sábado, 6 de octubre de 2012
Ahora te han visto mis ojos
Job, 42, 1-3.5-6.12-16; Sal. 118; Lc. 10, 17-24
‘Te conocía sólo de
oídas, ahora te han visto mis ojos…’
termina confesando Job. Es el final del libro de Job que hemos ido escuchando y
meditando, aunque sólo fuera a retazos, esta semana. Todo un camino progresivo
que lleva a una fe viva, experimentada, purificada.
Han pasado momentos de oscuridad, de dudas, de
explicaciones en cierto modo teóricas, pero al final se ha abierto paso la luz.
Lo que parecía difícil porque desde el dolor y el sufrimiento todo se volvía
oscuro se transforma en luz y en una fe verdadera, comprometida y purificada. Había
clamado Job desde su dolor en el que no encontraba sentido para su vida, como
tantas veces nos sucede. Era un hombre creyente y en aquello aprendido quería
encontrar la luz de Dios pero se le hacía difícil.
Vinieron sus amigos que con buenas palabras o cosas
aprendidas de memoria pero que en ellos no había pasado por el tamiz del
sufrimiento querían consolarlo y ayudarle a acercarse a Dios, pero no lo
conseguían. El mismo Job se pone a hacer en voz alta sus reflexiones tratando
de describir al Dios en quien creía pero no encontraba una respuesta
definitiva.
Será el Señor el que venga a su encuentro y en la
experiencia de ese encuentro con el Señor, allí desde su situación y su
sufrimiento al final todo se volverá luz. Ahora Job podrá decir ‘reconozco que lo puedes todo y ningún plan es irrealizable para
ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de
grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Te conocía
sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos…’
Cómo tenemos que aprender a dejarnos conducir por el
Señor que es el que viene a nuestro encuentro. Será su Espíritu el que nos
ilumine para hacernos comprender el misterio, pero es el Espíritu divino que se
mete en nuestro corazón y nos hace sentir a Dios en el más profundo y bello
encuentro. Será el Espíritu el que nos haga experimentar a Dios, sentir su
presencia y nos inunde con su luz y con su amor. ‘Ahora te han visto mis ojos…’ que decía Job.
Hemos de aprender a gusta a Dios, saborear su Palabra,
empaparnos de su amor. Hemos de sentir que, aunque nos parezca que andamos
solos y desesperados en nuestros problemas o sufrimientos, la mirada del Señor,
que es siempre mirada de amor y de luz, está cayendo sobre nosotros.
‘Haz brillar tu rostro
sobre tu siervo’,
decíamos en el salmo. Pero le pedíamos también ‘enséñame a gustar y a comprender porque me fío de tus mandatos’.
Comprenderemos de verdad cuando gustemos a fondo en el corazón. Tenemos, pues,
que aprender a saborear, a gustar, la palabra del Señor.
Igual que no nos vale sólo que nos digan como se hace
una comida y lo rica que queda, o que la contemplemos en el plato pero sin
probarla, para poder saber el sabor que tiene, de la misma manera tenemos que
saborear, gustar en el corazón la palabra y la presencia del Señor en nuestra
vida. Es la experiencia de Dios de la que hablamos tantas veces. No solo de
oídas, como decía Job, sino viéndolo, palpándolo con nuestros propios ojos, con
todo nuestro ser, sintiendo viva su mirada sobre nosotros.
La experiencia de Job en su dolor le purificó y le hizo
tener una fe más viva. Desde el sufrimiento y el dolor él descubrió a Dios,
sintió y experimentó a Dios en su vida. Tenemos que aprender para no cegarnos
porque en nuestra ceguera en ocasiones nos volvemos insoportables cuando no
hemos llegado a descubrir el verdadero sentido de nuestra vida y nuestro
sufrimiento. Aprendamos de Job. Miremos a Jesús en la cruz y lleguemos a sentir
que El está con su amor en la cruz nuestra de cada día.
viernes, 5 de octubre de 2012
El reconocimiento de Dios nos
conduce a una mayor plenitud de vida
Es camino del hombre en la medida en que va alcanzando
más y más su madurez el ir afirmándose en sí mismo con toda responsabilidad
logrando su propia autonomía de pensamiento y de obrar, no queriendo entonces
tener ninguna dependencia en vida que pudiera coartarle su libertad. Es el
crecimiento humano que nos lleva a la madurez humana, pero que sin embargo le
hace reconocer sus limitaciones porque no es perfecto en sí mismo. Muchas veces
se puede sentir frustrado por sus propias limitaciones porque en el fondo puede
ir creciendo en su interior el orgullo de la autosuficiencia que le puede
llevar erróneamente a creerse dios de sí mismo.
El hombre creyente, sin embargo, aún cuando también
quiera lograr esa autonomía y esa madurez, reconoce que no es dios de sí mismo
y que esa plenitud de su ser no la puede conseguir sólo por sí mismo. El hombre
creyente sabe ser humilde para reconocer su imperfección y su dependencia de
quien en verdad puede conducirle a la plenitud más total de su vida y en sus
limitaciones y errores reconoce su imperfección para no hacer siempre lo que
tendría que llevarle a esa mayor plenitud y felicidad. No busca la felicidad en
sí mismo sino que reconoce que en Dios es en quien obtiene la mayor plenitud y
felicidad y es en la convivencia con los demás en una interdependencia mutua
puede alcanzar caminos también de felicidad.
La celebración que la Iglesia nos ofrece en este día de
témporas, estas ferias especiales porque podemos celebrarlas incluso en varios
días, quiere ayudarnos a ese reconocimiento del Dios en quien podemos alcanzar
esa plenitud, pero al mismo tiempo del Dios que es amor y nos regala su amor.
Es una ocasión propicia para aprender a reconocer a Dios en nuestra vida y por
eso se convierte en un día de acción de gracias pero también de petición de
gracia y de perdón para nuestra vida.
El texto de Deuteronomio que hemos escuchado en primer
lugar quiere ayudarnos a ese reconocimiento de Dios y a que nos demos cuenta de
que lo que vamos logrando en nuestra vida, es cierto con nuestro esfuerzo y
responsabilidad, sin embargo no es solo fruto de nuestras manos, sino que hemos
de saber descubrir el actuar de Dios, principio y origen de todo don y de la
vida misma.
Moisés le recuerda y previene al pueblo para que cuando
se establezcan en aquella tierra que el Señor les va a dar y vayan viendo el
fruto de tus trabajos no fueran a llenarse de tal orgullo que se olvidaran del
Dios que les había sacado de Egipto. Era un cambio muy grande para un pueblo
que venía trashumante desde el desierto y que ahora se asentaba definitivamente
en una tierra que podía llamar suya viendo el fruto de sus trabajos pudiendo
además tener un techo bajo el cobijarse, quienes había vivido en tiendas con
las estrellas como techo en el desierto.
Es, pues, una invitación y al reconocimiento del Señor
nuestro Dios. El Dios amor que nos ama y nos protege y a quien acudimos también
desde nuestras necesidades y también desde nuestras limitaciones y errores del
caminar de nuestra vida; pedimos su ayuda y su gracia, su fuerza y su perdón
para saber vivir siempre según lo que es su designio de amor, su voluntad, y
para recuperar la gracia perdida cuando nos hemos desviado por otros caminos
lejanos de lo que es su voluntad y son sus mandamientos.
Ya decíamos que teníamos el peligro del orgullo y la
autosuficiencia; de querernos afirmar tanto en nosotros mismos que prescindamos
de Dios y no queramos necesitar de El. De sentirnos tan dioses de nosotros
mismos que subidos en nuestros pedestales no sepamos mirar con una mirada de
luz a los hombres y mujeres que están a nuestro lado y que son nuestros
hermanos junto con los cuales hemos de saber hacer este camino de vida y con
los que tenemos que hacer que nuestro mundo sea mejor. Por nosotros mismos nos
cuesta porque tenemos la tendencia a subirnos al pedestal de nuestro
endiosamiento y cuando nos endiosamos nosotros tenemos el peligro de querer
convertir a los que nos rodean en vasallos de nuestra vida, con todas las
consecuencias que se pueden derivar.
Dios no es obstáculo de ninguna manera a ese
crecimiento humano y a esa madurez del hombre sino todo lo contrario; no son
obstáculo para nuestro crecimiento personal los que caminan a nuestro lado,
sino que serán ocasión propicia que mutuamente nos ayudemos en ese crecimiento
como personas y como hermanos y sepamos caminar juntos hacia una verdadera
felicidad.
El Señor ilumina nuestra vida; su Palabra será siempre
palabra que nos conduzca a la mayor plenitud y nos recordará continuamente los
pasos que hemos de seguir, que serán siempre unos pasos de amor y de amistad. Y
la gracia del Señor será nuestra fortaleza, pero también nos dará ese perdón
que nos hará encontrarnos más en paz con nosotros mismos cuando nos llenamos de
la paz de Dios y cuando sabemos estar en paz también con nuestros hermanos.
Que caminemos estos caminos de Dios que nos llevarán
siempre a la madurez y a la plenitud, humana y cristiana.
jueves, 4 de octubre de 2012
Veré a Dios, yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán
Job. 19, 21-27; Sal. 26; Lc. 10, 1-12
‘Ojalá se escribieran
mis palabras… se grabaran en cobre…se escribieran para siempre en la roca…’ Importantes tenían que ser esas
palabras, mensaje que había de durar para siempre. Es que el paciente Job
comienza a ver luz en medio de sus tormentos que le habían hecho perder la
esperanza.
Cuando uno se ve acosado por situaciones que se le
hacen difíciles, ya sea desde problemas personales o ya sea de causas externas
parece como que está buscando a quien agarrarse, en quien apoyarse como su
salvador que le haga sostenerse y mantenerse en pie frente a esos vendavales de
la vida. Es terrible sentirse solo en medio de dificultades y problemas sin
tener quien le ayude, le apoye o le dé la mano para salir adelante.
Era la situación en que se veía Job después de verse desposeído
de todo, perdido a sus hijos y su cuerpo lacerado por cruel enfermedad. Aunque
la situación era tan dura como para perder la esperanza él seguía confiando en
el Señor y el Señor le escuchó. ‘Yo sé
que está vivo mi Vengador y que al final se alzará sobre el polvo… al final
veré a Dios, yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán…’
Si emplea la palabra ‘vengador’, hemos de entender su sentido, porque no es en el
sentido de venganza contra quien te haya hecho el mal, sino en el sentido de
que con su salvación se verá libre de cuanto le acosaba en la vida. Es el
redentor que lo saca y lo redime de todo el mal que ha pasado y que al final lo
llenará de luz y de vida, como escucharemos en el final del relato del libro de
Job.
Se expresa así la fe y la confianza total que él ha
puesto en Dios porque solo en El encontrará la salvación. En estas palabras
podemos ver un anuncio prefigurado de Cristo que es nuestro Salvador y nuestro
Redentor y de alguna manera es anuncio de resurrección, de la resurrección de
Cristo vencedor de la muerte y del pecado y de nuestra propia resurrección
porque en Cristo nosotros estamos llamados también a la vida para siempre.
Fijémonos que en párrafos anteriores había expresado
Job cómo no podía alcanzar a Dios, conocer sus designios ni palpar su presencia
- ‘si cruza junto a mí, no puedo verlo,
pasa rozándome y no lo siento’ - y ahora dirá que ‘veré a Dios, yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán’.
Cuando su vida estaba llena de oscuridad en medio del sufrimiento le era
difícil poder ver a Dios, sin embargo porque se mantiene siendo fiel a Dios un
día la luz aparecerá de nuevo sobre su vida y podrá contemplar a Dios. ¿No es
motivo todo esto para que se graben sus palabras de forma indeleble y
permanezcan como testimonio vivo para siempre, como decíamos al principio?
Es el mensaje que tenemos que escuchar para nuestra
vida. Pasamos por momentos de oscuridad, de dudas, de rebeldías interiores,
como hemos dicho estos días, pero si mantenemos nuestra fe, nuestra confianza
en el Señor, al final encontraremos la luz, porque nos vamos a encontrar con el
Señor que ahí está junto a nosotros en ese dolor o en ese sufrimiento.
No tendrían que cegarse los ojos de nuestra fe, sino
que en nuestra fidelidad habrían de mantenerse siempre bien abiertos para
encontrar la luz. La luz está ahí, aunque nos cueste verla, porque siempre el
Señor estará a nuestro lado en su cruz y en nuestra cruz. Miremos a Cristo en
lo alto del Calvario y démonos cuenta de que ahí está en el calvario, en la
cruz nuestra de cada día. Tomemos esa cruz, caminemos tras Jesús, sabiendo que
El está ahí y será siempre nuestro Salvador. Con toda razón podemos decir ‘espero gozar de la dicha del Señor en el
país de la vida’.
miércoles, 3 de octubre de 2012
Buscando a Dios que da sentido a
nuestro vivir y sufrir
Job. 9, 1-12.14-16; Sal.87; Lc. 9, 57-62
Job busca dramáticamente a Dios y le parece imposible
alcanzarle y comprender sus designios, pero aún asi sigue queriendo confiar en
Dios y reflexiona buscando la luz que necesita para su vida. Le cuesta
comprender todo lo que le está sucediendo y como hemos venido escuchando son
varios los pensamientos y los sentimientos que van surgiendo en su interior que
lo llenan de confusión.
Ha recibido la visita de sus amigos, que han pasado
largos de silencio a su lado como consuelo, pero tratando también de buscar una
respuesta o un sentido a todo lo que está pasando. Como nos sucede también a nosotros tantas veces
las palabras de invitación a la resignación o a pensar que lo que le sucede
puede ser también un castigo por algo que haya hecho, son las más fáciles de
decir. Qué fáciles somos para decir palabras bonitas, vamos a decirlo así, para
tratar de consolar al que sufre. Muchas veces nuestras palabras en lugar de ser
luz y consuelo verdadero lo que hacen es llenar más de confusión, porque no
siempre está inspiradas en un verdadero espíritu cristiano y evangélico.
Pero no satisfacen a Job ni le dan respuesta a los
interrogantes profundos que tiene en lo hondo de su espíritu las palabras de
consuelo de sus amigos. ‘Sé muy bien que
es así, les responde, y que el hombre no es justo frente a Dios’. Y
reflexiona sobre la grandeza y el poder de Dios que supera toda sabiduría y
todo poder humano. ‘¿Quién, fuerte o
sabio, le resiste y queda ileso?’ se pregunta. Se siente anonadado.
Y de alguna manera surge el pensamiento de que Dios se
manifiesta poderoso y realizando prodigios insondables casi como si fueran un
capricho de sus deseos. Se siente pequeño ante la inmensidad de Dios y no sabe
cómo podrá conocer sus designios, cómo podrá alcanzarle. ‘Si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome y no lo siento’.
Mucho queda aún para llegar a la plenitud de la
revelación que nos llegará en Jesús, donde ya no somos nosotros los que
intentamos alcanzarle, sino que más bien es Dios el que viene a nosotros, y ¿de
qué manera?, que se hará hombre como nosotros, para ser Dios con nosotros y así
manifestarnos su amor y toda la cercanía de Dios y su revelación.
Todo el antiguo testamento es una revelación progresiva
de Dios que alcanzará su plenitud en Jesús, verdadera Palabra de Dios,
verdadera revelación del misterio de Dios. Como
nos dirá en el evangelio nadie como al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo revela. Podemos ir acercándonos a esos designios de Dios, a
lo que es su voluntad, a lo que es el verdadero sentido del hombre en la medida
en que vayamos conociendo a Dios que nos ha creado y nos ha redimido.
Seguiremos aún estos días escuchando el texto de Job y
reflexionando sobre él. Pero nosotros desde la revelación de Jesús sobre el
misterio de Dios sí podemos encontrar respuestas y sentido para todo lo que nos
sucede en nuestra vida. Por eso, como hemos venido diciendo en el comentario
que hemos hecho en estos dias sobre el libro de Job, miramos a Jesús, miramos
su pasión, su muerte y ahí encontramos la luz y el sentido, porque estamos
encontrando el amor de Dios que se nos entrega en Jesús para nuestra salvación.
Tenemos que tratar de impregnarnos bien del espíritu del
Evangelio para ir descubriendo el verdadero sentido a lo que nos pasa. Hemos de
saber encontrar un valor y un sentido a lo que nos sucede, también esas
situaciones difíciles o dolorosas por las que tenemos que pasar en nuestros
problemas o sufrimientos. Hemos de leer mucho y meditar el evangelio en esa
profundización de nuestra fe para que sea auténtica y para que así podamos
llenarnos de Cristo. Hemos de orar mucho pidiendo esa luz del Señor, esa luz de
su Espíritu que es el que nos ayudará a encontrar el verdadero sentido de todo.
Busquemos a Dios para encontrarnos con su amor.
martes, 2 de octubre de 2012
Desde nuestra rebeldía interior busquemos la luz que nos llena de paz
Job. 3, 1-3.11-17.20-23; Sal. 87; Mt. 18, 1-5.10
¡Qué oscuros se nos vuelven nuestros caminos cuando nos
atenaza el dolor, los problemas nos agobian o no vemos salida a nuestros
sufrimientos! Perdemos la esperanza, pareciera que nuestra vida carece de
sentido y nos preguntamos a veces para qué vivir. En ocasiones pasamos por
momentos así de oscuridad, de duda, de rebeldía interior porque decimos que
somos maltratados por la vida y lo que nos sucede.
Es la situación en la que se encontraba el justo y
paciente Job. Como escuchábamos ayer había perdido todas sus posesiones e
incluso sus hijos; lo que parecía en su prosperidad que todo eran bendiciones
de Dios ahora pareciera que se volvieran maldiciones. Ahora también una llaga
dolorosa envolvía todo su cuerpo y la vida parecía para él un sin sentido. Son
las expresiones duras que escuchamos hoy en esta lectura.
Y qué bien reflejan nuestras situaciones cuando pasamos
por momentos duros y dolorosos en la vida, en que de una manera u otra aparecen
también esos sentimientos de desesperanza y amargura en nuestra vida. Habrán
brotado de nuestros labios frases semejantes o las habremos escuchado a nuestro
alrededor en momentos de desesperanza y de turbación por una enfermedad, por
una muerte repentina, por un accidente que haya podido sufrir un familia, un
amigo o una persona querida, cuando no nosotros mismos.
Cuando nosotros estamos escuchando hoy la Palabra de
Dios que se nos proclama nos dejamos guiar y conducir por la sabiduría de la
Iglesia que en su liturgia nos va ofreciendo pautas para que encontremos esa
luz que necesitamos y nos ayude a salir de esas sombras.
Como respuesta a lo escuchado en la primera lectura,
pero como respuesta que nosotros hemos de darle al Señor se nos ha ofrecido un
salmo que nos ayuda a orar con confianza a Dios, haciendo que surja nuestra
súplica desde lo más hondo de nuestro
corazón. ‘Llegue, Señor, hasta ti mi
súplica’, hemos repetido y orado una y otra vez en el salmo. ‘Inclina tu oído a
mi clamor… mi alma está colmada de desdichas, mi vida está al borde del abismo…
soy como un inválido, como los caídos que yacen en el sepulcro’. Nuestra
vida puede estar llena de dolores y de tinieblas, pero seguimos confiando en el
Señor.
El salmo es la oración de un hombre enfermo y que ve su
vida en peligro, que puede morir, por eso suplica desde lo más hondo de sí
mismo al Señor. Así queremos nosotros
también suplicar al Señor, porque aunque todo lo veamos oscuro sabemos que la
luz del Señor no nos faltará, que su mirada sobre nosotros es luz que nos
ilumina y el Señor siempre escucha nuestra súplica.
Podemos unir esta reflexión que nos estamos haciendo a
partir del libro de Job con la celebración que hoy nos ofrece la liturgia. Es
la fiesta de los Santos Ángeles Custodios. El Señor hace sentir su presencia y
protección con los santos ángeles que protegen nuestra vida. Esos espíritus
puros que están en la presencia del Señor alabándole y cantando su gloria, como
el otro día veíamos al celebrar a los santos Arcángeles, pero que Dios he
querido poner a nuestro lado para hacernos sentir la presencia y la gracia del
Señor.
‘Concédenos que su continua
protección nos libre de los peligros presentes y nos lleve a la vida eterna’, pediremos en una de las oraciones
de la liturgia de este día. Que con la tutela de los santos ángeles vayamos
siempre por los caminos de la salvación y de la paz. Los ángeles nos inspiran
en nuestro corazón para lo bueno, nos iluminan para que descubramos la verdad y
el bien, mueven nuestro corazón por los caminos del amor, y en esas situaciones
difíciles nos hacen poner toda nuestra confianza en el Señor.
Cuántas veces, casi sin darnos cuenta, sentimos en
nuestro interior que somos movidos, impulsados a lo bueno; es nuestro ángel de
la guarda que ahí está inspirándonos el camino del bien y que quiere
prevenirnos de todo lo malo. Dejémonos conducir por esas inspiraciones divinas
que nos llevarán siempre por los caminos de Dios.
lunes, 1 de octubre de 2012
Un hombre justo y honrado que teme al Señor y en El pone toda su esperanza
Job, 1, 6-22; Sal. 16; Lc. 9, 46-50
Durante esta semana, salvo los días que tengamos
celebraciones especiales, estaremos escuchando en la primera lectura el libro
de Job del Antiguo Testamento. Un libro de hondas reflexiones que en el fondo
nos plantea el sentido del dolor y sufrimiento del inocente y la respuesta del
creyente ante esta situación.
Hoy hemos escuchado la presentación de Job, ‘un hombre justo y honrado, que teme a
Dios y se aparta del mal’, que ha sido bendecido con toda clase de
bendiciones en la prosperidad con que vive su vida y su numerosa familia. En el
sentido del antiguo testamento muchas veces aparece el pensamiento de una señal
de las bendiciones de Dios en la prosperidad y en la larga vida.
Pero ahí comienza a surgir la cuestión. El relato nos
presenta ese encuentro de Dios con Satanás que le dice que si Job es un hombre
temeroso de Dios es porque ha sido bendecido de manera especial por el Señor, y
que si se viera privado de todas esas cosas no sería la misma su fidelidad a
Dios. Un pensamiento que algunas veces de alguna manera nos acompaña a nosotros
también que cuando nos vemos rodeados de males y de sufrimientos, de carencias
y necesidades llegamos a pensar que hemos sido abandonados de la mano de Dios y
de alguna manera castigados por algo que hayamos hecho. Es de donde surge la
prueba por la que va a pasar el paciente Job.
Dios permite a Satanás que le arrebate todas esas
cosas, pero el Señor no le deja tocar su vida. En estos párrafos que hoy hemos
escuchado vemos cómo perecen sus hijos, cómo se pierdan todas sus posesiones y
riquezas con robos, incendios y otras catástrofes. Es la gran prueba que va a
sufrir Job que al final verá su vida atormentada por el sufrimiento de una
terrible enfermedad.
En los próximos días iremos escuchando a través de la
visita que recibe de sus amigos o de los improperios incluso de su mujer cuáles
son las respuestas que nosotros los humanos vamos dando a esas situaciones difíciles
y de dolor. Escucharemos incluso a Job en su sufrimiento hacerse sus
consideraciones hasta que escuchemos la voz del Señor que viene a iluminar toda
la situación.
Hoy escuchamos ya una primera reacción de Job ante lo
que le va pasando que pudiera parecernos de simple resignación, pero que en el
fondo esconde una fuerte confianza y fe en el Señor, en cuyas manos se pone
confiadamente. ‘Job se levantó, se rasgó
el manto, se rapó la cabeza - son expresiones y señales de dolor muy
usuales en aquellos pueblos -, se echó
por tierra y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él.
El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor’.
Aquí se queda el texto que hoy hemos escuchado.
¿Resignación? ¿Paciencia? ¿Esperanza? ¿Confianza total en el Señor para ponerse
en sus manos y dejarse hacer por el Señor? Son las primeras reacciones y
actitudes que contemplamos. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante el sufrimiento, el
dolor, la enfermedad? Y si nos viéramos privados de todas nuestras cosas, ¿cuál
sería nuestra reacción? ¿No habrá en nosotros en alguna ocasión desesperanza,
desesperación, rechazo, rebeldía?
Creo que la lectura que iremos haciendo estos días,
breve e intermitente por las otras celebraciones intermedias, tendría que
hacernos reflexionar. Sabemos que como creyentes en Jesús siempre al final
tenemos que mirar a Jesús en su pasión y en su cruz. La esperanza no tendría
que faltar en nuestra vida, porque sabemos que el misterio pascual de Cristo
que es el que ilumina toda nuestra existencia siempre termina en vida y en
resurrección. Pero, reflexiones un poquito en todo esto sin temores, con
confianza, tratando de encontrar la luz.
domingo, 30 de septiembre de 2012
En todos hay algo bueno para contribuir a hacer un mundo mejor
Núm. 11, 25-29; Sal. 18; Sant. 5, 1-6; Mc. 9, 38-43.45.47-48
En ocasiones damos la impresión de que nos creemos que
nosotros somos los únicos buenos o los únicos que sabemos hacer las cosas bien.
Mala cosa es el orgullo de creernos únicos y creernos los mejores. Pero sabemos
lo que nos pasa, desconfiamos de los demás, desconfiamos de que puedan hacer
las cosas bien, desconfiamos de que haya algo bueno en los que quizá no piensan
como nosotros o tienen otras ideas.
Pasa esto en todos los campos, en lo religioso o en lo
político, en el tema de los conocimientos o de las experiencias, en muchas
facetas de la vida; somos un encanto para poder pegas a lo que hacen los demás…
Mala contribución hacemos al bien común y a la construcción de un mundo mejor
con estas desconfianzas y con este no saber respetar y valorar las cosas, las
ideas o la manera de hacer de los otros. Mal contribuimos a una buena convivencia
con actitudes así. Cuántos conflictos nos evitaríamos.
Hoy Jesús nos da una buena lección. Igual que el joven
Josué, celoso de salvaguardar la autoridad de Moisés, quiso hacer callar a
aquellos que sin estar en la tienda del encuentro recibieron también el espíritu
de profecía, en el evangelio vemos como Juan viene diciendo que trataron de
impedir que expulsasen demonios aquellos que sin ser del grupo de Jesús pero en
su nombre realizaban tales milagros. ‘No
se lo impidáis, les dice Jesús,
porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mi. El que no
está contra nosotros, está a favor nuestro’.
‘Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor’, le respondió Moisés. Lo que
presiente Moisés y de alguna manera habla proféticamente es algo que con Jesús
se va a realizar, porque desde el Bautismo que nos une a Jesús con Jesús nos
hace sacerdotes, profetas y reyes. Somos un pueblo santo, sacerdotal y
profético. Ungidos estamos todos por el Espíritu del Señor para que podamos
hacer las obras de Dios. Lo bueno y lo justo ya no es prerrogativa de unos
pocos, sino que quien está haciendo el bien siempre en él también podemos y
tenemos que descubrir el Espíritu de Dios que está actuando en él.
Es lo que nos hace sentirnos en verdad pueblo de Dios
que camina unido; pueblo de Dios que se siente en comunión verdadera; pueblo de
Dios en que cada uno hemos de ir poniendo nuestro grano de arena de bondad y de
amor, de obras de justicia y de verdad; pueblo de Dios en que nos queremos y
respetamos, y nos valoramos y nos aceptamos; pueblo de Dios en que todos nos
sentimos responsables de su marcha, de su caminar; pueblo de Dios que sentimos
la preocupación por lo bueno, la preocupación por las cosas de la Iglesia como
algo nuestro, la preocupación por ese mundo en que habitamos y aprendemos a
convivir con todos aunque nos puedan parecer distintos porque piensen de forma
distinta, pero en donde siempre valoramos lo bueno que hacen los demás, porque
hasta una cosa tan sencilla como un vaso de agua dado con buena intención ya es
una manifestación, una semilla de reino de Dios que estamos encontrando.
Y como pueblo santo que hemos de ser no sólo cada uno
ha de evitar lo malo, alejarse de lo malo, sino que además nunca podemos
incitar a lo malo a los que están a nuestro lado. Por eso la dureza con que
Jesús habla del escándalo, que es ese incitar a lo malo, y como hemos de
procurar alejarnos de todo lo que sea malo, poniéndonos esas expresiones tan
duras de que es mejor entrar cojo, manco o tuerto en el reino de los cielos que
con todos los miembros o sentidos ser arrojado al fuego del infierno.
Jesús en estas conversaciones que va teniendo con sus
discípulos más cercanos les va ayudando a descubrir esas actitudes y valores
nuevos que han de tener en su corazón y plasmar en su vida quienes quieren
seguirle. No tiene que ser sólo el entusiasmo que podamos sentir por Jesús
cuando le vemos realizar cosas maravillosas sino que es un irnos impregnando
del espíritu de Jesús que nos está enseñando ese nuevo actuar.
Cuando venimos aquí a la Eucaristía y escuchamos su
Palabra es así cómo tenemos que escucharla abriendo nuestro corazón a la
enseñanza que nos va desgranando Jesús para ir dándole la vuelta a nuestra
vida, cambiando esas actitudes muchas veces cerradas y egoístas que se nos han metido
en el corazón para comenzar a actuar de una forma nueva y distinta. Es la
maravilla del Evangelio que se nos va anunciando y vamos escuchando y que nos
va haciendo tener una mirada nueva a cuanto nos rodea.
Cómo tenemos que aprender a abrir los ojos para
descubrir todo lo bueno que hay a nuestro alrededor, todo lo bueno que florece
también en el corazón y en la vida de los que nos rodean, cómo tenemos que ir
quitando prejuicios de nuestra vida que tanto daño nos hacen porque cuando nos
acercamos con un prejuicio al otro ya nos costará aceptarlo, comprenderlo y
descubrir todo lo bueno que también hay en él.
Tenemos que saber superar esos impulsos primarios que
muchas veces surgen en nosotros que si vemos en un momento algo que no nos
gusta o con lo que no estamos de acuerdo, ya luego seguimos con ese prejuicio y
no somos capaces de ver que también pueden haber otras cosas buenas en la
persona, o que también la persona puede cambiar una actitud o una postura no
buena que en algún momento haya podido tener. Queremos que nos acepten a
nosotros y que reconozcan también que podemos cambiar, pero cuánto nos cuesta
reconocerlo en los otros.
Ese estilo de amor que nos enseña Jesús se tiene que
traducir en esa mirada nueva al otro, en esa aceptación, en ese respeto, en esa
valoración que hacemos de los demás. Siempre será una mirada llena de amor, de
comprensión, de amistad, rebosante de paz. Y si con ese estilo de amor que nos
enseña Jesús en el evangelio estamos llamados a hacer un mundo nuevo - decimos
siempre que queremos construir el Reino de Dios - es por esos caminos donde
aprendemos a colaborar juntos cada uno poniendo su granito de bondad y de amor
es como podremos lograrlo.
Todo esto hemos de vivirlo con sinceridad dentro de
nuestra propia Iglesia, que siempre ha de ser madre de misericordia, como en el
ámbito de nuestras relaciones de convivencia de cada día con los que están a
nuestro lado, familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, o los que
cohabitamos en un mismo lugar. Dijimos en el ámbito de la propia iglesia y hemos
de reconocer cuántas divisiones y separaciones se han creado en la Iglesia de
Jesús que se han ahondado más y más con el paso de los siglos. Qué distinto
sería todo si todos los creyentes en Jesús tuviéramos una mirada distinta y más
llena de amor con los hermanos.
De cuántos prejuicios tenemos que liberarnos;
intentémoslo y veremos que nuestra convivencia va a florecer en frutos de
hermosa amistad y armonía, nuestras relaciones estarán más llenas de paz, y
además veremos cómo podemos hacer grandes cosas, hermosas cosas que nos harán a
todos mejores.
Llenémonos del Espíritu de Jesús, que es espíritu de
fortaleza y de profecía, de comunión y de paz, de temor de Dios y de amor y
lograremos un mundo mejor que cada vez más se parezca al Reino de Dios.