miércoles, 25 de enero de 2012


Dios te ha elegido para que oyeras su voz y seas testigo ante los hombres

Hechos, 22, 3-16;
 Sal. 116;
 Mc. 16, 15-18
‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído…’ Así le dice Ananías a Saulo cuando viene a su encuentro en Damasco.
‘Te ha elegido…’ Dios le salió al encuentro en el camino de Damasco, como hemos escuchado. Allí iba Saulo con cartas de los Sumos Sacerdotes de Jerusalén para lleva presos a todos los que seguían el camino del Señor para que los condenaran. Pero Cristo le salió al encuentro. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús Nazareno a quien tu persigues…’ Es el diálogo del encuentro.
El Señor lo había elegido, aunque era un perseguidor de los cristianos. Lo eligió para su oyera su voz y se convirtiera en su testigo. Pero era un vaso de elección, instrumento elegido para anunciar el nombre del Señor. Y se iba a convertir en testigo, en apóstol de Jesús para llevar su nombre por todas partes.
Hoy estamos celebrando la conversión de san Pablo. La llamada del Señor que viene al encuentro del hombre, pero la respuesta que el hombre libremente da al Señor. Saulo, que más tarde cambiaría su nombre por Pablo, que había combatido fuertemente la fe en el Señor Jesús, tras su encuentro con El en el camino de Damasco se dejará conducir, dejará que la luz llegue a su vida y le ilumine y le transforme para convertirse al Señor. El perseguidor se convertirá en testigo y en apóstol. El que rechazaba el  nombre de Jesús será el evangelizador que recorrerá el mundo anunciando ese nombre de salvación.
Ya a través del año vamos escuchando sus cartas como Palabra del Señor que nos manifiestan la amplitud y la profundidad del conocimiento de Cristo que adquirió Pablo en su vivencia de Jesús para así tan hermosa  profundamente trasmitirnos el mensaje de la salvación. Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles, sobre todo en el tiempo pascual, vamos escuchando de sus caminos y sus viajes en medio de no pocas dificultades, y en muchas ocasiones incluso de persecuciones para anunciar el  nombre de Jesús. No es momento ahora de recordar todos esos viajes y tan intensa actividad.
Queremos en la Eucaristía de este día dar gracias y bendecir al Señor  por tan hermoso testimonio y tan profundo mensaje que nos ha dejado el apóstol. Pero al mismo tiempo queremos aprender de él, de su coraje y ardor, de su ímpetu y de su generosidad para nosotros darnos también así por los demás y por el evangelio como hizo san Pablo.
Al celebrar hoy su conversión, como hemos dicho en la oración litúrgica, que ‘como él seamos testigos de tu verdad ante el mundo’. Que nos conceda el Señor ese ardor y coraje en nuestro corazón, esa valentía para ser también testigos de Jesús, testigos de nuestra fe, testigos del amor cristiano en medio de los que nos rodean. ‘Que nos ilumine el Espíritu Santo con la luz de la fe que impulsó siempre al apóstol san Pablo a la propagación del Evangelio’.
El Señor a nosotros también nos sale al encuentro para despertarnos a la fe, para convertir nuestro corazón al Señor. También nos podemos sentir unos elegidos del Señor, porque esa es la predilección del amor de Dios sobre nosotros cuando nos ha llamado a la fe y al bautismo, y somos elegidos para dar fruto, los frutos de las buenas obras, los frutos del amor, los frutos de nuestro testimonio cristiano en medio del mundo. Podíamos recordar aquellas palabras de Jesús que también hemos recordado hoy en la liturgia: ‘Soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure…’ También nosotros escuchamos su voz.
Sintamos esa elección del Señor que nos regala su amor y convirtamos nuestro corazón a Dios para que nos convirtamos en testigos del Evangelio en medio de nuestro mundo.

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