viernes, 18 de mayo de 2012


Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría

Hechos, 18, 9-18; Sal. 46; Jn. 16, 20-23
Nos habla Jesús de tristezas y de alegrías; pero nos dice que nuestras tristezas se convertirán en alegrías, pero una alegría tan grande que nadie podrá arrancarla de nuestro corazón. ‘Vosotros estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría… se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría’.
Textualmente está haciendo referencia a su inminente pasión y a su pascua. Estas palabras de Jesús nos las narra el evangelista en la última cena, en aquella larga sobremesa de la cena pascual, anuncio y presagio de su pasión, pero promesa al mismo tiempo de la presencia del Espíritu que nos lo enseñará todo y será nuestra fortaleza, sobremesa que terminará convertida en oración.
Realmente Jesús está anunciando su pasión y muerte. Grande será la tristeza de los discípulos que les dejará desconcertados de manera que aun cuando lo verán resucitado alguna veces pensarán que si es un fantasma. Pero es anuncio de la pascua, es anuncio de resurrección, es anuncio de la alegría que van a vivir los discípulos una vez que le contemplen resucitado.
‘También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría’, les dice Jesús. Ya hemos escuchado al principio de la pascua cómo los discípulos se llenaban de alegría al ver a Jesús resucitado en medio de ellos, de manera que ni se atrevían a preguntarle si era verdad lo que estaban contemplando sus ojos.
Volverá el Señor, viene el Señor a nuestra vida, y podremos contemplarle desde los ojos de la fe. Aunque muchas veces quizá nos sintamos tristes y desconcertados por nuestras propias tinieblas y por nuestras dudas, por el pecado que nos aleja del Señor, tenemos la certeza de que el Señor viene y viene a nuestra vida para estar con nosotros, para ser nuestra luz y nuestra fuerza. Los cristianos por la fe tenemos la certeza de que el Señor está con nosotros y aunque pasemos por las tinieblas que pasemos, en el fondo tenemos que estar llenos de alegría por la seguridad de la presencia del Señor. Ven, Señor Jesús, le gritamos muchas veces en nuestra oración.
Muchas veces nos hará sentir el Señor el ardor de su presencia y de su alegría en nuestro corazón. Hemos de saber estar atentos para descubrir todas esas señales de su amor junto a nosotros. Pero desde la fe sabemos que su gracia y su presencia no nos faltarán nunca en los sacramentos. Signos sagrados que significan y dan la gracia. Signos sagrados que nos hacen presente a Cristo, nos dan la seguridad de la presencia del Señor junto a nosotros. Es un gozo grande que podamos así sentir la presencia del Señor. Es un gozo grande la gracia que el Señor nos da. Abramos los ojos del alma; abramos los ojos de la fe.
Ahora mismo estamos celebrando la Eucaristía y escuchando la Palabra del Señor. No es sólo un recuerdo lo que nosotros estamos haciendo. Confesamos nuestra fe en el Señor y sabemos que El está aquí presente en medio de nosotros; es el Señor quien nos habla; es el Señor quien nos va a dar su Cuerpo y su Sangre. Verdaderamente está aquí el Señor. Es verdaderamente su Cuerpo y su Sangre lo que vamos a comer y vamos a beber. Es Cristo mismo, el que se entregó por nosotros en la Cruz el que ahora realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía se nos va a dar.
Nuestro corazón tiene entonces que llenarse de alegría y una alegría que nadie nos podrá arrebatar, como nos anunció Jesús. No caben ya tristezas en nosotros porque el Señor está con nosotros. Nada ni nadie podrá apartarnos de ese amor de Dios; nada ni nadie podrá arrebatarnos esa alegría. Vivamos siempre el gozo de la gracia del Señor.

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