miércoles, 12 de diciembre de 2012


El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe

Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
Cuando los profetas trasmiten el mensaje de la Palabra de Dios al pueblo de Israel, éste se ve sometido a fuertes tentaciones a la idolatría, porque viven en medio de pueblos paganos que se habían creado multitud de ídolos, dioses a su medida que no podían ofrecer ningun tipo de salvación. Es por eso que los profetas luchan fuerte contra la idolatría de los pueblos vecinos y a la se ve tentado Israel en caer. Podríamos recordar, porque sobre ello hemos meditado en más de una ocasión, la lucha del profeta Elías contra los profetas de los baales, lo que le acarrearía momentos difíciles y de persecusiones.
Ahora el profeta Isaías que  hoy hemos escuchado les recuerda al Dios todopoderoso creador de todas las cosas que se manifiesta con fuerza y poder pero al mismo tiempo cercano de su pueblo. Cuando ellos podían pensar que Dios no les hacía caso ni les tenía en cuenta, el profeta les recuerda esa cercanía de Dios siempre atento a sus necesidades y que por amor a su pueblo se hace presente en medio de ellos.
‘¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: mi suerta está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?’ ¿No nos recuerda esto lo que quizá muchas veces nosotros hayamos pensado o dicho cuando acudimos a El en nuestra oración y decimos que Dios no nos escucha y no atiende a nuestras peticiones?
‘El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe, les dice el profeta. No se cansa, no se fatiga, es insondable en su inteligencia. El da fuerza al cansado, acrecienta el valor de inválido… los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas…’ ¡Qué bellas palabras que llenan al pueblo, nos llenan a nosotros, de esperanza! ¡Cómo tenemos que aprender a fiarnos del Señor, a poner en El toda nuestra confianza! No podemos olvidar nunca las maravillas que el Señor hace continuamente en nuestra vida, El que ‘es compasivo y misericordioso’.
No nos falta la ayuda y la gracia del Señor. El sí nos escucha y nos llena continuamente con su gracia. Aún en aquellos momentos oscuros por los que podamos pasar, porque quizá se debilite nuestra fe o nos llenemos de dudas y temores, porque quizá por el mal que hemos dejado meter en nuestro corazón nos sintamos más débiles y más tentados, sabemos que el Señor está ahí, es nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra luz. A El en medio de las oscuridades con más fuerza tenemos que acudir porque hemos de sentir la certeza en nuestro interior de que el Señor no nos deja, no nos abandona está junto a nosotros.
En los momentos que nos sintamos cansados, porque nos cuesta luchar, porque quizá no avanzamos todo lo que quisiéramos o porque nuestro corazón se haya llenado de desilusión con más fuerza hemos de escuchar la voz del Señor que nos llama y nos invita a ir hasta El, como hoy hemos escuchado en el evangelio. ‘Venid a mí, todos los que estáis cansado y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’.
‘Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan’, que decía el profeta Isaias; pero que no son sólo los jóvenes, que todos tropezamos y a todos nos aparecen cansancios. Pero hemos de escuchar esa palabra de aliento del Señor porque estando con El ‘se renuevan las fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse’. Unas bellas imágenes que nos están hablando de esa fortaleza del Señor que nunca nos faltará.
Como nos decía Jesús ‘mi yugo es llevadero y mi carga ligera’. Es llevadero y ligero porque lo tenemos a El como dulce Cireneo que nos ayuda a llevar la cruz de cada día; es llevadero y ligero porque cuando amamos los mandamientos del Señor nos damos cuenta que lo que nos pueda pedir el Señor será siempre para nuestra mayor felicidad con lo que asi le daremos gloria al Señor.

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