jueves, 26 de abril de 2012


Nunca faltará su recuerdo y su fama vivirá por generaciones

San Isidoro de Sevilla
Eclesiástico, 39, 8-14; Sal. 36; Mt. 5, 13-16
‘Nunca faltará su recuerdo y su fama vivirá por generaciones…’ Así se expresaba el libro del Eclesiástico haciendo el elogio del hombre sabio. ‘Los pueblos contarán su sabiduría y la asamblea anunciará su palabra’, terminaba diciendo el texto hoy proclamado. Habla del que está lleno de la sabiduría del Señor, del hombre justo que se deja llenar de Dios y en Dios adquiere la comprensión y la sabiduría de todas las cosas. Como recitamos en el salmo ‘la boda del justo expone la sabiduría, su lengua explica el derecho; porque lleva en el corazón la ley del Señor y sus pasos no vacilan’.
La liturgia ha querido ofrecernos este hermoso y bello texto al celebrar en este día la fiesta de san Isidoro de Sevilla, un hombre sabio como pocos hubo en su tiempo que abarcaba en sus obras todas las facetas del saber y que fue una lumbrera que influyó en gran manera en toda la Edad Media.
Un hombre sabio pero un hombre santo que además formaba parte de una familia de santos pues son cuatro hermanos en los que la iglesia reconoce su santidad. Un santo Obispo de gran influencia en la Iglesia de España de su tiempo preocupado por la formación del pueblo y promotor de numerosos sínodos y concilios para mantener viva la fe del pueblo cristiano.
En san Isidoro podemos destacar cómo no estaba reñida la ciencia y la fe como supo conjuntarlo él en su propia vida. Como decíamos de él en la oración litúrgica ‘obispo y doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber’ para que aprendamos a hacer ‘una búsqueda atenta y una aceptación generosa de tu eterna verdad’.
Queremos buscar el camino que nos lleve a esa sabiduría y a esa eterna verdad, y no podemos buscar otro camino que Jesús. ‘Yo soy el camino y la verdad y la vida’, nos dirá El en el evangelio. Por eso acudimos a Jesús, y de El queremos aprender esa Sabiduría divina porque es el que puede en verdad revelarnos la verdad de Dios. Nos revela y nos descubre la verdad y lo que es la verdadera vida. De Jesús queremos dejarnos enseñar, a su Palabra acudimos porque es quien nos lleva a Dios, nos llena de la luz de Dios, nos descubre a Dios, nos hace vivir a Dios.
En el evangelio que hoy hemos escuchado nos dice que nosotros tenemos que ser sal de la tierra y ser luz del mundo. Pero ese sabor, esa sabiduría, y esa luz no la tenemos por nosotros mismos, sino que la tomamos de Dios. Es la sabiduría de Dios; es la luz de Jesús. De El nos iluminamos y de El aprendemos la Verdad eterna.
Pero nos dice: ‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo’. Y la sal no puede perder su sabor; si pierde su sabor ¿para qué nos sirve? La luz no puede dejar de alumbrar, no se puede ocultar. Si escondemos la luz, ¿a quién va a alumbrar? No tendría sentido.
¡Qué lástima la vida de los cristianos que no iluminan! ¡Qué triste cuando no sabemos trasmitir el sabor de Dios a los demás porque somos insípidos, porque no nos hemos llenado lo suficiente de la sabiduría del evangelio! Tenemos que saber dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza. Tenemos que saber sentirnos fuertes y seguros en el Señor. Fuera de nosotros las dudas y las inseguridades. Lejos de nuestra vida todo  lo que suene a oscuridad. Por eso tendríamos que tener ansias más y más de formarnos, de conocer de verdad lo que es nuestra fe cristiana. ¡Qué tristeza y qué lástima de los que se encierran en si mismos y no quieren aprender!
Algunas veces parecemos analfabetos en el orden de la fe. Viene cualquier viento de errores y nos arrastran. Preocupémonos de formarnos más y más como cristianos para sentirnos fuertes frente a quienes se puedan oponer a nuestra fe, a nuestra manera de vivir. El camino de santidad que hemos de recorrer tiene que pasar también por ese camino de la formación en nuestra fe. La celebración de la fiesta de san Isidoro y gran santo y un gran sabio a eso tendría que impulsarnos.

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