miércoles, 9 de mayo de 2012


Así seréis discípulos míos… ¿dónde nos apuntamos?

Hechos, 15, 1-6; Sal. 121; Jn. 15, 1-8
‘Así seréis discípulos míos’, terminaba diciéndonos hoy Jesús. ¿Qué tenemos que hacer para ser discípulos de Jesús? Como dirían hoy algunos ¿dónde hay que apuntarse?
¿Será cuestión de apuntarte como quien se apunta a un club o a una sociedad? Algunos lo ven tan fácil como eso de apuntarse a algo, pagar una cuota y ya me considero con todos los derechos.  Pero, creo que todos nos damos cuenta que ser discípulo de Jesús es algo mucho más hondo.
Empezaríamos diciendo que discípulo es el que sigue a un maestro, porque aquella doctrina que enseña, o aquel mensaje que da para la vida le parece interesante y puede encontrar en él un sentido o un valor para lo que hace o para su manera de pensar y actuar. Es cierto que Jesús es nuestro Maestro y con esa palabra lo llamaban los discípulos y muchos de los que lo escuchaban. Y solemos decir que cristiano es el discípulo de Cristo, como nos enseñaba el catecismo.
Pero en Jesús no encontramos sólo ideas; en Jesús encontramos vida. No es solo que el mensaje que nos enseñaba nos da un sentido para nuestra vida, que también, sino que El mismo es la vida que hemos de vivir. Y ser discípulo de Jesús pasa entonces por vivir su vida, hacernos uno con El, configurarnos con Cristo, para ser otro ‘cristo’. No en vano somos también ungidos con el Crisma santo para hacernos con Cristo sacerdotes, profetas y reyes, para ser nosotros también ‘el ungido’.
Si vivimos a Cristo, porque queremos ser sus discípulos y hacernos uno con El eso se va a expresar en nuestras obras, en nuestra vida. Una vida para la gloria de Dios y una vida que está llamada a dar frutos y frutos abundantes. ‘Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos’.
No extrañará entonces todo lo anterior que hemos escuchado en el evangelio con la alegoría de la vid que Jesús nos propone para decirnos cómo tenemos que estar unidos a El para que podamos dar fruto. ‘Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí… sin mi no podéis dar fruto’.
Es un texto que hemos meditado recientemente, el pasado domingo V de pascua, y ahora lo que queremos hacer es ahondar un poquito más en su mensaje. Cuando decimos que somos discípulos de Jesús y ser discípulo de Jesús es vivir su misma vida, se nos está diciendo en el fondo como tenemos que vivir siempre muy unidos a Jesús. No es nuestra vida a nuestra manera, no es lo que a mi me pudiera parecer, es Cristo, su palabra, su vida la que tengo que transportar a mi vida, para poder llegar a decir como san Pablo, ‘ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí’.
Cómo tenemos, pues, que meternos en la vida de Cristo, empaparnos, impregnarnos de su vida. Cómo tenemos que buscar conocerle cada día más. Cómo tenemos que dejarnos transformar por El, con la fuerza de su Espíritu.
Como ya hemos reflexionado, qué importante es la oración en nuestra vida, entrando en esa intimidad profunda con El para poderme ir configurando cada vez más en El. Qué importante la vida sacramental, la participación en los sacramentos que es dejarnos inundar por la presencia y por la vida de Cristo. No pueden ser nunca una rutina en nuestra vida. Nada nos puede distraer ni separar de su celebración; con qué profundidad hemos de vivirlos. Cómo tenemos que ir empapándonos de su Palabra, gustando y saboreando cada página, cada palabra de los evangelios y de la Biblia para así irle conociendo más e irme impregnando del espíritu del Evangelio. Es la savia divina que tiene que fluir por nuestras entrañas, por nuestro espíritu para llegar a vivir su vida.
‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante’.

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