sábado, 13 de octubre de 2012


La fe de los pequeños y los sencillos que tienen la visión de Dios

Gál. 3, 22-29; Sal. 104; Lc. 11, 27-28
‘Mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz’ para echar bendiciones a la madre que había traído al mundo a quien cosas tan hermosas les decía y tantas esperanzas despertaba en su corazón.
Es el grito espontáneo de una mujer del pueblo. Una mujer anónima, sencilla que manifiesta así su fe y su entusiasmo por Jesús. Es la fe del pueblo sencillo que sabe descubrir las cosas maravillosas de Dios. Es la fe de los pequeños, de los humildes, de los que parece que nada saben pero tiene un visión de Dios en el alma. Es la fe de aquellos que parece que nada son, pero que Dios hace grandes, porque se les revela en su corazón.
Algunas veces pensamos que es necesario tener grandes inteligencias o grandes capacidades, o que solo los entendidos, los que parecen sabios porque saben muchas cosas de este mundo, por su cultura, por sus estudios, por las posibilidades que hayan tenido en la vida son los que pueden entender los misterios de Dios. Pero Dios se revela a los sencillos, busca a los pequeños, se manifiesta a los que tienen un corazón pobre y humilde.
Nos basta seguir los pasos del evangelio. ¿Quiénes son los primeros que tienen noticia de que en Belén ha nacido un salvador? Los pobres, los humildes pastores que se pasan la noche al raso cuidando sus rebaños son los que reciben la embajada del cielo para que se les anuncie el gran gozo, la gran noticia, la maravillosa alegría de que ha nacido el salvador.
Cuando Jesús comienza su predicación y va a la sinagoga de su pueblo lee el anuncio del profeta que dice que los pobres son evangelizados, a los pobres se les va a anunciar la Buena Noticia del Evangelio. Los que eran menos valorados de la sociedad, ciegos, cojos, inválidos, enfermos, pobres son los que van a recibir la Buena Nueva de Jesús.
Veremos a lo largo del evangelio que los letrados, los que se creen más sabios y cumplidores siempre estarán mirando a Jesús como a la distancia; van a ver en qué pueden cogerle, todo son dificultades y serán los que finalmente se opondrán y le llevarán a la muerte. Los pequeños y los sencillos gritarán aclamándole en la bajada del monte de los olivos y a la entrada de la ciudad y del templo; ahora esta mujer sencilla será la que prorrumpirán en alabanzas y bendiciones cuando escucha a Jesús, como serán los pobres y los enfermos los que le seguirán a todas partes.
Ya escucharemos a Jesús dando gracias al Padre porque ha escondido los misterios de Dios a los sabios y entendidos y es a los pobres, los humildes y sencillos a los que se los revela.  ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’.
Es bueno reflexionar todo esto para que apreciemos cuáles han de ser las actitudes con las que nosotros también nos acerquemos a Jesús. En El vamos a encontrar la verdadera sabiduría. El es la Palabra de la Verdad que se  nos revela; con corazón humilde, pobre, vacío de nuestro yo acudimos a Jesús porque sólo El es quien puede llenar y cumplir nuestras ansias más profundas de verdad y de vida.
Vacíos de nosotros mismos nos vamos a llenar de Dios, vamos a dejar que se plante de verdad la Palabra de Dios en nosotros para que dé fruto. Cuando la tierra está llena de pedruzcos y de abrojos y zarzales la semilla no podrá producir el ciento por uno. Por eso preparemos la tierra de nuestro corazón para que caiga esa semilla en nosotros y dé fruto. ‘¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!’
Cultivemos bien la tierra de nuestra vida; cultivemos nuestra fe. Desde nuestra pobreza, nuestra sencillez y nuestra humildad tendremos la visión de Dios que nos hace crecer en nuestra fe.

viernes, 12 de octubre de 2012


María, Pilar y estrella de la nueva evangelización

Crón. 18, 3-4.15-16; 16, 1-2; Sal. 26; Lc. 11, 27-28
‘Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí’, anuncia proféticamente la misma María, inspirada por el Espíritu Santo, en el cántico del Magnificat.
El ángel la había llamado ‘la llena de gracia’. ¿Qué más grande bendición y felicitación podía recibir que desde el mismo cielo llamaran ‘la llena de gracia’?
Isabel, en estos mismos momentos del cántico del Magníficat, inspirada también por el Espíritu Santo la había llamado dichosa porque había creído, pero no solo eso sino que la llama la Madre del Señor. ‘¿De donde que venga a mí la madre de mi Señor? Dichosa tú que has creído que todo lo que se te ha dicho se cumplirá’.
La felicitaría la mujer anónimo en medio de la multitud que alaba a la madre que trajo al mundo al Salvador. ‘Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron’, diría aquella mujer alabando a la madre de Jesús. Pero Jesús mismo la llamaría dichosa porque ella como nadie plantó en su corazón la Palabra del Señor. ‘Dichosos más bien los que escuchan la palabra del Señor y la cumplen’, acabaría diciendo Jesús.
Aquí estamos nosotros hoy uniéndonos al coro que a través de los siglos ha prorrumpido en alabanzas a María porque es la Madre del Señor y porque el Señor nos la ha dejado como Madre. Hoy recordamos su presencia allá junto al Ebro cuando vino a alentar la esperanza y los trabajos apóstolicos de Santiago en predicación por nuestras tierras hispanas. Pero es la alabanza que queremos entonar en honor de María que ha sido nuestro amparo celestial a través de los siglos y que en torno a María y con su protección se ha mantenido la fe de los pueblos de España.
‘Tú permaneces como la columna que guiaba y sostenía día y noche a tu pueblo en el desierto’, hemos proclamado ya desde el principio de la celebración. Recordamos aquel peregrinar del pueblo de Dios por el desierto pero que siempre se veía alentado por la presencia del Señor bajo el signo de aquella nube que les protegía y les sostenía en los ardores del calor del día o los rigores del frió de la noche en su camino hacia la tierra prometida. Pero esas palabras las dirigimos a María que está ahí, en ese signo de la columna, del pilar, como guía y protección del pueblo cristiano. Ella, como el Arca de la Alianza que acompañaba y animaba la fe del pueblo peregrino, está también junto a nosotros como ese signo maravilloso de lo que es la presencia y el amor del Señor.
Así quiso Dios contar con María en la historia de nuestra salvación. Fue aquel sí al ángel de la anunciación que hizo posible la encarnación del Hijo de Dios en su seno para que nos naciera un salvador siendo la madre de Dios, pero es también la maternidad de María, madre de todos los creyentes que Jesús nos dejó como herencia desde lo alto de la cruz. ‘He ahí a tu hijo… he ahí a tu madre’. Escuchamos a Jesús en aquellos sublimes momentos. Y Juan, el discípulo amado, la recibió en su casa, y nosotros, discípulos amados y que queremos merecer tal amor y tal dicha, queremos acogerla para siempre en  nuestro corazón.
La llamamos madre, la sentimos como madre; la contemplamos como madre y ejemplo de mujer creyente, la sentimos como madre que nos cuida y nos protege para que lleguemos siempre hasta Jesús. La contemplamos como Madre que siempre nos está señalando el camino de Jesús, y la sentimos como madre de la evangelización que siempre nos está impulsando para que nosotros no solo encontremos el camino de Jesús para nosotros mismos sino que nos convirtamos también en signos y señales de evangelio para que los que están a nuestro lado reciban esa buena noticia y alcancen también la salvación.
A Ella, pues, le pedimos que nos ayude a mantenernos fuertes en nuestra fe, firmes y seguros en nuestra esperanza y constantes y generosos siempre en el amor. Es nuestra tarea y nuestro compromiso cuando contemplando a María iniciamos este Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa y ayer iniciábamos porque en María tenemos la estrella y el mejor ejemplo de la Nueva Evangelización que todos hemos de emprender.

jueves, 11 de octubre de 2012

Porta fidei

Motu propio Porta Fidei

Os ofrezco el enlace de la convocatoria del Papa Benedicto XVI para el año de la fe
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/motu_proprio/documents/hf_ben-xvi_motu-proprio_20111011_porta-fidei_sp.html

Comienzo del Año de la Fe

Esta fecha del 11 de octubre este año tiene un especial significado. Para esta fecha nos ha convocado el Papa Benedicto XVI para iniciar el Año de la fe con motivo del cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. Comienza el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.  El santo padre señaló el domingo en la homilia del inicio del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización que, a partir del Concilio Vaticano II, se produjo un nuevo dinamismo de evangelización al que diversos papas llamaron "nueva".
Como nos señala el Papa en la convocatoria de este año de la fe, ‘las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»’.
Es necesario recorrer y reactualizar la historia de la fe. Por eso nos convoca a este Año de la fe. Así nos dice que A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación’.
Os ofrezco estos textos entresacados del Motu Propio del papa convocando el Año de la fe, sin más comentarios, pues estos días no puedo hacerme presente con otras reflexiones sobre la semilla de la Palabra de cada día. 

miércoles, 10 de octubre de 2012


Y Jesús les enseñó a decir Padre

Gál. 2, 1-2.7-14; Sal. 116; Lc 10, 38-42
‘Señor, enséñanos a orar’, le dijeron los discípulos a Jesús en una ocasión en que Jesús estaba orando en cierto lugar. Y Jesús les enseñó a decir ‘Padre’.
Esa es la oración. Esa palabra lo condensa todo. Las demás palabras son una consecuencia. Decir ‘padre’ es decir muchas cosas, expresar muchos sentimientos, hacer surgir de lo más hondo del corazón las mejores cosas. Decir ‘padre’ es reconocer el amor, sentirnos inundados de amor y expresar el mejor amor que llevamos en el corazón.
Cuando aprendamos a decir ‘padre’ de verdad hemos aprendido a orar desde lo más profundo, a hacer la más hermosa oración. Le estamos diciendo sé que me amas, y yo quiero amarte. Porque eres mi padre y yo lo reconozco, en mi vida todo son bendiciones para ti. Eres mi padre y yo quiero seguir sintiéndolo siempre. Me amas como padre y yo en todo querré hacer siempre tu voluntad porque así quiero manifestarte mi amor.
Lo condensa todo. Las otras palabras que le digamos no son otra cosa que decirle Padre con nuestra vida, nuestras actitudes, el reconocimiento de su grandeza, de la grandeza de su amor. Porque le decimos padre hemos puesto toda nuestra confianza en El y sabemos que nada nos faltará. Porque le sentimos como padre ahora nuestro trato y relación con los demás es la de los hermanos que nos queremos y  nos aceptamos, que nos perdonamos y que buscaremos siempre lo bueno los unos por los otros. Porque me siento cogido por el amor de padre ya no voy a permitir que el mal se meta más en mi vida y será posible porque en ese amor de padre me siento protegido, auxiliado, fortalecido.
‘Enséñanos a orar’, le pedimos como los discípulos, y nos enseña a decir ‘padre’. Y nosotros que andamos preocupados de decir tantas palabras, de buscar tantas fórmulas de oración. Aprendamos a decir padre y estaremos haciendo la más hermosa oración.

martes, 9 de octubre de 2012


Bellas flores tomadas del jardín de Betania la hospitalidad, la acogida, el servicio

Gál. 1, 13-24; Sal. 138; Lc. 10, 38-42
Hospitalidad, acogida, escucha, servicio son las gestos, los detalles, las actitudes que se desprenden cual pétalos de bellas flores de aquel hermoso jardín que era la casa de Betania donde acababa de llegar Jesús.
Me van a permitir que les diga que siempre que he escuchado los textos que hacen referencia a aquel hogar de Betania, la casa de Marta, María y Lázaro, la he imaginado como una bella casa de campo o en un pueblo pequeño, como realmente era Betania, que se abría a bellos patios rodeados de jardines de flores de múltiples colores. Es una imaginación plástica de mi mente pero en la que quiero reflejar todas esas bellas virtudes de un hogar como aquel de Betania.
Allí estaba Marta siempre hospitalaria, con las puertas no sólo de su casa sino de su corazón siempre abiertas y dispuesta en todo momento para acoger al caminante que pasaba por aquel camino tan emblemático que tenía como meta Jerusalén. Los caminantes que subían desde Jericó y el valle del Jordán después de largo camino desde Galilea encontrarían allí el agua fresca, el pan de la amistad, unos corazones amigables que reconfortaban en el duro camino hasta llegar a la meta de Jerusalén. Así se sentiría acogido Jesús con sus discípulos a su paso por Betania como lo vemos hoy pero los veremos también en otras ocasiones descansar al calor de aquel hogar y de aquella amistad.
Son las lecciones que nos ofrece hoy el evangelio para hablarnos y enseñarnos de esas virtudes, de esos valores tan humanos y tan evangélicos que de muchas maneras tenemos que plasmar en nuestra vida.
Era Marta siempre dispuesta al servicio, pero era María también con el corazón abierto para acoger y para escuchar, bebiéndose, por así decirlo, las palabras de Jesús y quedándose quizá embelesada al escucharle que le había olvidar quizá otros deberes con los que tendría que contribuir también a la hermosa virtud de la hospitalidad.
Se queja Marta en la confianza, pero enseña Jesús el Maestro que siempre nos ilumine para que busquemos lo mejor en todo momento y lo que tiene que ser lo más importante. Al final tendremos siempre que desvivirnos en el servicio, porque además Jesús nos enseña que El ha venido a servir y no a ser servido y esas tienen que ser nuestras actitudes. Pero para que seamos capaces de llegar a ese servicio donde nos demos totalmente sin reservarnos nada para nosotros mismos, hemos también de saber sentarnos a los pies del Maestro para escucharlo, para aprender de El  y en El además encontremos las motivaciones y las fuerzas para poder llegar a una entrega como la de Jesús.
Ni preferimos a Marta, ni preferimos a María sino que de las dos hermanas tenemos que aprender la lección que necesitamos para nuestra vida. Marta y María tenemos que ser en verdad en el camino de nuestra vida cristiana, porque si no nos llenamos de Jesús poco podremos luego ser capaces de darnos en una oblación de amor por los demás, y si no terminamos dándonos así por los demás pudiera significar que no nos habíamos sentado lo suficiente a los pies de Jesús para escucharle y para llenarnos de El.
Vayamos al jardín de Betania y hagamos un hermoso ramillete con esas bellas flores que nos ofrece y que han de adornar nuestra vida. Será también el ramo de virtudes y valores que hagamos al Señor como la mejor ofrenda de nuestra santidad.

lunes, 8 de octubre de 2012


Haz esto y tendrás la vida

Gál. 1, 6-12; Sal. 110; Lc. 10, 25-37
‘Haz esto y tendrás la vida… anda haz tu lo mismo’. No vale sabernos las cosas. No es suficiente sabernos los mandamientos de memoria. Es necesario cumplirlos. Aquel letrado se presentó preguntándole a Jesús: ‘maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Es una pregunta que se repite, porque la oiremos también en labios del joven rico. Es una pregunta que de alguna manera también nos hacemos nosotros muchas veces.
Era un letrado, un entendido en la ley, por eso Jesús lo que le hará de entrada es hacerle recordar aquello que se sabe bien de memoria, porque como maestro en la ley del Señor es lo que también tiene que enseñar a las gentes. ‘¿Qué está escrito en la ley?’ Y cuando el letrado la responde con aquel texto del Deuteronomio que todo buen judío se sabía de memoria y repetía muchas veces al día, Jesús le dirá: ‘Haz esto y tendrás la vida’. ¿Preguntas que hay que hacer para heredar la vida eterna? Pues eso que te sabes de  memoria y enseñas a los demás, hazlo.
También a nosotros hoy nos está diciendo lo mismo el Señor. Seguro que cuando hemos comenzado a escuchar este texto de la Palabra que se nos ha proclamado, todos lo hemos recordado y bien nos sabemos la parábola que Jesús propone del ‘buen samaritano’. Pero Jesús nos está diciendo a nosotros también ‘anda, haz tu lo mismo’. No es cuestión solo de saber, sino de hacer, de vivir.
Bájate de tu cabalgadura, acércate al hermano que sufre en la vera de tu camino, a tu lado. No te quedes a la distancia. No demos rodeos. Cuántas veces nos decimos que si es así o es de la otra manera, que si esta en esas condiciones porque él ha querido o si es un jaquecoso. Reconozcamos que muchas veces nos acercamos con muchos prejuicios al que nos tiende la mano, o al que está tirado ahí al lado nuestro en su problema o su necesidad.
‘Haz tu lo mismo’, nos está diciendo a nosotros también el Señor. Como aquel buen samaritano hemos de tomar en nuestras manos el bálsamo de nuestro consuelo, de nuestra comprensión y compasión, de nuestra escucha. Son tantas las heridas en el alma de muchas personas al lado nuestro que hemos de curar. Está en nuestras manos, en nuestra manera de actuar, en nuestra escucha, en nuestra mirada comprensiva y llena de cariño, en la paz con que nos acercamos al hermano para hacer que él también tenga paz.
‘Haz tu lo mismo’. Siente sobre tus hombros o tu corazón el peso del dolor del hermano, de su necesidad, de su tristeza, de su soledad. Tenemos que aprender a hacer nuestro el dolor y el sufrimiento de los demás. Si no lo hacemos así no sabremos lo que es la verdadera solidaridad. Comparte generosamente con él buscando siempre lo mejor. Olvídate un poco más de ti mismo para pensar en el otro y buscar su bien. Cuánto podemos hacer; cuánto podemos compartir; serán nuestros bienes, o será nuestro cariño y nuestra amistad.
Hacen falta muchos buenos samaritanos en nuestro mundo. Hay mucha gente que sufre de una forma o de otra a nuestro alrededor. Ahora podemos decir porque son momentos difíciles y hay mucha gente que tiene dificultades, pero quienes saben tener ojos y mirada de amor, siempre van a descubrir muchas cosas en los demás y por los que podemos hacer tantas cosas.
‘Haz tu lo mismo’ nos está diciendo el Señor. ‘Haz esto y tendrás vida’, porque cuando venga el Señor al final de los tiempos por lo que nos va a preguntar es por nuestro amor. Cuando seas capaz de poner amor, tendrás vida de verdad.

Una buena noticia que hay que proclamar, el evangelio del amor y de la fidelidad

Gén. 2, 18-24; Sal 127; Hb. 2, 9-11; Mc. 10, 2-16
Las cosas se dominan, pero las personas conviven. Es distinta la relación. Las cosas las utilizamos porque las necesitamos, porque nos sirven para algo, pero la relación con las personas es distinta. La relación entre las personas tiene que ser una relación humana, nunca debieran ser utilizadas ni tendrían que valernos para manifestar nuestro dominio. El trato y la relación entre las personas entra en una esfera superior.
‘No está bien que el hombre esté sólo, voy a hacerle alguien como él que le ayude’. No era suficiente toda la obra de la creación que Dios había realizado y había puesto a los pies del hombre. ‘Voy a hacerle alguien como él’. Ni todas las maravillas de la creación, ni todos los animales que Dios había creado eran suficientes para que el hombre encontrara esa compañía. ‘El hombre le puso nombre a todo lo que había creado Dios, pero no encontraba ninguno como él que le ayudase’. Poner nombre significa esa relación de dominio y de posesión. Se le pone nombre a lo que es suyo. Así lo había expresado también el primer relato de la creación.
Cuando contempla a la mujer exclamará: ‘Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’. Es otra la relación. Cuando se habla de compañía se está hablando de esa relación que entre iguales se puede entablar. El texto de la Biblia nos habla sobre todo con imágenes que quieren llevarnos a algo más hondo que la literalidad de la imagen que contemplamos. Así hemos de saber leer y entender el mensaje que se nos quiere trasmitir. Es bien significativo todo esto que estamos comentando y está bien relacionado con el mensaje del evangelio que hoy se nos trasmite.
Habían acudido a Jesús unos fariseos para ponerlo a prueba y le plantean la cuestión del divorcio que Moisés les había permitido. ‘¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?’ Cuestión que sigue candente en la sociedad de hoy. Claro que es el mensaje de Jesús. ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto’, les responde Jesús a la cuestión que le plantean. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, de modo que ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’. Es la respuesta rotunda y clara de Jesús.
Decíamos que la biblia nos habla con imágenes que hemos de saber leer e interpretar. Esa expresión de ser los dos una sola carne, como la anterior en la que Adan decía que ‘ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’, vienen a expresarnos la profunda comunión que tiene que haber en la relación de las personas. No es lo físico de la igualdad de unos cuerpos, sino algo más hondo que nos hace entrar en relación mutua. ‘Nos entendemos’, solemos decir, o lo que es lo mismo, puede haber entre nosotros una mutua relación y entendimiento, no desde el interés sino desde la cercanía, el amor y la amistad. Y eso, en todos los niveles de relación entre las personas. Cuando falle esto, no podrá haber relación y comunión sincera.
Relación, entendimiento y comunión que llega a su mayor profundidad cuando se trata del amor matrimonial que es lo que aquí de manera especial se nos quiere decir. Una relación que es de comunión, nunca de dominio, siempre de encuentro, de armonía y de paz. Una comunión que es irrompible, indestruible porque está fundamentada hondamente en el amor. Algo que no podemos tomar a la ligera sino que tiene que nacer de ese conocimiento profunda que solo se puede dar desde el amor.
Sin embargo tenemos los hombres la capacidad de banalizar y hacer superficial y caduco lo que es más hermoso y más profundo. Hemos perdido quizá la capacidad de la entrega hasta el sacrificio que es el que hace brillar con las perlas más preciosas la corona del amor. Es triste cómo se banaliza el amor y hasta se convierte en un juego que le hace perder el encanto de la fidelidad y la constancia hasta el final aunque costara sacrificio y que lo hace nuevo y vivo cada día. Vivimos tantas veces tan encerrados en nosotros mismos que ya no somos capaces de buscar la felicidad del otro sino solamente nuestra propia satisfacción.
Es por eso por lo que pueden sonar disonantes para algunos oídos cuando proclamamos las palabras de Jesús sobre el matrimonio porque quizá otros van con otras músicas distintas y no es disonante nuestra música sino que quizá se haya podido perder el sentido de la belleza y armonia que da un amor fundamentado en la fidelidad total. Son otras las estridencias a las que se han acostumbrado sus oídos y les es difícil percibir la profundidad y belleza del sonido del evangelio. Hemos de saber descubrirlo y tarea nuestra de los cristianos es el darlo a conocer.
Aunque nos duela no nos ha de extrañar que encontremos a nuestro alrededor otras maneras de pensar, otras múscias, sino que más bien esto tiene que hacer que nos afiancemos más en los principio de nuestra fe, en los valores del evangelio. Siempre el evangelio, en todos los tiempos, ha sido una novedad (lo dice la palabra mimsma), una buena noticia, una noticia nueva y distinta que proclamamos ante el mundo que nos rodea aunque no crea.
Y en virtud de nuestra fe gritamos y proclamamos la Buena Noticia, el evangelio del matrimonio, como Cristo nos enseña. Nos puede parecer que la iglesia y los cristianos nadamos a contracorriente cuando proclamamos nuestros principios, pero si no lo hiciéramos así sería a contracorriente del evangelio de Jesús cómo estaríamos nadando nosotros dejándonos llevar por el espíritu del mundo.
La fuente y el modelo de todo nuestro amor la tenemos en Jesús, lo tenemos en Dios. Y el amor de Dios es fiel y permanece para siempre y así ha de ser también nuestro amor. Es tan fiel que sigue confiando siempre en nosotros a pesar de la debilidad de nuestras infidelidades y respuestas negativas. Porque además en esas contracorrientes que nos encontramos en la vida no vamos solos ni con solas nuestras fuerzas, porque sabemos que el Señor está siempre con nosotros y para eso nos da la fuerza de su Espíritu que es Espíritu de amor.
Para nosotros el amor matrimonial se convierte en sacramento, porque no sólo es sacramento de Dios, signo del amor que Dios nos tiene, sino que en el ser sacramento se nos asegura además la presencia de Cristo y de su gracia siempre con nosotros.
Todo esto tiene que ser motivo de gran reflexión para empaparnos del espíritu del evangelio; motivo de mucha oración por las situaciones difíciles que contemplamos en tantos matrimonios y familias a nuestro alrededor y también para pedir al Señor que acompañe con su gracia a los jóvenes que se preparan para el matrimonio para que vayan con la madurez y profundidad necesaria para darle esa estabilidad y fidelidad a su amor. ‘Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida’, que decíamos en el salmo.