domingo, 12 de febrero de 2012


Rompamos las barreras que aíslan y marginan como hizo Jesús con el leproso

Lev. 13, 1-2.44-46;
 Sal. 31;
 1Cor. 10, 31-11,1;
 Mc. 1, 40-45
Si uno se ve aceptado por alguien que le acoge y le recibe cuando en la vida se ha sentido como maldito y condenado a la soledad y al ostracismo porque se ha visto marginado por su situación, por lo que ha sido su vida o por las circunstancias que sea, seguro que para él será como momento de gloria y de felicidad que no cambiaría por todo el oro del mundo.
Pienso que algo así le sucedió a aquel leproso cuando Jesús lo acoge y lo recibe e incluso le toca con su mano, que, aunque venía pidiendo la salud para su enfermedad de lepra, este gesto de Jesús sería para él mucho más grande que la propia curación. Bien sabemos cómo un leproso estaba condenado a vivir alejado de la comunidad y de su familia; hemos escuchado en la primera lectura la ley del Levítico que les dio Moisés y que quería impedir la propagación de la enfermedad por el contagio, aparte del concepto que solía tenerse de mirar la enfermedad como un castigo por el pecado; de ninguna manera un leproso podía acercarse a nadie sano; incluso eran apedreados para que se alejarán por miedo al contagio, muy natural en cierto modo, aunque hoy no lo comprendamos, en las condiciones higiénicas de la época y las medicinas con que contaban.
‘Si quieres, puedes limpiarme’, fue la petición del leproso que se atreve a acercarse a Jesús con el riesgo incluso de que fuera rechazado. Y hemos visto el gesto de Jesús. ‘Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio’. No sólo no lo rechazó, sino que saltando todas las convecciones sociales se atrevió a tocarlo directamente con su mano.
‘Si quieres, puedes limpiarme’, fue el grito y la súplica de aquel leproso. Pero, ¿no será también el grito y la súplica que salga de nuestro corazón? ¿No será, acaso, el grito y la súplica que tantos puedan estar haciendo cuando desde su dolor y soledad, desde sus sufrimientos y tantas penas en su corazón gritan pidiendo ayuda a Dios o a sus semejantes?
¿Por qué decimos que puede ser el grito y la súplica que brote de nuestro corazón? ¿Acaso estamos nosotros leprosos?, nos preguntamos quizá. Para comenzar podríamos pensar en nuestra condición pecadora desde la que acudimos al Señor para que nos limpie, para que nos conceda su gracia y su perdón. No es, por supuesto, que nosotros pensemos en el sufrimiento y la enfermedad como un castigo de nuestros pecados. Hemos de tener una visión distinta. Pero sí podemos considerar esta imagen del leproso como un signo de la fealdad del pecado en nuestra vida y que con la gracia del Señor nos lavaremos y purificaremos, alcanzaremos el perdón del Señor.
Pero podemos pensar algo más. Recogiendo la imagen de la soledad, de la marginación y del aislamiento que veíamos en la situación de los leprosos en la época de Jesús podemos pensar en las actitudes que pudiera haber en nosotros y fueran causa de sufrimiento para los que nos rodean. Cuántos vacíos nos creamos muchas veces en nuestras relaciones con los demás y cuántos vacíos les hacemos a los demás. Cuánto nos cuesta comprendernos y aceptarnos; algo que nos lleva muchas veces a marcar a las personas haciendo distinciones y separaciones con las que de alguna manera marginamos a los otros.
Porque aquella persona es así o de la otra manera; porque un día cometió un error en la vida que ya siempre se lo tendremos presente; porque no nos cae bien o nos es antipático; porque es amigo de éste o de aquel otro y eso  no me convence; porque piensa de esta manera y yo tengo otra manera de pensar… cuántas cosas que nos aíslan o con las que aislamos a los demás de nuestra vida. Cuántas barreras vamos poniendo en nuestras relaciones prohibiendo el paso a algunos a los que no dejamos que lleguen hasta nosotros. Prohibido el paso, prohibido detenerse aquí, prohibido… cuantas limitaciones… como esos carteles que vemos en caminos o en propiedades.
¿No tendremos que decirle al Señor ‘si quieres, puedes limpiarme’? Que nos limpie el Señor de esas actitudes aislantes que hemos puesto en nuestro corazón y en nuestro comportamiento. Que nos haga salir de nosotros mismos y seamos capaces de abrir el corazón a todo hombre, a toda persona que es mi hermano. ¿No es nuestro distintivo el amor? Si amamos de verdad no caben esas limitaciones en nuestra vida, se tienen que caer las barreras.
Pero decíamos también que es el grito y la súplica que tantos desde su dolor y su soledad, desde su sufrimiento y sus penas pueden estarnos haciendo. Vivimos en un mundo en el que se multiplican los medios de comunicación y proliferan las redes sociales en internet a través de las que nos podemos comunicar instantáneamente con personas en cualquier rincón del planeta. Pero me atrevo a decir que vivimos en un mundo donde desgraciadamente se multiplican las soledades y la incomunicación de muchas maneras. Quien vaya con cierta sensibilidad por la vida y atento a estas necesidades de comunicación de los demás se encontrará con mucha gente que está ansiosa de comunicación y de compartir. Son muchas las angustias que de este tipo podemos encontrar muchas veces en personas que están muy cercanas a nosotros o con las que nos cruzamos cada día en la vida y a los que no prestamos la debida atención.
Si quieres… puedes escucharme, nos pueden decir tantos. Si quieres… detente a mi lado y escúchame. Si quieres… y nos tienen la mano y quizá no les prestamos atención porque vamos a prisa o vamos con nuestras cosas. Mucho podríamos hablar en este sentido de todo lo que tendríamos que hacer.
En este domingo en que se unen en cierto modo dos jornadas - la Jornada Mundial del Enfermo del once de febrero y la Campaña contra el Hambre en el mundo de Manos Unidas - que celebramos en la comunidad cristiana, también este grito del leproso puede ser el grito de los enfermos y de los hambrientos de nuestro mundo. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, nos gritan ambas campañas.
Jornada, por una parte, del Enfermo que viene a sensibilizar a la comunidad cristiana con este mundo de dolor y sufrimiento donde tenemos que hacer llegar el amor y la presencia de Jesús a través del amor de la comunidad cristiana que los atiende y se preocupa de ellos y a los que quiere hacer también el anuncio del evangelio de Jesús. Cuántos enfermos desde su lecho de dolor nos están diciendo también ‘si quieres…’ puedes acompañarme, ayudarme, estar a mi lado, servirme de paño de lágrimas, curarme… ¡Qué hermosa la labor que nos voluntarios y visitadores de enfermos de la pastoral de la salud realizan en nuestras parroquias y centros hospitalarios asistenciales!
Y Campaña de Manos Unidas contra el Hambre en el mundo que nos quiere hacer abrir los ojos para que contemplemos y nos sensibilicemos con ese mundo de injusticia en el que vivimos donde tantos millones de hombres y mujeres pasan hambre y mueren de hambre. Campaña este año bajo el lema ‘la salud, derecho de todos, actúa’, que quiere concienciarnos sobre las principales enfermedades – enfermedades contagiosas que acaban con la vida de millones de personas: SIDA, malaria, tuberculosis y otras enfermedades infecciosas - que azotan a muchos pueblos y que podrían ser evitadas y para lo que se nos pide un compromiso denunciando tanta enfermedad, tanta miseria y tanto sufrimiento. 
‘Si quieres, puedes limpiarme…’ 

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