jueves, 13 de diciembre de 2012


Para que vean y conozcan que la mano del Señor lo ha hecho

Is. 41, 13-20; Sal. 144; Mt. 11, 11-15
El espíritu del Éxodo y del desierto forma parte muy importante de la espiritualidad del pueblo judío. La pascua celebrada como principio de aquella salida y la Alianza ratificada al pie del Sinaí serán piezas fundamentales de su espiritualidad porque en esos momentos se constituye plenamente el pueblo de Dios que había tenido su inicio en la fe de Abraham y la respuesta que éste había hecho a la llamada de Dios.
Aquel primer éxodo estuvo rodeado de austeridad grande al atravesar el desierto que le llevaría a la Tierra prometida. Pero ahora el profeta anuncia como un nuevo éxodo en su vuelta del destierro y la cautividad padecida en Babilonia. En aquel primer éxodo se manifestó la gloria y el poder del Señor en las maravillas que realizó el Señor con ellos frente a los peligros y carencias que vivieron en aquellos cuarenta años de desierto. En este nuevo éxodo de retorno a Jerusalén y a su patria el profeta anuncia también cosas maravillosas para expresar como el Señor les conduce por ese camino que les trae de la vuelta del destierro.
Si entonces se les abrió un camino en medio del mar, les hizo brotar agua de la roca o les envió el maná del cielo que los alimentara, ahora el profeta habla de ríos, manantiales y fuentes de agua en el desierto  haciendo surgir la frondosidad de los árboles que les den sombra y fruto a través de su camino. ‘Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado’.
Pero todo eso es imagen y signo de un nuevo camino que el pueblo del Señor ha de realizar. Todo eso se convierten en imágenes mesiánicas que nos ayudarán a preparar el camino del Señor, como habían anunciado también los profetas y ahora anuncia el Bautista allá junto al Jordán. Nos aparece la figura del Bautista, el más grande de los nacidos de mujer como dirá Jesús, ayudándonos a preparar el camino del Señor. Un desierto y un camino, un éxodo partiendo y arrancando de nosotros mismos para ir a buscar no ya la tierra prometida, sino para acoger y recibir al Salvador prometido, al Mesías anunciado, al que va a ser el Emmanuel, el Dios con nosotros que nos trae la salvación.
Es la lectura que nosotros hemos de hacer de estos textos sagrados que escuchamos en medio del camino del Adviento que vamos realizando. ¿Un éxodo? ¿un desierto? Esa espiritualidad también nos ayuda a nosotros a hacer este camino. Estamos como desterrados lejos del Señor, buscamos también la salvación, queremos caminar al encuentro del Señor. Vamos a escuchar repetidamente al Bautista invitándonos a la conversión, a rehacer nuestros caminos, a desprendernos de todo lo que sea impedimento y que nos tenga alejados del Señor. No haremos una alianza en la sangre de los animales sacrificados, sino que ya nosotros somos los hijos de la nueva y definitiva alianza, la Alianza eterna realizada en la Sangre de Cristo que nos salva.
Pero estamos seguros que en ese camino no nos faltará nunca la gracia y la fuerza del Señor. Los manantiales del agua de la gracia siempre están a nuestra mano para calmar nuestra sed, para hacernos sentir la fuerza del Señor. Un camino de esfuerzo de superación que es el que siempre hemos de ir haciendo en nuestra vida para no dejarnos vencer por la modorra y la rutina.
‘El Reino de los cielos padece violencia y sólo los esforzados podrán alcanzarlo’. Es la lucha de nuestro camino, que nos recuerda caminos de desierto para que aprendamos a vivir en la austeridad de solo preocuparnos de lo que es verdaderamente importante. Y esto lo necesitamos aprender en todos los ámbitos de la vida. Sólo así podremos alcanzar la plenitud que Cristo quiere dar a nuestra vida. hagamos con intensidad este camino del Adviento que nos lleva al encuentro con el Señor.

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