jueves, 26 de enero de 2012


Iluminados por Cristo y comprometidos a llevar también la luz a los demás

2Samuel, 7, 18-19.24-29; Sal. 131; Mc. 4, 21-25
Igual que sería un contrasentido y contradictorio el tener una luz que no ilumine, lo mismo tendríamos que decir de un cristiano o de una Iglesia que no fuera luz para el mundo.
¿Para qué queremos la luz si no ilumina? ¿Para qué queremos una lámpara que no podemos encender mientras permanecemos a oscuras? Es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? La luz la ponemos bien alta en el lugar más oportuno para que pueda iluminar bien.
Este texto breve de Jesús que hoy se nos ha proclamado hemos de escucharlo conjuntamente con otros textos paralelos de los evangelios. Y ya sabemos cómo Jesús nos dirá que hemos de ser luz, y con nuestras buenas obras hemos de iluminar a los demás para que todos puedan dar gloria al Padre del cielo.
El cristiano tiene que ser un iluminado, un hombre de luz, un trasmisor de la luz a los demás. Era una forma también de llamar a los bautizados, no en vano en el Bautismo se nos entrega una luz tomada del Cirio Pascual que se nos dice que hemos de mantener siempre encendida para salir al encuentro del Señor.
Creer en Jesús, pues, es llenarnos de su luz. Pero creer en Jesús nos compromete a llevar también esa luz a los demás. No la podemos ocultar. Si el Evangelio que hemos recibido se ha convertido en luz para nosotros porque en él hemos encontrado el sentido y el valor más hermoso para nuestra vida, no podemos quedárnoslo para nosotros solos sino que tenemos que saberlo compartir con los demás. No ponemos la luz debajo del celemín ni debajo de la cama, sino bien alta para que ilumine a todos.
Es una tarea hermosa que hemos de realizar. Una tarea en la que hemos de sentirnos comprometidos de verdad. Tarea del cristiano, tarea de la iglesia en la que todos nos sentimos comprometidos.
Sin embargo, tomando conciencia de ese compromiso serio de nuestra vida, al mismo tiempo nos hace también hacernos muchas preguntas. ¿Por qué parece que ya no interesa el evangelio a nuestro mundo? ¿Por qué si decimos que somos tantos cristianos no servimos sin embargo de revulsivo para el mundo que nos rodea para que todos se sientan igualmente transformados e iluminados por esa luz? ¿Qué estaremos haciendo los cristianos con esa luz que ha puesto Cristo en nuestras manos? ¿La estaremos ocultando? ¿Quizá la valoramos poco y por eso mismo ni nos ilumina a nosotros ni ilumina al mundo que nos rodea?
Creo que es algo que la misma Iglesia, y todos los cristianos tendríamos que plantearnos seriamente. Jesús nos ha enviado por el mundo a llevar su luz, pero no vemos que el mundo se termina de iluminar con la luz de Cristo. Cuántas veces decimos que cada vez somos menos, que la gente va perdiendo sentido de religiosidad, que los valores cristianos del evangelio se van perdiendo en nuestro mundo.
Tendríamos que despertarnos y asumir ese compromiso de nuestra fe. Porque quizá en la medida que nosotros iluminamos poco a nuestro mundo eso pueda estar manifestando que nosotros estamos poco iluminados, que nosotros también hemos perdido ese arrojo y ese entusiasmo por nuestra fe y por nuestro seguimiento de Cristo. Tenemos que buscar la manera de crecer en esa luz en nuestra vida; por eso tenemos que intensificar nuestra oración, nuestra escucha de la Palabra de Dios, nuestro entusiasmo por nuestra fe para que podamos contagiar a los demás.
Somos luz, estamos iluminados por Cristo, pero esa luz nos compromete; tenemos que iluminar también a los demás.

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