Ahora te han visto mis ojos

Job, 42, 1-3.5-6.12-16; Sal. 118; Lc. 10, 17-24
‘Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos…’ termina confesando Job. Es el final del libro de Job que hemos ido escuchando y meditando, aunque sólo fuera a retazos, esta semana. Todo un camino progresivo que lleva a una fe viva, experimentada, purificada.
Han pasado momentos de oscuridad, de dudas, de explicaciones en cierto modo teóricas, pero al final se ha abierto paso la luz. Lo que parecía difícil porque desde el dolor y el sufrimiento todo se volvía oscuro se transforma en luz y en una fe verdadera, comprometida y purificada. Había clamado Job desde su dolor en el que no encontraba sentido para su vida, como tantas veces nos sucede. Era un hombre creyente y en aquello aprendido quería encontrar la luz de Dios pero se le hacía difícil.
Vinieron sus amigos que con buenas palabras o cosas aprendidas de memoria pero que en ellos no había pasado por el tamiz del sufrimiento querían consolarlo y ayudarle a acercarse a Dios, pero no lo conseguían. El mismo Job se pone a hacer en voz alta sus reflexiones tratando de describir al Dios en quien creía pero no encontraba una respuesta definitiva.
Será el Señor el que venga a su encuentro y en la experiencia de ese encuentro con el Señor, allí desde su situación y su sufrimiento al final todo se volverá luz. Ahora Job podrá decir ‘reconozco que lo puedes todo y ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos…’
Cómo tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Señor que es el que viene a nuestro encuentro. Será su Espíritu el que nos ilumine para hacernos comprender el misterio, pero es el Espíritu divino que se mete en nuestro corazón y nos hace sentir a Dios en el más profundo y bello encuentro. Será el Espíritu el que nos haga experimentar a Dios, sentir su presencia y nos inunde con su luz y con su amor. ‘Ahora te han visto mis ojos…’ que decía Job.
Hemos de aprender a gusta a Dios, saborear su Palabra, empaparnos de su amor. Hemos de sentir que, aunque nos parezca que andamos solos y desesperados en nuestros problemas o sufrimientos, la mirada del Señor, que es siempre mirada de amor y de luz, está cayendo sobre nosotros.
‘Haz brillar tu rostro sobre tu siervo’, decíamos en el salmo. Pero le pedíamos también ‘enséñame a gustar y a comprender porque me fío de tus mandatos’. Comprenderemos de verdad cuando gustemos a fondo en el corazón. Tenemos, pues, que aprender a saborear, a gustar, la palabra del Señor.
Igual que no nos vale sólo que nos digan como se hace una comida y lo rica que queda, o que la contemplemos en el plato pero sin probarla, para poder saber el sabor que tiene, de la misma manera tenemos que saborear, gustar en el corazón la palabra y la presencia del Señor en nuestra vida. Es la experiencia de Dios de la que hablamos tantas veces. No solo de oídas, como decía Job, sino viéndolo, palpándolo con nuestros propios ojos, con todo nuestro ser, sintiendo viva su mirada sobre nosotros.
La experiencia de Job en su dolor le purificó y le hizo tener una fe más viva. Desde el sufrimiento y el dolor él descubrió a Dios, sintió y experimentó a Dios en su vida. Tenemos que aprender para no cegarnos porque en nuestra ceguera en ocasiones nos volvemos insoportables cuando no hemos llegado a descubrir el verdadero sentido de nuestra vida y nuestro sufrimiento. Aprendamos de Job. Miremos a Jesús en la cruz y lleguemos a sentir que El está con su amor en la cruz nuestra de cada día.

viernes, 5 de octubre de 2012


El reconocimiento de Dios nos conduce a una mayor plenitud de vida

Es camino del hombre en la medida en que va alcanzando más y más su madurez el ir afirmándose en sí mismo con toda responsabilidad logrando su propia autonomía de pensamiento y de obrar, no queriendo entonces tener ninguna dependencia en vida que pudiera coartarle su libertad. Es el crecimiento humano que nos lleva a la madurez humana, pero que sin embargo le hace reconocer sus limitaciones porque no es perfecto en sí mismo. Muchas veces se puede sentir frustrado por sus propias limitaciones porque en el fondo puede ir creciendo en su interior el orgullo de la autosuficiencia que le puede llevar erróneamente a creerse dios de sí mismo.
El hombre creyente, sin embargo, aún cuando también quiera lograr esa autonomía y esa madurez, reconoce que no es dios de sí mismo y que esa plenitud de su ser no la puede conseguir sólo por sí mismo. El hombre creyente sabe ser humilde para reconocer su imperfección y su dependencia de quien en verdad puede conducirle a la plenitud más total de su vida y en sus limitaciones y errores reconoce su imperfección para no hacer siempre lo que tendría que llevarle a esa mayor plenitud y felicidad. No busca la felicidad en sí mismo sino que reconoce que en Dios es en quien obtiene la mayor plenitud y felicidad y es en la convivencia con los demás en una interdependencia mutua puede alcanzar caminos también de felicidad.
La celebración que la Iglesia nos ofrece en este día de témporas, estas ferias especiales porque podemos celebrarlas incluso en varios días, quiere ayudarnos a ese reconocimiento del Dios en quien podemos alcanzar esa plenitud, pero al mismo tiempo del Dios que es amor y nos regala su amor. Es una ocasión propicia para aprender a reconocer a Dios en nuestra vida y por eso se convierte en un día de acción de gracias pero también de petición de gracia y de perdón para nuestra vida.
El texto de Deuteronomio que hemos escuchado en primer lugar quiere ayudarnos a ese reconocimiento de Dios y a que nos demos cuenta de que lo que vamos logrando en nuestra vida, es cierto con nuestro esfuerzo y responsabilidad, sin embargo no es solo fruto de nuestras manos, sino que hemos de saber descubrir el actuar de Dios, principio y origen de todo don y de la vida misma.
Moisés le recuerda y previene al pueblo para que cuando se establezcan en aquella tierra que el Señor les va a dar y vayan viendo el fruto de tus trabajos no fueran a llenarse de tal orgullo que se olvidaran del Dios que les había sacado de Egipto. Era un cambio muy grande para un pueblo que venía trashumante desde el desierto y que ahora se asentaba definitivamente en una tierra que podía llamar suya viendo el fruto de sus trabajos pudiendo además tener un techo bajo el cobijarse, quienes había vivido en tiendas con las estrellas como techo en el desierto.
Es, pues, una invitación y al reconocimiento del Señor nuestro Dios. El Dios amor que nos ama y nos protege y a quien acudimos también desde nuestras necesidades y también desde nuestras limitaciones y errores del caminar de nuestra vida; pedimos su ayuda y su gracia, su fuerza y su perdón para saber vivir siempre según lo que es su designio de amor, su voluntad, y para recuperar la gracia perdida cuando nos hemos desviado por otros caminos lejanos de lo que es su voluntad y son sus mandamientos.
Ya decíamos que teníamos el peligro del orgullo y la autosuficiencia; de querernos afirmar tanto en nosotros mismos que prescindamos de Dios y no queramos necesitar de El. De sentirnos tan dioses de nosotros mismos que subidos en nuestros pedestales no sepamos mirar con una mirada de luz a los hombres y mujeres que están a nuestro lado y que son nuestros hermanos junto con los cuales hemos de saber hacer este camino de vida y con los que tenemos que hacer que nuestro mundo sea mejor. Por nosotros mismos nos cuesta porque tenemos la tendencia a subirnos al pedestal de nuestro endiosamiento y cuando nos endiosamos nosotros tenemos el peligro de querer convertir a los que nos rodean en vasallos de nuestra vida, con todas las consecuencias que se pueden derivar.
Dios no es obstáculo de ninguna manera a ese crecimiento humano y a esa madurez del hombre sino todo lo contrario; no son obstáculo para nuestro crecimiento personal los que caminan a nuestro lado, sino que serán ocasión propicia que mutuamente nos ayudemos en ese crecimiento como personas y como hermanos y sepamos caminar juntos hacia una verdadera felicidad.
El Señor ilumina nuestra vida; su Palabra será siempre palabra que nos conduzca a la mayor plenitud y nos recordará continuamente los pasos que hemos de seguir, que serán siempre unos pasos de amor y de amistad. Y la gracia del Señor será nuestra fortaleza, pero también nos dará ese perdón que nos hará encontrarnos más en paz con nosotros mismos cuando nos llenamos de la paz de Dios y cuando sabemos estar en paz también con nuestros hermanos.
Que caminemos estos caminos de Dios que nos llevarán siempre a la madurez y a la plenitud, humana y cristiana.

jueves, 4 de octubre de 2012


Veré a Dios, yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán

Job. 19, 21-27; Sal. 26; Lc. 10, 1-12
‘Ojalá se escribieran mis palabras… se grabaran en cobre…se escribieran para siempre en la roca…’ Importantes tenían que ser esas palabras, mensaje que había de durar para siempre. Es que el paciente Job comienza a ver luz en medio de sus tormentos que le habían hecho perder la esperanza.
Cuando uno se ve acosado por situaciones que se le hacen difíciles, ya sea desde problemas personales o ya sea de causas externas parece como que está buscando a quien agarrarse, en quien apoyarse como su salvador que le haga sostenerse y mantenerse en pie frente a esos vendavales de la vida. Es terrible sentirse solo en medio de dificultades y problemas sin tener quien le ayude, le apoye o le dé la mano para salir adelante.
Era la situación en que se veía Job después de verse desposeído de todo, perdido a sus hijos y su cuerpo lacerado por cruel enfermedad. Aunque la situación era tan dura como para perder la esperanza él seguía confiando en el Señor y el Señor le escuchó. ‘Yo sé que está vivo mi Vengador y que al final se alzará sobre el polvo… al final veré a Dios, yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán…’
Si emplea la palabra ‘vengador’, hemos de entender su sentido, porque no es en el sentido de venganza contra quien te haya hecho el mal, sino en el sentido de que con su salvación se verá libre de cuanto le acosaba en la vida. Es el redentor que lo saca y lo redime de todo el mal que ha pasado y que al final lo llenará de luz y de vida, como escucharemos en el final del relato del libro de Job.
Se expresa así la fe y la confianza total que él ha puesto en Dios porque solo en El encontrará la salvación. En estas palabras podemos ver un anuncio prefigurado de Cristo que es nuestro Salvador y nuestro Redentor y de alguna manera es anuncio de resurrección, de la resurrección de Cristo vencedor de la muerte y del pecado y de nuestra propia resurrección porque en Cristo nosotros estamos llamados también a la vida para siempre.
Fijémonos que en párrafos anteriores había expresado Job cómo no podía alcanzar a Dios, conocer sus designios ni palpar su presencia - ‘si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome y no lo siento’ - y ahora dirá que ‘veré a Dios, yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán’. Cuando su vida estaba llena de oscuridad en medio del sufrimiento le era difícil poder ver a Dios, sin embargo porque se mantiene siendo fiel a Dios un día la luz aparecerá de nuevo sobre su vida y podrá contemplar a Dios. ¿No es motivo todo esto para que se graben sus palabras de forma indeleble y permanezcan como testimonio vivo para siempre, como decíamos al principio?
Es el mensaje que tenemos que escuchar para nuestra vida. Pasamos por momentos de oscuridad, de dudas, de rebeldías interiores, como hemos dicho estos días, pero si mantenemos nuestra fe, nuestra confianza en el Señor, al final encontraremos la luz, porque nos vamos a encontrar con el Señor que ahí está junto a nosotros en ese dolor o en ese sufrimiento.
No tendrían que cegarse los ojos de nuestra fe, sino que en nuestra fidelidad habrían de mantenerse siempre bien abiertos para encontrar la luz. La luz está ahí, aunque nos cueste verla, porque siempre el Señor estará a nuestro lado en su cruz y en nuestra cruz. Miremos a Cristo en lo alto del Calvario y démonos cuenta de que ahí está en el calvario, en la cruz nuestra de cada día. Tomemos esa cruz, caminemos tras Jesús, sabiendo que El está ahí y será siempre nuestro Salvador. Con toda razón podemos decir ‘espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida’.

miércoles, 3 de octubre de 2012


Buscando a Dios que da sentido a nuestro vivir y sufrir

Job. 9, 1-12.14-16; Sal.87; Lc. 9, 57-62
Job busca dramáticamente a Dios y le parece imposible alcanzarle y comprender sus designios, pero aún asi sigue queriendo confiar en Dios y reflexiona buscando la luz que necesita para su vida. Le cuesta comprender todo lo que le está sucediendo y como hemos venido escuchando son varios los pensamientos y los sentimientos que van surgiendo en su interior que lo llenan de confusión.
Ha recibido la visita de sus amigos, que han pasado largos de silencio a su lado como consuelo, pero tratando también de buscar una respuesta o un sentido a todo lo que está pasando. Como  nos sucede también a nosotros tantas veces las palabras de invitación a la resignación o a pensar que lo que le sucede puede ser también un castigo por algo que haya hecho, son las más fáciles de decir. Qué fáciles somos para decir palabras bonitas, vamos a decirlo así, para tratar de consolar al que sufre. Muchas veces nuestras palabras en lugar de ser luz y consuelo verdadero lo que hacen es llenar más de confusión, porque no siempre está inspiradas en un verdadero espíritu cristiano y evangélico.
Pero no satisfacen a Job ni le dan respuesta a los interrogantes profundos que tiene en lo hondo de su espíritu las palabras de consuelo de sus amigos. ‘Sé muy bien que es así, les responde, y que el hombre no es justo frente a Dios’. Y reflexiona sobre la grandeza y el poder de Dios que supera toda sabiduría y todo poder humano. ‘¿Quién, fuerte o sabio, le resiste y queda ileso?’ se pregunta.  Se siente anonadado.
Y de alguna manera surge el pensamiento de que Dios se manifiesta poderoso y realizando prodigios insondables casi como si fueran un capricho de sus deseos. Se siente pequeño ante la inmensidad de Dios y no sabe cómo podrá conocer sus designios, cómo podrá alcanzarle. ‘Si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome y no lo siento’.
Mucho queda aún para llegar a la plenitud de la revelación que nos llegará en Jesús, donde ya no somos nosotros los que intentamos alcanzarle, sino que más bien es Dios el que viene a nosotros, y ¿de qué manera?, que se hará hombre como nosotros, para ser Dios con nosotros y así manifestarnos su amor y toda la cercanía de Dios y su revelación.
Todo el antiguo testamento es una revelación progresiva de Dios que alcanzará su plenitud en Jesús, verdadera Palabra de Dios, verdadera revelación del misterio de Dios. Como  nos dirá en el evangelio nadie como al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revela. Podemos ir acercándonos a esos designios de Dios, a lo que es su voluntad, a lo que es el verdadero sentido del hombre en la medida en que vayamos conociendo a Dios que nos ha creado y nos ha redimido.
Seguiremos aún estos días escuchando el texto de Job y reflexionando sobre él. Pero nosotros desde la revelación de Jesús sobre el misterio de Dios sí podemos encontrar respuestas y sentido para todo lo que nos sucede en nuestra vida. Por eso, como hemos venido diciendo en el comentario que hemos hecho en estos dias sobre el libro de Job, miramos a Jesús, miramos su pasión, su muerte y ahí encontramos la luz y el sentido, porque estamos encontrando el amor de Dios que se nos entrega en Jesús para nuestra salvación.
Tenemos que tratar de impregnarnos bien del espíritu del Evangelio para ir descubriendo el verdadero sentido a lo que nos pasa. Hemos de saber encontrar un valor y un sentido a lo que nos sucede, también esas situaciones difíciles o dolorosas por las que tenemos que pasar en nuestros problemas o sufrimientos. Hemos de leer mucho y meditar el evangelio en esa profundización de nuestra fe para que sea auténtica y para que así podamos llenarnos de Cristo. Hemos de orar mucho pidiendo esa luz del Señor, esa luz de su Espíritu que es el que nos ayudará a encontrar el verdadero sentido de todo. Busquemos a Dios para encontrarnos con su amor.

martes, 2 de octubre de 2012


Desde nuestra rebeldía interior busquemos la luz que nos llena de paz

Job. 3, 1-3.11-17.20-23; Sal. 87; Mt. 18, 1-5.10
¡Qué oscuros se nos vuelven nuestros caminos cuando nos atenaza el dolor, los problemas nos agobian o no vemos salida a nuestros sufrimientos! Perdemos la esperanza, pareciera que nuestra vida carece de sentido y nos preguntamos a veces para qué vivir. En ocasiones pasamos por momentos así de oscuridad, de duda, de rebeldía interior porque decimos que somos maltratados por la vida y lo que nos sucede.
Es la situación en la que se encontraba el justo y paciente Job. Como escuchábamos ayer había perdido todas sus posesiones e incluso sus hijos; lo que parecía en su prosperidad que todo eran bendiciones de Dios ahora pareciera que se volvieran maldiciones. Ahora también una llaga dolorosa envolvía todo su cuerpo y la vida parecía para él un sin sentido. Son las expresiones duras que escuchamos hoy en esta lectura.
Y qué bien reflejan nuestras situaciones cuando pasamos por momentos duros y dolorosos en la vida, en que de una manera u otra aparecen también esos sentimientos de desesperanza y amargura en nuestra vida. Habrán brotado de nuestros labios frases semejantes o las habremos escuchado a nuestro alrededor en momentos de desesperanza y de turbación por una enfermedad, por una muerte repentina, por un accidente que haya podido sufrir un familia, un amigo o una persona querida, cuando no nosotros mismos.
Cuando nosotros estamos escuchando hoy la Palabra de Dios que se nos proclama nos dejamos guiar y conducir por la sabiduría de la Iglesia que en su liturgia nos va ofreciendo pautas para que encontremos esa luz que necesitamos y nos ayude a salir de esas sombras.
Como respuesta a lo escuchado en la primera lectura, pero como respuesta que nosotros hemos de darle al Señor se nos ha ofrecido un salmo que nos ayuda a orar con confianza a Dios, haciendo que surja nuestra súplica desde lo  más hondo de nuestro corazón. ‘Llegue, Señor, hasta ti mi súplica’, hemos repetido y orado una y otra vez en el salmo. ‘Inclina tu oído a mi clamor… mi alma está colmada de desdichas, mi vida está al borde del abismo… soy como un inválido, como los caídos que yacen en el sepulcro’. Nuestra vida puede estar llena de dolores y de tinieblas, pero seguimos confiando en el Señor.
El salmo es la oración de un hombre enfermo y que ve su vida en peligro, que puede morir, por eso suplica desde lo más hondo de sí mismo al Señor. Así queremos  nosotros también suplicar al Señor, porque aunque todo lo veamos oscuro sabemos que la luz del Señor no nos faltará, que su mirada sobre nosotros es luz que nos ilumina y el Señor siempre escucha nuestra súplica.
Podemos unir esta reflexión que nos estamos haciendo a partir del libro de Job con la celebración que hoy nos ofrece la liturgia. Es la fiesta de los Santos Ángeles Custodios. El Señor hace sentir su presencia y protección con los santos ángeles que protegen nuestra vida. Esos espíritus puros que están en la presencia del Señor alabándole y cantando su gloria, como el otro día veíamos al celebrar a los santos Arcángeles, pero que Dios he querido poner a nuestro lado para hacernos sentir la presencia y la gracia del Señor.
‘Concédenos que su continua protección nos libre de los peligros presentes y nos lleve a la vida eterna’, pediremos en una de las oraciones de la liturgia de este día. Que con la tutela de los santos ángeles vayamos siempre por los caminos de la salvación y de la paz. Los ángeles nos inspiran en nuestro corazón para lo bueno, nos iluminan para que descubramos la verdad y el bien, mueven nuestro corazón por los caminos del amor, y en esas situaciones difíciles nos hacen poner toda nuestra confianza en el Señor.
Cuántas veces, casi sin darnos cuenta, sentimos en nuestro interior que somos movidos, impulsados a lo bueno; es nuestro ángel de la guarda que ahí está inspirándonos el camino del bien y que quiere prevenirnos de todo lo malo. Dejémonos conducir por esas inspiraciones divinas que nos llevarán siempre por los caminos de Dios.

lunes, 1 de octubre de 2012


Un hombre justo y honrado que teme al Señor y en El pone toda su esperanza

Job, 1, 6-22; Sal. 16; Lc. 9, 46-50
Durante esta semana, salvo los días que tengamos celebraciones especiales, estaremos escuchando en la primera lectura el libro de Job del Antiguo Testamento. Un libro de hondas reflexiones que en el fondo nos plantea el sentido del dolor y sufrimiento del inocente y la respuesta del creyente ante esta situación.
Hoy hemos escuchado la presentación de Job, ‘un hombre justo y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal’, que ha sido bendecido con toda clase de bendiciones en la prosperidad con que vive su vida y su numerosa familia. En el sentido del antiguo testamento muchas veces aparece el pensamiento de una señal de las bendiciones de Dios en la prosperidad y en la larga vida.
Pero ahí comienza a surgir la cuestión. El relato nos presenta ese encuentro de Dios con Satanás que le dice que si Job es un hombre temeroso de Dios es porque ha sido bendecido de manera especial por el Señor, y que si se viera privado de todas esas cosas no sería la misma su fidelidad a Dios. Un pensamiento que algunas veces de alguna manera nos acompaña a nosotros también que cuando nos vemos rodeados de males y de sufrimientos, de carencias y necesidades llegamos a pensar que hemos sido abandonados de la mano de Dios y de alguna manera castigados por algo que hayamos hecho. Es de donde surge la prueba por la que va a pasar el paciente Job.
Dios permite a Satanás que le arrebate todas esas cosas, pero el Señor no le deja tocar su vida. En estos párrafos que hoy hemos escuchado vemos cómo perecen sus hijos, cómo se pierdan todas sus posesiones y riquezas con robos, incendios y otras catástrofes. Es la gran prueba que va a sufrir Job que al final verá su vida atormentada por el sufrimiento de una terrible enfermedad.
En los próximos días iremos escuchando a través de la visita que recibe de sus amigos o de los improperios incluso de su mujer cuáles son las respuestas que nosotros los humanos vamos dando a esas situaciones difíciles y de dolor. Escucharemos incluso a Job en su sufrimiento hacerse sus consideraciones hasta que escuchemos la voz del Señor que viene a iluminar toda la situación.
Hoy escuchamos ya una primera reacción de Job ante lo que le va pasando que pudiera parecernos de simple resignación, pero que en el fondo esconde una fuerte confianza y fe en el Señor, en cuyas manos se pone confiadamente. ‘Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza - son expresiones y señales de dolor muy usuales en aquellos pueblos -, se echó por tierra y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor’.
Aquí se queda el texto que hoy hemos escuchado. ¿Resignación? ¿Paciencia? ¿Esperanza? ¿Confianza total en el Señor para ponerse en sus manos y dejarse hacer por el Señor? Son las primeras reacciones y actitudes que contemplamos. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante el sufrimiento, el dolor, la enfermedad? Y si nos viéramos privados de todas nuestras cosas, ¿cuál sería nuestra reacción? ¿No habrá en nosotros en alguna ocasión desesperanza, desesperación, rechazo, rebeldía?
Creo que la lectura que iremos haciendo estos días, breve e intermitente por las otras celebraciones intermedias, tendría que hacernos reflexionar. Sabemos que como creyentes en Jesús siempre al final tenemos que mirar a Jesús en su pasión y en su cruz. La esperanza no tendría que faltar en nuestra vida, porque sabemos que el misterio pascual de Cristo que es el que ilumina toda nuestra existencia siempre termina en vida y en resurrección. Pero, reflexiones un poquito en todo esto sin temores, con confianza, tratando de encontrar la luz.

domingo, 30 de septiembre de 2012


En todos hay algo bueno para contribuir a hacer un mundo mejor

Núm. 11, 25-29; Sal. 18; Sant. 5, 1-6; Mc. 9, 38-43.45.47-48
En ocasiones damos la impresión de que nos creemos que nosotros somos los únicos buenos o los únicos que sabemos hacer las cosas bien. Mala cosa es el orgullo de creernos únicos y creernos los mejores. Pero sabemos lo que nos pasa, desconfiamos de los demás, desconfiamos de que puedan hacer las cosas bien, desconfiamos de que haya algo bueno en los que quizá no piensan como nosotros o tienen otras ideas.
Pasa esto en todos los campos, en lo religioso o en lo político, en el tema de los conocimientos o de las experiencias, en muchas facetas de la vida; somos un encanto para poder pegas a lo que hacen los demás… Mala contribución hacemos al bien común y a la construcción de un mundo mejor con estas desconfianzas y con este no saber respetar y valorar las cosas, las ideas o la manera de hacer de los otros. Mal contribuimos a una buena convivencia con actitudes así. Cuántos conflictos nos evitaríamos.
Hoy Jesús nos da una buena lección. Igual que el joven Josué, celoso de salvaguardar la autoridad de Moisés, quiso hacer callar a aquellos que sin estar en la tienda del encuentro recibieron también el espíritu de profecía, en el evangelio vemos como Juan viene diciendo que trataron de impedir que expulsasen demonios aquellos que sin ser del grupo de Jesús pero en su nombre realizaban tales milagros. ‘No se lo impidáis, les dice Jesús, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mi. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro’.
‘Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor’, le respondió Moisés. Lo que presiente Moisés y de alguna manera habla proféticamente es algo que con Jesús se va a realizar, porque desde el Bautismo que nos une a Jesús con Jesús nos hace sacerdotes, profetas y reyes. Somos un pueblo santo, sacerdotal y profético. Ungidos estamos todos por el Espíritu del Señor para que podamos hacer las obras de Dios. Lo bueno y lo justo ya no es prerrogativa de unos pocos, sino que quien está haciendo el bien siempre en él también podemos y tenemos que descubrir el Espíritu de Dios que está actuando en él.
Es lo que nos hace sentirnos en verdad pueblo de Dios que camina unido; pueblo de Dios que se siente en comunión verdadera; pueblo de Dios en que cada uno hemos de ir poniendo nuestro grano de arena de bondad y de amor, de obras de justicia y de verdad; pueblo de Dios en que nos queremos y respetamos, y nos valoramos y nos aceptamos; pueblo de Dios en que todos nos sentimos responsables de su marcha, de su caminar; pueblo de Dios que sentimos la preocupación por lo bueno, la preocupación por las cosas de la Iglesia como algo nuestro, la preocupación por ese mundo en que habitamos y aprendemos a convivir con todos aunque nos puedan parecer distintos porque piensen de forma distinta, pero en donde siempre valoramos lo bueno que hacen los demás, porque hasta una cosa tan sencilla como un vaso de agua dado con buena intención ya es una manifestación, una semilla de reino de Dios que estamos encontrando.
Y como pueblo santo que hemos de ser no sólo cada uno ha de evitar lo malo, alejarse de lo malo, sino que además nunca podemos incitar a lo malo a los que están a nuestro lado. Por eso la dureza con que Jesús habla del escándalo, que es ese incitar a lo malo, y como hemos de procurar alejarnos de todo lo que sea malo, poniéndonos esas expresiones tan duras de que es mejor entrar cojo, manco o tuerto en el reino de los cielos que con todos los miembros o sentidos ser arrojado al fuego del infierno.
Jesús en estas conversaciones que va teniendo con sus discípulos más cercanos les va ayudando a descubrir esas actitudes y valores nuevos que han de tener en su corazón y plasmar en su vida quienes quieren seguirle. No tiene que ser sólo el entusiasmo que podamos sentir por Jesús cuando le vemos realizar cosas maravillosas sino que es un irnos impregnando del espíritu de Jesús que nos está enseñando ese nuevo actuar.
Cuando venimos aquí a la Eucaristía y escuchamos su Palabra es así cómo tenemos que escucharla abriendo nuestro corazón a la enseñanza que nos va desgranando Jesús para ir dándole la vuelta a nuestra vida, cambiando esas actitudes muchas veces cerradas y egoístas que se nos han metido en el corazón para comenzar a actuar de una forma nueva y distinta. Es la maravilla del Evangelio que se nos va anunciando y vamos escuchando y que nos va haciendo tener una mirada nueva a cuanto nos rodea.
Cómo tenemos que aprender a abrir los ojos para descubrir todo lo bueno que hay a nuestro alrededor, todo lo bueno que florece también en el corazón y en la vida de los que nos rodean, cómo tenemos que ir quitando prejuicios de nuestra vida que tanto daño nos hacen porque cuando nos acercamos con un prejuicio al otro ya nos costará aceptarlo, comprenderlo y descubrir todo lo bueno que también hay en él.
Tenemos que saber superar esos impulsos primarios que muchas veces surgen en nosotros que si vemos en un momento algo que no nos gusta o con lo que no estamos de acuerdo, ya luego seguimos con ese prejuicio y no somos capaces de ver que también pueden haber otras cosas buenas en la persona, o que también la persona puede cambiar una actitud o una postura no buena que en algún momento haya podido tener. Queremos que nos acepten a nosotros y que reconozcan también que podemos cambiar, pero cuánto nos cuesta reconocerlo en los otros.
Ese estilo de amor que nos enseña Jesús se tiene que traducir en esa mirada nueva al otro, en esa aceptación, en ese respeto, en esa valoración que hacemos de los demás. Siempre será una mirada llena de amor, de comprensión, de amistad, rebosante de paz. Y si con ese estilo de amor que nos enseña Jesús en el evangelio estamos llamados a hacer un mundo nuevo - decimos siempre que queremos construir el Reino de Dios - es por esos caminos donde aprendemos a colaborar juntos cada uno poniendo su granito de bondad y de amor es como podremos lograrlo.
Todo esto hemos de vivirlo con sinceridad dentro de nuestra propia Iglesia, que siempre ha de ser madre de misericordia, como en el ámbito de nuestras relaciones de convivencia de cada día con los que están a nuestro lado, familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, o los que cohabitamos en un mismo lugar. Dijimos en el ámbito de la propia iglesia y hemos de reconocer cuántas divisiones y separaciones se han creado en la Iglesia de Jesús que se han ahondado más y más con el paso de los siglos. Qué distinto sería todo si todos los creyentes en Jesús tuviéramos una mirada distinta y más llena de amor con los hermanos.
De cuántos prejuicios tenemos que liberarnos; intentémoslo y veremos que nuestra convivencia va a florecer en frutos de hermosa amistad y armonía, nuestras relaciones estarán más llenas de paz, y además veremos cómo podemos hacer grandes cosas, hermosas cosas que nos harán a todos mejores.
Llenémonos del Espíritu de Jesús, que es espíritu de fortaleza y de profecía, de comunión y de paz, de temor de Dios y de amor y lograremos un mundo mejor que cada vez más se parezca al Reino de Dios.