martes, 11 de diciembre de 2012


Aquí está nuestro Dios… llega con poder manifestándonos su amor

Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14
‘Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión; alza con fuerza la voz… no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está nuestro Dios… llega con poder…’ Es el grito del profeta que escuchamos en Isaías y que nos trae una buena noticia. Por eso hay que gritarla muy fuerte. Llega el Señor con poder.
¿Cómo se manifiesta ese poder del Señor? Es aquí donde tenemos que reflexionar y escuchar muy bien lo que hoy nos dice el Señor. Podemos tener nuestros prejuicios, nuestras maneras de pensar que pudieran ser distintas a lo que nos dice el Señor. Hablar de poder nos puede sonar a imposición, a dominación por la fuerza, a ejércitos en plan de batalla y de guerra. Es lo que entendemos muchas veces en la vida ordinaria; lo que por otra parte pudiera hacernos pensar algunas expresiones que podamos encontrar en el Antiguo Testamento.
¿Cómo se manifiesta ese poder del Señor? seguimos preguntándonos. Fijémonos en lo que nos dice Isaías en el texto que hemos escuchado. ‘Como un pastor que apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos a los corderos, cuida de las madres’. ¿Pueden haber imágenes que mejor nos hablen de la ternura y del amor? El pastor que cuida de su rebaño, que lleva en brazos a los corderos, que busca a la oveja perdida, que lo defiende y lo cuida de los lobos depredadores es precisamente la imagen que nos ofrecerá Jesús en el evangelio.
Pero no es imagen sólo del Nuevo Testamento, sino imagen que contemplamos también en el Antiguo Testamento. Nos habla del Señor compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad; nos habla de que quiere misericordia y no sacrificios; nos hablan los profetas de los lazos de amor con Dios quiere atraernos; nos habla de la misericordia que Dios tiene con nosotros en su inmensa ternura por ejemplo en el salmo penitencial por excelencia para pedir perdón al Señor - ‘por tu inmensa compasión, borra mi culpa’, que le pedimos -.
Y ya hemos escuchado hoy la parábola del pastor que va a buscar la oveja perdida, y de la alegría del cielo por un pecador que se arrepiente; o recordamos también la alegría de aquel padre lleno de amor que acoge y recibe al hijo pródigo que se había marchado de casa. Podríamos recordar más momentos.
Hoy nos invitaba el profeta al consuelo que sentimos en el Señor porque ya para siempre nuestro crimen está pagado. En la sangre de Jesús hemos sido lavados por la misericordia y la bondad del Señor que en su amor lo que quiere es nuestra conversión y arrepentimiento.
¿Cómo se manifiesta ese poder del Señor? Ya tenemos la respuesta, en el amor. Es la más auténtica y genuina manifestación del poder del Señor. En nuestras miras humanas hay quien pudiera pensar que el perdón y la misericordia son señales de debilidad. Todo lo contrario, es la más grande manifestación del poder de Dios que así nos ama, tiene misericordia con nosotros y nos perdona. Humanamente hablando, incluso, yo diría que hay que tener gran fortaleza en el corazón para perdonar a los demás. Es ahí cuando nos vemos grandes, cuando somos capaces de amor y de perdonar. Así se nos manifiesta también el poder del Señor, la grandeza del amor del Señor.
Por eso escuchamos con gozo todos estos anuncios que nos van haciendo los profetas en este camino de Adviento que vamos recorriendo. Así surge con más fuerza en nuestro corazón ese deseo de encontrarnos con el Señor en esa vivencia profunda que queremos hacer de la Navidad. 
Nos preparamos abriéndonos al amor, sintiendo ese amor del Señor que viene a nosotros y poniendo en consecuencia amor en nuestra vida. Por eso acoger al Señor que viene a nosotros significará acoger al hermano que está a nuestro lado; ahí quiere hacerse presente el Señor. Cuanto  más le abramos el corazón al hermano que camina a nuestro lado más se lo estaremos abriendo al Señor. Por ahí tiene que ir nuestro camino de adviento para llegar a una auténtica navidad.

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