sábado, 19 de mayo de 2012


Salí del Padre… y otra vez dejo el mundo y me voy al Padre

Hechos, 18, 23-28; Sal. 46; Jn. 16, 23-28
‘Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y me voy al Padre’, hemos escuchado en el evangelio. Palabras que suenan a despedida cuando estamos en las vísperas de la fiesta de la Ascensión del Señor.
Como hemos dicho fueron palabras pronunciadas por Jesús a lo largo de la última cena en lo que podríamos decir fue la sobremesa de la cena pascual. Una noche cargada de emociones, de anuncios, de presagios, porque comenzaba la pasión. La liturgia nos las ofrece en este día de vísperas de la Ascensión del Señor y nos vienen bien para prepararnos debidamente para esta fiesta litúrgica tan importante.
‘Dejo el mundo y me voy al Padre’, nos dice Jesús, pero  no nos deja solos. Por una parte está el anuncio repetido del envío del Espíritu Santo que celebraremos en Pentecostés. Pero están también estas palabras de Jesús que hoy hemos escuchado tan cargadas de emociones y hasta de ternura.
Nos insiste Jesús en cómo, cuanto le pidamos al Padre en su nombre, nos lo dará. ‘Yo os aseguro, si pedís algo al Padre, en mi nombre os lo dará’. Y eso tiene que llenarnos de alegría y de paz, de seguridad en el camino que hacemos porque nos sentiremos siempre ayudados por la gracia del Señor. ‘Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa’, nos insiste.
Y es bien hermoso lo que nos dice, hemos de fijarnos bien en sus palabras. ¿Por qué podemos estar tan seguros de que el Padre atenderá en el nombre de Jesús cuanto le pidamos? En una palabra, porque nos ama. Más allá incluso de que Jesús interceda por nosotros – está sentado a la derecha del Padre como mediador nuestro en el cielo, tal como confesamos en el credo – es que somos amados de Dios. ‘Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.
Qué hermoso es cuanto nos dice Jesús. Cómo nos sentimos así estimulados para tener confianza en nuestra oración. Cómo desearíamos entonces acercarnos al Señor en la oración, porque sabemos cuánto nos quiere Dios, cuánto nos ama el Padre, porque hemos puesto toda nuestra fe y nuestra confianza en Jesús. Creemos en Jesús y queremos seguirle; creemos en Jesús y queremos vivir en su amor; creemos en Jesús y nos sentimos así, con toda esa ternura, amados de Dios.
Todo es una invitación a crecer más y más en nuestra fe en Jesús. Tenemos tantos motivos para poner nuestra fe en El. Queremos hacer su camino, vivir su vida y queremos al mismo tiempo anunciar y proclamar nuestra fe a los cuatro vientos para que todos conozcan a Jesús, para que todos conozcan, deseen y lleguen a alcanzar la salvación que Jesús nos ofrece, la salvación que nos llega por su pasión, muerte y resurrección. Mañana, precisamente, vamos a escuchar el envío y el mandato de Jesús de ir a anunciar esta Buena Nueva de la salvación, esta Buena Noticia del Evangelio a toda la creación para que quien crea en Jesús y se bautice alcance la salvación.
Contemplaremos a Jesús volver al Padre en su Ascensión gloriosa a los cielos, pero sabemos que no nos deja, porque ha prometido estar con nosotros para siempre, hasta la consumación de los siglos. Veamos todas las señales de su presencia, vivamos intensamente la gracia salvadora que El nos da. Preparémonos debidamente para vivir con gozo grande y con una esperanza extrema la fiesta de la Ascensión del Señor.

viernes, 18 de mayo de 2012


Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría

Hechos, 18, 9-18; Sal. 46; Jn. 16, 20-23
Nos habla Jesús de tristezas y de alegrías; pero nos dice que nuestras tristezas se convertirán en alegrías, pero una alegría tan grande que nadie podrá arrancarla de nuestro corazón. ‘Vosotros estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría… se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría’.
Textualmente está haciendo referencia a su inminente pasión y a su pascua. Estas palabras de Jesús nos las narra el evangelista en la última cena, en aquella larga sobremesa de la cena pascual, anuncio y presagio de su pasión, pero promesa al mismo tiempo de la presencia del Espíritu que nos lo enseñará todo y será nuestra fortaleza, sobremesa que terminará convertida en oración.
Realmente Jesús está anunciando su pasión y muerte. Grande será la tristeza de los discípulos que les dejará desconcertados de manera que aun cuando lo verán resucitado alguna veces pensarán que si es un fantasma. Pero es anuncio de la pascua, es anuncio de resurrección, es anuncio de la alegría que van a vivir los discípulos una vez que le contemplen resucitado.
‘También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría’, les dice Jesús. Ya hemos escuchado al principio de la pascua cómo los discípulos se llenaban de alegría al ver a Jesús resucitado en medio de ellos, de manera que ni se atrevían a preguntarle si era verdad lo que estaban contemplando sus ojos.
Volverá el Señor, viene el Señor a nuestra vida, y podremos contemplarle desde los ojos de la fe. Aunque muchas veces quizá nos sintamos tristes y desconcertados por nuestras propias tinieblas y por nuestras dudas, por el pecado que nos aleja del Señor, tenemos la certeza de que el Señor viene y viene a nuestra vida para estar con nosotros, para ser nuestra luz y nuestra fuerza. Los cristianos por la fe tenemos la certeza de que el Señor está con nosotros y aunque pasemos por las tinieblas que pasemos, en el fondo tenemos que estar llenos de alegría por la seguridad de la presencia del Señor. Ven, Señor Jesús, le gritamos muchas veces en nuestra oración.
Muchas veces nos hará sentir el Señor el ardor de su presencia y de su alegría en nuestro corazón. Hemos de saber estar atentos para descubrir todas esas señales de su amor junto a nosotros. Pero desde la fe sabemos que su gracia y su presencia no nos faltarán nunca en los sacramentos. Signos sagrados que significan y dan la gracia. Signos sagrados que nos hacen presente a Cristo, nos dan la seguridad de la presencia del Señor junto a nosotros. Es un gozo grande que podamos así sentir la presencia del Señor. Es un gozo grande la gracia que el Señor nos da. Abramos los ojos del alma; abramos los ojos de la fe.
Ahora mismo estamos celebrando la Eucaristía y escuchando la Palabra del Señor. No es sólo un recuerdo lo que nosotros estamos haciendo. Confesamos nuestra fe en el Señor y sabemos que El está aquí presente en medio de nosotros; es el Señor quien nos habla; es el Señor quien nos va a dar su Cuerpo y su Sangre. Verdaderamente está aquí el Señor. Es verdaderamente su Cuerpo y su Sangre lo que vamos a comer y vamos a beber. Es Cristo mismo, el que se entregó por nosotros en la Cruz el que ahora realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía se nos va a dar.
Nuestro corazón tiene entonces que llenarse de alegría y una alegría que nadie nos podrá arrebatar, como nos anunció Jesús. No caben ya tristezas en nosotros porque el Señor está con nosotros. Nada ni nadie podrá apartarnos de ese amor de Dios; nada ni nadie podrá arrebatarnos esa alegría. Vivamos siempre el gozo de la gracia del Señor.

jueves, 17 de mayo de 2012


Ardor y entusiasmo de Pablo que le lleva de un lugar para otro anunciando el evangelio

Hechos, 18, 1-8; Jn. 16
Contemplamos a Pablo que llega a Corinto después de la corta visita que hizo a Atenas. Corinto era una ciudad importante, centro comercial, capital de la provincia de Acaya y puerto importante del imperio romano.
Será un centro muy importante para la predicación de Pablo que siempre buscará lugares estratégicos desde donde luego se pueda extender el anuncio de la Buena Nueva de Jesús por todos sus alrededores. Vemos la importancia que le da Pablo a este lugar por el tiempo que pasa aquí en diferentes ocasiones, las diferentes visitas que realiza y en el nuevo Testamento conservamos dos cartas del apóstol a esta comunidad, aunque realmente se puede deducir que fueron más las que les escribió ante los diferentes problemas que surgían en la comunidad de Corinto.
Comienza relacionándose con la comunidad judía del lugar; habiendo conocido a Aquila y su mujer Priscila que venían de Roma tras la expulsión de los judíos por el emperador Claudio, se establece con ellos, porque además tienen el mismo oficio; se dedicaban a fabricar tiendas. Los sábados va a la Sinagoga tratando de convencer a judíos y griegos que Jesús es el Salvador. Al llegar Silas y Timoteo, que le habían acompañado anteriormente pero se habían quedado por Tesalónica, se dedica enteramente a la predicación del Evangelio.
Pronto surgen las disputas con los judíos ante su fuerte oposición y se dirigirá en delante de manera más directa a los gentiles. Algo repetido ya en otras ocasiones en el primer viaje de Pablo. Señales de Dios de que el evangelio ha de ser anunciado a todas las gentes, no sólo a los judíos.
Unas puertas se cierran ante el avance del Evangelio pero otras se van abriendo al mismo tiempo. Ya escuchamos la visión que había tenido Pablo de que un macedonio le pedía que viviera ayudarle, y conocemos cómo desde el principio había sido escogido por el Señor, recordemos la visión a Ananías, para ser mensajero del evangelio a los gentiles. Volveremos a escuchar la voz del Señor que le habla y le pide que se mantenga firme en el anuncio del Evangelio por fuerte que sean las dificultades. Será la tarea del apóstol que así irá recorriendo todo aquel mundo antiguo haciendo el anuncio del evangelio.
Contemplar y reflexionar sobre esta trayectoria de san Pablo en sus viajes apóstolicos con sus dificultades pero también con el ardor  entusiasmo con que iba de un lugar para otro anunciando el evangelio nos anima y nos estimula. Sentimos en nuestro interior la inquietud de la fe, la inquietud de que el Evangelio sea en verdad luz para nuestro mundo que muchas veces vemos tan distanciados de los valores del evangelio y de todo sentido de religiosidad verdadera. Querríamos que en verdad la semilla de la Palabra de Dios fuera plantada en todas partes y llegara a dar fruto en los corazones de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo.
Pero no se nos puede enfriar ese ardor, no podemos perder el entusiasmo, la inquietud tiene que mantenerse viva. Siempre habrá un nuevo lugar donde anunciar, un nuevo medio por el que llegar a los otros, unas nuevas personas que acopan esa semilla. Nosotros tenemos que ser sembradores en el nombre del Señor. La hacemos en el boca a boca de ir compartiendo con los que están a nuestro lado la fe que vivimos, la gracia de Dios que experimentamos en nuestro corazón, o nos valdremos de mil cosas que puedan estar a nuestro alcance para hacer ese anuncio.
Hoy utilizamos también estos medios que la técnica moderna nos permite tener de internet, de redes sociales, y de tantos medios de comunicación que tenemos a nuestro alcance, y que son púlpitos desde los que en este mundo globalizado podemos hacer llegar el mensaje al último rincón. Confieso que me admiro, y doy gracias a Dios por ello, de los lugares tan dispares en nuestro ancho mundo al que llega la-semilla-de-cada-día, este humilde y sencillo blogs - en el que ahora mismo estas leyendo este mensaje - con el que quiero trasmitir también la luz del evangelio en medio de nuestro mundo.
Que no perdamos nunca el ardor y el entusiasmo. Que no nos falte nunca la fuerza y la asistencia del Espíritu Santo.

miércoles, 16 de mayo de 2012


Con Jesucristo… y con la fuerza del Espíritu queremos cantar la gloria del Señor

Hechos, 17, 15.22-18,1; Sal. 148; Jn. 16, 12-15
‘Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’, hemos proclamado alabando al Señor en el salmo responsorial. Contemplamos las maravillas de la creación y alabamos al Señor, cantamos la gloria del Señor. ‘Reyes y pueblos de la tierra alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime’.
Tenemos que saber reconocer las obras de Dios para contemplar su gloria. Algunas veces nos cegamos y pensamos en nuestra grandeza y en nuestro poder y pensamos que todo es obra de nuestras manos. Es cierto que el Señor nos hizo grandes y puso toda la obra de su creación en nuestras manos para que con esa inteligencia de que nos dotó y todas las capacidades que adornan nuestra vida prosigamos la obra de la creación que Dios ha puesto en nuestras manos. No todos sabemos descubrirlo y reconocerlo.
En el texto de los Hechos de los Apóstoles seguimos contemplando el recorrido del segundo viaje de san Pablo. Ahora lo contemplamos en Atenas. Ciudad importante en la Grecia antigua, ciudad de sabios y de filósofos, ciudad que brilla por la riqueza de sus obras de arte y por su cultura.
Contemplamos a Pablo recorriendo el centro de la ciudad donde están levantados los monumentos más importantes y los templos a sus dioses. Era el lugar también donde filósofos y oradores congregaban en torno a sí a todos los amantes de la filosofía y de la sabiduría para desarrollar sus enseñanzas. Es lo que hace Pablo también aprovechando para hacer el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús.
Les habla del altar del dios desconocido que se ha entrando entre tantos monumentos para hablarles del Dios creador de cielo y tierra en cuyas manos está todo el poder y la gloria. Habla de la omnipotencia de Dios pero habla también de la cercanía de Dios a quien podemos sentir dentro de nuestro corazón. 'En Dios vivimos, nos movemos y somos', nos dice el apóstol. En un discurso muy bien elaborado habla citando incluso a los propios poetas de los griegos, para ayudarles a comprender el mensaje de la sabiduría de Dios que quiere expresarles.
Terminará anunciándoles a Jesús resucitado, aunque esto será ya algo que les costará más comprender. En cierto modo hay un rechazo. ‘Al oír hablar de la resurrección de los muertos unos lo tomaban a broma y otros dijeron: de esto te oiremos hablar otro día’. Sin embargo la semilla quedó sembrada. ‘Algunos se le juntaron’, dice el autor sagrado aunque nos dirá cómo pronto se irá a Corinto.
La semilla de la Palabra de Dios hay que sembrarla y aprovechar toda ocasión. La luz del evangelio es para iluminar la vida de los hombres, aunque haya veces que los hombres la rechacen. Pero nosotros hemos de hacer el anuncio. Y el anuncio fundamental es Cristo resucitado porque en El está la salvación.
Con toda la creación queremos cantar la gloria del Señor. Hemos de saber descubrir, como decíamos al principio, todas las maravillas de Dios. Pero toda esa revelación que Dios hace de sí mismo a través de sus obras, a través de la creación tendrá su culminación en Jesucristo. Con Jesucristo y por Jesucristo, en Jesucristo y con la fuerza del Espíritu tenemos nosotros que cantar la gloria del Señor. ‘Todo honor y toda gloria’, como decimos en la doxología de la plegaria eucarística.
Que el Espíritu de Dios que nos lo enseñará todo venga a nosotros y vaya iluminando nuestro corazón. En la medida que nos acercamos a Pentecostés se nos irá anunciando con mayor intensidad la presencia del Espíritu. Pidamos que se derrame sobre nuestros corazones para dar para siempre gloria al Señor.

martes, 15 de mayo de 2012


Celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios

Hechos, 16, 22-34; Sal. 137; Jn. 16, 5-11
Cuando estamos atentos a las señales de la presencia de Dios y de su actuar en nuestra vida, podemos descubrir muchas cosas que pueden ser para nosotros una llamada del Señor que nos invita siempre a ir a El y alcanzar su salvación. Esa atención el creyente ha de saber tenerla en todos los ámbitos de la vida porque cuando quizá menos lo esperamos el Señor se nos manifiesta junto a nosotros para regalarnos su salvación.
En la Palabra de Dios que cada día se nos proclama el Señor nos hace oír su voz y pueden ser muchas las cosas que quizá quiera manifestarnos hasta en los textos más sencillos o quizá también en los que muchas veces hayamos escuchado pero que en otro  momento no han hecho mella en nosotros.
No nos podemos dormir, ni cerrar los oídos del alma ante lo que el Señor quiera manifestarnos. La actitud del creyente siempre ha de ser de vigilacia, de atención, de fe, con una apertura grande de los ojos de nuestro corazón, con un respeto y un amor grande a su Palabra. Qué lástima cuando nos encerramos en nosotros mismos y no querer oír, no queremos escuchar esas llamadas del Señor. Y esto sucede muchas veces a nosotros y a tantos a nuestro alrededor.
‘¿Qué tengo que hacer para salvarme?’ fue el grito del carcelero al ver lo que había sucedido y cuando las puertas de la cárcel estaban derribadas y abiertas sin embargo aquellos presos no habían escapado. Aquellos himnos que cantaban a Dios, incluso en medio de las cadenas y cepos de la cárcel, podrían haber estado haciendo mella en el corazón de aquel hombre. Lo que sucede a continuación viene a despertar su espíritu para descubrir que a través de aquellos que tenía allí en la cárcel podría llegarle la salvación.
‘Cree en el Señor Jesús, y te salvarás tú y tu familia’, fue la respuesta que recibió. No quiso dejar pasar tiempo para ser instruido y recibir el agua del Bautismo. Y aquí viene un detalle importante y hermoso. ‘A aquellas horas de la noche se los llevó a casa, les lavó las heridas, les preparó la mesa y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’.
Hermosos los gestos de la hospitalidad con los que estaba poniendo en práctica el evangelio recibido. Pero hermoso el hecho de haber querido ‘celebrar una fiesta de familia por haber creído en Dios’. Nos tendría que hacer pensar si con un gozo y una alegría semejante vivimos nosotros nuestra fe.
La vida de nuestra sociedad actual está jalonada por muchas fiestas que en su origen tenían una referencia clara al hecho religioso. Y aún cuando ahora seguimos celebrándolas les mantenemos el nombre de esa referencia religiosa: fiestas de navidad, fiestas de nuestro santo, fiestas de nuestra comunidad o nuestro pueblo y así muchas más. En torno a esas fiestas tenemos multitud de actos que nuestra sociedad ha ido estableciendo casi como un rito, así comidas, encuentros de familias, etc. Lo que me pregunto es si conservamos en esas fiestas una referencia religiosa que vaya más allá del nombre o la ocasión cronológica en que las celebramos. Porque podemos conservar el nombre pero no el espíritu; podemos conservar el nombre en referencia a ese hecho religioso, pero luego en el desarrollo de esa fiesta no haya ningun momento verdaderamente religioso.
Celebramos la navidad, por ejemplo, y luego ni tenemos un recuerdo, ni hacemos una oración, ni leemos el texto de la Palabra en relación con el nacimiento de Jesús. fijémonos que para la mayor parte de la gente la navidad se queda en una comida y una fiesta familiar, pero la iglesia, la celebración del nacimiento de Jesús, etc., queda muy lejos y para eso no tenemos tiempo. ¿Dónde queda la expresión de la fe y la celebración de la acción de gracias por la fe en momentos así? Así se podrían analizar otras fiestas y celebraciones, lo que nos haría repensar si en verdad los valores cristianos y religiosos siguen influyendo en nuestra vida.
Aprendamos el mensaje que nos ofrece hoy la Palabra del Señor y hagamos fiesta desde lo más hondo del corazón por esa fe con que Dios ha enriquecido nuestra vida.

lunes, 14 de mayo de 2012


Testigos, elegidos y amados para ser sus amigos

Hechos, 1, 15-17.20-26; Sal. 112; Jn. 15, 9-17
‘No sois vosotros los que me habéis elegido a mi, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure’. Así hemos escuchado en el Evangelio las palabras de Jesús. Nos puede parece repetitivo este texto, porque lo escuchamos ayer domingo VI de Pascua y lo hemos escuchado también la semana pasada en la lectura continuada que estamos haciendo del evangelio de san Juan.
Pero el motivo de escucharlo hoy de nuevo es por la fiesta del Apóstol san Matías que estamos celebrando. Una vez más se muestra la elección de Dios que es quien llama. La vocación es un don de Dios, no es cuestión de voluntariedad humana. Es el Señor el que llama y elige.
Jesús había constituido el grupo de los Doce Apóstoles como fundamento de su Iglesia y serían los que habían de ser enviados (eso significa apóstoles en el fondo) con el anuncio del evangelio por todo el mundo y en torno a los apóstoles había de constituirse la iglesia de Jesús. Se había perdido uno, el que lo traicionó, Judas Iscariote, que hizo de guía de los que prendieron a Jesús y había de elegirse quien ocupara su lugar, como dice Pedro.
El grupo de los once reunidos con Pedro a la cabeza invocan al Señor para que sea el Señor el que designe quien había de ocupar ese lugar. ‘Hace falta que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús…’ Proponen dos nombres y echándolo a suerte salió elegido Matías que fue asociado al grupo de los Apóstoles.
Importante las características que se manifiestan: había de ser testigo de la resurrección del Señor y había de ser de quienes estuvieron con Jesús desde el principio. Son los primeros testigos que nos trasmiten la fe en Jesús, los primeros testigos de la resurrección del Señor. Y entra a formar parte del grupo de los apóstoles, de aquellos más cercanos a Jesús. De aquellos, como nos dice hoy en el evangelio, de los que son llamados ‘amigos’ por Jesús. ‘A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’.
Unas características que nosotros desde nuestra fe en Jesús resucitado también hemos de compartir. No somos testigos directos, como los apóstoles, de la resurrección de Jesús, pero sí, desde nuestra fe en Jesús y todo lo que tiene que ser nuestra vivencia cristiana, también hemos de convertirnos en testigos de Jesús. Testigos de lo que vivimos y experimentamos allá en lo más hondo de nosotros mismos. Testigos de una fe con nuestro amor, con nuestro ejemplo, con todo lo que es la vivencia de nuestra identidad cristiana.
Testigos y amigos, porque nos sentimos amados del Señor; amados con un amor de elección preferencial. Experimentamos de mil maneras ese amor del Señor en nuestra vida. Experimentamos esa presencia amorosa de Dios en nosotros y así hemos de cultivar nuestra oración, nuestro trato con el Señor. Es sentir a Dios, su presencia, su gracia, su amor. Es gozarnos en la presencia del Señor que llena nuestra vida. Es disfrutar de esa presencia y amor de Dios que experimentamos allá en lo más hondo de nuestra vida en la intimidad de la oración. Cómo tenemos que aprender a orar de verdad, no para solo repetir unas palabras o unos ritos, sino para disfrutar de la presencia del Señor y escucharle allá en nuestro corazón como El sabe hablarnos, como El sabe manifestársenos.
Es que cuando nos llenemos así de Dios, cuando nos sintamos inundados de su presencia y de su amor, aprenderemos lo que es el amor verdadero y comenzaremos a amar con un amor como el de Jesús. Es lo que una vez más nos enseña hoy; es el mandamiento que nos da; es el distintivo que tiene que haber en nuestra vida; es el fruto que hemos de dar amando a los demás, cumpliendo sus mandamientos, viviendo en fidelidad total a esa amistad y elección del Señor.

domingo, 13 de mayo de 2012


Una cascada de amor que brota del amor del Padre y por Jesús nos introduce en una dinámica de amor

Hechos, 10, 25-26.34-35.44-48; Sal. 97; 1Jn. 4, 7-10; Jn. 15, 9-17
Como se suele decir no se comienza a construir la casa por el tejado. Una expresión que empleamos cuando queremos hacer una cosa pero no lo ponemos los debidos fundamentos o cuando queremos llegar al final sin haber realizado antes todos los presupuestos previos que nos ayuden bien a sacar todas las consencuencias.
Cuando se trata de nuestra vida cristiana tenemos que ir bien fundamentados para poder alcanzar a vivir con profundidad esa nuestra identidad cristiana. Cuando decimos que lo fundamental que hemos de expresar en nuestra vida cristiana es el amor para poder llegar a vivir un amor auténticamente cristiano con todas sus consecuencias tenemos que aprender bien antes, haber experimentado bien en nuestra vida todo lo que es el verdadero amor que Dios nos tiene. Porque no es amar sin más y a cualquier medida, haciendo yo mis distinciones o poniendo mis límites a mi antojo. El amor cristiano tiene una medida que es el amor que Dios nos tiene.
Fijémonos bien en lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Todos sacamos la consecuencia desde una primera lectura que el mandamiento que Jesús nos ha dejado es el de amar. Pero, ¿cómo ha de ser ese amor? ¿cuál es la medida de ese amor? Fijémonos en las palabras de Jesús: ‘Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’. Fijémonos: ‘como yo os he amado’, nos dice.
Pero para llegar Jesús a decirnos esas palabras fijémonos en lo que nos dice antes. Claro que no es sólo cuestión de fijarnos en lo que nos dice, sino en lo que hace, en cómo nos ama. Pero ya que estamos comentando sus palabras que se nos han proclamado hoy en el evangelio, fijémonos en todo lo anterior. En una imagen con la que lo he querido expresar en otro momento, es como una cascada de amor que parte del amor del Padre a su Hijo y del amor que el Hijo de tiene al Padre, pero que luego se desparrama sobre nosotros introduciéndonos en la dinámica de su mismo amor.
‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’, nos dice. Parte del amor del Padre a su Hijo, del amor infinito que dimana de las mismas entrañas de Dios envolviendo todo el misterio de la Trinidad. Si llegamos a ese misterio de unión y comunión entre las tres divinas personas es por el amor. Y Jesús quiere introducirnos a nosotros en esa dinámica de amor; como es el amor de Dios, como es el amor de Jesús, así tiene que ser también nuestro amor. ‘Permaneced en mi amor’, que nos dice. ‘Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’. Nos está diciendo cómo permanece en el amor del Padre.
Ahí está el fundamento, la razón de ser de todo lo que es nuestra vida cristiana, lo que ha de ser nuestro amor cristiano. Son los cimientos para no comenzar nuestra vida cristiana por el tejado, como decíamos al principio. En ese mismo sentido nos ha dicho san Juan en su carta que ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero y nos envió a su Hijo único… en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió a su Hijo único al mundo, para que vivamos por medio de El’.
Es por eso por lo que nos dirá Jesús que la medida del amor no es la que nosotros pongamos, sino la que nos pone El. Amar como El nos ama, con ese amor divino. No es fácil. Nos exige mucho. Quizá prefiramos poner las medidas nosotros porque como nos cuesta tanto aceptarnos mutuamente, como tenemos los ojos tan velados que muchas veces no vemos sino sombras, y claro no ponemos a tope nuestro amor a la manera del amor de Dios. Pero es necesario que aprendamos a amar con un amor como el de Jesús. Es el camino de la verdadera vida, del auténtico y verdadero amor, es el camino que nos llevará a conocer a Dios.
Por eso nos dirá san Juan que ‘quien no ama permanece en la muerte’. Nos dirá que ‘conocemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos’. Y hoy nos dice que ‘el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios’. Muchas veces hemos dicho que queremos conocer a Dios. Mira por donde podemos llegar a conocerle. Es el camino del amor, es el camino de Jesús. Cuando contemplamos a Jesús y contemplamos su amor, lo hemos dicho muchas veces, estamos contemplando a Dios, estamos conociendo a Dios, porque como nos dice hoy ‘Dios es amor’.
¿Seremos capaces de vivir un amor así? Nos dice que ‘nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos’. Es lo que hizo Jesús por nosotros. Nos llama amigos; nos dice que nos revela todo esto para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea completa. Y es que cuando amamos y amamos de verdad al final seremos felices con una felicidad que nadie nos podrá quitar.
¿Cómo podremos alcanzar a vivir un amor así? No es sólo tarea nuestra. Es obra del Espíritu. Es el Espíritu de Sabiduría y el Espíritu del amor. El Espíritu que nos da la sabiduria de aprender a saborear el amor que Dios nos tiene y cuando le cogemos el gusto a ese amor ya no querremos amar sino con un amor así. Y es el Espíritu del amor que inunda nuestra vida, que llena y hace arder nuestro corazón, que nos hace ser así partícipes del amor de Dios para amar con ese mismo amor a los demás.
Y será el Espíritu de fortaleza que nos da su gracia, su fuerza para ser capaces de vivir en ese amor. Fue el Espíritu que guió a Jesús para pasar por el mundo haciendo el bien y el Espíritu que El nos regala, como el más hermoso regalo de Pascua para que aprendamos a amar y perdonar, a compatir con generosidad y a saber aceptarnos mutuamente.
Podríamos seguirnos haciendo más consideraciones que nos impulsen a romper todas esas barreras que ponemos tantas veces entre nosotros que nos impiden querernos de verdad. Pidamos que el Señor nos ilumine y nos de su fuerza.
Decir finalmente que estamos en este domingo celebrando la pascua del enfermo y que hemos de tener muy presente en nuestra celebración. Este año con el lema ‘el poder curativo de la fe’. Y es que desde la fe, contemplando y viviendo el amor de Jesús nuestro sufrimiento tiene un valor y un sentido y se convierte en fuente también de santificación.
En el mensaje de los obispos de la correspondiente comisión episcopal, por ejemplo, se nos dice: ‘'Vivir la enfermedad y la muerte no es fácil humanamente. Vivir la fe en ellas, tampoco. Por eso, hablar del poder saludable y terapéutico de la fe, desde la experiencia de la enfermedad con todo su realismo, es recordar que son muchas las personas que, en la enfermedad y en la cercanía de la muerte, encuentran en su relación confiada con Dios, en la oración, en los sacramentos y en la pertenencia a la comunidad cristiana, alivio, consuelo, paz, sosiego, nuevas fuerzas y nuevas razones para seguir adelante.
Cuando la fe se vive de verdad, sana, cura, salva y se convierte en fuente de salud. Pues la fe ayuda a afrontar la enfermedad con realismo, infunde aliento, coraje y paciencia en la lucha por la curación, o para asumirla con paz con todas sus consecuencias. Desde la fe se encuentra el ánimo para emprender la importante tarea de ir recomponiendo la vida y descubrir las nuevas posibilidades de ser útil, de iluminar y llenar de sentido la existencia.
Apoyados en la fe recuperamos la comunicación con los demás, la confianza en el Padre y una nueva capacidad de seguir amando a Dios y a los hermanos aun en medio del dolor. Esta experiencia de fe que comunica serenidad, paz y esperanza, que consuela en la angustia y fortalece en la inseguridad, ayuda a sobreponerse ante la situación irremediable y a asumirla con entereza, poniendo confiadamente la vida en las manos amorosas del Padre y a confiarle nuestro futuro’.
Que María, la mujer creyente y solidaria, que, por la vía de la adhesión inquebrantable a Dios, caminó hacia una privilegiada plenitud, nos acompañe en el camino de la fe y nos ayude a vivir y permanecer en el amor de Dios.