domingo, 9 de febrero de 2014

SAL PARA DAR SABOR, LUZ PARA ILIMINAR Y PAN PARA COMPARTIR, TODA UNA AURORA LUMINOSA



Sal para dar sabor, luz para iluminar y pan para compartir, toda una aurora luminosa

Is. 58, 7-10; Sal. 111; 1Cor. 2, 1-5; Mt. 5, 13-16
Nos habla Jesús de sal para dar sabor, de luz que ilumine y, completándolo con el profeta, se nos habla de pan para compartir que es lo mismo que luz que hace amanecer como una aurora luminosa o sentido de sabor nuevo para una vida nueva.
Son las distintas imágenes que nos aparecen en el texto sagrado; son imágenes a la manera de comparaciones o parábolas que nos propone Jesús para ayudarnos a comprender el sentido de nuestra vida,  pero también el sentido nuevo que hemos de dar a nuestro mundo. Unas imágenes, hemos de reconocer, de gran sabiduría y significado.
La primera imagen que nos propone Jesús es la de la sal. ¿Para que sirve la sal? Mezclándola con nuestros alimentos los sazonamos, le damos sabor, pero además la sal puede ser conservante y pues hasta ser medicina. Un alimento sin sal no tiene sabor, es insípido, decimos; pero como decíamos también lo utilizamos como conservante para preservar de la corrupción; era también una señal de amistad y de acogida porque a quien llegaba como una bienvenida se le ofrecía el pan y la sal, que a nadie se debería negar.
Y Jesús nos dice que tenemos que ser sal del mundo. ¿Cuál es el sabor que nosotros podemos ofrecer? Si nos llamamos cristianos es porque el sabor que hemos de ofrecer es el de Cristo; El es el sentido profundo de nuestra vida. Cristo tiene que ser ese sentido profundo de la vida del hombre, ese sentido que hemos de darle a nuestro mundo. No hay otro nombre en quien podamos encontrar la salvación. Es lo que tenemos que ofrecer. Es el Evangelio que tenemos que transmitir.
Pero además, cuánto mal haríamos desaparecer de nuestra vida y de nuestro mundo si de verdad nos dejáramos impregnar por esa sal de Cristo, empapar del sentido de Cristo. Todo mal y toda corrupción tendrían que desaparecer. Por eso el cristiano, como la sal que se diluye en el alimento desapareciendo incluso aparentemente, así hemos de diluirnos en nuestro mundo para darle ese nuevo sabor de Cristo y de su evangelio. Porque no nos vamos a anunciar a nosotros, sino a quien vamos a anunciar es a Jesús; porque quien tiene que darle sabor a la vida es Jesús y su evangelio, nosotros solo somos instrumentos, aunque instrumentos bien importantes por la misión. Por eso no podemos perder el sabor de Cristo en nuestra vida de ninguna manera.
La otra imagen que Jesús nos propone es la luz. La luz que hay que ponerla en el lugar oportuno para que ilumine. De nada nos sirve una luz escondida, que no esté en el lugar adecuado para que nos libere de tinieblas, para que nos señale claramente el camino, para que descubramos el verdadero color de las cosas y su belleza, para que podamos ver y conocer donde estamos, con quien vivimos y caminamos por la vida, para  que descubramos el camino que hemos de recorrer e incluso las cosas que tenemos que hacer. En la oscuridad todo es negro y no tiene color y en consecuencia no podremos apreciar su belleza, perdemos el rumbo del camino y no podemos ver y conocer realmente lo que nos rodea o los que nos rodean con lo que la comunicación se nos hace más difícil.
Pero nos dice Jesús también que tenemos que ser luz. Una luz que no se puede ocultar, sino que hay que ponerla bien en alto para que pueda iluminar con el brillo de su resplandor a todos. Claro que no es nuestra luz la que ha de brillar en nosotros sino que nosotros vamos a trasmitir al que es la verdadera luz; de su luz nosotros participamos, con su luz es como nosotros tendremos que brillar y resplandecer, y desde esa luz que nosotros reflejamos podremos ayudar a los demás a que se encuentren con la verdadera luz. Es Jesús la verdadera luz que nos ilumina y nosotros iluminados y llenos de su luz podremos ser para los demás caminos que conduzcan a esa luz, conduzcan hasta Jesús.
¿En qué se ha de notar que nosotros estamos iluminados por esa luz? ¿en que se ha de notar que nosotros somos esa sal que sazone de nuevo sabor a nuestro mundo? Es la gran pregunta  y es nuestra principal tarea. Ya nos lo dice Jesús hoy en el evangelio, aunque tendremos que fijarnos también en lo que nos señala el profeta. ‘Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro  Padre que está en el cielo’. Vean vuestras buenas obras, nos dice.
¿Qué nos decía el profeta? Nos hablaba de partir el pan con el hambriento, de hospedar a los pobres sin techo y de vestir al que ves desnudo. Nos está hablando el profeta con un lenguaje bien directo y claro. Nos está hablando del compartir, pero también quitar de nuestra vida todo lo que pueda ofender u oprimir al hermano; nos dice que ni podemos desear el mal a nadie, ni siquiera hablar mal de nadie; pero nos dice también que nunca podemos hacernos sordos al clamor de los que sufren a nuestro lado. Cuando hagamos todo esto bueno, nos dice, ‘entonces romperá tu luz como la aurora… brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’, porque será así como manifestarás la gloria del Señor.
Esas son las buenas obras que tienen que resplandecer en nuestra vida para que todos puedan dar gloria a nuestro Padre del cielo. Ahí y así se manifestará la gloria del Señor. Ahí y actuando así nos estaremos en verdad nosotros manifestando como esa sal que da un sentido y sabor nuevo no solo a nuestra vida sino también a nuestro mundo. Ahí y así seremos luz y podremos hacer que todos alcancen esa luz y todos puedan dar gloria a nuestro Padre del cielo.
No podemos guardar la sal en el salero porque entonces no cumpliría su función; no podemos esconder la luz debajo de la cama, porque entonces no podrá iluminar los caminos de nadie; no podemos guardarnos el pan solo para nosotros mismos porque lo endureceríamos y lo echaríamos a perder; no podemos cerrar nuestro corazón siendo insensibles al dolor humano porque realmente nosotros estaríamos perdiendo humanidad y nos embruteceríamos y nos envileceríamos.
Quien ha saboreado la sal de Cristo para darle nuevo sabor a su vida y quien se ha dejado iluminar realmente por su luz, comenzará a dejar de pensar solo en si mismo para mirar con una mirada nueva y luminosa a los que están a su lado porque ya para siempre irá repartiendo amor. Sí, quien ha entendido lo que es el sentido de Cristo y se esfuerza por vivirlo aunque muchas sean las tinieblas que le rodean o muchos sean los contratiempos que le puedan turbar, siempre tendrá una luz brillante en sus ojos para mirar directamente con una mirada de amor, con muchos gestos de amor a los que le rodean.
¿Habremos aprendido a mirar con esa mirada luminosa a los hermanos con los que vamos compartiendo nuestro amor? ¿Habremos aprendido a ponernos a la altura del hermano con el que queremos compartir, al que queremos ofrecerle los gestos de nuestro amor? El que ama de verdad y quiere realizar auténticos gestos de amor siempre se pondrá a la altura del hermano, o más aun será capaz de ponerse de rodillas delante del hermano como lo hizo Jesús en la última cena delante de los apóstoles cuando les lavaba los pies, para mirarle a los ojos, para contagiarle de su amor, porque siempre el amor que irá repartiendo será el amor de Jesús, amando como amó Jesús.
‘Vosotros sois la luz del mundo’, nos dice Jesús. Y es que la luz siempre está relacionada con lo bello, con lo bueno y lo verdadero. La luz es claridad y belleza, la luz es bondad y santidad, la luz es verdad y autenticidad, pura transparencia. Porque la luz que nosotros queremos trasmitir es siempre la luz del amor de Jesús.

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