jueves, 29 de marzo de 2012

Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre


Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-59
 ‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. No entienden los judíos las palabras de Jesús y hacen sus propias interpretaciones. ¿Cuál es ese morir y ese vivir del que nos habla Jesús? No entienden cuál es la vida para siempre que Jesús nos da porque no quieren aceptar a Jesús. El misterio de la persona de Jesús que se les revela en sus palabras y en su actuar les desborda sus propios pensamientos. Sólo desde la fe, sin prejuicios, es como podemos ir hasta Jesús y llegar a conocerle.
Jesús les está hablando de vida eterna para quienes creen en El y aceptan su palabra. Ya hubo momentos a lo largo del evangelio y de la predicación de Jesús en que lo rechazaban y consideraban dura la doctrina que enseñaba Jesús. Es que en Jesús se está manifestando Dios y todo su plan de salvación para con nosotros. Y en ese plan de salvación nos ofrece mucho más de lo que nosotros podemos imaginar porque el amor que el Señor nos tiene no lo podemos encorsetar en medidas y limites humanos, porque es un amor infinito como infinito es Dios.
En momentos así Pedro dejándose llevar por su entusiasmo por Jesús que es una forma de decir también que se dejaba conducir por lo que el Espíritu le revelaba en su interior llega a decir de Jesús ‘Señor, ¿A dónde vamos a acudir si tú tienes palabras de vida eterna?’. Nos recuerda lo que Jesús nos está diciendo ahora ‘quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Un día también dejándose llevar por lo que el Padre le revelaba en su corazón haría una hermosa confesión de fe en Jesús proclamándolo como el Mesías y el Hijo de Dios. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’, diría entonces.
Ese decir de Pedro que Jesús tenía palabras de vida eterna fue proclamado precisamente después que en la sinagoga de Cafarnaún Jesús había anunciado vida eterna y resurrección para quien creyera en El de tal manera que llegara a comerle. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, había dicho; quien come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre’. Nos hablaba del Pan de vida que quien lo comiera viviría por El. ‘El que me come vivirá por mí… el que coma de este pan vivirá para siempre… tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
Comer a Cristo para vivir por El y resucitar en el último día, nos decía en Cafarnaún. Hoy nos dice que el que guarda su palabra no sabrá lo que es morir para siempre. Ha venido Jesús para que tengamos vida y vida en abundancia. Ha venido Jesús a arrancarnos de todo lo que sea muerte para conducirnos a la vida. Ha venido Jesús y quiere que vivamos con El y por El.
Es el regalo de su amor. Es la prueba y manifestación de su entrega. Para eso se nos da, para eso muere por nosotros, para eso derrama su sangre como vamos a celebrar con toda intensidad en estos días. Es la Eucaristía en la que quiere seguir dándosenos para que escuchándole y comiéndole podamos tener vida eterna. Es el regalo pascual de quien se ha entregado en su pasión y muerte y quiere que comiéndole nos llenemos de su vida para siempre.
La Eucaristía que celebramos y vivimos es siempre celebración pascual de la muerte y resurrección del Señor. Estamos haciendo presente el sacrificio pascual de Cristo, memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por eso, como decimos en una de las aclamaciones de la plegaria eucarística y recordando además palabras del apóstol Pablo en sus cartas, ‘cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas’.
Vivamos con hondo sentido la Eucaristía guardando la palabra de Jesús y estaremos seguros que somos llamados a la vida eterna.

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