domingo, 3 de marzo de 2013


Nos descalzamos para ir al encuentro del misterio de Dios que nos envía a hacer anuncios de liberación

Ex. 3, 1-8.13-15; Sal. 102; 1Cor. 10, 1-6.10-12; Lc. 13, 1-9
Como música de fondo seguimos teniendo en este tercer domingo de Cuaresma el desierto, la soledad, el silencio, la montaña. Ya hemos venido diciendo que no hemos de rehuir el desierto ni la montaña, que no hemos de tener miedo a ese silencio y a esa soledad. Son un camino muy hermoso que nos harán profundizar dentro de nosotros mismos y nos llevarán a Dios. En ese silencio se cultivan las almas grandes,  capaces de grandes cosas, de grandes misiones, porque ahí tienen ocasión de ir a lo más hondo de sí mismos para encontrarse con Dios.
Siempre recuerdo desde hace muchos años a una persona a quien buscábamos y a quien deseábamos escuchar porque desde su sencillez sabia trasmitirnos hermosos pensamientos que nos llevaban a Dios. Era en un movimiento apostólico en cuyas reuniones siempre se buscaba su palabra y su reflexión. No era sino un simple cabrero, pero cuando le preguntábamos de donde sacaba aquellas reflexiones nos decía que del silencio y de la soledad cuando iba cuidando sus cabras por aquellos campos del sur de nuestra isla, entonces sin tanto desarrollo como ahora - lo conocí a principios de los setenta - y sí con muchos espacios abiertos que le facilitaban el silencio y la reflexión.
Hoy la Palabra de Dios nos ha hablado de ‘Moisés que llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar al Horeb, el monte de Dios’. Allí tiene una experiencia maravillosa y profunda de la presencia de Dios en su vida. Lo hemos escuchado, la zarza ardiendo sin consumirse, Moisés que se acerca preguntándose su significado y la voz que le llama por su nombre y la habla desde el cielo. ‘Quítate la sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado’.  Se siente inundado de la presencia de Dios. Y lleno de Dios se siente enviado a liberar a los israelitas de la opresión de Egipto.
Nos sentimos invitados nosotros a acercarnos al misterio de Dios en este camino de cuaresma que estamos haciendo. Nos sentimos invitados a mirar con una mirada nueva y distinta cuanto nos sucede o cuanto sucede en nuestro mundo al que tenemos también que dar una respuesta. Y es que con la mirada de Dios - Jesús nos enseña a ello - hemos de saber mirar nuestro mundo, ese mundo concreto en el que vivimos con sus problemas.
El Señor desde la zarza ardiendo le decía a Moisés que había visto la situación en que vivía su pueblo en Egipto y sus sufrimientos. Era necesario dar una respuesta. Por su parte, en lo que hemos escuchado en el evangelio, vienen a contarle a Jesús unos sucesos acaecidos en Jerusalén y en el templo con la represión con que habían obrado las autoridades romanas contra unos galileos. Y Jesús les hace mirar esas situaciones y esos problemas con una mirada distinta, porque han de ser una llamada a sus conciencias para un cambio de vida.
El Señor nos quiere enseñar a mirar también nuestra situación, los problemas que vivimos hoy en nuestra sociedad, la angustia y el sufrimiento de tanta gente por la situación social que vivimos en estos momentos, la desorientación de tantos que no saben quizá qué rumbo tomar en su vida, o la vida insulsa y frívola en que viven tantos otros porque solo se dejan llevar quizá por el momento presente o por lo más placentero.
¿Habrá una luz? ¿Habrá algo que pueda cambiar esa sociedad en la que estamos para darle una mayor profundidad, mayor plenitud a la vida? ¿Nos podemos desentender los cristianos dando por imposibles de resolver esas situaciones? ¿Qué tendríamos que hacer para despertar las conciencias dormidas, los corazones cerrados e insolidarios, o los espíritus ahogados por el vicio y por el mal?
Dios envió a Moisés a Egipto con la misión de liberar a su pueblo de aquella esclavitud. Jesús nos pide transformar nuestros corazones para que en verdad busquemos lo  verdaderamente es más importante. San Pablo nos dice que todas esas cosas suceden como para escarmiento nuestro, para hacernos pensar y reflexionar, para que vayamos en búsqueda del verdadero alimento espiritual de nuestra vida.
Es todo un misterio de amor el que se nos revela cuando nos acercamos a Dios para conocerle más. Pero algunas veces  nos es difícil conocerle y conocer ese misterio de amor en el que Dios quiere introducirnos para transformar nuestra vida y para que seamos capaces de ir también a ayudar a nuestros hermanos en esas situaciones difíciles en que se encuentran. Nos da miedo como Moisés que se tapó la cara temeroso de morir por alcanzar a ver a Dios. Pero no moriría porque Dios llenaba de forma nueva su vida y le confiaba una misión. Pero antes el Señor le pedía descalzarse.
¿Querrá significar algo esto que el Señor le pide? Sí, hemos de descalzarnos de nuestras ideas preconcebidas y nuestros prejuicios; hemos de descalzarnos de nuestros miedos y cobardías; pero hemos descalzarnos también de nuestras autosuficiencias y nuestros orgullos pensando que somos nosotros los salvadores de la humanidad; hemos de descalzarnos para sentir que Dios está con nosotros y que si recibimos una misión, si llegamos a hacer alguna cosa buena es porque Dios está con nosotros y no nos faltará su gracia, porque somos unos enviados de Dios y el Señor nos dice que está con nosotros.
Pensemos, sí, de cuantas cosas hemos de descalzarnos porque bien sabemos donde están nuestras limitaciones, nuestras rutinas, todas esas cosas en las que tropezamos una y otra vez. Hemos de descalzarnos para convertir de verdad nuestro corazón al Señor; hemos de descalzarnos para llegar a descubrir que si podemos llegar a dar frutos es porque en el Señor abonamos nuestra vida con su gracia y con humildad hemos de ir hasta El en los sacramentos que nos renuevan y nos fortalecen, nos alimentan y nos llenan de vida.
Jesús en el evangelio nos propondrá la pequeña parábola del hombre que venía a buscar fruto en su higuera, pero que, al no encontrarlo, aún la cavará una vez más y la abonará y regará para seguir esperando que llegue a dar fruto. Es lo que el Señor sigue haciendo con nosotros que tan remisos somos en tantas ocasiones para dar los buenos frutos que nos pide el Señor. Sigue ofreciéndonos su gracia, sigue iluminando nuestra vida con su Palabra, sigue alimentándonos con los sacramentos para que al final cambiemos, nos convirtamos a El y terminemos también por ir a los demás a llevar esa luz de la gracia que a todos ilumine.
En ese silencio que sepamos hacer en nuestro interior, allá en la soledad de nuestro corazón escuchemos la voz del Señor que nos llama y nos llama por nuestro nombre, porque así de personal es su amor; sintamos cómo el Señor viene a nuestra vida y nos está pidiendo la conversión de nuestro corazón; descubramos que si se nos revela este misterio del amor de Dios es para que nosotros vayamos a los demás para ayudarles a transformar sus vidas, a liberarse de tantas cosas que les oprimen allá en su interior y puedan encontrar la paz y la dicha de vivir en el Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario