sábado, 31 de marzo de 2012


Se acercaba la fiesta de la Pascua y muchos judíos subían a Jerusalén

Ez. 37, 21-28; Sal. Jer. 31, 10-13; Jn. 11, 45-56
‘Os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera’. Así sentenció Caifás, sumo sacerdote aquel año. Andaban preocupados y se había reunido el Sanedrín para tomar decisiones. La popularidad de Jesús iba creciendo, después de la resurrección de Lázaro y había que quitarlo de en medio.
Pero aunque ya sabemos cuáles eran sus intereses el evangelista nos hace reflexionar para ayudarnos a descubrir lo que era el plan de Dios. ‘Esto  no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos dispersos’.
Es la lectura teológica de los acontecimientos, de la historia. Es descubrir en los acontecimientos que van sucediendo lo que son los planes de Dios. Es hacer una mirada de la vida, de la historia, de los acontecimientos desde la mirada de Dios, desde los ojos de la fe.
Muchos podrán hacerse sus interpretaciones de la vida y de la muerte de Jesús mirándolo como un ideólogo con ideas y planes muy concretos, como un líder o como un hombre bueno que tenía sus altos ideales. Nosotros miramos a Jesús desde los ojos de la fe y queremos contemplar siempre lo que son los planes de Dios. Y los planes de Dios son planes de amor, son planes de salvación para nosotros. No nos entenderán quizá muchos de los que nos rodean, pero esa es nuestra fe que da sentido a nuestra vida y eso no lo podemos perder de vista.
Como nos decía el evangelista Jesús había de morir ‘no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos dispersos’. Es lo que nos había anunciado el profeta que escuchamos en la primera lectura. ‘Voy a recoger a todos los israelitas de las naciones a las que marcharon; voy a congregarlos de todas partes… los haré un solo pueblo… haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna… con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… y sabrán las naciones que yo soy el Señor…’
Es el misterio grande que nos disponemos a celebrar, el misterio pascual de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección. Cristo que se entrega, entrega su vida, nos ama hasta el extremo con el mayor amor que podemos imaginar. Vamos a contemplar repetidamente estos días la pasión de Jesús y meditarla hondamente. Vamos a contemplar el sacrificio de Cristo, su sangre derramada para el perdón de los pecados de todos los hombres.
Nos tenemos que seguir preparando con toda intensidad y amor. La contemplación que vamos a hacer del misterio de Cristo no es la contemplación de un espectador, sino la de quien se siente profundamente implicado. Estaremos contemplando todo el amor que Dios nos tiene pero tenemos que contemplarnos a nosotros, los que nos sentimos así amados con un amor tan grande, y los que nos sentiremos beneficiados de ese amor porque vamos a recibir su gracia, su perdón, su vida divina.
Y eso nos exige disponer nuestro corazón. Querer vivir esa gracia que Cristo nos regala. Por eso la semana santa no la podemos vivir de cualquier manera. Es algo hondo que tenemos que vivir. En lo que tenemos que poner toda nuestra vida, nuestra fe, nuestro amor. Es la respuesta que nos llevará a ser más santos, a ser mejores en la vida.
‘Se acercaba la fiesta de la Pascua y muchos judíos subían a Jerusalén’. Se acerca la fiesta de la Pascua, dispongámonos a subir a Jerusalén para celebrarla con Jesús

viernes, 30 de marzo de 2012


Mis amigos acechaban mi traspié

Jer. 20, 10-13; Sal. 17; Jn. 10, 31-42
Habitualmente cuando pensamos en un profeta pensamos en aquella persona que es capaz de anunciar o predecir el futuro. Me gusta, sin embargo, más pensar en el profeta como aquel hombre de Dios, aquella persona llena de Dios que con su vida y con su palabra se convierte en una señal, en un signo que nos habla de Dios y nos acerca a descubrir lo que son los planes de Dios para nosotros o para nuestro mundo.
Hoy hemos escuchado en la primera lectura al profeta Jeremías. Yo diría que con lo que le está sucediendo al profeta se convierte no solo su palabra sino también su vida en imagen y tipo de lo que le va a suceder a Jesús, que vemos  hoy en el evangelio de este día, pero que vemos en todo lo que vamos a celebrar de su pasión y muerte.
Nos refleja el texto la situación por la que está pasando el propio profeta. Fiel a su misión ha querido ayudar a su pueblo en los difíciles momentos que vive lo que ha provocado en parte de su pueblo una reacción que les lleva al rechazo del profeta e incluso a la persecución. No fue fácil la vida y la misión que tuvo que desarrollar el propio profeta. En pocas palabras nos lo resume el texto de hoy. ‘Delatadlo, delatadlo, mis amigos acechaban mi traspiés. A ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él’. Imagen de cuanto quieren hacer también con Jesús y de toda su pasión.
Los textos del evangelio que venimos escuchando estos días son ya como un adelanto de lo que va a ser su pasión. Hoy nos hablan incluso de que querían apedrearlo, y hemos visto y lo escucharemos en los días que nos quedan de la cuaresma, cómo traman contra Jesús. Hoy nos dice, ‘intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos…’ Como hemos visto estos días ‘no había llegado aún su hora’. Y a continuación nos dice: ‘Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde había estado bautizando Juan…’
Pero el profeta manifiesta también su total confianza en Dios. ‘Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado… cantad, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos’. Ese ha sido también el sentido del salmo con que hemos ido dando respuesta a la Palabra proclamada. ‘En el peligro invoqué al Señor y me escuchó… yo te amo, tú eres mi fortaleza – como tantas veces hemos cantado también – mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi fuerza salvadora, mi baluarte…’
Es la oración de Jesús que iremos contemplando a lo largo de la pasión. Desde el grito desgarrador de Getsemaní ‘Padre, pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya…’ hasta las palabras de Cristo en la Cruz pidiendo al Padre que perdonara aquellos que le están crucificando, disculpándolos incluso porque no saben lo que hacen, hasta el ponerse totalmente en las manos del Padre en el momento final: ‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’. 
Pero si antes decíamos que la vida y la palabra del profeta es imagen y tipo de Cristo mismo en su pasión y en ese ponerse en las manos del Padre, como venimos reflexionando, también hemos de decir que el profeta es también signo para nosotros; es imagen y señal en la que vemos reflejada nuestra vida y del que hemos de tomar ejemplo para ese nuestro caminar en la fe.
Un camino que muchas veces no se nos hace fácil, porque nos encontramos un mundo adverso a nuestro alrededor que no comprende nuestro testimonio o nuestra manera de hacer las cosas; no se nos hace fácil porque también está nuestra debilidad y nuestra flaqueza que nos hace tan vulnerables en tantas tentaciones que nos acechan; no se nos hace fácil porque nos llenamos de muchas oscuridades que nos hacen dudar y sentirnos débiles. Pero hemos de aprender de la fortaleza del profeta en el cumplimiento de su misión.
Hemos de aprender para que también por nuestra vida nos convirtamos en signos y señales para los demás que los lleven a Dios, que nos acerquen a los planes de Dios. Hemos sido ungidos para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes, es cosa que no podemos olvidar.
Pero está también el ejemplo de la oración del profeta para aprender a poner nuestra confianza totalmente en el Señor. Es nuestra fortaleza y nuestra salvación. En El nos confiamos y ponemos todo nuestro amor. 

jueves, 29 de marzo de 2012

Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre


Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-59
 ‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. No entienden los judíos las palabras de Jesús y hacen sus propias interpretaciones. ¿Cuál es ese morir y ese vivir del que nos habla Jesús? No entienden cuál es la vida para siempre que Jesús nos da porque no quieren aceptar a Jesús. El misterio de la persona de Jesús que se les revela en sus palabras y en su actuar les desborda sus propios pensamientos. Sólo desde la fe, sin prejuicios, es como podemos ir hasta Jesús y llegar a conocerle.
Jesús les está hablando de vida eterna para quienes creen en El y aceptan su palabra. Ya hubo momentos a lo largo del evangelio y de la predicación de Jesús en que lo rechazaban y consideraban dura la doctrina que enseñaba Jesús. Es que en Jesús se está manifestando Dios y todo su plan de salvación para con nosotros. Y en ese plan de salvación nos ofrece mucho más de lo que nosotros podemos imaginar porque el amor que el Señor nos tiene no lo podemos encorsetar en medidas y limites humanos, porque es un amor infinito como infinito es Dios.
En momentos así Pedro dejándose llevar por su entusiasmo por Jesús que es una forma de decir también que se dejaba conducir por lo que el Espíritu le revelaba en su interior llega a decir de Jesús ‘Señor, ¿A dónde vamos a acudir si tú tienes palabras de vida eterna?’. Nos recuerda lo que Jesús nos está diciendo ahora ‘quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Un día también dejándose llevar por lo que el Padre le revelaba en su corazón haría una hermosa confesión de fe en Jesús proclamándolo como el Mesías y el Hijo de Dios. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’, diría entonces.
Ese decir de Pedro que Jesús tenía palabras de vida eterna fue proclamado precisamente después que en la sinagoga de Cafarnaún Jesús había anunciado vida eterna y resurrección para quien creyera en El de tal manera que llegara a comerle. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, había dicho; quien come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre’. Nos hablaba del Pan de vida que quien lo comiera viviría por El. ‘El que me come vivirá por mí… el que coma de este pan vivirá para siempre… tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
Comer a Cristo para vivir por El y resucitar en el último día, nos decía en Cafarnaún. Hoy nos dice que el que guarda su palabra no sabrá lo que es morir para siempre. Ha venido Jesús para que tengamos vida y vida en abundancia. Ha venido Jesús a arrancarnos de todo lo que sea muerte para conducirnos a la vida. Ha venido Jesús y quiere que vivamos con El y por El.
Es el regalo de su amor. Es la prueba y manifestación de su entrega. Para eso se nos da, para eso muere por nosotros, para eso derrama su sangre como vamos a celebrar con toda intensidad en estos días. Es la Eucaristía en la que quiere seguir dándosenos para que escuchándole y comiéndole podamos tener vida eterna. Es el regalo pascual de quien se ha entregado en su pasión y muerte y quiere que comiéndole nos llenemos de su vida para siempre.
La Eucaristía que celebramos y vivimos es siempre celebración pascual de la muerte y resurrección del Señor. Estamos haciendo presente el sacrificio pascual de Cristo, memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por eso, como decimos en una de las aclamaciones de la plegaria eucarística y recordando además palabras del apóstol Pablo en sus cartas, ‘cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas’.
Vivamos con hondo sentido la Eucaristía guardando la palabra de Jesús y estaremos seguros que somos llamados a la vida eterna.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres


Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres

Daniel, 3, 14-20.91-92.95; Sal. Dn. 3, 52-56; Jn. 8, 31-42
‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’.
Algunos judíos habían comenzado a creer en Jesús. ‘Dijo Jesús a los judíos que habían creído en El’, nos dice el evangelista. Ayer terminábamos escuchando el comentario que hacía el evangelista: ‘Cuando les exponía esto, muchos creyeron en El’. Ahora Jesús anima, por así decirlo, a aquellos que habían comenzado a creer en El. ‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos mío…’
También nos animan y alientan estas palabras. Queremos creer en Jesús a pesar de que muchas veces nos cueste, se nos haga cuesta arriba y quieran envolvernos tinieblas de dudas. Pero queremos seguir a Jesús. Queremos ser sus discípulos. Y nos dice ‘conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’.
Conocer y seguir a Jesús es conocer la verdad. Pilato socarronamente se preguntaba ‘¿qué es la verdad? ¿dónde está la verdad?’, y no esperaba ninguna respuesta. Es quizá la pregunta que se siguen haciendo los hombres de hoy donde nos invade el relativismo que todo lo pone en duda diciéndonos que no hay ninguna verdad absoluta. Así andamos desorientados, de aquí para allá, sin principios, sin ética de ningún tipo, porque cada uno quiere arrimar el ascua a su sardina, como dice el refrán.
‘Yo soy el camino y la verdad y la vida’, nos dirá Jesús. ‘Nadie puede llegar al Padre sino por mí. Si me conocierais a mi, conoceríais al Padre’. nos lo ha dicho también estos días cuando le preguntaban ‘¿Dónde está tu Padre?’ A lo que Jesús respondía: ‘Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre’. Estos días le hemos escuchado hablar del Padre diciéndonos que es el veraz. ‘El que me envió es veraz y yo comunico al mundo lo que he aprendido de El’.
Queremos conocer a Jesús, queremos seguirle y ser sus discípulos, queremos conocer la verdad plena y definitiva que sólo encontramos en Jesús. Conociéndole a El, conociendo su verdad, seremos libres. Conociendo a Jesús nos llenaremos de su vida y de su gracia, y arrancaremos entonces de nosotros para siempre lo que nos esclaviza, el pecado. Cristo ha venido a vencer al padre de la mentira, el mal y el pecado. En Cristo nos sentimos redimidos y liberados. Porque Cristo ha venido a traernos el perdón y la paz.
‘Quien comete pecado, es esclavo’, nos ha dicho hoy, pero El ha venido a arrancarnos de ese pecado, con su gracia no solo nos perdona, sino que nos fortalece para que no volvamos a caer en esa esclavitud, en ese pecado. Tenemos que pedirle con toda la fuerza de nuestro corazón que nos dé esa gracia que nos libera y que nos salva. Que nos dé esa gracia que nos fortalece en nuestra lucha contra el pecado que tan costosa se nos hace a veces, porque la tentación siempre está acechándonos. Que no nos falte la gracia del Señor.
En estos pasos últimos que estamos dando en esta última semana de la Cuaresma hemos de aprestarnos a convertirnos de verdad al Señor. Mucho tenemos que orar y reflexionar. Con fe, con devoción grande nos acercamos a su Palabra que nos ilumina cada día. Con deseos hondos en el alma vamos participando en todo lo que nos ofrece la Iglesia en estos días para prepararnos bien para la celebración de la Pascua. Es una gracia del Señor que no podemos desaprovechar. Acerquémonos con fe al Señor y a su gracia.

martes, 27 de marzo de 2012

Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo


Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo

Núm. 21, 4-9; Sal. 101; Jn. 8, 21-30
El camino del desierto se le hacía largo y costoso al pueblo de Israel. Ese camino hacia la tierra prometida estaba lleno de pruebas y dificultades pero que fueron haciendo madurar al pueblo, constituirse como pueblo, aunque en ocasiones, como nos narra el texto de hoy, estaban exhaustos por el camino. Surgían desesperanzas, perdían el ánimo, se encontraban sin fuerzas, todo les resultaba pesado y monótono y se rebelaban contra el Señor.
Nos sucede en los caminos de la vida; nos sucede en el camino de superación que como personas hemos de ir realizando día a día que en ocasiones se nos hace cuesta arriba; nos sucede en el esfuerzo que hemos de ir realizando en nuestra vida cristiana para superar obstáculos y tentaciones, para mantener firme el ritmo de nuestra fe y de nuestro amor, para superar rutinas y frialdades que nos aparecen como tentaciones continuamente.
‘No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo’, protestaban contra Dios y contra Moisés. Tenían incluso la tentación de volverse a Egipto aunque allí vivieran sin libertad. ‘El pueblo habló contra Dios y contra Moisés’. Como nos sucede tantas veces a nosotros. Nos pudiera parecer en nuestra debilidad que no tiene sentido lo que hacemos o el esfuerzo de cada día por superarnos. Hasta pensamos en ocasiones que otros tenían que ser hasta los mandamientos o las normas morales de nuestra vida.
Moisés levantará en medio del campamento el estandarte con la serpiente de bronce que será una señal para Israel de que, a pesar de su rebeldía, Dios sigue estando con ellos y les ayuda. Es también para nosotros una señal. Esta Palabra que estamos escuchando nos conforta en la lucha de nuestra vida, nos anima y nos hace crecer en nuestra fe y en nuestros deseos de ser cada día mejores y más fieles.
Será la imagen y la señal que nos ofrecerá Jesús también a nosotros. Tenemos que mirar a lo alto, tenemos que mirar a quien va a ser levantado también en lo alto de la cruz y que será para nosotros la gran señal de que Dios nos ama. Así se lo dijo Jesús a Nicodemo – ‘como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así ha de ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que cree en El tenga vida eterna’ – y así nos lo repite hoy en el evangelio. ‘Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo, y que no hago nada por mi cuentas, sino que hablo como el Padre me ha enseñado’.
Los judíos, como escuchamos hoy en el evangelio, no terminan de conocer a Jesús y comprender quién es. No entienden sus palabras y hacen sus propias interpretaciones. Ahora le preguntan ‘¿Quién eres tú?’ Pero Jesús no viene a condenar sino a salvar. ‘Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo’, les dice. Pero no comprenden que Jesús viene del Padre; no comprenden la salvación que nos viene a ofrecer Jesús. Y habla de ser levantado en lo alto y entonces le conocerán. Es que cuando sea levantado en lo alto de la cruz está manifestándonos todo lo que es el amor que Dios nos tiene y podremos conocer a Jesús y podremos conocer a Dios.
Sigamos buscando a Jesús; sigamos mirando a lo alto de la cruz y conoceremos a Dios. ‘No hay amor más grande que el de quien da la vida por los que ama’. Y eso lo aprenderemos mirando a la cruz de Cristo, porque vemos su amor, porque vemos su entrega hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Miramos a la Cruz de Jesús y en El ponemos toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Miramos a la cruz de Cristo y nuestra vida se llena de nuevo de esperanza. Miramos a la cruz de Cristo y sentimos su fuerza y su gracia para nuestro esfuerzo y para nuestra lucha. Miramos a la cruz de Cristo y vemos las metas altas a las que tenemos que aspirar.
Miramos a la cruz de Cristo y ahí vemos la gran señal de nuestra salvación. Miramos a la cruz de Cristo y nos sentimos impulsados al arrepentimiento, a la conversión, al amor. No puede ser otra nuestra respuesta. Es la respuesta que con entusiasmo, con firmeza y seguridad queremos ir dando estos días en la medida en que nos acercamos a la celebración de la Pascua. No temamos mirar a la cruz de Cristo; no temamos subir con Jesús hasta la cruz. Ahí está nuestra vida y nuestra salvación.

lunes, 26 de marzo de 2012

Encarnado en el seno de María para hacerse hombre por salvar a los hombres


Is. 7, 10-14; Sal. 39; Hebreos, 10, 5-10; Lc. 1, 26-38
‘Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió su mensaje a la tierra y la Virgen creyó el anuncio del ángel: que Cristo, encarnado en su seno por obra del Espíritu Santo, iba a hacerse hombre por salvar a los hombres…’
Había llegado el tiempo de la plenitud; las promesas hechas a través de los tiempos por los profetas iban a cumplirse plenamente; la esperanza de todos los pueblos se iba a ver colmada de manera insospechada. Llega la salvación. Es la plenitud de los tiempos.
Desde las primeras páginas de la Biblia estaba anunciado; en los albores de la creación tras la desobediencia de Adán y el pecado del hombre estaba hecho el anuncio del Salvador que iba a venir porque el linaje de la mujer iba a aplastar la cabeza de la serpiente maligna. Dios se haría presente entre los hombres de modo admirable para volvernos a su amor y a su amistad.
A través de toda la historia de la salvación Dios se iba haciendo presente entre los hombres. No todos llegarían a ver y sentir la presencia de Dios y muchas veces los hombres le darían la espalda, pero el amor de Dios mantenía su promesa de salvación y quería hacerse presente entre los hombres. Recordamos de manera especial el anuncio del profeta Isaías que anunciaba que una virgen daría a luz un hijo que sería Emmanuel, Dios con nosotros. El profeta le insistía a aquel rey que no quería ver la señal de la presencia de Dios a su lado y por eso anunciaría ese signo maravilloso que tendría su pleno cumplimiento en María y en el Hijo de la Virgen María que sería en verdad para siempre Emmanuel, Dios con nosotros.
Hemos escuchado hoy en el evangelio el anuncio del ángel y la fe de María. Llega la plenitud de los tiempos, llega el Emmanuel, llega la salvación. Dios quiso contar con el concurso de María, la Virgen fiel, la Virgen que diría Sí a Dios para que se realizase tan admirable misterio que hoy estamos celebrando. Hoy escuchamos el anuncio del ángel y celebramos el Misterio de la Encarnación de Dios en el seno de María.
Nosotros queremos decir sí también, el Sí de nuestra fe y el Sí agradecido de nuestro amor. Cuánto nos ama el Señor; qué generoso es Dios en su amor para con nosotros. Quiere ser Dios con nosotros para siempre. Se encarna en el seno de María y se hace hombre para ser nuestro Redentor y Salvador. Y de María aprendemos a decir Sí, Amén. Queremos acoger a Dios; queremos hacernos partícipes de su Redención, queremos sentir en nosotros toda la gracia de la salvación que nos perdona y nos llena de nueva vida. Le damos el Sí de nuestra fe.
Se nos unen en cierto modo por la cercanía de las fechas que nos ofrece la liturgia esta fiesta del Misterio de la Encarnación de Dios con el Misterio de la Redención de Cristo que pronto vamos a celebrar en la Pascua. Es todo el misterio de Cristo que es la manifestación de todo el Misterio del amor de Dios. Y decimos misterio de amor, porque en nuestra cabeza humana no nos cabe tanto amor como Dios nos está manifestando. No  nos cabe en la cabeza que Dios así nos busque y hasta nos entregue a su Hijo que va a morir por nosotros para llenarnos de su gracia y de su vida, para ofrecernos su perdón.
Nosotros, los hombres, somos mezquinos en nuestro amor y siempre buscamos disculpas para poner límites. Pero el amor de Dios es infinitamente generoso. Dios es un misterio de amor, porque aun cuando hemos sido nosotros los hombres los que hemos roto nuestra amistad con Dios a causa de nuestro pecado, Dios sigue buscándonos, llamándonos, haciéndose presente junto a nosotros, queriendo ser Emmanuel para levantarnos de nuestra miseria y llevarnos a estar con El.
Le pedíamos en la oración que nos concediera a quienes confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a El en su naturaleza divina. Ahí está la maravilla. Dios ha querido tomar nuestra naturaleza humana para hacerse hombre como nosotros, pero para levantarnos y hacernos semejantes a El, hacernos partícipes de su naturaleza divina. ¿No tenemos que hacer en consecuencia la ofrenda de nuestra fe y la acción de gracias de nuestro amor agradecido?
Cuando Dios ha querido acercarse de esa manera a nosotros y levantarnos a esa nueva dignidad que nos concede de ser hijos de Dios vivamos en consecuencia conforme a esa dignidad con una vida santa. Necesariamente tenemos que ser santos. ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad’, hemos de decir también.

domingo, 25 de marzo de 2012

Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre


Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre

Jer. 31, 31-34;
 Sal. 50;
 Hebreos, 5, 7-9;
 Jn. 12, 20-33
Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jerusalén estaba llena de peregrinos, judíos venidos de todas partes, también gentiles simpatizantes o prosélitos. Unos gentiles han oído hablar de Jesús y quieren saber más de él. Entre los discípulos cercanos a Jesús hay dos que llevan nombres griegos, Felipe y Andrés; pueden resultar más asequibles para ellos y que les sirvan como de intermediarios y faciliten el acercamiento a Jesús. ‘Acercándose a Felipe el de Betsaida, le rogaban: Señor, queremos ver a Jesús.  Felipe fue a decírselo a Andrés y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús’.
‘Queremos ver a Jesús’. Ver para el griego o el semita es algo más que mirar con los ojos; es conocer. Quieren conocer a Jesús. Puede ser también nuestra súplica ahora cuando nos acercamos a la Pascua. En todo tiempo es bueno ese deseo. Ahora, en este recorrido que llevamos haciendo cercano ya a los cuarenta días puede ser especialmente oportuno. Queremos ver a Jesús, queremos conocer más íntima y profundamente a Jesús.
Pudiera parecer algo que nos hacemos formalmente, casi como un rito que repetimos, pero vamos a intentar que sea un deseo profundo. Nos decimos que ya lo conocemos, y tenemos el peligro de hacernos la pregunta casi como un mero formulismo. Vamos a tratar de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que es el que nos guía y así profundicemos más y más en la Palabra que se nos ha proclamado hoy. Sólo por la acción del Espíritu en nosotros es como podemos decir Jesús es el Señor.
La respuesta de Jesús pudiera parecer que no responde al interrogante y a la búsqueda que están haciendo aquellos gentiles. Pero va a ser una respuesta que nos ayude a profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo.
‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre’. A través del evangelio de Juan vemos cuán importante es la llegada de la hora. Ya casi desde el principio, cuando María suplica en las Bodas de Caná, Jesús dirá que no ha llegado su hora. Cuando van intentando prender a Jesús – se nos relata en distintos momentos del evangelio -, se les va de las manos a quienes lo intentan porque no ha llegado aún la hora. Ahora ya nos habla de que ‘ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre’. Cuando va a comenzar la pasión, en la última cena, nos dirá el evangelista que ‘sabiendo Jesús que había llegado su Hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo’.
‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre’, porque ha llegado la hora de la pasión, de la entrega, del amor supremo. Es su gloria, su pasión, su muerte, aunque nos pudiera parecer un contrasentido. Y nos hablará Jesús en esta ocasión del grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto, como cuando nos ha hablado de que no hay mayor amor que el de quien da la vida por el que ama. ‘Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto’.
Es la entrega de Jesús hasta la muerte. Es el anuncio de la pasión y de la muerte. Sabe que su vivir es morir, que es entregarse para dar vida. Pero ahora el evangelista Juan nos va a adelantar lo que los otros evangelistas nos narrarán de la angustia de Getsemaní. Parece como calcado uno y otro momento. ‘Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre’. Como dirá en Getsemaní, ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’.
Como nos hacía reflexionar la carta a los Hebreos ‘Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado… y aprendió, sufriendo a obedecer…’ Así había emprendido libremente y por amor el camino de la subida a Jerusalén, que seria el camino de subida al Calvario y a la Cruz.
‘Queremos ver a Jesús, queremos conocer a Jesús…’ Estamos pregustando ya todo el misterio de la Pascua, de la entrega, del amor sin límites. Estamos metiéndonos dentro del misterio de Jesús. Estamos nosotros queriendo entrar en ese misterio de la pascua, que es caminar por esos mismos caminos de amor y de entrega. Porque no vamos a mirar desde fuera el misterio pascual de Cristo, sino que vamos a hacer pascua en nuestra vida. Queremos aprender también a sembrar ese grano de trigo, a ser ese grano de trigo que se siembra, en la entrega y el amor hasta el final como es el amor y la entrega de Jesús. ¿Querremos nosotros también hacer esa misma subida que hizo Jesús, vivir esa misma entrega y ese mismo amor?
Ya Jesús nos está diciendo qué tenemos que hacer. ‘El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna’. Por eso nos dirá tajantemente ‘el que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor; a quien me sirve, el Padre lo premiará’. Ya nos había dicho en otro momento que seguirle a El es tomar la cruz de cada día. Seguir a Jesús es amar con un amor como el de Jesús. Seguir a Jesús es olvidarnos de nosotros mismos porque quien ama de verdad no piensa en sí mismo sino siempre en los demás; seguir a Jesús es darse y entregarse por ese amor.
El profeta había anunciado un tiempo nuevo de una alianza nuevo en que la ley del Señor estaría inscrita en lo más hondo de nuestros corazones. ‘Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… todos me conocerán desde el más pequeño al grande cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados’. Es la nueva alianza sellada en la sangre de Cristo, alianza nueva y eterna.
Nos cuesta ser ese grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. También sentimos en nosotros ese interrogante, esa duda y esa angustia por la pasión y por la muerte que hemos de vivir. Son muchos los apegos de nuestro corazón, muchas las cosas a las que tenemos que morir.
Pero mirando a Jesús, queriendo seguir a Jesús lo entendemos y pedimos la fuerza del Espíritu para ser ese grano de trigo que se entierra y muere, para vivir un amor y una entrega así como la de Jesús. Tenemos que aprender a morir. Tenemos que aprender a hacer pascua en nosotros. Es Pascua, será Pascua, porque es el paso de Dios por nuestra vida para aprender a morir y aprender a vivir esa vida nueva que en Jesús podemos alcanzar.
Morir es destruir las raíces del pecado que hay en nuestro corazón, enterrando el egoísmo y muriendo a tantos orgullos que se nos meten dentro; es arrancar de nosotros todo tipo de violencia para vivir para siempre en la mansedumbre y ser sembrador de semillas de paz allá por donde vayamos; es aprender a hacernos los últimos siendo siempre servidores de todos; es llenar el corazón de comprensión para perdonar sin ninguna reserva, para amar con la ternura más grande, para desparramar generosamente amor entre los que nos rodean.
Hacer la Pascua de Cristo en nosotros es sonreír en la adversidad y en los problemas porque nos sentimos seguros en el Señor que es nuestra fortaleza; es desterrar el pesimismo y los mantos negros que oscurecen nuestra vida en la tristeza, en la envidia y en los resentimientos; es destruir el pecado y todo lo que nos llene de muerte para poder vivir la vida de Dios para siempre.
Que haya Pascua de verdad en nuestra vida. Caminemos con entusiasmo y esperanza hacia la Pascua de Cristo y demos todos esos pasos necesarios en nuestra vida para que lleguemos a cantar con alegría el ‘aleluya’ de la resurrección.