viernes, 17 de mayo de 2013


Un examen de amor con una carga fuerte de humildad

Hechos, 25, 13-21; Sal. 102; Jn. 21, 15-19
 Un examen de amor con una carga fuerte de humildad. Es lo que hoy contemplamos en el evangelio en este diálogo entre Jesús y Pedro. En otros momentos había pasado una doble prueba de su fe; en una el resultado fue pleno porque hizo una hermosa confesión de fe, pero cuando tuvo que dar la cara y dar testimonio el resultado había sido negativo. Por eso ahora este examen de amor tenía que llevar una fuerte carga de humildad.
Pedro era siempre el primero en responder y en ofrecerse para todo. Ya estaba dispuesto a preparar tres tiendas en lo alto del Tabor porque la experiencia que allí estaba pasando era algo muy hermoso y quería estar allí para siempre, el primero en disfrutar de esa gloria del Señor. Fue el que se adelantó en nombre de los demás cuando Jesús preguntaba que es lo que ellos pensaban de El para hacer aquella hermosa confesión de fe.
En los anuncios que Jesús hacía en el Cenáculo no quería quedarse atrás, quería ir con Jesús a donde fuera o estaba dispuesto a todo por estar con Jesús. ‘Te seguiré adonde quieras… por ti estoy dispuesto a dar la vida’, pero cuando había llegado la prueba del testimonio se había echado para detrás y él no conocía al Maestro ni era de los suyos. Ya se lo había anunciado Jesús y le había dicho que no fuera presuntuoso, que había que templar el espíritu en la oración, pero se había quedado dormido.
Pero Jesús sigue confiando en Pedro, como sigue confiando en nosotros a pesar de tantas debilidades que tenemos y de que también tantas veces lo hemos negado. Resucitado Jesús va al encuentro de los discípulos en el lago y comienza probando la confianza que seguían teniendo en su palabra. Y efectivamente fiados de la palabra del que les hablaba desde la orilla, aunque no sabían bien que era Jesús, habían echado las redes como les pedía el desconocido.
Cuando Pedro se entera de que quien está en la orilla es Jesús de nuevo quiere ser el primero en llegar hasta Jesús y aunque apenas faltaban unos cien metros, se lanza al agua llegar pronto a los pies de Jesús. Ahora ya no se atreve a hablar, ni a hacer preguntas ni a hacer propósitos.
Y Jesús le pregunta por su amor, le pregunta si su amor es grande ‘¿me amas mas que estos?’ En otra ocasión le habría gritado su protesta de amor, pero ahora simplemente le dice ‘Sí, Señor, tú lo sabes, tu sabes que te quiero’. Y la pregunta se repite, para dolor en el corazón de Pedro, una segunda y una tercera vez. ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’. Tres veces le había negado, tres veces ahora le habla de amor. ¿Se lo estará recordando Jesús? ¿se sentirá Pedro humillado porque reconoce que no había sido en la otra ocasión tan claro ni rotundo con su testimonio? Pero Jesús sigue confiando en él. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le dice, aunque le anuncia que tendrá que pasar por momentos donde ha de dejarse guiar, dejarse hacer por los demás. ‘Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras’.
Allí está la fe y está el amor de Pedro; allí está la manifestación de la humildad como para reconocer lo que había sido su debilidad. No podrá ahora Pedro ir presumiendo de valentías y preferencias. Pero allí está la grandeza de seguir dejándose guiar por Jesús. Allí está la maravilla y ya no es que Pedro ame a Jesús, sino que Pedro se sentirá amado de Jesús que sigue confiando en él. Si un día le había prometido que sería la piedra sobre la que se edificara su Iglesia, ahora Jesús sigue confiando en él para que siga siendo esa piedra fundamental, pero para que sea también el pastor que guíe y que alimente a sus ovejas, guíe y alimente al pueblo de Dios a él confiado.
Y nosotros ¿seremos capaces de hacer una profesión de fe así, de hacer una promesa de amor semejante y de dar el testimonio valiente cuando nos pregunten por nuestra fe? Es en lo que nos hace pensar este texto del Evangelio que escuchamos y ahora meditamos. Que crezca nuestra fe. Que nos sintamos envueltos por el amor de Dios para que amemos con su mismo amor. Que resplandezca nuestra vida, que resplandezcan nuestras obras de amor, para que con nuestro testimonio todos puedan dar gloria también al Padre del cielo. Seamos humildes ante el Señor reconociendo también que somos débiles.

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