Testigos que anuncian llenos de alegría la conversión y el perdón por el nombre de Jesús
Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Lc. 24, 35-48
Seguían contando los de Emaús ‘lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan’. Los
que estaban en Jerusalén contaban también su experiencia porque sabían que a
Simón también se le había aparecido Jesús resucitado. Y allí está ahora en
medio de ellos. ‘Estaban hablando de
estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos...’
Sorpresa, miedo, alegría, paz son los sentimientos que
se van sucediendo en ellos. Pero Jesús viene con la paz. Es su saludo: ‘Y les dice: Paz a vosotros’. Es el
saludo de Cristo resucitado que se repite en los distintos evangelistas. Cuando
Juan nos narre también esta primera aparición en el Cenáculo la tarde de aquel
primer día de la semana, como escucharemos en próximo domingo, ese será el
saludo que ponga en labios de Jesús: ‘Paz
a vosotros’. Por otra parte les había dicho a las mujeres que fueron de
mañana al sepulcro ‘no tengáis miedo’.
No caben los miedos ni temores. Ya habían dado ejemplo
los discípulos de Emaús que si primero invitaron a aquel caminante porque se
hacía de noche y no convenía caminar en la oscuridad de la noche, una vez que
se han encontrado con Jesús resucitado volverán sin ningún temor, porque para
ellos ya era de día para siempre, hasta Jerusalén para comunicar a los hermanos
la noticia.
Jesús quiere despejarles todas sus dudas para que no
piensen en la ensoñación de un fantasma y les pedirá incluso que lo palpen
mostrándoles las manos y los pies ‘porque
un fantasma no tiene carne y huesos’, y les pide también que le den algo
para comer. ‘Le ofrecieron un trozo de
pez asado, lo tomó y comió delante de ellos’.
Se disipaban los miedos, los temores, las dudas, pero
la alegría que los embargaba les hacía seguir atónitos. Ahora, como había hecho
con los discípulos de Emaús pacientemente se pone a recordarles lo anunciado
por El mismo y por las Escrituras sagradas.
‘Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en
la ley de Moisés y los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse’.
Obediente al designio divino había subido hasta la cruz. El cáliz había sido
amargo pero aunque le pidiera al Padre que lo librara de él, sin embargo por
encima de todo estaba lo que era la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’.
‘Les abrió el
entendimiento para que comprendieran las Escrituras’ y puedan comprender bien todo lo
que había sucedido porque de ahora en adelante ellos habían de ser los testigos
que lo anunciaran y proclamaran. ‘Así
estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer
día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a
todos los pueblos comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
No lo podrán callar. Será el anuncio permanente hasta
el final de los siglos. Hoy hemos escuchado a Pedro en el templo de Jerusalén
haciendo este anuncio tras la curación del paralítico de la puerta Hermosa.
Pero ha de ser también nuestro anuncio, el testimonio que nosotros tenemos que
seguir dando.
Hemos celebrado con toda intensidad y fervor el Triduo
Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Quisimos también
nosotros tomar la cruz para seguir a Jesús y hacernos uno con El en el misterio
de su Pascua. Pero esa cruz sigue acompañándonos siempre a lo largo de la vida,
porque siempre hemos de estar unidos a la muerte y a la resurrección del Señor.
Habrá quizá momentos duros en los que podamos flaquear, pero, como Jesús,
obedientes al Padre seguiremos los pasos de Jesús.
Seguiremos los pasos de Jesús y con nuestra vida
tenemos que ser sus testigos cuando también la cruz caiga sobre nuestros
hombros en el dolor o los sufrimientos, en los problemas o en las luchas de
cada día, en los contratiempos que podamos tener en nuestra vida, o cuando
quizá tengamos que sufrir por el nombre de Jesús. Pero ahí siempre hemos de ser
testigos para anunciar en el nombre de Jesús la conversión y el perdón de los
pecados, la salvación y la vida eterna para cuantos creemos en Jesús. Así
seremos en verdad testigos de Cristo resucitado.
Es nuestra tarea que hemos de realizar sin miedos ni
cobardía, sin temores ni dudas porque por la fuerza del Espíritu nos sentiremos
siempre inundados de la gracia del Señor que nos fortalece y nos llena de vida,
de esa vida que hemos de llevar también a los demás.
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