domingo, 18 de mayo de 2014

Jesús es el Camino que nos abre a horizontes de diaconía y felicidad


Jesús es el Camino que nos abre a horizontes de diaconía y felicidad

Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; 1Ped. 2, 4-9; Jn. 14, 1-12
Podemos tener delante de nosotros un hermoso y bello camino, pero si nosotros no lo recorremos, no lo hacemos, de nada nos vale. El camino es algo más que un sendero que se abre ante nosotros; es algo más que una senda o una ruta que nos dicen que hay y que nos puede llevar a un determinado sitio o a una determinada meta. El camino tenemos que hacerlo, o lo que es lo mismo, ponernos nosotros en camino, peregrinar por esa senda que la hacemos parte de la vida, de nuestra vida. Cuando decimos que hacemos un camino no nos estamos refiriendo solamente a un recorrido físico o material que hagamos por una senda establecida, sino que estamos refiriéndonos a lo que nosotros recorremos, hemos recorrido, a lo que nosotros hemos vivido; nos referimos al camino de la vida, de mi vida.
Las palabras del evangelio que hoy hemos escuchado, y como hemos venido diciendo estos días en que ya en parte las hemos meditado, nos suenan a despedida de Jesús porque vuelve al Padre, pero suenan también por una parte a una presencia nueva de Jesús junto a nosotros pero también a lo que nosotros hemos de vivir para ir al encuentro con el Padre.
Cuando les dice Jesús ‘y adonde yo voy, ya sabéis el camino’, los discípulos aún con sus dudas y corto entendimiento le replican, ‘Señor, no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’; es entonces cuando Jesús les hace esa rotunda afirmación de tan gran significado para todos: ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a Mi, conoceréis también a mi Padre’. Nos viene a decir cuál es el camino.
El camino no son lugares o cosas que hacer; el camino es Jesús; el camino es una vida. Es a Jesús a quien tenemos que vivir y así estaremos haciendo ese camino que nos conduce al Padre. No es contentarnos con hacer unas cosas, cumplir con unos mandatos como quien cumpla unas normas de tráfico, sino es dejarnos impregnar por la vida de Jesús para vivir su misma vida, sus mismos sentimientos y actitudes, su mismo hacer y actuar, su mismo amor; por eso decimos que el cristiano está configurado con Cristo, porque ya no vive su vida sino que es Cristo quien vive en él. Por eso al decirnos que El es el Camino, nos dice también que es la Verdad y que es la Vida.
Entendemos, entonces, lo que nos quiere decir Jesús cuando nos habla del Padre y cuando nos habla de que ya debemos conocer el camino que nos lleva al Padre. ‘Adonde yo voy, ya sabéis el camino’,  que nos dice. Cuando les dice eso a los discípulos se tendría que suponer que después de haber convivido tanto con El tendrían que conocerle, pero bien vemos que aun siguen llenos de dudas y les cuesta entender claramente lo que Jesús les dice.
Por eso aún siguen preguntando y pidiendo como le dice Felipe, ‘muéstranos al Padre y nos basta’, a lo que Jesús le replicará que después de tanto tiempo con ellos aún parece que no lo conocen. ‘Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre… ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?’
¿Nos tendrá que decir algo así también a nosotros, porque aún no le terminamos de conocer? Cuánto escuchamos nosotros el evangelio y aún no terminamos de impregnarnos del espíritu del evangelio. Quizá no siempre abrimos del todo nuestro corazón a la Palabra del Señor; la tierra de nuestro corazón no la preparamos lo suficiente para recibir esa hermosa semilla de la Palabra de Dios y cae muchas veces en el terreno duro o lleno de malas hierbas de nuestro corazón endurecido y encallecido por tantas cosas donde lo tenemos apegado.
Creo que esta Palabra del Señor que estamos escuchando tendría que movernos en lo más hondo de nosotros mismos para que surjan esos buenos deseos de querer conocer más a Jesús y su evangelio para llenarnos de vida. Que se despierte nuestra fe, que se enardezca nuestro corazón escuchando su Palabra, que tengamos verdadera hambre de Dios en nosotros para abrirnos a su gracia salvadora.
Creo que tenemos que darnos cuenta y reconocer que la piedra  angular, la piedra fundamental de nuestra vida es Cristo y en la fe en El tenemos que fundamentar toda nuestra vida. Quizá busquemos otros fundamentos para nuestra vida descartando a quien es la verdadera piedra angular de nuestra existencia.
Que tengamos verdaderos deseos de seguir el camino de Jesús, de hacer el camino de Jesús porque nos llenemos de verdad de su vida. Pero pensemos una cosa: quien se pone en camino ha de salir y arrancarse de sí mismo, como el que va a hacer un trayecto tendrá que dejar atrás el punto de partida si quiere llegar a la meta que se ha propuesto. Eso nos cuesta, no siempre nos es fácil realizarlo. Apegos, rutinas, cansancios, tibiezas que van apareciendo en nuestra vida son impedimentos con que nos vamos a encontrar para realizar ese camino.
Cuando en verdad nos hemos encontrado con Jesús y se ha despertado la fe en nuestro corazón nos damos cuenta de que merece la pena emprender ese camino, aunque nos cueste esfuerzo y sacrificio. Es el camino que nos conduce a la plenitud porque es llenarnos de Cristo, de su verdad y de su vida. Es un camino que nos abre horizontes para ponernos siempre en una actitud de servicio, el camino de la  diaconía, porque quien vive a Cristo comprenderá que nuestra verdadera grandeza está en servir. Son las obras de Jesús que se han de realizar en nuestra vida. Como hoy le hemos escuchado: ‘El que cree en mí, también hará las obras que yo hago, y también mayores’.
Hemos escuchado en la primera lectura cómo surge desde el principio en medio de la Iglesia naciente, la diaconía, el servicio para atender a los huérfanos y a las viudas y a cuantos padecen necesidad del tipo que sea. No será una verdadera Iglesia de Jesús si no hay esa diaconía en sus miembros, que no solo es el que se dedique a unas personas a ese ministerio, sino que ha de ser el espíritu con el que hemos de vivir todos los que creemos en Jesús.
No nos podemos quedar en nosotros mismos, en nuestros criterios o nuestra manera de pensar o de ver las cosas; no podemos quedarnos dando vueltas simplemente alrededor de nuestros deseos o aspiraciones meramente terrenales; hay que ponerse en camino desprendiéndose de su yo para dejar de mirarse a si mismo y poder comenzar a ver lo que nos rodea, los que nos rodean con una óptica distinta porque comenzaremos a mirar con la mirada de Cristo.
Cuando con mucho amor en nuestro corazón, con mucha ilusión y esperanza en la vida queremos emprender ese camino de vivir a Jesús nos damos cuenta que ahí en esa diaconía permanente que tiene que ser nuestra vida encontraremos la mayor dicha y felicidad. Seguir a Jesús nos hace dichosos, nos hace sentirnos las personas mas felices del mundo; recordemos que mensaje central de su evangelio son las bienaventuranzas. En Jesús encontramos la plenitud de nuestra vida.

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