viernes, 12 de abril de 2013


El muchacho que comparte sus panes una señal del Reino

Hechos, 5, 34-42; Sal. 26Jn. 6, 1-15
‘Si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondréis a luchar contra Dios’, fue el sensato consejo de ‘Gamaliel, doctor de la ley, respetado por el pueblo’ ante los hechos que estaban sucediendo que habían traído de nuevo a los apóstoles a la presencia del Consejo del Sanedrín para juzgarlos por la predicación que hacían del nombre de Jesús.
‘Será una bandera discutida, había anunciado el anciano Simeón en el templo, y está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten’. Lo fue Jesús en el tiempo de su predicación por los caminos y pueblos de Palestina, mientras unos se admiraban y lo aclamaban, otros tramaron su condena y su muerte; lo siguió siendo en la predicación de los Apóstoles en aquellos primeros momentos después de Pentecostés como lo estamos viendo, y lo ha sido a través de todos los tiempos.
Por la fuerza del Espíritu los apóstoles llegaban a salir contentos de la presencia del Sanedrín aunque los hubieran azotado y les quisieran prohibir hablar del nombre de Jesús. Pero ‘no dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el evangelio de Jesucristo’, como nos resume el texto que hoy hemos escuchado. También nosotros queremos sentir el gozo de nuestra fe, el gozo del anuncio del nombre de Jesús como nuestra única salvación. El ejemplo de los apóstoles nos estimula y nos empuja para vivir y proclamar con toda hondura nuestra fe.
Pero detengámonos un momento en nuestra reflexión en el evangelio proclamado que va a tener su continuidad en los próximos días. Una vez más escuchamos el relato de la multiplicación de los panes y de los peces. Importante fue en la catequesis de los apóstoles y primeros cristianos este hecho, porque hasta seis veces se nos repite el milagro, o los milagros, de la multiplicación de los panes en los cuatro evangelios.
‘Lo seguía mucha gente, nos dice el evangelista, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos’. Ante la multitud que se arremolinaba alrededor de Jesús, ‘al ver que acudía tanta gente, Jesús le dice a Felipe: ¿con qué compraremos panes para que coman estos?’ Ya el evangelista nos comenta que Jesús sabía lo que iba a hacer y lo que estaba era tanteando la reacción de los discípulos más cercanos a Jesús, los apóstoles.
En lo que allí iba a suceder habían o tenían que manifestarse muchas señales del Reino que Jesús estaba anunciando y constituyendo con su persona y su predicación. Podríamos decir que Jesús estaba tanteando también a ver hasta donde habían ido aprendiendo lo que Jesús les había ido enseñando, en las señales a través de las cuales habría de manifestarse el Reino de Dios. Aunque se preguntan por la cantidad de dinero que necesitarían - y que seguro no tendrían - y dónde podrían conseguir pan para toda aquella gente estando como estaban en descampado, pronto aparecerán las primeras señales.
Por allí hay alguien dispuesto a compartir. ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero ¿qué es esto para tantos?’ Pero allí está la disponibilidad de los pobres - los panes de cebada eran la comida de los pobres, lo normal hubiera sido que fueran de harina de trigo -, disponibilidad para desprenderse y para compartir.
Y desde aquel compartir en la pobreza surgirá la abundancia, porque siempre la generosidad del Señor es mucho más grande que la nuestra. Ya conocemos el hecho y lo hemos escuchado en el Evangelio. ‘Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado’. Sentados en el suelo, como quizá habían estado escuchando a Jesús, alimentando su vida con la Palabra, ahora se alimentan con aquel pan que va a ser un signo del pan de vida que un día Cristo nos dará. Será lo que más tarde les anunciará en la Sinagoga de Cafarnaún; ya lo iremos escuchando en los próximos días.
Reunidos también nosotros en torno a Jesús, sentados a sus pies como aquella multitud, queremos alimentarnos y venimos a escuchar su Palabra cada día; hasta Jesús venimos también trayendo lo que son nuestras necesidades y lo que son nuestras inquietudes; en Jesús ponemos toda nuestra esperanza porque sabemos bien que nos va a alimentar porque es El mismo el que se nos va a dar en comida. 

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