jueves, 16 de mayo de 2013


Descienda sobre nosotros el Espíritu de fortaleza y comunión para que el mundo crea

Hechos, 22, 30; 23, 6-11; Sal. 15; Jn. 17, 20-26
‘Para que todos sean uno… para que el mundo crea que Tú me has enviado’. Es la oración que con toda intensidad Jesús hace al Padre en el momento previo a su prendimiento en Getsemaní. La unidad de los que creemos en Jesús que viene a ser motivo fuerte, razón grande para que el mundo crea.
Es una oración que forma parte de alguna manera de su agonía momentos antes de su entrega. Qué importante y necesaria esa unidad. La división de los discípulos provoca incredulidad en quienes nos ven o nos escuchan. Proclamamos un mensaje que perdería credibilidad por el antitestimonio que nosotros daríamos con nuestra desunión. Sigue siendo así hoy. Los que nos ven podrían decir que muy importante no es lo que nosotros les enseñamos o trasmitimos si luego entre nosotros no hay esa verdadera comunión de amor. Porque el evangelio que nosotros les vamos a anunciar, la buena nueva que queremos trasmitirles es el amor de Dios y si nosotros no vivimos en ese amor, será que nosotros le estaríamos dando poca importancia, ¿cómo nos van a creer?
Creo que esto es algo que tendría que preocuparnos seriamente a los que creemos en Jesús. Si de verdad lo seguimos necesariamente tenemos que crear lazos de comunión entre todos; tenemos que amarnos de verdad superando todos los obstáculos que nos puedan aparecer a causa de nuestros egoísmos o nuestros orgullos. Cómo se nos endurece el corazón tantas veces y vamos creando divisiones, enfrentamientos la mayor parte de las veces por cualquier cosilla que si la analizamos sensatamente nos damos cuenta que realmente son minucias; pero son como esas piedrecillas que se nos meten en el calzado y nos molestan y no nos dejan caminar bien. Y claro, los no creyentes que nos ven se preguntarán si de verdad creemos en lo que anunciamos, cuando tan poca importancia le damos luego en la vida a un amor autentico.
Cuando pensamos en esa falta de unidad nos es fácil pensar en las grandes divisiones entre los cristianos en las diferentes Iglesias desde tan diferentes momentos de la historia de la Iglesia pero que se han perpetuado a través de los siglos. Es el gran escándalo de los cristianos y por la unidad de todas las Iglesias tenemos que trabajar y sobre todo tenemos que orar mucho. Pero eso  no puede ser una excusa para no mirar esas otras divisiones, que nos pueden parecen pequeñas, cuando en el seno de nuestras propias comunidades no hay la suficiente unidad y comunión. Es triste que en nuestras pequeñas comunidades cristianas ahí donde hacemos nuestra vida de creyentes de cada día haya esa falta de comunión.
Pero tenemos que aterrizar aún mucho más para darnos cuenta de esa falta de comunión y amor de hermanos que tenemos muchas veces con los que están a nuestro lado, porque no los amamos lo suficiente, porque guardamos nuestras rencillas y rencores en el corazón, o nos movemos muchas veces desde la envidia, la ambición, el orgullo y la insolidaridad.
Estamos en estos días pidiendo con insistencia que venga sobre  nosotros el Espíritu Santo prometido por Jesús que nos enviaría desde el seno del Padre. Es lo que queremos celebrar el próximo domingo con Pentecostés. Pidamos, sí, que descienda sobre nosotros ese espíritu de fortaleza y comunión; y digo fortaleza para que sintamos la fuerza de la gracia del Señor que nos ayuda a superar todas esas cosas que crean división o distanciamiento entre nosotros; con la fuerza del Señor podremos lograr avanzar por esos caminos de comunión, de amor verdadero, de paz, y así seremos un buen testimonio ante el mundo que nos rodea, como nos pide hoy Jesús en el evangelio. Será el Espíritu del Señor quien nos conduzca por caminos de unidad y de comunión. Es uno de los frutos del Espíritu en nuestro corazón que hemos de cultivar.

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