘La mies es abundante, los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies’, les encarga Jesús a los discípulos cuando los envía. Y además los envía desde la pobreza y la austeridad; no han de preocuparse de llevar cosas materiales que les auxilien en su tarea. Han de ser mensajeros de paz. ‘Cuando entréis en una casa, decid primero: paz a esta casa’.
Nos quieren significar mucho estos encargos de Jesús cuando hace el envío de sus discípulos con su misma misión. Primero, la oración que será el motor verdadero de toda obra buena, de la tarea evangelizadora que hemos de realizar. Porque esto tenemos que mirarlo por nosotros mismos. Es la tarea de cada cristiano que se ha de sentir enviado por el Señor, porque siempre tenemos que ser testigos, pero me vais a permitir que piense en este momento en quienes hemos recibido una especial misión del Señor por una vocación, una llamada que hemos recibido del Señor; y pienso en los sacerdotes, en los misioneros, en los religiosos y religiosas que se han consagrado al Señor y que tienen y tenemos esta misión de Jesús en medio del mundo.
Si cuando consideramos la tarea que realizaron san Cirilo y san Metodio en aquellas regiones inmensas de Europa, también nosotros cuando nos sentimos enviados por Jesús nos damos cuenta del campo inmenso que tenemos por delante y nos podremos sentir pequeños y pobres ante la tarea que hemos de realizar. Pero no es nuestra tarea, es la obra del Señor; en su nombre somos enviados; con la fuerza de su gracia allá vamos nosotros a hacer ese anuncio del Evangelio. Por eso rogamos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. En su nombre vamos nosotros a esparcir por el mundo la semilla de la Palabra de Dios.
Nos podemos sentir pequeños y pobres en nuestros medios y en nuestras capacidades, con esa pobreza y austeridad, decíamos, nos ha enviado el Señor. Como diría san Pablo en un texto que muchas veces habremos escuchado y meditado, ‘este tesoro lo llevamos en vasos de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios, no proviene de nosotros’. Somos siervos inútiles en las manos del Señor, pero de los que el Señor se quiere valer para que se haga ese anuncio del Evangelio. Somos débiles y pecadores los que tenemos que hacer ese anuncio, pero no es a nosotros a quienes nos anunciamos, sino que anunciamos el nombre de Jesús que en nosotros también obra maravillas, a pesar de nuestra debilidad y de nuestro pecado.
Por eso os pedimos que recéis al Señor por nosotros, para que, a pesar de nuestra debilidad y nuestra pobreza, seamos fieles al Señor y a la misión que se nos ha encomendado y seamos también cada día más santos porque sintamos que esa palabra que anunciamos es a nosotros a quienes primero tiene que llegar y producir sus frutos. Así tenéis que rezar por los sacerdotes, por los misioneros, por los religiosos y religiosas y todos los que se han consagrado al Señor para que seamos fieles, para que anunciemos de verdad el nombre de Jesús en quien nosotros, los primeros, hemos encontrado la gracia y la salvación.
Puede ser un buen compromiso que surja de esta fiesta de los patronos de Europa,  san Cirilo y san Metodio, que hoy estamos celebrando.

jueves, 13 de febrero de 2014

CON FE VERDADERA Y CON ESPIRITU HUMILDE ACUDIMOS A DIOS Y EL REALIZA MARAVILLAS EN NOSOTROS



Con fe verdadera y con espíritu humilde acudimos a Dios y El realiza maravillas en nosotros

1Reyes, 11, 4-13; Sal. 105; Mc. 7, 24-30
Cuando con fe verdadera y con espíritu humilde acudimos a Dios, El se nos manifiesta y realiza las maravillas de su amor en nosotros. Es el mensaje en pocas palabras que podemos resumir de este texto del evangelio que hoy se nos proclama.
Jesús está fuera de Palestina y de la tierra de los judíos. ‘Jesús se fue a la región de Tiro’; es la Fenicia, el Líbano actual, y es tierra de paganos. Pero hasta allí ha llegado también la fama de Jesús, porque ya en otro momento del evangelio se nos hablará que también de los territorios de Tiro y de Sidón venían a escucharle y a traerle sus enfermos para que los curase. Normalmente el territorio que Jesús recorre anunciando el Reino de Dios es la tierra de los judíos, principalmente Galilea y Judea cuando viene a Jerusalén. En ocasiones, lo hemos visto en la tierra de los Gerasenos, al otro lado del lago, o recorriendo la Decápolis, como hoy también lo veremos a su regreso.
Sin embargo, quiere pasar desapercibido, alojándose en una casa, pero no lo consiguió nos dice el evangelista. Hasta allí llega una mujer de aquella región, ‘una mujer pagana, una fenicia de Siria’, lo que indica que no creía en Yahvé, el Dios de los judíos, ‘que tenía una hija poseída por un espíritu inmundo’. Pero acude a Jesús ‘y le rogaba que echase el demonio de su hija’.
En el diálogo que se sigue entre Jesús y aquella mujer vamos a contemplar una fe grande y un espíritu humilde que será el que moverá el corazón de Cristo. Parece sentirse rechazada, pero ella sigue confiando y suplicando. Como los pobres que nada tienen lo hace con humildad. Ella sabe y reconoce que no es judía y que Jesús ha venido al pueblo judío que es donde anuncia el Reino de Dios, pero como dice, los perritos debajo de la mesa comen las migajas que tiran los niños.
No le importa sentirse humillada, porque Jesús empleará una palabra usual entre los judíos para referirse a los paganos, pero el dolor de una madre es tan grande que sigue confiando en que va a ser escuchada. Así se realizará. ‘Jesús le dice: anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija. Y al llegar a casa se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado’.
Fe, humildad, perseverancia y constancia en la oración son cosas que aprendemos de esta mujer. Tenemos que aprender a acercarnos a Dios. Tiene que ser la oración humilde de los hijos que se saben amados y, aunque se ponga a prueba nuestra fe porque nos parezca que no somos escuchados, ahí tiene que estar nuestra humildad y nuestra perseverancia. Y es que estamos poniendo mucho amor. Y el amor nos hace confiar y nos hace ser perseverantes. No vamos a Dios con exigencias, recordándole a Dios lo bueno que somos, sino que tenemos que ir siempre con humildad, sabiendo que no somos merecedores.
También otro pagano en su oración y súplica a Jesús es buen ejemplo para nuestra oración. Fue la fe, la confianza, la humildad y la perseverancia del centurión romano, que estaba seguro que iba a ser escuchado por el Señor. ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa’, diría el centurión. ‘También los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños’, será la respuesta confiada de esta mujer fenicia.
Y nosotros tantas veces nos cansamos de nuestra oración y perdemos la confianza porque nos parece que no somos escuchados. Vayamos con humildad al Señor que siempre nos escucha y nos regala con su gracia haciendo maravillas en nosotros. Tenemos que sentirnos siempre amados de Dios porque somos sus hijos y siempre nos llenará con su gracia. No dejará nunca el Señor que el espíritu del mal nos domine; siempre está a nuestro lado llenándonos de su gracia y de su paz.

miércoles, 12 de febrero de 2014

ALEJEMOS DE NOSOTROS LAS APARIENCIAS EXTERNAS Y BUSQUEMOS SIEMPRE LA RECTITUD



Alejemos de nosotros las apariencias externas y busquemos siempre la rectitud interior

1Reyes, 10, 1-10; Sal. 36; Mc. 7, 14-23
‘Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’, afirma Jesús rotundamente. Y para que entiendan bien sus palabras primero les llama la atención: ‘escuchad y entended todos’, les dice; y luego para concluir su afirmación les insiste con una frase que veremos en distintas ocasiones cuando Jesús quiere remarcar algo para que quede bien claro: ‘El  que tenga oídos para oír que oiga’.
¿Por qué esa insistencia en que entiendan bien sus palabras? ¿qué quiere decir Jesús como algo nuevo? Conocemos bien lo que eran las normas y costumbres entre los judíos de distinguir y separar muy bien lo que pudiera ser puro o impuro, desde un sentido ritual y legal.
Recordemos, por ejemplo, que cuando llevan a Jesús ante Pilatos acusándolo y pidiendo su muerte, los judíos no entraron en el pretorio, se quedaron fuera y fuera tendrá que salir Pilatos para atenderles. Era la casa de un pagano y entrar en la casa de un pagano era considerado como algo impuro. Estaban en la víspera del gran sábado de la Pascua y ya probablemente habían hecho sus abluciones y purificaciones para la pascua; entrar en casa de Pilatos era caer en una nueva impureza legal que les hubiera obligado a purificarse de nuevo para celebrar la Pascua.
Lo mismo en referencia a ciertos alimentos y comidas. Por eso el evangelista les dirá que con lo que Jesús estaba diciendo cuando se los estaba explicando luego a los discípulos en la casa, que ‘con esto declaraba puros todos los alimentos’. En este sentido podríamos recordar aquel episodio de los Hechos en que Pedro es invitado a comer de todo lo que aparecía en aquel mantel de su visión, y al negarse la voz del cielo le decía que cómo se atrevía él a decir que era impuro lo que desde el cielo se había declarado puro.
Jesús viene a explicarles hoy a los discípulos que no es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale del corazón del hombre cuando está lleno de maldad. ‘Eso sí mancha al hombre, les dice, por de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, los malos deseos, la codicia, la injusticia, la envidia, el orgullo, la maldad…’
Lo que quiere el Señor es que tengamos un corazón puro y alejado de toda malicia. Por supuesto en nuestras acciones tenemos que comportarnos dignamente y hemos siempre de actuar bien. Pero miremos el corazón, para que esté lleno de rectitud, para que no haya malicia ni malos deseos, que los podremos ocultar a los ojos de los hombres, dando la apariencia de que somos justos y rectos, pero si tenemos esa maldad en el corazón entonces sí que estaremos actuando mal.
Nuestras vivencias religiosas, los actos de nuestra vida cristiana no se pueden quedar nunca en apariencia externa, sino que tenemos que obrar siempre con la mayor rectitud desde lo más hondo del corazón. ‘Venid y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón’, nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio. Es lo que tenemos que hacer, llenar nuestro corazón de mansedumbre, de humildad, de bondad, de amor, como lo era el corazón de Cristo.
Cuando tenemos un corazón así que se parece al corazón de Cristo, porque en verdad lo hemos llenado de su amor entonces saldrá casi de forma espontánea la generosidad, el buen hacer, al actuar con justicia y con verdad. Es por lo que tenemos que esforzarnos. Lo contrario sería falsedad e hipocresía. No nos valen las apariencias, sino la rectitud con que actuamos desde lo más hondo de nosotros mismos. Es la congruencia que tenemos que reflejar en nuestra vida, entre lo que decimos que es nuestra fe y lo que son las obras de nuestra vida. Qué terrible contra testimonio es el que damos cuando no actuamos con esa rectitud y sinceridad. Cuando daño podemos hacer conb esa hipocresía y falsedad.
Pidámosle al Señor que nos dé ese corazón bueno y recto, que nos llenemos en verdad de su Espíritu para que siempre reflejemos las obras del amor, de la sinceridad, del bien y de la verdad.

martes, 11 de febrero de 2014

FE Y CARIDAD: TAMBIEN NOSOTROS DEBEMOS DAR LA VIDA POR LOS HERMANOS



Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos»

XXII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2014

En este día 11 de febrero hacemos memoria de la Virgen en su Advocación de Lourdes, recordando las apariciones de la Virgen en aquel pequeño pueblo del sur de Francia, bordeando los Pirineos a una jovencita, Bernardita de Soubirous a mediados del siglo XIX.
Pronto en torno a aquel lugar donde la Virgen le pidió a Bernardita que levantara una Iglesia en su honor se ha formado un Santuario, lugar de peregrinaciones de gentes todo el mundo que acuden hasta la Virgen pidiendo su gracia y protección maternal. Es un lugar donde diariamente vemos desfilar miles y miles de peregrinos y enfermos que quieren llegar hasta la gruta de las apariciones para así sentir esa protección de María.
Muchos son los que acuden allí con sus dolores y limitaciones fisicas pidiendo la curación y muchos son los que de allí vuelven sanados en su cuerpo, cuando la gracia de Dios así lo quiere, pero reconfortados en su espíritu desde un encuentro vivo con el Señor con la mediación de María.  Esos son los verdaderos milagros que allí, si hacemos una mirada de fe y pudieramos conocer lo que pasa en el alma de cada uno, podríamos contemplar.
Es por eso que, cuando el Papa Juan Pablo II quiso instituir esta Jornada Mundial de los Enfermos - ya hacía años que en España veníamos celebrando el Día del Enfermo - fue esta fecha del día de las apariciones de la Virgen en Lourdes el que fue escogido para esta celebración. Es lo que hoy nosotros también queremos celebrar.
Con este motivo el Papa Francisco ha dirigido un hermoso mensaje a toda la Iglesia, pero de una manera especial al mundo del dolor de cuantos sufren por sus enfermedades y limitaciones y también a cuantos los atienden o los cuidan. ‘Me dirijo particularmente a las personas enfermas y a todos los que les prestan asistencia y cuidado’, nos dice en su mensaje. Y nos dice ‘la Iglesia reconoce en vosotros, los enfermos, una presencia especial de Cristo que sufre’. Es muy hermoso el lema que se nos propone para esta Jornada: ‘Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16)’
Y continúa diciendonos: ‘En efecto, junto, o mejor aún, dentro de nuestro sufrimiento está el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su sentido. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor: esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía, unidos a él’.
Estamos frente al misterio del amor de Dios. En ese amor de Dios es donde vamos a encontrar ese sentido, pero también esa fortaleza que necesitamos para vivir nuestra vida. En ese amor podemos y tenemos que saber hacer una ofrenda de nuestra vida al Señor. cuando somos capaces de dar, de ofrecer nuestra vida, incluso en medio del dolor, adquiere un nuevo sentido, tendremos un nuevo animo para vivir nuestra situación de dolor y de sufrimiento.
Y eso en todo dolor y en todo sufrimiento, no solo nuestros dolores físicos o enfermedades corporales, sino que hemos de aprender a hacerlo, a vivirlo en esos otros sufrimientos que en la vida nos vamos encontrando en nuestros problemas, en nuestras limitaciones, y en todo lo que significa un encuentro con los demás, que muchas veces se nos puede volver doloroso. Pero si sabemos vivir la vida, en cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos, con amor, todo puede llevarnos a un camino de dicha y felicidad mas profunda, aquella dicha y felicidad que Jesús nos promete en las Bienaventuranzas.
Como  nos dice el lema de la Jornada recordándonos el evangelio «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» y es lo que queremos hacer con la ofrenda de nuestro amor. Cuánto podemos hacer también los enfermos, los que se sienten impedidos, los que tienen su cuerpo lleno de sufrimientos o limitaciones, no solo por la enfermedad sino también por la edad.
El mensaje del Papa, aunque breve, nos da para muchas y profundas reflexiones, más largas que las que nos podamos hacer en el breve tiempo de una homilia. Ya tendremos oportunidad de seguir profundizando más en ello.
El Papa en su mensaje nos hace volver nuestra mirada a María, la que supo vivir su vida desde el amor y siempre con amor para  darse, para entregarse, para decir sí a Dios, para estar siempre dispuesta al servicio a los demás, para ella también hacer una ofrenda de amor, junto a la cruz de Jesús. Merece la pena detenernos un poco en las palabras del Papa que simplemente os ofrezco textualmente.
‘Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, nosotros tenemos un modelo cristiano a quien dirigir con seguridad nuestra mirada. Es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, que en ella se hace carne, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón anunciando que una espada atravesará su alma, y permanece con fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará. Es la Madre del crucificado resucitado: permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el camino hacia la resurrección y la vida plena’.
Que ‘la intercesión de María ayude a las personas enfermas a vivir su propio sufrimiento en comunión con Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan’. Que María nos alcanzce esa gracia del Señor.

lunes, 10 de febrero de 2014

QUEREMOS RECONOCER A JESUS Y ACUDIR A EL TAMBIEN CON LAS HERIDAS DE NUESTRA ALMA PARA QUE NOS SANE



Queremos reconocer a Jesús y acudir a El también con las heridas de nuestra alma para que nos sane

1Rey. 8, 1-7.9-13; Sal. 131; Mc. 6, 53-56
Estos pocos versículos del evangelio que hoy hemos escuchado nos ponen de manifiesto claramente cómo Jesús viene a nuestro encuentro en el camino de nuestra vida, pero cómo también nosotros por la fe hemos de saber reconocerle para  encontrarnos con El en un encuentro que siempre nos va a llenar de vida y de paz.
Llega Jesús de regreso, probablemente de nuevo a Cafarnaún - el evangelista simplemente nos dice que tocaron tierra en Genesaret, son los alrededores de Cafarnaún - la gente le reconoce, pero ‘se pusieron a recorrer toda la comarca y cuando la gente se enteraba donde estaba Jesús acudían a El con sus enfermos…’ La gente quiere estar con Jesús, le reconocen, lo buscan, le llevan los enfermos, quieren ‘al menos que les deje tocar el borde de su manto, y los que lo tocaban se ponían sanos’.
Es por una parte la cercanía de Jesús que despierta confianza y deseos por parte de todos de estar con El. Es la fe en Jesús que se va despertando en aquellos corazones, porque saben que en Jesús van a encontrar vida. Será su Palabra que despierta tantas esperanzas o serán las curaciones de los enfermos, pero todos van sintiendo por dentro esa nueva vida, esa salud-salvación que les llega de Jesús.
Es necesario reconocerle. Y reconocerle es mucho más que saber que es Jesús; en ese reconocimiento está muy patente la fe, porque es descubrir algo más que decir que es Jesús, el de Nazaret, el carpintero de Nazaret. En Jesús están descubriendo mucho más. No solo es el poder taumatúrgico que pueda haber en El para hacer milagros, sino sentir que en Jesús y desde Jesús el milagro se está realizando en nuestra vida cuando nos dejamos transformar por El. 
No es solo que el dolor desaparezca de un miembro dolorido, el cuerpo se libere de una enfermedad como pueda ser la lepra, se recupere la visión de los ojos o las piernas se puedan mover para caminar. Es mucho más. Esos milagros de acción física que podríamos llamarnos son signos del milagro que se tiene que producir en nuestro corazón cuando comenzamos a creer en Jesús pero nuestra vida comienza a ser distinta.
Es el milagro que se produce en nuestro interior cuando somos capaces de arrancar de nosotros odios o resentimientos, actitudes egoístas u orgullos que nos paralizan, para comenzar a amar de una forma distinta, porque comenzamos a olvidarnos de nosotros mismos para pensar más en los demás, porque comenzamos a ser capaces de comprender mejor a los que nos rodean y también a perdonar sin guardar ningún resentimiento, cuando comenzamos a tener actitudes generosas en el corazón y comenzamos a acercarnos a los demás de forma distinta y comenzamos a ayudarnos.
También nosotros queremos reconocer a Jesús y hasta El queremos acercarnos con lo que son los dolores o las heridas de nuestra vida. Porque eso es importante, ese que podríamos llamar doble reconocimiento: reconocer a Jesús poniendo nuestra fe en El, pero reconociendo la realidad de nosotros mismos, de nuestra vida, de nuestras heridas, del mal que también a nosotros nos envuelve que es mucho más que un dolor de unas piernas a las que les cuesta caminar o unos ojos que se van nublando en ceguera a causa quizá  de los años.
Aparte de los orgullos que algunas veces se nos meten por dentro, nos es fácil reconocer que tenemos dolores o limitaciones físicas en nuestro cuerpo, pero nos cuesta mucho más reconocer esas heridas del alma que son mucho más dañinas para nuestra existencia. Y eso es lo que también tenemos que reconocer para poder ir hasta Jesús queriendo tocar la orla de su manto para que nos sane.
Que el Espíritu del Señor obre en nosotros el milagro de la conversión de nuestro corazón al Señor y podamos así llenarnos de su gracia.

domingo, 9 de febrero de 2014

SAL PARA DAR SABOR, LUZ PARA ILIMINAR Y PAN PARA COMPARTIR, TODA UNA AURORA LUMINOSA



Sal para dar sabor, luz para iluminar y pan para compartir, toda una aurora luminosa

Is. 58, 7-10; Sal. 111; 1Cor. 2, 1-5; Mt. 5, 13-16
Nos habla Jesús de sal para dar sabor, de luz que ilumine y, completándolo con el profeta, se nos habla de pan para compartir que es lo mismo que luz que hace amanecer como una aurora luminosa o sentido de sabor nuevo para una vida nueva.
Son las distintas imágenes que nos aparecen en el texto sagrado; son imágenes a la manera de comparaciones o parábolas que nos propone Jesús para ayudarnos a comprender el sentido de nuestra vida,  pero también el sentido nuevo que hemos de dar a nuestro mundo. Unas imágenes, hemos de reconocer, de gran sabiduría y significado.
La primera imagen que nos propone Jesús es la de la sal. ¿Para que sirve la sal? Mezclándola con nuestros alimentos los sazonamos, le damos sabor, pero además la sal puede ser conservante y pues hasta ser medicina. Un alimento sin sal no tiene sabor, es insípido, decimos; pero como decíamos también lo utilizamos como conservante para preservar de la corrupción; era también una señal de amistad y de acogida porque a quien llegaba como una bienvenida se le ofrecía el pan y la sal, que a nadie se debería negar.
Y Jesús nos dice que tenemos que ser sal del mundo. ¿Cuál es el sabor que nosotros podemos ofrecer? Si nos llamamos cristianos es porque el sabor que hemos de ofrecer es el de Cristo; El es el sentido profundo de nuestra vida. Cristo tiene que ser ese sentido profundo de la vida del hombre, ese sentido que hemos de darle a nuestro mundo. No hay otro nombre en quien podamos encontrar la salvación. Es lo que tenemos que ofrecer. Es el Evangelio que tenemos que transmitir.
Pero además, cuánto mal haríamos desaparecer de nuestra vida y de nuestro mundo si de verdad nos dejáramos impregnar por esa sal de Cristo, empapar del sentido de Cristo. Todo mal y toda corrupción tendrían que desaparecer. Por eso el cristiano, como la sal que se diluye en el alimento desapareciendo incluso aparentemente, así hemos de diluirnos en nuestro mundo para darle ese nuevo sabor de Cristo y de su evangelio. Porque no nos vamos a anunciar a nosotros, sino a quien vamos a anunciar es a Jesús; porque quien tiene que darle sabor a la vida es Jesús y su evangelio, nosotros solo somos instrumentos, aunque instrumentos bien importantes por la misión. Por eso no podemos perder el sabor de Cristo en nuestra vida de ninguna manera.
La otra imagen que Jesús nos propone es la luz. La luz que hay que ponerla en el lugar oportuno para que ilumine. De nada nos sirve una luz escondida, que no esté en el lugar adecuado para que nos libere de tinieblas, para que nos señale claramente el camino, para que descubramos el verdadero color de las cosas y su belleza, para que podamos ver y conocer donde estamos, con quien vivimos y caminamos por la vida, para  que descubramos el camino que hemos de recorrer e incluso las cosas que tenemos que hacer. En la oscuridad todo es negro y no tiene color y en consecuencia no podremos apreciar su belleza, perdemos el rumbo del camino y no podemos ver y conocer realmente lo que nos rodea o los que nos rodean con lo que la comunicación se nos hace más difícil.
Pero nos dice Jesús también que tenemos que ser luz. Una luz que no se puede ocultar, sino que hay que ponerla bien en alto para que pueda iluminar con el brillo de su resplandor a todos. Claro que no es nuestra luz la que ha de brillar en nosotros sino que nosotros vamos a trasmitir al que es la verdadera luz; de su luz nosotros participamos, con su luz es como nosotros tendremos que brillar y resplandecer, y desde esa luz que nosotros reflejamos podremos ayudar a los demás a que se encuentren con la verdadera luz. Es Jesús la verdadera luz que nos ilumina y nosotros iluminados y llenos de su luz podremos ser para los demás caminos que conduzcan a esa luz, conduzcan hasta Jesús.
¿En qué se ha de notar que nosotros estamos iluminados por esa luz? ¿en que se ha de notar que nosotros somos esa sal que sazone de nuevo sabor a nuestro mundo? Es la gran pregunta  y es nuestra principal tarea. Ya nos lo dice Jesús hoy en el evangelio, aunque tendremos que fijarnos también en lo que nos señala el profeta. ‘Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro  Padre que está en el cielo’. Vean vuestras buenas obras, nos dice.
¿Qué nos decía el profeta? Nos hablaba de partir el pan con el hambriento, de hospedar a los pobres sin techo y de vestir al que ves desnudo. Nos está hablando el profeta con un lenguaje bien directo y claro. Nos está hablando del compartir, pero también quitar de nuestra vida todo lo que pueda ofender u oprimir al hermano; nos dice que ni podemos desear el mal a nadie, ni siquiera hablar mal de nadie; pero nos dice también que nunca podemos hacernos sordos al clamor de los que sufren a nuestro lado. Cuando hagamos todo esto bueno, nos dice, ‘entonces romperá tu luz como la aurora… brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’, porque será así como manifestarás la gloria del Señor.
Esas son las buenas obras que tienen que resplandecer en nuestra vida para que todos puedan dar gloria a nuestro Padre del cielo. Ahí y así se manifestará la gloria del Señor. Ahí y actuando así nos estaremos en verdad nosotros manifestando como esa sal que da un sentido y sabor nuevo no solo a nuestra vida sino también a nuestro mundo. Ahí y así seremos luz y podremos hacer que todos alcancen esa luz y todos puedan dar gloria a nuestro Padre del cielo.
No podemos guardar la sal en el salero porque entonces no cumpliría su función; no podemos esconder la luz debajo de la cama, porque entonces no podrá iluminar los caminos de nadie; no podemos guardarnos el pan solo para nosotros mismos porque lo endureceríamos y lo echaríamos a perder; no podemos cerrar nuestro corazón siendo insensibles al dolor humano porque realmente nosotros estaríamos perdiendo humanidad y nos embruteceríamos y nos envileceríamos.
Quien ha saboreado la sal de Cristo para darle nuevo sabor a su vida y quien se ha dejado iluminar realmente por su luz, comenzará a dejar de pensar solo en si mismo para mirar con una mirada nueva y luminosa a los que están a su lado porque ya para siempre irá repartiendo amor. Sí, quien ha entendido lo que es el sentido de Cristo y se esfuerza por vivirlo aunque muchas sean las tinieblas que le rodean o muchos sean los contratiempos que le puedan turbar, siempre tendrá una luz brillante en sus ojos para mirar directamente con una mirada de amor, con muchos gestos de amor a los que le rodean.
¿Habremos aprendido a mirar con esa mirada luminosa a los hermanos con los que vamos compartiendo nuestro amor? ¿Habremos aprendido a ponernos a la altura del hermano con el que queremos compartir, al que queremos ofrecerle los gestos de nuestro amor? El que ama de verdad y quiere realizar auténticos gestos de amor siempre se pondrá a la altura del hermano, o más aun será capaz de ponerse de rodillas delante del hermano como lo hizo Jesús en la última cena delante de los apóstoles cuando les lavaba los pies, para mirarle a los ojos, para contagiarle de su amor, porque siempre el amor que irá repartiendo será el amor de Jesús, amando como amó Jesús.
‘Vosotros sois la luz del mundo’, nos dice Jesús. Y es que la luz siempre está relacionada con lo bello, con lo bueno y lo verdadero. La luz es claridad y belleza, la luz es bondad y santidad, la luz es verdad y autenticidad, pura transparencia. Porque la luz que nosotros queremos trasmitir es siempre la luz del amor de Jesús.