jueves, 11 de abril de 2013


La fortaleza del Espíritu para confesar y testimoniar nuestra fe

Hechos, 5, 27-33; Sal. 33; Jn. 3, 31-36
Con que fortaleza nos sentimos cuando vivimos intensamente nuestra fe. ‘Sé de quien me he fiado’, como le escuchamos decir a san Pablo en alguna ocasión en sus cartas. Y es que nos sentimos seguros en el Señor, ponemos nuestra vida en sus manos, y desde El sentiremos esa fortaleza que nos lleva a vivir ese nuevo sentido de nuestra vida que nos da nuestra fe, a proclamar valientemente nuestra fe en Jesús y a testimoniarla ante los demás, y a superar todas las dificultades o tentaciones que nos vayan apareciendo en la vida. ‘En Dios pongo mi esperanza y confío en su palabra’, como decimos también con algún salmo.
El evangelio que continúa con esa prolongación de la conversación de Jesús con Nicodemo nos está invitando una vez más a vivir nuestra fe. ‘El que Dios envió  habla las Palabras de Dios, nos dice, y El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. Y el que cree en el Hijo posee la vida eterna’. Desde la fe que tenemos en Jesús nos llenamos de su vida, de su gracia, de su fortaleza; nos sentiremos distintos y fortalecidos para ese testimonio.
Pero fijémonos en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Con qué valentía se presentan los apóstoles ante el pueblo y también ante el Sanedrín y los sumos sacerdotes. Qué diferencia podemos apreciar entre aquellos discípulos temerosos que abandonaron a Jesús tras su prendimiento, le negaron o se mantuvieron lejos, o luego tristes y asustados se mantenían encerrados en el cenáculo, ‘con las puertas cerradas por miedo a los judíos’. Tras la llegada de Jesús, su encuentro con Cristo resucitado todo cambió.
Los hemos ido contemplando estos días tras la curación del paralítico de la puerta Hermosa del templo. Como escuchábamos ayer los metieron en la cárcel de la que un ángel les libró y, como hemos escuchado hoy, a la mañana siguiente ya estaban de nuevo en el templo hablando de Jesús. Los habían mandado a buscar a la cárcel pero no los encuentran. Alguien les dice que están predicando en el templo. De allí los traen, los interrogan de nuevo. ‘¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése?’ Ni siquiera quieren decir el nombre de Jesús. Pero ya hemos escuchado su respuesta. ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’. Y vuelven a hacer el anuncio de Cristo resucitado. ‘Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen’.
Entendemos que estos hechos suceden ya después de Pentecostés, que es lo que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. En ellos estamos viendo la fortaleza del Espíritu que les hace sentirse libres y seguros en su fe y en su testimonio. No temen la cárcel, no se dejan amedrentar por las prohibiciones y amenazas. Sienten la fortaleza del Espíritu en su corazón.
Es el ejemplo y el testimonio que hemos de sacar para nuestra vida. Es la fortaleza que hemos de sentir en nuestro espíritu y la valentía para el testimonio cristiano. Es la fortaleza que nos da nuestra fe que nos ha de llevar a proclamarla con valentía. Muchas veces nos sentimos acobardados porque vivimos en un mundo muy adverso que no entiende nuestro mensaje ni quiere entenderlo en muchas ocasiones. Pero tenemos que sentirnos seguros en el Señor y vivir nuestra fe con alegría.
El Papa Francisco estos días nos lo está repitiendo continuamente para que nos salgamos de nosotros mismos, para que no nos quedemos encerrados sino que llevemos a nuestro mundo la luz de Cristo resucitado. Lo que estamos escuchando estos días en los Hechos de los Apóstoles es un buen testimonio que tiene que animar y fortalecer nuestra fe.
Tenemos también en nosotros la fuerza del Espíritu para dar ese testimonio y no caben cobardías. También nosotros hemos de ser testigos. El sacramento de la confirmación que un día recibimos para eso nos ha fortalecido con el don del Espíritu Santo. Algunas veces parece que olvidamos que esa gracia del Señor está en nosotros. Abramos nuestro corazón a Dios y a su gracia.

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