viernes, 5 de abril de 2013


Jesús está siempre a nuestro lado cuando más lo necesitamos

Hechos, 4, 1-12; Sal. 117; Jn. 21, 1-14
Nos decimos que creemos en Dios y nos queremos llamar cristianos porque en verdad nosotros confesamos nuestra fe en Jesús, tratamos de vivir una vida auténticamente religiosa en nuestra relación con Dios con la oración, escuchando su Palabra, celebrando habitualmente los sacramentos, ahora mismo hemos terminado de celebrar el Triduo Pascual de la pasión, muerte, y resurrección del Señor, pero hemos de reconocer que muchas veces no somos constantes, tenemos el peligro de enfriarnos en nuestras expresiones religiosas o en nuestro compromiso como cristianos; es más, en ocasiones parece como si viviéramos sin tener en cuenta nuestra fe o nos cansáramos de esa vivencia de creyentes olvidándonos por momentos de nuestra fe.
Es una tentación y un peligro por el que podemos pasar. Y hemos de saber estar atentos, aunque eso a veces nos cuesta, para saber descubrir las señales que Dios pone a nuestro lado como llamadas a despertar de esa tibieza en la que fácilmente podemos caer. El Señor no nos deja solos y nos busca, nos llama, viene a nuestro encuentro, aunque se nos cieguen los ojos en tantas ocasiones.
Habrá momentos que en medio de esa rutina a la que volvemos fácilmente sentimos como aldabonazo fuerte en el corazón por algo que nos sucede, un pensamiento que puede surgir en nuestra mente, algo que hacemos y que o no nos sale cuando nosotros queríamos o de repente en un momento dado somos capaces de hacer algo bueno que no nos creíamos capaces.
Hoy nos ha hablado el evangelio de lo que llama Juan la tercera vez que se apareció Jesús a los discípulos reunidos. El Evangelio de Juan previamente nos ha hablado de la aparición de Cristo el primer día de la semana a los discípulos reunidos en el Cenáculo y por segunda vez a los ocho días en el mismo sitio cuando ya estaban todos, incluido Tomás. Se habían llenado de alegría al ver al Señor, nos decía el evangelista. Suponemos todo lo que significó para los discípulos ese encuentro con el Señor resucitado (el domingo tendremos ese texto en la liturgia del segundo domingo de Pascua).
Ahora nos habla de que están en Galilea y se han ido de nuevo a pescar. ‘Voy a pescar’, dice Pedro. ‘Vamos nosotros contigo’, le dicen los demás. Pero como en otra ocasión se pasaron la noche sin coger nada, de manera que cuando al amanecer alguien desde la orilla les pregunta que si tiene pescado, les responden que no han cogido nada. ‘Echad la red al lado derecho de la barca’, les dice desde la orilla quien para ellos en ese momento es un desconocido.
Ya hemos escuchado el relato del evangelio. La pesca es abundante. Juan se da cuenta de quien es el que está a la orilla. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro que se lanza al agua para llegar más pronto a los pies de Jesús. El resto de los discípulos que llegan en la barca y se encuentran que Jesús tiene preparada la comida para ellos en la orilla. ‘Al saltar a tierra, vieron una brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan’.
Jesús ha venido a su encuentro. Quizá de nuevo se había enfriado su fervor, pues se habían vuelto a sus faenas de antes. Las cosas no les salen como a ellos quisieran, pero allí están las señales de la presencia de Jesús. A su palabra, echan de nuevo la red y la redada de peces es grande. ‘Ninguno de los discípulos se atrevía ahora a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor’.
Es el Señor que viene a nuestro encuentro y se nos va haciendo el encontradizo allí donde estamos en la vida, en medio de nuestros trabajos, de nuestras luchas, de nuestros cansancios o de la tibieza en la que podemos caer en la rutina de cada día. Pero el Señor está a nuestro lado alentándonos en nuestra fe, dándonos su gracia, realizando maravillas en nosotros. Abramos los ojos como Juan para descubrirle y saber que es el Señor el que está a nuestro lado.
Que no se nos enfríe nuestra fe. Jesús está siempre a nuestro lado cuando más lo necesitamos.

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