miércoles, 16 de mayo de 2012


Con Jesucristo… y con la fuerza del Espíritu queremos cantar la gloria del Señor

Hechos, 17, 15.22-18,1; Sal. 148; Jn. 16, 12-15
‘Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’, hemos proclamado alabando al Señor en el salmo responsorial. Contemplamos las maravillas de la creación y alabamos al Señor, cantamos la gloria del Señor. ‘Reyes y pueblos de la tierra alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime’.
Tenemos que saber reconocer las obras de Dios para contemplar su gloria. Algunas veces nos cegamos y pensamos en nuestra grandeza y en nuestro poder y pensamos que todo es obra de nuestras manos. Es cierto que el Señor nos hizo grandes y puso toda la obra de su creación en nuestras manos para que con esa inteligencia de que nos dotó y todas las capacidades que adornan nuestra vida prosigamos la obra de la creación que Dios ha puesto en nuestras manos. No todos sabemos descubrirlo y reconocerlo.
En el texto de los Hechos de los Apóstoles seguimos contemplando el recorrido del segundo viaje de san Pablo. Ahora lo contemplamos en Atenas. Ciudad importante en la Grecia antigua, ciudad de sabios y de filósofos, ciudad que brilla por la riqueza de sus obras de arte y por su cultura.
Contemplamos a Pablo recorriendo el centro de la ciudad donde están levantados los monumentos más importantes y los templos a sus dioses. Era el lugar también donde filósofos y oradores congregaban en torno a sí a todos los amantes de la filosofía y de la sabiduría para desarrollar sus enseñanzas. Es lo que hace Pablo también aprovechando para hacer el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús.
Les habla del altar del dios desconocido que se ha entrando entre tantos monumentos para hablarles del Dios creador de cielo y tierra en cuyas manos está todo el poder y la gloria. Habla de la omnipotencia de Dios pero habla también de la cercanía de Dios a quien podemos sentir dentro de nuestro corazón. 'En Dios vivimos, nos movemos y somos', nos dice el apóstol. En un discurso muy bien elaborado habla citando incluso a los propios poetas de los griegos, para ayudarles a comprender el mensaje de la sabiduría de Dios que quiere expresarles.
Terminará anunciándoles a Jesús resucitado, aunque esto será ya algo que les costará más comprender. En cierto modo hay un rechazo. ‘Al oír hablar de la resurrección de los muertos unos lo tomaban a broma y otros dijeron: de esto te oiremos hablar otro día’. Sin embargo la semilla quedó sembrada. ‘Algunos se le juntaron’, dice el autor sagrado aunque nos dirá cómo pronto se irá a Corinto.
La semilla de la Palabra de Dios hay que sembrarla y aprovechar toda ocasión. La luz del evangelio es para iluminar la vida de los hombres, aunque haya veces que los hombres la rechacen. Pero nosotros hemos de hacer el anuncio. Y el anuncio fundamental es Cristo resucitado porque en El está la salvación.
Con toda la creación queremos cantar la gloria del Señor. Hemos de saber descubrir, como decíamos al principio, todas las maravillas de Dios. Pero toda esa revelación que Dios hace de sí mismo a través de sus obras, a través de la creación tendrá su culminación en Jesucristo. Con Jesucristo y por Jesucristo, en Jesucristo y con la fuerza del Espíritu tenemos nosotros que cantar la gloria del Señor. ‘Todo honor y toda gloria’, como decimos en la doxología de la plegaria eucarística.
Que el Espíritu de Dios que nos lo enseñará todo venga a nosotros y vaya iluminando nuestro corazón. En la medida que nos acercamos a Pentecostés se nos irá anunciando con mayor intensidad la presencia del Espíritu. Pidamos que se derrame sobre nuestros corazones para dar para siempre gloria al Señor.

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