jueves, 22 de marzo de 2012


Crezcamos cada día en espiritualidad cristiana con la lectura de la Biblia

Ex. 32, 7-14; Sal. 105; Jn. 5, 31-47
En dos aspectos, aunque parezcan que no están relacionados entre sí quisiera fijarme hoy desde la Palabra del Señor que se nos ha proclamado. Pienso que son aspectos que nos  pueden ayudar mucho en el camino de nuestra espiritualidad cristiana que tanto queremos intensificar anota en este camino cuaresmal que estamos haciendo. Ya hemos comentado que nos es necesario revisar cosas, actitudes, posturas, muchos aspectos de nuestra vida cristiana, de nuestra vida espiritual en el deseo de seguimiento de Jesús que todos llevamos en el corazón.
Por una parte está esa capacidad intercesora de Moisés por su pueblo, como vemos en el texto de hoy. Un pueblo de dura cerviz, como el mismo Dios le dice, que primero se ha comprometido en la Alianza con Dios, pero pronto se olvida y se crea otros dioses a quien adorar. Como nos dice el texto en un lenguaje tremendamente humano ‘mi ira se va a encender contra este pueblo; y de ti haré un pueblo grande’.
En su terquedad pecan contra el Señor y merecerían el castigo por su pecado de idolatría. Pero ahí está la intercesión de Moisés por su pueblo, ese pueblo que le ha confiado el Señor sacar de Egipto y llevar hasta la tierra prometida. Humanamente Moisés también podría sentirse cansado de ese pueblo tan titubeante, que tanto está queriendo hacer Alianza con el Señor, como pronto cae en la idolatría rompiendo dicha Alianza. Pero pronto surge el corazón compasivo y misericordioso de Moisés, pues quien ha llegado a ver a Dios cara a cara se ha ido impregnando de ese Espíritu del Señor y así manifiesta ese corazón bueno capaz de interceder una vez más por su pueblo.
Aquí tenemos un mensaje para nosotros. ¿Somos capaces de orar e interceder por los demás? Quizá orar por los buenos nos sea fácil, orar por nuestros seres queridos lo vemos como natural, pero orar por los demás, por los pecadores, por los que incluso nos hayan hecho mal, es algo que no nos resulta tan fácil. Lo enseña Jesús en el evangelio, no lo podemos olvidar. Pero aquí tenemos un hermoso ejemplo en Moisés. Intercede por su pueblo para que el Señor no lo castigue sino que siga protegiéndolo. ¿Seremos capaces nosotros de hacerlo?
El otro aspecto en el que quiero fijarme, aunque sea brevemente, es del evangelio. En la diatriba de Jesús con los judíos – cuando en el evangelio de Juan se habla de los judíos es una clara referencia a los principales del pueblo, sumos sacerdotes, escribas, dirigentes, fariseos, etc. – aparece continuamente la no aceptación de la identidad de Jesús. Como les dice Jesús ‘hay otro que da testimonio de mí y sé que es válido el testimonio que da de mí’.
Habla del testimonio de Juan el Bautista, que había venido a preparar los caminos del Señor allá en el desierto y que lo había señalado claramente como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ‘Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio a la verdad’. Aquí podríamos recordar cuántas cosas meditamos en este sentido sobre todo el tiempo del Adviento cuando aparece más clara la figura de Juan.
Pero Jesús quiere que nos fijemos en otro testimonio para conocer su verdad y que son las obras que El realiza. En otro momento nos dirá que por el fruto se conoce al árbol, y por los frutos tenemos que conocer a Jesús. Como diría Nicodemo ‘nadie puede hacer las obras que tu haces si Dios no está con El’. Ahora nos dice: ‘Estas obras que hago dan testimonio de mí; que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí’.
Finalmente se apoya en las Escrituras, en Moisés. Todo lo anunciado en las Escrituras se cumple y realiza en Jesús. ‘Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna, pues ellas están dando testimonio de mí, les dice, ¡y no queréis venir a mi!’. ¿Queremos conocer a Jesús? ¿Queremos poner toda nuestra fe en El?
¿Queremos encontrar la vida eterna que El nos ofrece? Estudiemos las Escrituras. Cómo un verdadero creyente en Jesús tendría que tener hambre de conocer la Palabra de Dios, cómo tendría que estar empapándose cada día de los evangelio, cómo tendría que ser en verdad el evangelio, la Biblia, nuestro libro de cabecera que no dejemos día y noche de leerlo y de empaparnos cada día más del conocimiento de Dios. 

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