domingo, 7 de octubre de 2012


Una buena noticia que hay que proclamar, el evangelio del amor y de la fidelidad

Gén. 2, 18-24; Sal 127; Hb. 2, 9-11; Mc. 10, 2-16
Las cosas se dominan, pero las personas conviven. Es distinta la relación. Las cosas las utilizamos porque las necesitamos, porque nos sirven para algo, pero la relación con las personas es distinta. La relación entre las personas tiene que ser una relación humana, nunca debieran ser utilizadas ni tendrían que valernos para manifestar nuestro dominio. El trato y la relación entre las personas entra en una esfera superior.
‘No está bien que el hombre esté sólo, voy a hacerle alguien como él que le ayude’. No era suficiente toda la obra de la creación que Dios había realizado y había puesto a los pies del hombre. ‘Voy a hacerle alguien como él’. Ni todas las maravillas de la creación, ni todos los animales que Dios había creado eran suficientes para que el hombre encontrara esa compañía. ‘El hombre le puso nombre a todo lo que había creado Dios, pero no encontraba ninguno como él que le ayudase’. Poner nombre significa esa relación de dominio y de posesión. Se le pone nombre a lo que es suyo. Así lo había expresado también el primer relato de la creación.
Cuando contempla a la mujer exclamará: ‘Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’. Es otra la relación. Cuando se habla de compañía se está hablando de esa relación que entre iguales se puede entablar. El texto de la Biblia nos habla sobre todo con imágenes que quieren llevarnos a algo más hondo que la literalidad de la imagen que contemplamos. Así hemos de saber leer y entender el mensaje que se nos quiere trasmitir. Es bien significativo todo esto que estamos comentando y está bien relacionado con el mensaje del evangelio que hoy se nos trasmite.
Habían acudido a Jesús unos fariseos para ponerlo a prueba y le plantean la cuestión del divorcio que Moisés les había permitido. ‘¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?’ Cuestión que sigue candente en la sociedad de hoy. Claro que es el mensaje de Jesús. ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto’, les responde Jesús a la cuestión que le plantean. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, de modo que ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’. Es la respuesta rotunda y clara de Jesús.
Decíamos que la biblia nos habla con imágenes que hemos de saber leer e interpretar. Esa expresión de ser los dos una sola carne, como la anterior en la que Adan decía que ‘ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’, vienen a expresarnos la profunda comunión que tiene que haber en la relación de las personas. No es lo físico de la igualdad de unos cuerpos, sino algo más hondo que nos hace entrar en relación mutua. ‘Nos entendemos’, solemos decir, o lo que es lo mismo, puede haber entre nosotros una mutua relación y entendimiento, no desde el interés sino desde la cercanía, el amor y la amistad. Y eso, en todos los niveles de relación entre las personas. Cuando falle esto, no podrá haber relación y comunión sincera.
Relación, entendimiento y comunión que llega a su mayor profundidad cuando se trata del amor matrimonial que es lo que aquí de manera especial se nos quiere decir. Una relación que es de comunión, nunca de dominio, siempre de encuentro, de armonía y de paz. Una comunión que es irrompible, indestruible porque está fundamentada hondamente en el amor. Algo que no podemos tomar a la ligera sino que tiene que nacer de ese conocimiento profunda que solo se puede dar desde el amor.
Sin embargo tenemos los hombres la capacidad de banalizar y hacer superficial y caduco lo que es más hermoso y más profundo. Hemos perdido quizá la capacidad de la entrega hasta el sacrificio que es el que hace brillar con las perlas más preciosas la corona del amor. Es triste cómo se banaliza el amor y hasta se convierte en un juego que le hace perder el encanto de la fidelidad y la constancia hasta el final aunque costara sacrificio y que lo hace nuevo y vivo cada día. Vivimos tantas veces tan encerrados en nosotros mismos que ya no somos capaces de buscar la felicidad del otro sino solamente nuestra propia satisfacción.
Es por eso por lo que pueden sonar disonantes para algunos oídos cuando proclamamos las palabras de Jesús sobre el matrimonio porque quizá otros van con otras músicas distintas y no es disonante nuestra música sino que quizá se haya podido perder el sentido de la belleza y armonia que da un amor fundamentado en la fidelidad total. Son otras las estridencias a las que se han acostumbrado sus oídos y les es difícil percibir la profundidad y belleza del sonido del evangelio. Hemos de saber descubrirlo y tarea nuestra de los cristianos es el darlo a conocer.
Aunque nos duela no nos ha de extrañar que encontremos a nuestro alrededor otras maneras de pensar, otras múscias, sino que más bien esto tiene que hacer que nos afiancemos más en los principio de nuestra fe, en los valores del evangelio. Siempre el evangelio, en todos los tiempos, ha sido una novedad (lo dice la palabra mimsma), una buena noticia, una noticia nueva y distinta que proclamamos ante el mundo que nos rodea aunque no crea.
Y en virtud de nuestra fe gritamos y proclamamos la Buena Noticia, el evangelio del matrimonio, como Cristo nos enseña. Nos puede parecer que la iglesia y los cristianos nadamos a contracorriente cuando proclamamos nuestros principios, pero si no lo hiciéramos así sería a contracorriente del evangelio de Jesús cómo estaríamos nadando nosotros dejándonos llevar por el espíritu del mundo.
La fuente y el modelo de todo nuestro amor la tenemos en Jesús, lo tenemos en Dios. Y el amor de Dios es fiel y permanece para siempre y así ha de ser también nuestro amor. Es tan fiel que sigue confiando siempre en nosotros a pesar de la debilidad de nuestras infidelidades y respuestas negativas. Porque además en esas contracorrientes que nos encontramos en la vida no vamos solos ni con solas nuestras fuerzas, porque sabemos que el Señor está siempre con nosotros y para eso nos da la fuerza de su Espíritu que es Espíritu de amor.
Para nosotros el amor matrimonial se convierte en sacramento, porque no sólo es sacramento de Dios, signo del amor que Dios nos tiene, sino que en el ser sacramento se nos asegura además la presencia de Cristo y de su gracia siempre con nosotros.
Todo esto tiene que ser motivo de gran reflexión para empaparnos del espíritu del evangelio; motivo de mucha oración por las situaciones difíciles que contemplamos en tantos matrimonios y familias a nuestro alrededor y también para pedir al Señor que acompañe con su gracia a los jóvenes que se preparan para el matrimonio para que vayan con la madurez y profundidad necesaria para darle esa estabilidad y fidelidad a su amor. ‘Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida’, que decíamos en el salmo.

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