miércoles, 21 de marzo de 2012


En el día de la salvación te he auxiliado

Is. 49, 8-15; Sal. 144; Jn. 5, 17-30
‘En el tiempo de la gracia te he respondido, en el día de la salvación te he auxiliado…’ Así han comenzado las palabras del profeta que hoy hemos escuchado. Palabras de consuelo y de esperanza para el pueblo que estaba en el exilio y cautividad porque son anuncio de tiempos nuevos en que se verían liberados de aquella situación dura por la que pasaban lejos de su tierra.
Y es una confesión de fe y confianza en el Señor. Necesitamos hacerla. Cuando pasamos por momentos difíciles, de pruebas y dificultados nos parece sentirnos abandonados y solos, sin fuerzas y sin que parezca que se reciba algún auxilio. Es el consuelo y la esperanza que el profeta quiere suscitar en el pueblo. Tienen que sentirse amados de Dios que nunca lo abandona, que siempre tiene una luz para su pueblo, siempre hay un rayo de esperanza.
Porque el amor de Dios está lleno de ternura, mucho mayor y más fiel que el amor que una madre pueda tener por el hijo de sus entrañas. ‘¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor todopoderoso’.
Y todo ese amor y ternura de Dios se nos manifiesta de forma sublime en Jesús. Es la manifestación más hermosa del amor que Dios Padre nos tiene. Sin embargo es fue algo que les costó entender a los judíos. No les cabía en la cabeza que Jesús pudiera llamar Padre a Dios, decir que era su Padre y que el Padre a El todo se lo había confiado. Aceptar la divinidad de Jesús fue algo bien costoso. Y por eso precisamente querían acabar con El.
Precisamente seremos testigos en los textos del evangelio que iremos escuchando en estas dos últimas semanas de la cuaresma de todo ese proceso contra Jesús hasta que logren llevarlo a la cruz y a la muerte. Pero como nos dirá Jesús en otra ocasión, ‘no me arrebatan la vida sino que yo la entrego libremente’; así con esa conciencia ha subido a Jerusalén, como ya nos ha anunciado, van a entregar al Hijo del Hombre, pero más bien es El quien se va a entregar en las manos del Padre por nosotros para realizar la pascua salvadora para nuestra vida.
Hoy nos habla de vida y de resurrección para quienes creen en El, porque El viene a realizar lo que el Padre le ha confiado, ha realizar la misma obra del Padre, que tanto nos amó que nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna; así nos quiere resucitar, dar vida y vida abundante. ‘Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere’, a los que creen en El.
‘Os aseguro, nos dice, quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida’. Y como nos explicará luego san Juan en sus cartas, ‘sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos’, no hacemos,  no queremos hacer otra cosa que lo mismo que hizo Jesús.
Seguimos haciendo nuestro camino cuaresmal, seguimos queriendo escuchar la Palabra de Jesús; de ella queremos empaparnos cada día con toda sinceridad y con profundo amor. Queremos ir dejando que esa Palabra nos transforme, nos renueve desde lo más hondo de nosotros mismos. Por eso, con cuánta atención tenemos que escucharla, preparar nuestro corazón como tierra buena para sembrarla en ella y pueda dar fruto. No vamos a dejar que nada se interponga, nada nos impida escuchar esa Palabra, empaparnos de esa vida divina, de esa gracia con la que el Señor quiere regar nuestra vida.
Y ¿cómo no vamos a hacerlo si nos sentimos tan amados de Dios? Si en el profeta el Señor nos decía que nos ha auxiliado y nos ha respondido a esa súplica que le hacíamos, somos ahora nosotros los que tenemos que escucharle y responderle con una respuesta viva de amor.

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