sábado, 24 de marzo de 2012

No echemos en saco roto la gracia del Señor


No echemos en saco roto la gracia del Señor

Jer. 11, 18-20; Sal. 7; Jn. 7, 40-53
Unos dicen que es un profeta, mientras otros dicen que es el Mesías; algunos lo niegan porque el Mesías no puede venir de Galilea, sino que tiene que ser del linaje de David; los guardias no se atreven a prenderlo porque ‘jamás ha habido que nadie hable así’ como lo hace Jesús; por su parte Nicodemo, aquel que había ido de noche a ver a Jesús les dice que se anden con cuidado porque no se puede juzgar ni condenar sin que antes se le haya escuchado…
Nos recuerda otros momentos del evangelio. Cuando Jesús pregunta qué dicen de El las gentes que le responden que si un profeta, que si Elías que ha vuelto, que si el Bautista que ha resucitado. Proféticamente lo había anunciado el anciano Simeón con la presentación de Jesús en el templo a los cuarenta días de su nacimiento: ‘Será un signo de contradicción… este niño va a ser motivo de que muchos caigan y se levanten en Israel…’
Lo estamos viendo en las distintas reacciones. Lo seguiremos viendo a lo largo de la pasión; en la entrada a Jerusalén será aclamado por los niños y por los sencillos, mientras otros conspiran y atentan contra su vida, de manera que en la mañana del viernes, aunque las mujeres lloran compasivas a su paso, sin embargo muchos clamarán pidiendo que sea crucificado y su sangre caiga sobre ellos y sobre el pueblo entero.
Jesús sigue siendo signo de contradicción. Ante Jesús tenemos que definirnos. El ya lo había dicho que con El o contra El, porque ‘el que no recoge conmigo desparrama’. Y hoy los hombres tienen que seguir decantándose o con Jesús o contra Jesús. Y ya sabemos cuantas opiniones contradictorias se dan en torno a la figura de Jesús y su evangelio.
Pero creo que en la reflexión que nos hagamos para nuestra vida a partir de este evangelio y en estos momentos de nuestro camino cuaresmal lo que importa es el lugar donde estamos nosotros en referencia a Jesús. Teóricamente, podríamos decir, que confesamos nuestra fe en El y nos queremos llamar cristianos. Pero miramos la realidad de nuestra vida y cuanto nos cuesta mantener esa proclamación de nuestra fe en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos.
Sabemos bien lo que El nos pide y cómo tendría que ser nuestra vida, que tendría que resplandecer de santidad, de obras buenas, de vida de gracia, pero ya sabemos como vamos tropezando una y otra vez porque nos dejamos arrastrar por nuestro pecado, por nuestras pasiones, por el orgullo que se nos mete, por una rebeldía que aparece muchas veces en nuestro corazón. Seamos sinceros delante del Señor y reconozcamos que no siempre somos fieles, que la santidad no está resplandeciendo en nuestra vida como tendría que resplandecer.
Decíamos y nos preguntábamos donde estamos en referencia a Jesús y tenemos que mirar donde nos vamos a poner ahora nosotros en la celebración de la pasión y la muerte del Señor. Tenemos el peligro que quedarnos en meros espectadores, como quien ve pasar un desfile delante de nosotros sin que nos afecte a nuestra vida. Y ante la pasión del Señor no podemos ser espectadores porque ahí dentro de esa pasión estamos nosotros con nuestro pecado, estamos nosotros con esa gracia que el Señor nos está regalando, con esas llamadas que está haciendo a nuestro corazón que nos dejemos transformar por la gracia del Señor. Contemplemos con los ojos del corazón bien abiertos al que como ‘cordero manso’  como decía Jeremías, sube hasta el altar del sacrificio, al altar de la cruz para ofrecerse en oblación redentora por nosotros.
No echemos en saco roto esa gracia del Señor. Abramos nuestro corazón al Señor y llenémonos de humildad y de amor. Reconozcamos que no siempre estamos dando los pasos necesarios para esa conversión al Señor y en muchas ocasiones hacemos oídos sordos a las llamadas del Señor. A tiempo estamos de responder. Y la llamada que nos hace el Señor es para que nos levantemos, para que no permanezcamos hundidos en ese pozo de nuestro pecado y de nuestro orgullo. Que el fuego del Espíritu nos purifique y nos conduzca a la gracia y a la vida.

viernes, 23 de marzo de 2012


Que se encienda la llama de la fe en nuestros corazones y conoceremos a Jesús

Sab. 2, 1.12-22; Sal. 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30
Para llegar a conocer verdaderamente a Jesús es necesario dejarse conducir por la fe, tener una mirada de fe; si  nos cerramos al misterio de Dios y vemos las cosas solamente desde unas miras humanas difícilmente podremos penetrar hondamente en su misterio, difícilmente podremos llegar a tener un conocimiento pleno de Jesús. Y esto es una gracia del Señor que hemos de pedir.
Hoy todo el mundo quiere tener sus opiniones y hacer sus propios juicios sólo por sí mismo. Así nos encontramos a tanta gente a nuestro alrededor que habla de Jesús, habla de la Iglesia, habla de la religión cada uno a su manera, como si todo esto fueran solamente cosas humanas guiadas por intereses humanos.
Así escuchamos las opiniones más dispares de la religión y de la Iglesia que uno se pregunta de qué religión o de qué iglesia están hablando pues ven las cosas solamente desde un aspecto mundano o terreno, con ausencia de todo lo que suene a espiritual y sobrenatural. Se habla de la religión como si fueran solo unas tradiciones o unos hechos culturales heredados de una época, y de la iglesia como si fuera una institución humana más que pudiéramos compararla con cualquier otra ya sea del ámbito político o cultural. Es cierto que la religión envolverá toda nuestra vida y nuestra cultura, pero es algo más que un hecho cultural; es cierto que la Iglesia está formada por seres humanos con nuestras luchas, aspiraciones y limitaciones humanas, pero es algo más, porque es asistida por la fuerza del Espíritu Santo.
Cuando miramos a Jesús no miramos solamente a un hombre como todos los demás. Tenemos que dejarnos sorprender por todo el misterio que se nos revela en Jesús desde el sentido de la fe. Miramos a Jesús y vemos a Dios; miramos a Jesús y contemplamos a nuestro salvador y redentor; miramos a Jesús y vemos al Hijo de Dios que se ha encarnado y hecho hombre, pero sin dejar de ser Dios.
Hoy contemplamos en el evangelio esa confusión que se creaba en torno a Jesús. No subió abiertamente a Jerusalén a la fiesta de los campamentos, porque sabía que ya estaban intentando atentar contra él, pero subió luego sin dejarse ver mucho. Pero aquellos que lo encuentran por Jerusalén, primero piensan si acaso ya los principales de los judíos han aceptado que El sea el Mesías, mientras otros se manifiestan diciendo que no puede ser el Mesías, porque del Mesías no se sabe de donde vendrá, y a Jesús si lo conocen y saben de donde viene. Consideraciones y razonamientos meramente humanos que no llevan precisamente a conocer todo el misterio de Jesús.
Dará esto ocasión y motivo para que una vez más Jesús se proclame como el enviado del Padre para ser nuestro salvador. ‘Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; pero yo lo conozco porque procedo de El y el me ha enviado’. Esta expresando todo el misterio de Dios que en Jesús se manifiesta, aunque a los judíos les cuesta entenderlo. Es el Hijo eterno del Padre a quien tenemos que creer, escuchar y seguir. Así lo había manifestado la voz del cielo tanto en el Jordán como luego en el Tabor: ‘Este es mi Hijo amado; escuchadlo’. Pero cuesta aceptar ese misterio de Dios. Es necesaria la fe.
Cuando leemos el evangelio no simplemente vamos a leer unos hechos ejemplares de alguien que fue bueno y se dio por los demás. Es necesario que nos acerquemos a los evangelios con ojos de fe y entonces descubriremos mucho más. Penetraremos desde la fe en el misterio de Dios que se nos revela, que se nos manifiesta en Jesús, que nos está diciendo que Jesús es la revelación más grande del amor de Dios por nosotros, y en El descubriremos a nuestro Salvador que por nosotros dio la vida para arrancarnos del pecado, para llenarnos de la gracia y de la vida de Dios, para hacernos hijos de Dios.
Pidámosle a Dios que encienda esa fe en nuestros corazones. Y con esa fe veremos de forma distinta a Jesús, querremos seguir y vivir su evangelio y nos sentiremos impulsados a vivir una nueva y distinta relación con Dios.

jueves, 22 de marzo de 2012


Crezcamos cada día en espiritualidad cristiana con la lectura de la Biblia

Ex. 32, 7-14; Sal. 105; Jn. 5, 31-47
En dos aspectos, aunque parezcan que no están relacionados entre sí quisiera fijarme hoy desde la Palabra del Señor que se nos ha proclamado. Pienso que son aspectos que nos  pueden ayudar mucho en el camino de nuestra espiritualidad cristiana que tanto queremos intensificar anota en este camino cuaresmal que estamos haciendo. Ya hemos comentado que nos es necesario revisar cosas, actitudes, posturas, muchos aspectos de nuestra vida cristiana, de nuestra vida espiritual en el deseo de seguimiento de Jesús que todos llevamos en el corazón.
Por una parte está esa capacidad intercesora de Moisés por su pueblo, como vemos en el texto de hoy. Un pueblo de dura cerviz, como el mismo Dios le dice, que primero se ha comprometido en la Alianza con Dios, pero pronto se olvida y se crea otros dioses a quien adorar. Como nos dice el texto en un lenguaje tremendamente humano ‘mi ira se va a encender contra este pueblo; y de ti haré un pueblo grande’.
En su terquedad pecan contra el Señor y merecerían el castigo por su pecado de idolatría. Pero ahí está la intercesión de Moisés por su pueblo, ese pueblo que le ha confiado el Señor sacar de Egipto y llevar hasta la tierra prometida. Humanamente Moisés también podría sentirse cansado de ese pueblo tan titubeante, que tanto está queriendo hacer Alianza con el Señor, como pronto cae en la idolatría rompiendo dicha Alianza. Pero pronto surge el corazón compasivo y misericordioso de Moisés, pues quien ha llegado a ver a Dios cara a cara se ha ido impregnando de ese Espíritu del Señor y así manifiesta ese corazón bueno capaz de interceder una vez más por su pueblo.
Aquí tenemos un mensaje para nosotros. ¿Somos capaces de orar e interceder por los demás? Quizá orar por los buenos nos sea fácil, orar por nuestros seres queridos lo vemos como natural, pero orar por los demás, por los pecadores, por los que incluso nos hayan hecho mal, es algo que no nos resulta tan fácil. Lo enseña Jesús en el evangelio, no lo podemos olvidar. Pero aquí tenemos un hermoso ejemplo en Moisés. Intercede por su pueblo para que el Señor no lo castigue sino que siga protegiéndolo. ¿Seremos capaces nosotros de hacerlo?
El otro aspecto en el que quiero fijarme, aunque sea brevemente, es del evangelio. En la diatriba de Jesús con los judíos – cuando en el evangelio de Juan se habla de los judíos es una clara referencia a los principales del pueblo, sumos sacerdotes, escribas, dirigentes, fariseos, etc. – aparece continuamente la no aceptación de la identidad de Jesús. Como les dice Jesús ‘hay otro que da testimonio de mí y sé que es válido el testimonio que da de mí’.
Habla del testimonio de Juan el Bautista, que había venido a preparar los caminos del Señor allá en el desierto y que lo había señalado claramente como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ‘Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio a la verdad’. Aquí podríamos recordar cuántas cosas meditamos en este sentido sobre todo el tiempo del Adviento cuando aparece más clara la figura de Juan.
Pero Jesús quiere que nos fijemos en otro testimonio para conocer su verdad y que son las obras que El realiza. En otro momento nos dirá que por el fruto se conoce al árbol, y por los frutos tenemos que conocer a Jesús. Como diría Nicodemo ‘nadie puede hacer las obras que tu haces si Dios no está con El’. Ahora nos dice: ‘Estas obras que hago dan testimonio de mí; que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí’.
Finalmente se apoya en las Escrituras, en Moisés. Todo lo anunciado en las Escrituras se cumple y realiza en Jesús. ‘Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna, pues ellas están dando testimonio de mí, les dice, ¡y no queréis venir a mi!’. ¿Queremos conocer a Jesús? ¿Queremos poner toda nuestra fe en El?
¿Queremos encontrar la vida eterna que El nos ofrece? Estudiemos las Escrituras. Cómo un verdadero creyente en Jesús tendría que tener hambre de conocer la Palabra de Dios, cómo tendría que estar empapándose cada día de los evangelio, cómo tendría que ser en verdad el evangelio, la Biblia, nuestro libro de cabecera que no dejemos día y noche de leerlo y de empaparnos cada día más del conocimiento de Dios. 

miércoles, 21 de marzo de 2012


En el día de la salvación te he auxiliado

Is. 49, 8-15; Sal. 144; Jn. 5, 17-30
‘En el tiempo de la gracia te he respondido, en el día de la salvación te he auxiliado…’ Así han comenzado las palabras del profeta que hoy hemos escuchado. Palabras de consuelo y de esperanza para el pueblo que estaba en el exilio y cautividad porque son anuncio de tiempos nuevos en que se verían liberados de aquella situación dura por la que pasaban lejos de su tierra.
Y es una confesión de fe y confianza en el Señor. Necesitamos hacerla. Cuando pasamos por momentos difíciles, de pruebas y dificultados nos parece sentirnos abandonados y solos, sin fuerzas y sin que parezca que se reciba algún auxilio. Es el consuelo y la esperanza que el profeta quiere suscitar en el pueblo. Tienen que sentirse amados de Dios que nunca lo abandona, que siempre tiene una luz para su pueblo, siempre hay un rayo de esperanza.
Porque el amor de Dios está lleno de ternura, mucho mayor y más fiel que el amor que una madre pueda tener por el hijo de sus entrañas. ‘¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor todopoderoso’.
Y todo ese amor y ternura de Dios se nos manifiesta de forma sublime en Jesús. Es la manifestación más hermosa del amor que Dios Padre nos tiene. Sin embargo es fue algo que les costó entender a los judíos. No les cabía en la cabeza que Jesús pudiera llamar Padre a Dios, decir que era su Padre y que el Padre a El todo se lo había confiado. Aceptar la divinidad de Jesús fue algo bien costoso. Y por eso precisamente querían acabar con El.
Precisamente seremos testigos en los textos del evangelio que iremos escuchando en estas dos últimas semanas de la cuaresma de todo ese proceso contra Jesús hasta que logren llevarlo a la cruz y a la muerte. Pero como nos dirá Jesús en otra ocasión, ‘no me arrebatan la vida sino que yo la entrego libremente’; así con esa conciencia ha subido a Jerusalén, como ya nos ha anunciado, van a entregar al Hijo del Hombre, pero más bien es El quien se va a entregar en las manos del Padre por nosotros para realizar la pascua salvadora para nuestra vida.
Hoy nos habla de vida y de resurrección para quienes creen en El, porque El viene a realizar lo que el Padre le ha confiado, ha realizar la misma obra del Padre, que tanto nos amó que nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna; así nos quiere resucitar, dar vida y vida abundante. ‘Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere’, a los que creen en El.
‘Os aseguro, nos dice, quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida’. Y como nos explicará luego san Juan en sus cartas, ‘sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos’, no hacemos,  no queremos hacer otra cosa que lo mismo que hizo Jesús.
Seguimos haciendo nuestro camino cuaresmal, seguimos queriendo escuchar la Palabra de Jesús; de ella queremos empaparnos cada día con toda sinceridad y con profundo amor. Queremos ir dejando que esa Palabra nos transforme, nos renueve desde lo más hondo de nosotros mismos. Por eso, con cuánta atención tenemos que escucharla, preparar nuestro corazón como tierra buena para sembrarla en ella y pueda dar fruto. No vamos a dejar que nada se interponga, nada nos impida escuchar esa Palabra, empaparnos de esa vida divina, de esa gracia con la que el Señor quiere regar nuestra vida.
Y ¿cómo no vamos a hacerlo si nos sentimos tan amados de Dios? Si en el profeta el Señor nos decía que nos ha auxiliado y nos ha respondido a esa súplica que le hacíamos, somos ahora nosotros los que tenemos que escucharle y responderle con una respuesta viva de amor.

martes, 20 de marzo de 2012


Cristo mismo es el agua que nos levanta del pecado y nos llena de vida

Ez. 47, 1-9.12; Sal. Sal. 45; Jn. 5, 1-3.5-16
Allí está aquel paralítico con todas sus limitaciones ante el agua que pudiera hacerle recobrar el movimiento de sus miembros paralizados pero no ha llegado a ver satisfechas sus expectativas y esperanzas. No puede alcanzar a tiempo el agua de la piscina ni ha tenido hasta entonces un alma caritativa y generosa que le ayudara a alcanzar aquella agua. Han pasado los años en su invalidez e incapacidad.
¿Quién podrá en verdad hacerle recobrar la salud y todas las esperanzas de su vida? ¿Es sólo alcanzar el agua de aquella piscina o necesitará algo más? El movimiento del agua es solo un signo, pero quien en verdad puede darle vida y llenarle de esperanza es el que viene ahora a su encuentro.
Aquel hombre desea la salud, pero no ha sido a Jesús a quien le ha pedido el milagro; es más, aún no conoce a Jesús, no sabrá explicar al principio a quienes le preguntan quién es el que lo ha curado, y Jesús tampoco en esta ocasión le va a pedir previamente la fe. Ha sido Jesús el que ha tomado la iniciativa de venir al encuentro de aquel hombre para sanarle de su invalidez, pero para despertar la fe en El y su esperanza de salvación. Este milagro va a ser en verdad el principio de una vida nueva y será buena señal para cuantos creemos en Jesús de cómo tras nuestro encuentro salvador con Jesús nuestra vida tiene que ya ser distinta.
Es la busqueda de Dios, la pasión de Dios por el hombre al que quiere siempre ofrecer su amor y su salvación. Es el buen pastor que va a buscar a la oveja perdida y herida para traerla sobre sus hombros y sanarla y llevarla a los pastos de la vida. Muchos pasajes del evangelio que nos manifiestan esa busqueda del hombre por parte de Jesús podríamos recordar.
Tenemos que dejarnos encontrar. También estamos muchas veces con la parálisis de nuestro pecado a las puertas de la piscina, o en la orilla de los caminos de la vida. ¿Encontraremos a alguien que nos ayude a acercarnos hasta el agua de la salvación? Seguro que el Señor va poniendo almas samaritanas a nuestro paso. De una forma o de otra el Señor quiere llegar hasta nosotros, pero hemos de saber abrirle las puertas de nuestra vida, o creer y poner toda nuestra confianza en El y en su Palabra.
También Jesús nos tiende la mano, nos dice ‘levántate y anda’, pero algunas veces nos puede faltar confianza en su palabra y preferimos seguir encerrados en nuestra incapacidad. Tenemos que aprender a escuchar a Jesús. Cada día está llegando a nosotros su Pâlabra en este camino que estamos haciendo en la Cuaresma y hemos de dejarnos conducir; no podemos convertir en una rutina hasta estos actos piadosos que vamos realizando en la Cuaresma como nos sucede con tantas cosas en la vida; démosle profundidad, y sepamos escuchar al Señor.
Nos ofrece el agua viva de su gracia que nos purifica, que nos llena de vida, que nos hace fructificar. Es hermoso el texto del profeta escuchado en la primera lectura. Aquella agua que manaba del templo hacia levante y que iba llenando de vida todo por lo que pasaba, nos está hablando de ese río de gracia que mana de la cruz de Cristo y que son los sacramentos. Ahora en este tiempo de manera especial y más intensa nos acercamos a los sacramentos, nos acercaremos al Sacramento de la Penitencia para purificarnos y alcanzar el perdón. Tenemos que prepararnos bien y con humildad y sinceridad.
Cristo quiere llegar a nosotros con el agua viva de su gracia, para purificarnos, para levantarnos de nuestro pecado, para llenanos de vida. Dejemos actuar la gracia de Dios en nosotros.

lunes, 19 de marzo de 2012


Confió la custodia de los primeros misterios de salvación a san José
2Samuel, 7, 4-5.12-14.16;
 Sal. 88;
 Rom. 4, 13.16-18.22;
 Mt. 1, 16.18-21.24
Celebramos a san José, el esposo de María, de la que nació Jesús. El hombre bueno y justo como nos lo describe Mateo, pero el hombre profundamente creyente que nada hará en su vida sin pedir y sentir la inspiración del Señor.
San José, como nos lo define la liturgia de este día en la oración aquel a quien Dios quiso confiar a su custodia los primeros misterios de la salvación. Siempre pensamos en María y en el lugar tan importante que tuvo en los misterios de nuestra salvación, porque su sí al ángel permitió que Dios se encarnase en su seno para hacerse hombre y nacer como Enmanuel, como Dios enrre nosotros para nuestra salvación.
Fue decisivo, no lo podemos dudar ni mermar su importancia, el papel de María, que iba a ser la madre de Dios. Pero hemos de reconocer que no fue menos importante el lugar de José. Allí en el seno de aquel hogar de Nazaret habría de nacer el Hijo de María, el Hijo de Dios hecho hombre, en aquel hogar habría de crecer y madurar humanamente aquel Niño, que, aunque a los ojos de los hombres era el hijo del carpintero, el hijo de José, era realmente el Hijo de Dios.
Sin dejar a un lado la infinita sabiduría de Dios que en Jesús, el Hijo de Dios, se manifestaba, sin embargo hemos de reconocer que en lo humano allí de aquel hogar habia de beber su educación como niño, como adolescente, como joven en todas esas etapas del crecimiento humano con el papel tan importante reservado al padre de familia. Por eso nos dirá el evangelio que Jesús bajó con ellos a Nazaret y alli vivió sujeto a ellos y allí crecía en edad, en sabiduria y en gracia ante Dios y los hombres.
¡Qué lugar tan importante para el padre de familia, para José, en la custodia de los misterios de nuestra salvación! ¡Qué papel más maravilloso había reservado Dios en el plan de salvación para José! De ahí en consecuencia el lugar que ocupa también la figura de José en la Iglesia acogida a su especial patrocinio y cuánto nos enseña además para acoger ese misterio de Dios, ese plan de Dios para nuestra salvación.
Cuando queremos contemplar la figura de san José no queremos quedarnos ni en acciones milagrosas ni en hecho extraordinarios. Precisamente la más hermosa lección de san José es su silencio, su humildad, su aceptación al plan de Dios, aunque hubiera momentos en que le costara comprender, su apertura a Dios. El evangelio es parco en hablarnos de san José y serán muy pocos momentos en los que aparece su figura, siempre en torno a María, siempre alrededor de Jesús.
No conocemos palabras de san José, pero sí nos habla y nos habla mucho con su presencia, con sus actos y actitudes, con su estar con la obediencia de la fe sintiéndose siempre en la presencia del Señor. Es quien en silencio reflexiona y ora, se abre al misterio de Dios que no siempre comprende, pero saber decir sí con la obediencia de la fe. Es quien vive con toda su intensidad el espíritu del servicio y del sacrificio porque siempre el plan de Dios estará por encima de todo.
Los planes del Señor se le irán manifestando en las distintas circunstancias de su vida pero él siempre está a la expectativa de lo que Dios pueda decirle o pedirle. Le hablará el Señor a través de acontecimientos y hechos históricos, o hablará allá en el silencio del corazón cuando en sueño se le manifiesta el ángel del Señor. Ante las cosas misteriosas que ante él sucedían – todo el misterio de María que le costará entender y aceptar, los edictos de empadronamiento, los anuncios de muerte y persecusión con caminos de destierro – como le sucede a toda persona reflexiva y responsable, seguro que le harían dar muchas vueltas en la noche perdiendo el sueño como a todos nos sucede cuando nos aconteces cosas extraordinarias en la vida. Allí, entre sueños y no sueños, irá vislumbrando – el ángel del Señor que se le manifiesta es una imagen muy bíblica – lo que es la voluntad del Señor, lo que son los caminos de Dios que quiere valerse de El para hacernos llegar su planes de salvación.
Necesitamos aprender a hacer esos silencios en el corazón para poder escuchar la voz del Señor. Muchas son las cosas que nos aturden, los ruidos y gritos de la vida que podrían hacernos perder la paz, pero hemos de saber hacer ese silencio para escuchar a Dios. algunas veces le tenemos miedo a los silencios, nos resultan incómodos, porque decimos que no sabemos que hacer o qué pensar. Pero hemos de saber hacer ese silencio, porque sin ese silencio de esos ruidos no podrá haber verdadera oración, verdadera apertura de nuestro corazón a Dios.
Es la lección de la fe que aprendemos de san José; es la lección del silencio y de la acogida de los planes de Dios, porque Dios quiere seguir contando con nosotros. San José tuvo su lugar en los primeros misterios de la salvación como nos enseña la propia liturgia de esta fiesta, pero nosotros también tenemos nuestro lugar, con nosotros tambien Dios quiere contar. Nos puede parecer dificil y por eso algunas veces rehuimos esa apertura del corazón a Dios, como no fue fácil para san José en su momento. Pero él no huyó ante los planes de Dios, sino que, aunque no se lo oigamos decir con los labios, toda su vida fue siempre un sí total a Dios.
La salvación de Jesús tiene que seguir haciéndose presente en nuestro mundo. No van a suceder cosas extraordinarias o milagrosas, sino que en la sencillez de lo que va sucediendo cada día nosotros hemos de saber ir poniendo ese anuncio de la palabra de salvación. Nuestra vida, nuestra fe tiene que ser una imagen llamativa, un signo bien visible para los hombres de nuestro tiempo que han perdido la capacidad de trascendencia en su vida, a quienes puede que no les diga muchon el signo religioso; pero ahí tenemos que estar, ahí tenemos que manifestarlo con toda autenticidad, ahí está el testimonio valiente que hemos de dar.
Que san José interceda por nosotros al Señor para que comprendamos y asumamos la tarea que el Señor a nosotros también nos encomienda. Que a ejemplo de san José descubramos esos planes de Dios para nuestra vida. Que aprendamos de la fe de san José, de su silencio y de su apertura a Dios. Que aprendamos a decir Sí, como José, como María.

domingo, 18 de marzo de 2012


Por el gran amor con que nos amó

2Cron. 36, 14-16.19-23;
 Sal. 136;
 Ef. 2, 4-10;
 Jn. 3, 14-21
No sé si alguna vez han tenido la experiencia de alguien que os dice con dolorosa amargura y soledad ‘a mi nadie me quiere’, o ‘no merezco que nadie me quiera’. Es dura y amarga la experiencia de sentirse así, y aunque nos parezca mentira hay muchos más de los que pensamos en nuestro entorno que se sienten con esa amargura y soledad en el corazón. Una experiencia compartida así no nos puede dejar insensibles y ante situaciones así no nos podemos quedar tan tranquilos y algo tendríamos que hacer para ayudar a personas que se sientan así.
De todas formas pienso que quien ha puesto su fe en Jesús, un cristiano, de ninguna manera puede sentirse así. Esa visión negativa de sí mismo no cabe dentro de la fe que tenemos en Jesús. Hoy precisamente lo que nos dice el Señor en su Palabra que hemos proclamado en este cuarto domingo de cuaresma el mensaje es totalmente distinto, porque todo nos habla del amor que el Señor nos tiene, un amor fiel e incondicional que siempre nos está ofreciendo el Señor.
Vayamos por partes en los diferentes textos. La experiencia de fidelidad a Dios por parte del pueblo judío no era precisamente positiva. Pero aún así no falta la fidelidad del Señor a su Alianza y el envío que hace continuamente de profetas y de quienes anuncien y traigan tiempos de liberación y de paz.
‘Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades y mancharon la casa del Señor… les envió avisos por medio de los mensajeros… pero se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas…’ Pasarán luego años de cautiverio llevados lejos del templo y de su nación, pero veremos cómo al final suscitará un rey, Ciro, Rey de Persia, al que incluso los profetas llamarán Ungido del Señor, que les dará la libertad y les permitirá volver a su tierra y reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén. Es una muestra más del amor del Señor por su pueblo, aunque no lo merecieran a causa de su infidelidad y pecado. Se sentirán amados del Señor.
San Pablo nos hablará de la riqueza del amor y de la misericordia del Señor. ‘Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo – por pura gracia estáis salvados – nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con El’. Otro texto, pues, que nos habla del amor que Dios nos tiene. Nos tenemos que sentir amados de Dios, aunque no lo merezcamos, porque El nos regala su amor. ‘Por pura gracia estáis salvados…’ nos dice.
En el evangelio, en la conclusión de ese diálogo entre Jesús y Nicodemo, se nos llegará a expresar la sublimidad de ese amor que Dios nos tiene y que nos manifiesta en Jesús. ‘Por el gran amor con que nos amó’, nos decía san Pablo. Ahora en el evangelio se nos dice que ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna’. Así de inmenso y sublime es el amor que Dios nos tiene. No quiere la muerte sino la vida; no viene a condenarnos sino a salvarnos; viene para que nos arranquemos de las tinieblas y vivamos para siempre en la luz de la salvación. Así nos sentimos amados de Dios.
Levantamos nuestra mirada a lo alto, levantamos nuestra mirada a la Cruz para contemplar a Cristo, el que está colgado del madero, porque ahí, en Cristo, encontramos la vida, la salvación, el amor eterno de Dios que quiere para nosotros vida eterna. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’, nos ha dicho  hoy el evangelio.
En este camino hacia la Pascua que vamos haciendo en esta Cuaresma la Palabra del Señor que hoy se nos ha proclamado y con la que estamos reflexionando es un rayo de luz que nos llena de esperanza y nos estimula fuertemente en este camino. Sentirnos queridos y amados es la experiencia más reconfortante que podemos tener. Por eso nos sentimos impulsados a seguir haciendo con intensidad este camino porque queremos llegar hasta la Pascua, porque queremos que se realice ese ‘paso de Dios’ por nuestra vida que nos regala amor, que nos trae la salvación, que nos hace hombre nuevo.
Ya hablábamos al principio de lo duro que es el no sentirse querido por nadie, la soledad y hasta amargura que se siente en el alma. Un camino cierto de felicidad es el amar y el sentirse amado. Por eso el mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios hoy nos llena de tanta alegría y esperanza. Nos sentimos amados de Dios. ¡Y de qué manera! Dios nos ha entregado a su propio Hijo y en El se nos está manifestando todo lo que es el amor de Dios. Un amor que nos llama, que nos busca, que nos regala, que nos perdona, que nos da vida.
Queremos sentirnos amados así; tenemos la certeza de que así Dios nos ama y eso nos reconforta; queremos vivir en la luz, para realizar las obras de la luz. Muchas veces, es cierto, hemos preferido las tinieblas, porque nos hemos dejado arrastrar por el pecado. ¿No conocíamos todo lo que era el amor de Dios? ¿Lo habíamos olvidado o se nos había ofuscado nuestra mente para vivir en el error y en las tinieblas?
Queremos pedirle al Señor que nos dé la fuerza de su Espíritu para mantenernos firmes en nuestra fe, para seguir creciendo más y más en ese conocimiento de Jesús, ese conocimiento del misterio de Cristo, para mantenernos en fidelidad en este camino de amor que Jesús nos traza delante de nuestra vida. ‘Que el pueblo cristiano se apresure con fe viva y entrega generosa a celebrar las próximas fiestas pascuales’, hemos pedido en la oración de la liturgia. En eso queremos empeñarnos de verdad.
Desde la experiencia con que partíamos en nuestra reflexión de tantos que sufren por no sentirse amados creo que habría de haber un compromiso por nuestra parte. No podemos permitir que nadie sufra por falta de amor; nosotros hemos de ser sembradores de amor allá por donde vayamos porque así haremos más felices a los que nos rodean; repartamos amor, comprensión, cercanía, cariño a cuantos nos vamos tropezando por los caminos de la vida.
Es fácil regalar una sonrisa a alguien, tener un gesto amable con quien nos vamos encontrando, ofrecer una palabra de amistad, de cercanía, de interés generoso por quien está a nuestro lado; cuántas cosas podemos hacer. Y por supuesto hacerles ver a través de nuestro amor, a través de los gestos de nuestra vida que se sienten amados de Dios. Es un mensaje de evangelio bien hermoso que podemos llevar a los demás.
Finalmente una palabra para esta Jornada que estamos celebrando en la Iglesia en España, el Día del Seminario. ‘Pasión por el evangelio’ es el lema que se  nos ofrece este año ‘en una clara referencia a la vocación sacerdotal entendida como una energía interior, un movimiento del corazón, una realidad arraigada en los más profundo del alma’, como nos dice nuestro obispo en su mensaje.
‘También, con la celebración Día del Seminario, tomamos conciencia de la importancia y necesidad de los sacerdotes en la vida de la Iglesia. Ellos son ministros de Cristo. Él mismo los ha elegido y consagrado para que, en su nombre, prediquen el Evangelio, celebren los sacramentos y guíen a los fieles hacia la madurez cristiana’, nos sigue diciendo.
No podemos entrar en todos los detalles de su mensaje, pero resaltamos cómo ‘La oración confiada por las vocaciones se hace imprescindible. ¿Queremos sacerdotes? Tenemos que pedírselos al Señor. Sólo Él puede seducir el corazón de los jóvenes… Pero, junto con la oración debemos ayudar a los jóvenes a escuchar a Dios. Tenemos que abrir su mente y su corazón a la posibilidad de que Dios cuente con ellos y les llame. Tenemos que ser "voz de Dios" para ellos, proponiéndoles abiertamente la llamada al sacerdocio’.
Termina  diciéndonos el obispo que ‘al celebrar un año más el Día del Seminario les invito a todos a promover las vocaciones al sacerdocio y a prestar un mayor a apoyo a la formación de los futuros sacerdotes. Junto con la oración, la colaboración económica es necesaria para que el Seminario pueda realizar su cometido’.