sábado, 11 de febrero de 2012


María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos


Celebramos una vez una fiesta de la Virgen María. Como siempre nos gozamos al celebrar una fiesta de la Madre, de la Madre de Dios que es también nuestra madre. Le queremos ofrecer nuestro amor y queremos sentir su protección maternal que nos alcanza la gracia del Señor en el camino de nuestra fe, en el camino de nuestra vida cristiana.
Esta fiesta de la Virgen que hoy celebramos gira en torno a aquel lugar, Lourdes, donde quiso ella hacerse presente de manera especial para llamarnos una vez más a la conversión, a seguir el camino de Jesús. Allí quiso ella manifestarse a aquella jovencita para invitarla a rezar la conversión de los pecadores, por la conversión del mundo. Allí quiso que se construyera una capilla en su honor, para que por su medio los hombres llegaran hasta Dios, siguiendo el camino de María encontraran el camino de Dios.
Allí ella, la Inmaculada Concepción, quiso manifestarse como madre misericordiosa, refugio de pecadores y salud de los enfermos regalando por su intercesión las gracias del Señor que curara sus almas pero curara también sus cuerpos doloridos por el sufrimiento y la enfermedad. La figura blanca de María con su manto azul, como se nos representa en su bendita imagen, nos cautiva y nos atrae hablándonos de pureza y de santidad, de salud y de salvación. Todo para que al final siguiéramos el camino de Jesús, su Hijo.
Siempre María nos conduce hasta Jesús. Como a los sirvientes de las bodas de Caná a nosotros nos dice también: ‘Haced lo que El os diga’. Y María nos conduce hacia los caminos de la santidad, a los caminos del amor. Ella nos manifiesta lo que es su amor de Madre, pero sobre todo en ella siempre veremos reflejado lo que es el amor de Dios. Es el icono más hermoso del amor de Dios.
Todos hemos oído hablar, muchos lo habremos vivido también en primera persona, de las multitudinarias peregrinaciones que como ríos caudalosos confluyen en Lourdes para ir a visitar a la madre y hacerle la más hermosa ofrenda de amor. Allí acuden fieles de todos los lugares del mundo – en la experiencia vivida en mis visitas a aquel santo lugar me impresiona el sentido de catolicidad que allí se respira – y son multitudes de enfermos también los que acuden hasta la gruta de Lourdes para postrarse ante la bendita imagen de la Virgen. Es emocionante ver la fe, la devoción, el recogimiento, las súplicas llenas de esperanza, los ojos llenos de lágrimas no solo por el sufrimiento sino también por la emoción de encontrarse en aquel lugar de María.
Por esa relación entre los enfermos y la devoción a la Virgen de Lourdes es por lo que el Papa Beato Juan Pablo II decidió que la Jornada Mundial del Enfermo se celebrarse en este día 11 de febrero, día de las apariciones de la Virgen de Lourdes. Una ocasión para que la comunidad cristiana, la Iglesia toda, tenga en cuenta de manera especial a todo este mundo del dolor que son los enfermos.
Como nos dice Benedicto XVI al final del mensaje de esta Jornada A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo  agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu’.
Que María, sí nos acompañe para aprender de ella en esa cercanía que el cristiano ha de tener a la persona que sufre, a la persona enferma. ‘En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos’.
‘Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre un áncora segura en la fe, alimentada por la escucha de la Palabra de Dios, por la oración personal y por los Sacramentos’, nos dice el Papa en su mensaje.
Que todos por otra parte seamos capaces de ver en los que sufren y en los enfermos ‘el rostro sufriente de Cristo’, y que los que sufren las consecuencias del dolor y la enfermedad como Cristos sufrientes sepan ofrecer su vida como un holocausto de amor al Señor por la propia salvación y por la salvación de nuestro mundo. Es hermosa esa ofrenda de amor de nuestro dolor, que se convertirá en gracia del Señor que nos ayudará a vivir con un sentido nuestra vida aunque esté crucificada en la cruz del dolor, porque sabemos que tras la cruz siempre hay vida y hay resurrección.

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