sábado, 23 de marzo de 2013


No pongamos barreras a la gracia del Señor que quiere inundar nuestra vida

Ez. 37, 21-28; Sal.: Jer. 31, 10-13; Jn. 11, 45-56
‘No comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera…’ profetizó Caifás sin saberlo. Ellos pensaban desde su política, desde sus intereses, ante el temor de revueltas y represiones. Estaban llenos de miedos porque la gente se iba con Jesús y ya no era solo la posible pérdida de poder e influencia que pudieran tener, sino que además por mucho que ellos hicieran después de los milagros de Jesús, sobre todo de la resurrección de Lázaro la gente comenzaba más a creer en Jesús.
Cuando estamos ya en el último peldaño de nuestra subida y ya inmediatamente delante de las puertas de la semana de la Pasión que comienza mañana, nos viene bien esta Palabra del Señor que se nos ha proclamado. ‘Conviene que uno muera por el pueblo’, que decía Caifás pero no era por lo que ellos podían pensar o desear. Allí está quien se va a entregar, y lo hace libremente, para que nosotros no perezcamos. No son las revueltas o represiones que ellos sospechaban sino que es la esclavitud mucho más honda que nos lleva a la muerte con nuestro pecado.
Allí está quien con su sangre derramada en la cruz va ‘a reunir a los hijos de Dios dispersos’. Lo había anunciado el profeta que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Voy a recoger a todos los israelitas de las naciones a las que marcharon; voy a congregarlos de todas partes, los voy a repatriar’, que decía el profeta Ezequiel, para ser ‘un solo pueblo… ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios’.
Vuelven a resonar las palabras de Dios en el Sinaí cuando la Alianza, pero ahora va a ser una Alianza nueva y eterna, la Alianza sellada con la Sangre del Cordero que quita los pecados del mundo. ‘Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos… con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo’.
Va nacer un nuevo pueblo, el pueblo de la Alianza nueva y eterna en la sangre de Cristo derramada en la cruz. En Cristo y en su Sangre somos consagrados, somos hechos un nuevo pueblo, comienza a nacer la Iglesia.
Es lo que vamos a celebrar. Vamos a contemplar estos días la pasión y la muerte del Señor y la vamos a meditar hondamente en nuestro corazón. Es todo el misterio pascual de Cristo que nos redime, que nos llena de vida, que nos hace nuevo pueblo de Dios, que nos hace hijos de Dios.
No puede ser algo que contemplemos desde el exterior, como si fuéramos simplemente espectadores que solamente lloremos como plañideras pero sin dejar que eso afecte a nuestra vida. Tiene que ser algo que vivamos hondamente en nuestro corazón. Tenemos que sentir en nuestro corazón la emoción del amor que es el que nos va a transformar totalmente. Cuando contemplemos su pasión y su muerte una vez más hemos de sentirnos movidos a convertir nuestro corazón a Dios; pero tiene que surgir también la acción de gracias desde lo hondo de nosotros mismos. Cómo no dar gracias cuando contemplamos cuánto es el amor que el Señor nos tiene. Damos gracias por su amor; damos gracias por su entrega y su muerte en la cruz; damos gracias por la paz nueva que vamos a sentir en nuestro corazón.
Preparémonos de verdad para vivir todo este misterio de Cristo que nos trae la salvación. Hemos venido dando pasos a lo largo de toda la Cuaresma y, como decíamos, estamos en el último peldaño a la entrada de esta semana de la Pasión que culminará en la resurrección. Que haya de verdad pascua en nuestra vida, porque sintamos el paso salvador del Señor por nosotros. No cerremos las puertas de nuestro corazón;  no  nos hagamos oídos sordos a la llamada del Señor; no pongamos barreras a la gracia del Señor que llega a nosotros y quiere inundarnos de vida nueva en la celebración de la Pascua.

viernes, 22 de marzo de 2013


He hecho muchas obras buenas, ¿por cuál de ellas me apedreáis?

Jer. 20, 10-13; Sal. 17; Jn. 10, 31-42
‘Os he hecho muchas cosas buenas por encargo de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?’ Habían agarrado piedras para apedrearlo. El que había pasado haciendo el bien, sanando a los enfermos, dando vista a los ciegos, levantando de su camilla a los inválidos y paralíticos, limpiando a los leprosos… ‘¿Por cuál de ellas me apedreáis?... pero se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí’. Con toda probabilidad era allí cuando le llegó la noticia de la enfermedad de su amigo Lázaro. Aún no había llegado su hora, como se repite en otros momentos, por eso ‘intentaron detenerlo, pero se les escabulló de las manos’.
La Palabra de Dios que vamos escuchando estos días previos a la Semana Santa nos quiere ayudar a introducirnos en el misterio de la pasión del Señor que vamos a celebrar. Nos ayuda el contemplar esa situación de rechazo por parte de los judíos a Jesús y su mensaje que llevaría a que incluso desearan y buscaran su muerte. Hoy hemos escuchado que intentaban prenderlo, pero Jesús se les escabulle, porque aun no ha llegado su hora. Cuando llegue el momento veremos subir a Jesús a Jerusalén con decisión sabiendo, como lo escucharemos el jueves santo, que llega la hora de la entrega, de pasar de este mundo al Padre, la hora de la pasión que El no rehuye, porque por amor se entrega por nosotros para nuestra salvación.
Nos ayudan también los textos que vamos escuchando en la primera lectura y los salmos responsoriales que vamos recitando. Hoy contemplamos la soledad del profeta jeremías cuando se ve acosado por todas partes, por parte incluso de los que parecían sus amigos o los vecinos de su pueblo y hasta sus parientes. ‘Mis amigos acechaban mis traspiés: a ver si se deja seducir…’
Pero aunque siente la soledad en medio de los que lo rodean porque parece que todos están en su contra, se siente seguro en el Señor. ‘El Señor está conmigo como fuerte soldado, mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo’, y terminará cantando la alabanza al Señor ‘porque libró la vida del pobre de manos de los impíos’.
Soledad que nosotros podemos sentir en ocasiones en medio de la tentación en donde nos parece encontrarnos sin fuerzas; es la tentación que nos quiere inducir al pecado, o puede ser la incomprensión de quienes nos rodean porque no entienden nuestra manera de actuar y quieren quizá convertirnos en el hazmerreír de todos porque nos manifestamos creyentes convencidos y con toda nuestra confianza puesta en el Señor. En la sociedad en que vivimos nos encontramos a muchos muy combativos contra todo lo que significa religión, fe, el nombre del cristiano y quieren desprestigiar o quieren imponer sus ideas o maneras de actuar. Frente a ese mundo adverso podemos sentirnos pequeños y débiles, podemos sentirnos sin fuerzas o desanimados ante esa indiferencia, ante tanto materialismo, ante tantas cosas que nos hacen sufrir.
Pero tenemos que sentirnos como el profeta, seguros en nuestra fe en el Señor. ‘En el peligro invoqué al Señor y me escuchó’, fuimos repitiendo en el salmo. El Señor es nuestro amor y nuestra fortaleza y en El nos hemos de sentir siempre seguros. ‘Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos… me cercaban olas mortales… me envolvían las redes del abismo… pero el Señor escuchó mi voz y mi grito llego a sus oídos’.
Delante de nosotros va Jesús camino de la pasión porque va caminando por el camino del amor; será el camino de la muerte en Cruz pero será el camino de la vida, porque le contemplaremos vencedor y resucitado. Queremos caminar a su paso; queremos recorrer esos caminos de la fe y del amor. No tememos porque el Señor es nuestra fortaleza, en El encontramos la vida y la salvación.

jueves, 21 de marzo de 2013


El que guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre

 Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-50
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Progresivamente se nos va dando a conocer Jesús; nos va manifestando toda la riqueza de vida que en El podemos encontrar. Ayer nos decía que si nos manteníamos en su palabra seríamos en verdad sus discípulos, porque conoceríamos la verdad y la verdad nos hace libres. Hoy nos dice algo más porque nos habla de vivir para siempre.
Queremos seguir a Jesús; en El encontramos la verdad que nos hace grandes; conocerle es conocer la plenitud de la verdad; conocerle es llegar a conocer la verdad de Dios, pero también la verdad de nuestra vida, el sentido, el valor de nuestra existencia. Pero conocerle y seguirle, guardar su palabra nos llena de vida, y de vida para siempre. ‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’.
Podemos recordar muchos otros momentos del evangelio. En Betanía nos dirá que El es la resurrección y la vida y que creyendo en El no moriremos. En la última cena llegará un momento que nos dice que es el Camino y la Verdad y la Vida. seguir y conocer a Jesús es conocer a Dios. ‘Quien me conoce a mi, conoce al Padre’, nos afirmará. Por eso luego nos insistirá en cómo hemos de estar unidos a El, como el sarmiento a la vid, porque sin El nada somos ni nada podremos hacer.
Nosotros ya ahora podemos conocer todo esto en su conjunto y meditarlo, rumiarlo en nuestro corazón. Nosotros ya le hemos dado nuestro ‘sí’, y hemos puesto toda nuestra fe en El y queremos escucharle y queremos seguirle. En el texto de hoy que estamos meditando y comentado vemos cómo los judios no lo entienden, no les cabe en la cabeza lo que Jesús les está diciendo. No han puesto toda su fe en El, sus mentes están muy llenas de dudas. Llegarán incluso a decir que está endemoniado.
Hay gente que se cierra a la fuerza de la gracia y a lo que el Señor nos pueda ir revelando en el corazon. Quieren entenderlo todo a su manera o según sus criterios, según fórmulas terrenas y no llegan a descubrir que el misterio de Dios es inmenso y nos sobrepasa y hay que dejarse sumergir en él.
Es necesario dejarse conducir; es necesario dejar que el Espíritu actúe en nuestro interior, en nuestro corazón y nos vaya ayudando con su gracia a comprender. Tenemos la ventaja de la fe que nos da seguridad, que nos hace confiar totalmente en el Señor, y que nos ayuda a dejarnos empapar totalmente por su palabra.
Jesús quiere que tengamos vida y vida en abundancia. Para eso ha venido; para eso se entregará dando su vida para que nosotros tengamos vida. Su sangre derramada nos rescatará de la esclavitud y de la muerte. Por eso queremos creer en su palabra, esa Palabra que nos libera de nuestras ataduras, esa Palabra que nos llena de vida y de vida para siempre.
‘El que cree en mí aunque haya muerto vivirá’, nos decía en Betania. Reconocemos nuestras muertes, porque reconocemos nuestro pecado; reconocemos cuanta oscuridad hay tantas veces en nuestra vida cuando nos dejamos arrastrar por el mal, cuando impera el desamor en nuestro corazón, pero queremos la luz, queremos la vida; acudimos con fe y con humildad a Jesús.
Es la maravilla que vamos a celebrar en los próximos días al celebrar el triduo pascual de la muerte y la resurrección del Señor. Seguimos ahondando en el misterio de Cristo en este camino cuaresmal para que haya en verdad pascua en neustra vida, porque sintamos el paso de Dios que nos salva, que nos resucita, que nos llena de vida.

miércoles, 20 de marzo de 2013


Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres

Daniel, 3, 14-20.91-92.95; Sal.: Dan. 3, 52-56; Jn. 8, 31-42
Muchos pensamientos se van como agolpando en nuestra cabeza al escuchar estas palabras de Jesús. ¿Seremos en verdad discípulos de Jesús? ¿Qué tendríamos que hacer para ser libres de verdad? ¿Conoceremos en verdad a Jesús o qué nos falta? ¿Le escuchamos y aceptamos con la totalidad de nuestra vida o nos quedamos a medias?
Hemos escuchado que ha comenzado diciéndonos: ‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’. Ya el evangelista nos decía que Jesús hablaba ‘a los que habían creído en él’. Sin embargo la reacción de los que ahora le están escuchando es bastante controvertida porque parece como que se sienten ofendidos por las palabras de Jesús. Le replican airados que ellos no son esclavos de nadie porque son linaje de Abrahán a quien consideran su padre. Llamamos a Abrahán nuestro padre en la fe, es cierto, pero ahora no quieren aceptar a Jesús.
A nosotros algunas veces, cuando estamos encerrados demasiado en nosotros mismos o en nuestras ideas también nos cuesta entender y aceptar las palabras de Jesús. Por eso siempre decimos que hemos de ir con un corazón sincero y libre de prejuicios hasta Jesús para saber aceptar lo que nos dice que si lo asumimos interiormente veremos la verdad de las palabras de Jesús que quieren conducirnos a la verdadera libertad.
Nos llamamos cristianos y decimos que no hay quien crea más que nosotros que somos creyentes desde siempre, pero quizá eso no lo mostremos realmente en nuestras actitudes, en nuestras posturas y en nuestros comportamientos. Nuestra fe no se puede quedar solo en palabras, la fe tiene que envolver toda nuestra vida. Y cuando actuamos iluminados y conducidos por esa fe seguro que nos damos cuenta las actitudes y posturas que tenemos que cambiar, las malas costumbres quizá de las que tenemos que arrancarnos, o cómo tenemos que caldear de una forma distinta nuestro corazón para que lleguemos a manifestarnos con toda intensidad como cristianos, verdaderos seguidores de Jesús.
Nos cuesta reconocer en ocasiones que no tenemos todo el conocimiento que deberíamos de Jesús y nuestra formación cristiana puede aparecernos un tanto coja en ciertas cosas porque seguimos con nuestros apegos, posturas no totalmente generosas para los demás, y al final como nos quiere decir Jesús hoy somos esclavos porque dejamos meter en el pecado en nuestro corazón. ‘Os aseguro, nos dice, que quien comete pecado es esclavo’. ¿Por qué nos dejamos seducir a veces con tanta facilidad por la tentación?
‘Si os mantenéis en mi palabra…’ nos dice Jesús. Mantenernos en su palabra comienza por querer escucharla con fe. Mantenernos en su palabra es dejar que se confronte nuestra vida con la Palabra del Señor. Mantenernos en su palabra para ir examinando nuestra vida y mejorar todo aquello en lo que vamos dejándonos arrastrar. Mantenernos en su palabra para con decisión y coraje ponernos a amar como Jesús nos enseña que tiene que ser nuestro amor. Hermosa tarea la que hemos de ir haciendo con una especial intensidad en este tiempo de la Cuaresma para ir en verdad convirtiendo nuestro corazón al Señor e ir liberándonos de todas esas esclavitudes que nos atan.
Miremos el coraje de los tres jóvenes de los que nos habla el libro del profeta Daniel. Nada podía doblegar su corazón para hacerles caer en la idolatría adorando aquel falso dios que les presentaba Nabucodonosor. No temen el fuego ni la muerte, porque se sienten libres en el Señor y saben que el Señor es su fortaleza y El los liberará. Aunque estuvieran en medio de las llamas de aquel horno encendido siete veces mas fuerte que lo normal, se sienten libres porque siguen adorando al Señor y cantando su alabanza. Y nosotros que nos acobardamos tan fácilmente cuando tenemos que dar testimonio, cuando tenemos que dar la cara por el Señor y por el evangelio.
Invoquemos al Señor que en verdad nos libera con su gracia y nos regala su fortaleza para alcanzar la verdadera libertad. A Dios sea la gloria y la alabanza por todos los siglos.

martes, 19 de marzo de 2013


El silencio de san José es escuela de oración

2Samuel, 7, 4-5.12-14.16; Sal. 88; Rm. 4, 13.16-18.22; Mt. 1, 16.18-21.24
Siervo fiel y cumplidor, pasa al banquete de tu Señor’, es una de las antífonas que la liturgia nos propone en este día de la fiesta de san José. Recordamos la parábola que propone Jesús y cómo aquel siervo fiel que cumplió con su deber en la administracion de los talentos que su amo le confió ahora es elevado y llevado a participar en el banquete de su señor. Es lo que escucharía san José al final de su vida. Dios le había confiado una misión, ejercer de padre del Hijo de Dios encarnado que ante los ojos de los hombres aparecería como el hijo de José. Había cumplido su misión, merece participar en plenitud del banquete del Reino de los cielos.
Es excelsa la misión que Dios le confió, dos tesoros: María, la que iba a ser la madre de Dios, como esposa, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre como un hijo a quien educar y ayudar a crecer como hombre. Es importante la misión y ocupa un lugar muy especial en nuestra historia de la salvación, aunque con su silencio pudiera pasar casi desapercibido, pudiera parecernos que está en un segundo plano. Contribuyó san José en la historia de nuestra salvación, colaboró al lado de María y en la atención que como padre realizó con Jesús.
Creo que ese silencio de san José de quien en el evangelio no conservamos ninguna palabra es sin embargo muy elocuente y nos está, por así decirlo, gritando muchas cosas que tendríamos que aprender de san José. El silencio no es pasividad ni es dejación de responsabilidades; no es conformismo ni dejar que sean otros los que hagan ni quedarnos pasivamente en la duda esperando que se resuelva por sí sola; no es alejarnos de los demás porque no queramos contar con nadie para encerrarnos solo en nuestro yo y no es ocultacion para eludir responsabilidades.
El silencio es reflexión y es un ahondar dentro de sí mismo para encontrar un sentido y un valor; es un hacer preguntas para llegar a entender las cosas o es también interrogarnos a nosotros mismos por dentro para llegar a conocernos de verdad; es alejarnos de ruidos que nos aturden para poder escuchar el interior de si mismo, o para escuchar en el silencio a Dios que nos susurra en nuestro corazón. El silencio nos ayuda a crecer y a madurar, porque nos ayuda a reflexionar y a encontrar respuestas dando sentido a lo que somos y a lo que hacemos, pero también nos ayuda a escuchar lo que son los planes de Dios para nuestra vida.
Necesitamos hacer silencio en la vida porque muchas cosas nos aturden y no llegamos a entender claro lo que somos o por donde vamos, o porque también las dudas nos desestabilizan sin saber qué camino tomar. San José es un hermoso ejemplo para nosotros en su silencio que fue en si mismo muy enriquecedor para él y que se convierte en un grito para nosotros para ayudarnos a encontrar a lo que de verdad importa en nuestra vida.
Ya decíamos que en el evangelio no pronuncia palabras, lo contemplamos en silencio; pero en silencio reflexiona y ora, en silencio se pregunta y quiere encontrar la verdadera respuesta, en silencio actúa con responsabilidad en cada momento sabiendo lo que tiene que hacer, en silencio va caminando buscando siempre la manera de no hacer daño o de buscar lo que es lo mejor.
Su silencio es oración, porque ya fuera en sueños o de la manera que fuera el Señor a través de su ángel le va manifestando en todo momento lo que tiene que hacer. En su silencio sabrá descubrir siempre lo que es la voluntad de Dios y así contribuye y colabora con los planes de Dios, se convierte también en un paso o un medio que nos acerca a los planes de la salvación de Dios para todos nosotros, para toda la humanidad.
En el silencio de su corazón el ángel del Señor disipa dudas ante la futura maternidad de María y encontrará su lugar, un lugar que será importante en el nacimiento de Dios hecho hombre. Recibe a María, su mujer en su casa porque asi es el plan de Dios. En silencio caminará hasta Belén al capricho de aquel emperador que quiere hacer un censo, pero así se cumplen las profecías, así se realiza el plan de Dios de que el Mesías Salvador habría de nacer en Belén. En silencio y con humildad pondrá de sí todo lo que puede en la pobreza de medios para el nacimiento de Jesús; no hay sitio en la posada pero sabrá encontrar el lugar apropiado para dentro de aquella pobreza se manifieste la gloria del Señor.
Si el evangelio de María dice que iba guardando en su corazón todo aquello que sucedía, la venida de los pastores, la ofrenda de los Magos llegados de Oriente, las palabra proféticas de Simeón y Ana en el templo cuando la presentación, como serían los ojos y los oidos de José, cómo sería de receptivo su corazón para todo aquello que iba sucediendo en donde había de contemplar un plan de Dios. Lo mismo lo veremos huir a Egipto para defender al niño recien nacido ante la indicación del ángel del Señor, lo mismo que su vuelta y su establecerse de nuevo en Nazaret.
Eso nos está diciendo una cosa, el silencio de José era oración; el silencio de José era escuchar a Dios, cuando seguro que en su angustia y preocupación muchas cosas le iría pidiendo y el Señor así le respondía. Cuánto tenemos que aprender en ese sentido nosotros para aprender de verdad a orar. José no solo pedía, y cuanto no pediría con las dudas y problemas que continuamente se le iban presentando. Pero José no solo pedía, José escuchaba, José era receptivo a la voz de Dios que le hablaba en su corazón ya fuera en sueños o ya fuera a través del ángel. José era un hombre abierto a Dios y que escuchaba a Dios para descubrir sus planes y realizarlos con la fuerza del Señor. El silencio de José es para nosotros una escuela de oración.
Estamos celebrando esta fiesta de san José en medio de nuestro camino de Cuaresma. Un camino que hemos repetido muchas veces que es un irnos al desierto para hacer silencio en nuestro interior y llegar a conocer mejor a Dios y lo que son los planes de Dios para nuestra vida; un irnos al silencio del desierto para mirarnos también a nosotros mismos y conocernos en lo que es la realidad de nuestra vida con nuestras limitaciones, con tantas discapacidades que tenemos muchas veces en nuestro espíritu; un irnos a ese silencio del desierto para escuchar mejor a Dios y para encontrar el verdadero valor de nuestra vida; un irnos también a ese duro desierto que implique sacrificios y renuncias que nos haga descubrir y buscar lo que verdaderamente vale y así nos acerque también más al sacrificio redentor de Cristo en la Cruz.
Esta celebración no es un paréntesis ni mucho menos en este camino cuaresmal; es un paso más y un paso muy importante porque de san José también tenemos mucho que aprender. Como san José supo encontrar lo que era su lugar en el plan de salvación de Dios y supo ocupar ese lugar con toda responsabilidad, así también nosotros hemos de hacer de la misma manera. Ver como se realiza ese plan de salvación en nuestra vida, pero ver también el lugar que nosotros hemos de ocupar para hacer llegar esa salvación de Dios a los demás.
Que san José nos alcance esa gracia del Señor.

lunes, 18 de marzo de 2013


Si creemos veremos la gloria del Señor y crecerá más y más nuestra fe

2Reyes, 4, 18-21.32-37; Sal. 16; Jn. 11, 1-45
‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’ replicó Jesús a Marta cuando pide que quitan la loza y ella dice que ya huele mal porque hace cuatro días que fue enterrado. Si nos fijamos en el texto de todo el relato del milagro de la resurrección de Lázaro esa es como la música de fondo, que se manifieste la gloria del Señor.
Cuando le anuncian, más allá del Jordán donde se encuentra, que Lázaro está enfermo dirá: ‘Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella’.
Cuando les dice finalmente a los discípulos de venir hasta Betania en el diálogo que se establece entre Jesús y sus discípulos, donde les dice: ‘Lázaro, nuestro amigo, está dormido, voy a despertarlo’ y a la réplica de los discípulos diciendo que si está dormido ya despertará, les dirá claramente ‘Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis’.
Luego se establecerá el diálogo con Marta que le sale al encuentro con la queja ‘si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano’ - será literalmente también la queja también de María - y Jesús lo que querrá es despertar la fe en aquellas hermanas, y no una fe cualquiera, sino la fe en la resurrección y la vida, la fe en El para poder resucitar y tener vida para siempre. ‘Yo soy la resurrección y la vida, le dice, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿crees esto?’
Es por eso la réplica que hace Jesús finalmente con la que hemos comenzado este repaso al evangelio. ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’ Es por eso por lo que da gracias al Padre. ‘Te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado’.
Se manifestará la gloria de Dios para que los discípulos crean; se manifestará la gloria de Dios y crecerá la fe de aquella familia desde su dolor y desde la confianza total que ponen en Jesús. ‘Yo creo, Señor, que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.
Y se va a manifestar la gloria de Dios cuando Lázaro salga del sepulcro para que todos crean, para que todos aquellos que les rodean, todos aquellos que han venido al hogar de Betania para darles el pésame por la muerte de Lázaro, ahora cuando salga del sepulcro, todos crean. ‘Muchos de los que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en El’.
Todo un proceso y un camino de la fe. Los signos que Jesús realiza vienen a despertar la fe aquellos que los contemplan. Nosotros ahora cuando leemos estos textos, meditamos en todo cuando hizo el Señor nos convertimos también en testigos de la acción del Señor y también nuestra fe ha de crecer. Todo esto se realiza para que se manifieste la gloria de Dios, todo esto nos va a ayudar a nosotros a crecer en nuestra fe para que también seamos capaces de dar gloria a Dios. Todo esto nos ayuda a leer con unos ojos distintos cuando nos sucede o cuanto sucede a nuestro alrededor para descubrir la mano del Señor, para descubrir la gloria del Señor que se manifiesta, para que así vaya creciendo más y más nuestra fe.
Y es que la maravilla es descubrir cómo el Señor quiere a nosotros también resucitarnos, sacarnos del sepulcro de nuestras muertes, de nuestras dudas e inseguridades, de nuestros temores y cobardías, de nuestro desamor y nuestro pecado, de la indiferencia con que miramos muchas veces las maravillas del Señor. Quiere también resucitarnos a nosotros, para que tengamos nueva vida, para que demos en verdad siempre y en todo la gloria del Señor.

domingo, 17 de marzo de 2013


La misericordia divina y el perdón llenan de esperanza el corazón del pecador

Is. 43, 16-21; Sal. 125; Flp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11
Si digo para comenzar que el evangelio que hoy hemos proclamado y, aún más, todos los textos de la Palabra proclamada nos llenan de esperanza quizá alguien me pueda decir que me repito y que una vez más vuelvo a la misma cantinela. Pero os digo que no es una cantinela repetida sino que es lo que yo siento en mi mismo cuando escucho y trato de rumiar en mi interior la Palabra que el Señor hoy ha querido decirnos. ¿No se lleno de esperanza y de ansias de vida nueva el corazón de aquella mujer que no fue condenada por Jesús sino todo lo contrario recibió su generoso perdón?
Claro que hemos de reconocer que el mensaje de la Palabra de Dios escuchado allá en la sinceridad más honda de nuestro corazón siempre ha de suscitar esperanza. ¡Cómo no al sentirnos amados y perdonados por Dios! ¡Cómo no al sentir que se nos libera del peso de nuestra culpa confiando en que en verdad podemos enmendarnos y comenzar una vida nueva! Es la salvación más profunda que el Señor quiere ofrecernos en su amor.
‘Mirad que está brotando algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?’, nos decía el profeta. Y habla de caminos en el mar, de sendas en medio de aguas impetuosas, de caminos por el desierto o de ríos en el yermo. Pero nos dice que no miremos para detrás, que no miremos lo antiguo aunque pudiéramos recordar que un día el Señor les hizo atravesar el mar Rojo y el Jordán, y los condujo por el desierto hasta la tierra prometida. Es algo nuevo lo que se nos anuncia. Por eso les dice ‘no recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo’, no os quedéis pensando en esa cosas de otro momento sino de lo nuevo que se abre ante vuestros ojos.
Y el profeta hablaba en primer término de la liberación de la cautividad y de la vuelta del destierro; pero la mirada del profeta estaba puesta en un horizonte más futuro, porque podemos leerla con sentido mesiánico. El Bautista recogería esas imágenes para preparar la llegada del Mesías. No es necesario repetir ahora lo que tantas veces hemos escuchado en labios del Bautista.
Pero es a nosotros también a quien nos está diciendo que no miremos atrás, que se abren caminos nuevos delante de nosotros para nuestra vida. Y eso llena de esperanza. No nos quedemos simplemente contemplando la situación por la que pasamos con todos los males en los que nos vemos envueltos; no  nos quedemos en mirarnos a nosotros mismos para vernos hundidos y sin esperanza; no nos quedemos en lloros de plañidera por las cosas por las que pasamos y quizá no sabemos o no podemos resolver; no nos quedemos en que nuestra vida está llena de miseria por nuestros pecados. Son muchas las cosas que podríamos mirar. Ante nosotros, sin embargo, se nos abren caminos nuevos a pesar de esos desiertos y negruras, a pesar de esas sequedades o de esa aridez de nuestra vida.
El evangelio que se nos ha proclamado nos ayuda a levantar esa esperanza en nuestro corazón. ¿Cómo se sentiría aquella mujer cuando la empujan ante Jesús y ya la están condenando a morir apedreada por su pecado? ¿Cómo se sentiría al final cuando Jesús le dice ‘yo no te condeno, anda y en adelante no peques más’? Una vida nueva se abría ante ella.
Allí está tirada en medio de aquellos que vociferan condenándola, aunque realmente a quien querían en verdad condenar era a Jesús; ya sabemos sus intenciones. Está allí, es cierto, con su miseria, con su pecado, perdida la esperanza y temiendo lo peor porque en cualquier momento podían comenzar a caer las piedras sobre ella. Bastaba el más pequeño gesto. Pero con Jesús los gestos van a ser diferentes.
No podía ser de otra manera en quien comía con publicanos y pecadores, acudía tanto a la mesa del orgulloso fariseo buscando un cambio en el corazón o a la mesa del publicano Zaqueo para quien la presencia de Jesús en su casa significó el amanecer de un día nuevo porque allí llegó la salvación; no podía ser de otra manera en quien se había dejado lavar los pies por una pecadora o nos hablaría del amor y del perdón, del amor a los enemigos y de perdonar no siete veces sino setenta veces siete; no podía ser de otra manera en quien un día iba a decir ‘perdónalos porque no saben lo que hacen’ y le diría al ladrón arrepentido ‘hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’.
Ya hemos escuchado con detalle en el evangelio los gestos y palabras de Jesús. La misma postura que un día tuvieron los que criticaban a Jesús porque comía con publicanos y pecadores es la de los que ahora vienen juzgando y condenando. ‘El que esté sin pecados que tire la primera piedra’, es la respuesta de Jesús ante sus preguntas y exigencias. Jesús no entra en la lógica ni en el juego de los acusadores. Jesús viene a ofrecernos algo nuevo. Jesús viene a salvar al hombre, viene a salvar a la persona. La sangre que El va a derramar no es para condenar sino para hacer un hombre nuevo, porque nos trae vida nueva.
Cuando todos desfilan y se quedan solos aquella mujer y Jesús frente a frente, las palabras de Jesús para aquella mujer no pueden ser sino palabras de vida, palabras que a nosotros nos llenan de esperanza también. ‘¿Nadie ha sido ahora capaz de condenarte? Pues yo ahora tampoco te condeno…’ vete, comienza una vida nueva, una vida regenerada, la vida que nace de la misericordia divina. Para eso había venido Jesús. La misericordia y el perdón siempre nos llenan de esperanza.
Nos miramos a nosotros y nos vemos, es cierto, envueltos en nuestras miserias, en nuestros problemas, en tantas y tantas carencias fruto de nuestra limitación o de nuestra debilidad, pero podemos comenzar una vida nueva, podemos comenzar algo nuevo. Nos invita hoy la Palabra del Señor a mirar hacia adelante. ‘Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?’, que nos decía el profeta. Siempre se pueden abrir caminos nuevos, pueden surgir esos ríos en la estepa de nuestra vida con la gracia que nos llena de fecundidad para las obras buenas. El Señor nos ofrece el agua viva de su gracia para apagar nuestra sed, para llenarnos de vida, para que comencemos también a hacer mejor nuestro mundo.
No caben ya los juicios ni las condenas; no podemos ya nunca más comenzar a tirar piedras de condenación a los demás. No podemos seguir mirando para detrás con desconfianza para mantenernos en prejuicios, ni para juzgar ni condenar ¿Quién soy yo para juzgar a mi prójimo? Nuestra misión al ir repartiendo misericordia es ir tendiendo las manos, no para tirar piedras, sino para ayudar a levantarse al hermano, ayudar a poner nueva ilusión en su vida rota porque es posible una vida distinta y mejor.
Nosotros hemos de ser también siempre los hombres y mujeres de la misericordia y del perdón porque de la misma manera que nosotros nos sentimos amados y perdonados por el Señor así hemos de hacer con los que están a nuestro lado. La Iglesia siempre tiene que mostrarse como la madre de la misericordia a imagen de Jesús que siempre cree y espera en el hombre nuevo que va a nacer del perdón que nos regala el Señor.
Que sepamos tender siempre las manos para dar ánimos a los que encontramos sin esperanza al borde del camino; tender siempre las manos para consolar a los que están tristes o con el corazón muy lleno de sufrimientos; tender manos cariñosas para hacer que todos se sientan queridos; tender manos y sonrisas que llenen de alegría y esperanza los corazones.
Lo que siempre tiene que vencer es el amor;  y con el amor la palabra buena, y el perdón y la comprensión, la alegría y la esperanza. De una cosa siempre podemos estar seguros y es que el Señor nos busca porque nos ama para regalarnos su misericordia y su perdón.