lunes, 4 de marzo de 2013


Sedientos de Dios dejemos que Dios se nos revele

2Reyes, 5, 1-15; Sal. 41; Lc. 4, 24-30
‘Mi alma está sedienta del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?’ Tenemos ansias de Dios; queremos conocer a Dios, lo buscamos. Ansias y deseos de plenitud, ansias y deseos de Dios. Acudimos a El desde nuestras necesidades y queremos sentir su auxilio.
Pero ¿cómo buscamos a Dios? ¿qué es lo que realmente buscamos? Porque algunas veces nos quejamos de que no nos atiende o no nos concede aquello que le pedimos. Tenemos la tentación de convertir nuestra oración en una exigencia. Queremos a Dios, es una tentación, y de alguna forma pareciera que queremos manipularlo, porque las cosas tienen que ser como a nosotros nos parece, nos tiene conceder las cosas tal como nosotros se las pedimos, nos imaginamos a Dios tal como a nosotros nos parece. ¿No podemos pensar que Dios está mucho más allá de nuestras imaginaciones o deseos?
Cuando comentábamos ayer el texto del encuentro de Moisés con Yahvé en medio de la zarza ardiente veíamos cómo Dios le pedía a Moisés descalzarse porque la tierra que pisaba era una tierra sagrada. Ya hacíamos algún comentario de lo que podía significar ese descalzarse. Y decíamos que teníamos que descalzarnos de nuestros prejuicios o ideas preconcebidas.
Sí, cuando queremos ir a conocer a Dios, nos descalzamos porque estamos en tierra sagrada; Dios es mucho más que lo que nosotros podamos imaginarnos o las ideas preconcebidas que tengamos que Dios; hemos de descalzarnos, despojarnos de esos nuestros pensamientos, de esa nuestra manera de ver las cosas para poder llegar al misterio de Dios que se nos revela. No es lo que nosotros pensemos sino lo que Dios nos dice de sí mismo; porque Dios no quiere ser un misterio escondido, sino que ha querido revelársenos, dársenos a conocer; para eso nos ha enviado a su Hijo, revelación de Dios, Palabra viva de Dios.
Miremos lo que nos dice hoy la Palabra del Señor, la Palabra que El hoy quiere decirnos. En Nazaret - este texto de hoy viene a ser la conclusión de aquella su primera visita a Nazaret - la gente reacciona ante Jesús. Como hemos visto en otros momentos, primero admirándose de las palabras de gracia que salían de sus labios, luego con el orgullo de sentir que Jesús era uno de los de ellos, porque era de Nazaret, allí se había criado y allí estaban sus parientes; pero finalmente le van a rechazar porque no les hace lo que ellos pensaban que iba a hacer allí. ‘No hizo ningún milagro por su falta de fe’, nos dirá el evangelio en otro momento. Y como hemos escuchado hoy les recuerda aquellos episodios de Elías y Eliseo, en que los beneficiarios no fueron precisamente judíos, sino una fenicia y un sirio. ‘Lo empujaron fuera del pueblo, con intención de despeñarlo’.
En este sentido podemos comentar también este hecho de Eliseo y aquel leproso, Naamán, venido de Siria. Le habían dicho que había un profeta en Israel que podría curarlo. Y ¿Cómo se presenta? Cargado de joyas y riquezas como si con ello pudiera comprar la acción de Dios que le devolviera la salud - pensemos en lo que hacemos nosotros con Dios con nuestras promesas y regalos con las que queremos ganarnos la voluntad de Dios -.
Y, por otra parte, cuando el profeta la manda simplemente lavarse en el río Jordán, ya hemos visto su reacción. ¿Qué esperaba? Acciones espectaculares que realizase el profeta para que de una forma mágica recobrara la salud de su cuerpo. El profeta no era el mago que venía allí con sus ritos mágicos para curarlo. Cuánto nos gustan a nosotros también las cosas espectaculares y en cierto modo teatrales.
¿Cuándo en verdad va a recobrar la salud por la acción de Dios? Cuando tenga humildad en el corazón y se despoje de sus orgullos y vanidades abajándose para lavarse como uno más en el agua del Jordán. Necesitó despojarse de sus vanidades y de su orgullo. Necesitó descalzarse, por recordar la imagen que antes mencionábamos, para quitarse las sandalias de sus ideas preconcebidas y poder encontrarse de verdad con la gracia y la acción de Dios.
Buscamos a Dios, pero escuchemos a Dios. Quitemos las cantinelas que tengamos en nuestra vida que nos hacen ruido y nos aturden, que nos distraen o no nos dejan escuchar la voz de Dios que nos habla en el corazón. Por algo hemos venido repitiendo también a lo largo de este tiempo de cuaresma de ese silencio y soledad al que tenemos que ir para escuchar a Dios, para poder dejarnos inundar por Dios.

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