miércoles, 13 de febrero de 2013


MIÉRCOLES DE CENIZA

Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y nos convertimos a El

Joel, 2, 12-18; Sal. 50; 2Cor. 5, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Convertios al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad…’ Es el primer anuncio, el primer grito e invitación que escuchamos al iniciar con esta liturgia el tiempo de Cuaresma. Es consolador. Es exigente la llamada porque ahora es tiempo favorable, ‘es tiempo de gracia’, pero al mismo tiempo es estimulante. Somos llamados e invitados a volver nuestra vida al Señor ‘porque es compasivo y misericordioso’. Esa es la razón y el motivo, el amor compasivo y misericordioso del Señor.
Es el amor del Señor el que nos llama. ‘Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en El’, que nos dice san Juan en sus cartas. Como nos recuerda el Papa en su mensaje para la Cuaresma ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… y puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora es el amor ya no solo un mandamiento sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro’.
Mas adelante el Papa en este sentido nos dice en su mensaje: ‘Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta precisamente es la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. El sí de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito.  No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí’.
Creo que nos pueden bastar estas palabras del Papa en el comienzo de la Cuaresma para iniciar este camino que nos conduce hasta la Pascua precisamente en este año de la fe que estamos recorriendo. Tiene que salir renovada y fortalecida nuestra fe. Este ha de ser nuestro empeño en el que vamos a intensificar todo lo posible durante toda esta Cuaresma. Esa fe que en la medida que vaya creciendo más y más en nuestro corazón, hará que crezca de la misma manera el amor, el amor que le tenemos a Dios y el amor que en consecuencia hemos de tener a los hermanos.
‘Abrirnos a su amor significa dejar que El viva en nosotros y nos lleve a amar con El, en El y como El; solo entonces nuestra fe llega verdaderamente a actuar por la caridad y El mora en nosotros’. Es la conversión de nuestro corazón al Señor, a la fe y al amor. Y necesitamos hacer ese proceso de conversión porque nuestra fe es débil muchas veces y en consecuencia no vivimos con toda intensidad el amor, la caridad. Vamos como cojeando en la vida. Palabra del Señor que vamos a ir escuchando es esa medicina, ese alimento, ese apoyo que nos fortalece en nuestra fe y en nuestro amor.
Para ello necesitamos intensificar la escucha de la Palabra de Dios y la oración, porque ahí en la escucha del Señor, en el encuentro vivo con El en la oración iremos sintiendo en el corazón esa luz y esa fuerza, esa gracia y esa presencia del Espíritu del Señor que nos impulsa a progresar en todo lo que ha de ser nuestra vida cristiana. La liturgia cuaresmal es muy rica en la Palabra del Señor que nos va ofreciendo cada día, podíamos decir, de forma muy pedagógica para que vayamos dando esos pasos que renueven nuestra vida, para que demos esos pasos de verdadera conversión al Señor.
Es un tiempo también con un profundo sentido penitencial porque en la medida en que vamos dejándonos  iluminar por la Palabra del Señor y vamos viviendo ese encuentro intimo y profundo de nuestra oración al ir examinando nuestra vida nos sentimos pecadores, nos sentimos limitados y así acudiremos al Señor invocando su misericordia y su perdón. El ayuno penitencial que Dios quiere es que nos liberemos de todo lo que nos ata y esclaviza pero haciendo abierto y generoso nuestro corazón para compartir en el amor con los demás.
Es la austeridad con que hemos de aprender a vivir en la vida para no ser esclavos del consumo, pero también haciéndonos solidarios con tantos que quizá a nuestro alrededor o a lo largo del mundo tienen que ayunar pero porque no tienen para comer en su indigencia o en su necesidad. Por eso la austeridad penitencial que de manera especial queremos vivir en este tiempo nos tiene que llevar a la solidaridad y al compartir.
Por eso como decíamos antes nuestra auténtica conversión nos ha de llevar al amor. Amor para compartir y ser solidarios; amor para ser capaces de tener un corazón compasivo y misericordioso en el trato con los demás; amor que nos ha de llevar a ese buen trato que tengamos con los otros, a evitar todo lo que pueda dañar o herir al hermano que está a nuestro lado; amor que nos ha de llevar a tener auténtica ternura en nuestro corazón con los que están a nuestro lado ofreciendo alegría, amistad, comprensión, perdón, esperanza.
El saber superarnos en todas estas cosas y el vivir con ese corazón lleno de ternura y de misericordia puede ser un buen ejercicio de penitencia, porque será algo que muchas veces nos costará hacer porque nos sentimos tentados tantas veces al orgullo y al egoísmo, o nos aparecen las envidias y las desconfianzas. Y eso que nos cuesta superar son las verdaderas penitencias que hemos de hacer cada día, para ser cada vez más gratos al Señor.
Ahora con la liturgia vamos a dejar caer sobre nuestra frente la ceniza penitencial; pero vamos a escuchar con los oídos del corazón bien abiertos la invitación y la llamada del Señor: ‘Conviértete y cree en el Evangelio’. Que no caiga en saco roto esta llamada y esta gracia del Señor.

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