lunes, 19 de mayo de 2014

Un regalo del amor de Dios que quiere habitar en nosotros



Un regalo del amor de Dios que quiere habitar en nosotros

Hechos, 14, 5-17; Sal. 113; Jn. 14, 21-26
‘Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres así a nosotros y no al mundo?’, le pregunta uno de los apóstoles, Judas Tadeo, a Jesús. Sentían algo especial en sus vidas cuando Jesús les hablaba; apreciaban cómo Jesús se les manifestaba con profunda intimidad dándose a conocer, aunque ellos a veces andaban como ciegos y no terminaban de comprender todo lo que Jesús les decía y manifestaba. Se sentían queridos.
Algo así como nos pasa en la vida cuando sentimos que alguien se desvive por nosotros, nos ofrece su amistad que nosotros creemos no merecer, nos ofrece continuamente sus servicios dispuesto a todo por nosotros, que nos preguntamos ¿por qué a mí? ¿qué he hecho yo para merecer una amistad así? Nos sentimos abrumados, aunque también por supuesto agradecidos, en tanto que recibimos de esa persona que nos aprecia y nos quiere, de ese amigo que así se desvive por nosotros. Pienso que algo así les pasaba a los discípulos en relación a cómo Jesús iba manifestándoles su corazón y su amor.
Jesús les ha dicho: ‘El que sabe mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él’. Es el amor grande que Jesús les está manifestando. Pero les dice más, porque no solo nos dice que se nos revela, que nos está revelando y manifestando todo el misterio de su amor, sino que además quiere habitar en nosotros. ‘El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a El y haremos morada en él’. Dios que quiere hacer morada en nosotros.
¿Qué nos pide? Es la respuesta del amor; amamos a Dios y en todo queremos hacer su voluntad; amamos a Dios y los mandamientos de Dios van a ser ley y sentido de nuestra vida. Y Dios nos ama; el amor de Dios es primero, ‘porque el amor de Dios consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero’, que nos dirá la carta de san Juan. O como nos expresará san Pablo ‘es que siendo nosotros pecadores, Dios nos amó y entregó a su Hijo por nosotros’.
Pero en la respuesta que demos a ese amor de Dios el amor se crece y se sobrealimenta, podríamos decir. Porque Dios nos amará con un amor especial, tan especial que quiere habitar en nosotros. ‘Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’. Es el regalo de Dios que recibimos desde nuestro bautismo que nos convierte en morada de Dios y en templos del Espíritu Santo. Porque el Bautismo es un derramarse hasta el derroche, podríamos decir, el amor de Dios en nuestra vida, haciéndonos partícipes de la vida divina, por la que Dios habita en nosotros y por la fuerza del Espíritu nos hacemos hijos de Dios, nos convertirnos en templos del Espíritu de Dios.
Hoy ya Jesús nos anuncia la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Hemos venido diciendo que las palabras de despedida de Jesús en la última cena son anuncio de una nueva presencia de Jesús en nuestra vida.
Desearíamos poder verle y palparle, escucharle con nuestros propios oídos como le veían y le escuchaban los apóstoles y los discípulos de Jesús en aquellos momentos de los que nos habla el Evangelio; pero podemos en la fe, por la fuerza del Espíritu ver y escuchar a Jesús. Es lo que hoy nos promete. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os irá recordando todo lo que os he dicho’.
Creo que ante tanta maravilla de amor con la que Jesús se nos va manifestando en lo que vamos escuchando en el evangelio nuestra respuesta ha de ser la del amor, nuestra respuesta ha de ser de profunda acción de gracias,  nuestra respuesta ha de ser el vivir una vida de santidad, sintiendo como hemos de sentir que Dios habita en nosotros.  Si Dios quiere habitar así en nosotros, no cabe en nuestra vida el pecado; nuestra vida tendría que resplandecer de santidad, porque nos sentimos llenos de Dios.

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