sábado, 4 de junio de 2011

si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará


Hechos, 18, 23-28;

Sl. 46;

Jn. 16, 23-28

‘Yo os aseguro que si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará… pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa’.

Nos había enseñado ya en el sermón del monte a orar y orar con confianza a Dios. ‘Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, todo el que busca encuentra y al que llama se le abre’. Confianza, certeza, perseverancia en nuestra oración, humildad. Y además nos había enseñado cómo había de ser la verdadera oración dirigida al Padre enseñándonos la oración del Padrenuestro como modelo de toda oración.

Ahora nos dice más. Y es que El estará en nuestra oración. En su nombre hemos de pedir al Padre y el Padre siempre nos escuchará. ‘Os lo dará…’ nos dice. ‘Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre es quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Qué gozo que nos podamos sentir amados así por el Padre, y asi amados por Jesús.

Nos pide Jesús fe en El y nos pide que le amemos. Jesús se nos ha ido revelando, manifestando todo lo que es su amor y así, escuchándolo hondamente en nuestro corazón, cada día ha de ir creciendo nuestra fe en él y nuestro amor. Con qué ternura nos ha ido hablando y nosotros le hemos escuchado en estos días cuando nos descubre su corazón en este discurso de la última cena que hemos ido escuchando.

No podemos menos que amarle después de contemplar todo lo que es su amor, su entrega por nosotros hasta dar su vida, derramar su sangre para nuestro perdón. No podemos hacer menos cuando lo sentimos tan presente en nuestra vida que como Buen Pastor nos cuida, nos protege, nos da la fuerza de su Espíritu, nos alimenta con sus sacramentos. Nuestra respuesta tiene que ser una fe llena de amor; una fe que envuelve toda nuestra vida y que nos lleva a amar con un amor como el de Jesús, un amor que nos lleva a mirar con una nueva mirada a los que están a nuestro lado que son nuestros hermanos.

Todo eso nos da más confianza para nuestra oración que hacemos en su nombre, como hoy nos enseña. ‘El Padre os quiere, nos dice, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. El Padre que nos dará lo que le pedimos. Con cuanta confianza y humildad nos acercamos al Señor.

Oramos al Padre y lo hacemos en el nombre de Jesús. Os habremos fijado que la oración de la Iglesia, la oración litúrgica siempre es en este sentido. ‘Por Jesucristo, nuestro Señor’, terminamos siempre las oraciones de la liturgia. Y en el momento cumbre de nuestra celebración litúrgica es ‘por Cristo, con Cristo y en Cristo’ cómo queremos ‘en la unidad del Espíritu’ dar ‘todo honor y toda gloria’ al Padre del cielo por toda la eternidad.

Cristo, Sumo y eterno Sacerdote, pontífice eterno, que nos ha redimido y purificado para que podamos dar gloria a Dios para siempre con toda nuestra vida, que intercede por nosotros y nos da la posibilidad de que le demos todo honor y gloria al Padre conla fuerza de su Espíritu.

Con qué amén más rotundo, salido desde lo hondo del corazón y poniendo toda nuestra vida en ello aclamamos todos en esa doxología final de la plegaria eucarística. Algunas veces parece que nos sale descafeinado, nos falta brío, nos falta ardor, pero tendría que ser un grito que nos despertara por dentro por la intensidad con que lo viviéramos. Que nunca caigamos en la rutina en nuestras celebraciones, sino que con la fuerza del Espíritu del Señor las vivamos con toda intensidad.

viernes, 3 de junio de 2011

Se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría


Hechos, 18, 9-18;

Sal. 46;

Jn. 16, 20-23

Una palabra en referencia a lo escuchado en los Hechos de los Apóstoles. Podríamos decir que en lo que hemos escuchado ayer y hoy hemos contemplado el nacimiento de la comunidad cristiana de Corinto. Habíamos visto a Pablo predicando en Atenas, pero nos decía que ‘dejó Atenas y se fue a Corinto’. Corinto era una ciudad muy importante sobre todo en el aspecto comercial por su puerto que era entrada a todo el comercio que realizaban los griegos con los pueblos vecinos. Si Atenas era la ciudad de la cultura y de las artes, Corinto era la ciudad rica por su comercio.

Va a surgir allí una comunidad muy importante y en referencia a la cual estamos acostumbrados a escuchar en la proclamación de la Palabra de Dios las cartas de San Pablo a los Corintios. La visitará el apóstol en varias ocasiones y estará también al tanto de los problemas que van surgiendo en aquella comunidad. Sus cartas, conservamos dos pero seguro que escribió alguna más, vienen a ser como respuesta a los problemas que iban surgiendo en aquella comunidad y que Pablo quería iluminar y corregir. A través del año litúrgico tenemos ocasión de escuchar en muchísimas ocasiones textos de las cartas de san Pablo a los cristianos de Corinto.

Pero fijémonos en el evangelio que es una continuación exacta del escuchado ayer. Se repiten hoy, incluso, el último versículo leído ayer. Sigue hablando Jesús de la alegría repitiendo esta palabra en los tres escasos versículos leidos en varias ocasiones. ‘Vuestra tristeza se convertirá en alegría… volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría’, vuelve a repetir. Y pone el ejemplo de la madre que da a luz y de su ‘alegria porque al mundo le ha nacido un hombre’.

Nos viene bien esta insistencia de Jesús, porque por nuestra falta de alegría muchas veces parecemos tristes cristianos. Y tenemos los mayores motivos del mundo para vivir alegres. San Pablo también en sus cartas nos insistirá en que vivamos alegres en el Señor. Nos habla Jesús de la alegría que sentiremos al volver a encontrarnos con El. Ya hacíamos ayer referencia a la alegría de la pascua, al contemplar a Cristo vivo y resucitado después de todo el sacrificio y duelo de la pasión y la cruz.

Se ha de sentir alegre el que experimenta un encuentro vivo por la fe en el Señor. Se ha de sentir alegre quien se siente amado por Dios. Se ha de sentir alegre el hombre de fe que pone toda su confianza en el Señor y de El se siente en todo momento protegido y amado. Se ha de sentir alegre el que tiene paz en su corazón, y la más grande paz que nosotros experimentamos es cuando nos sentimos perdonados y salvados por el Señor.

Se ha de sentir alegre el que tiene esperanza en su corazón porque además le ha dado trascendencia a su vida y sabe que camina hacia una vida en plenitud con Dios. Se ha de sentir alegre el que ama y se da por los demás, el que busca la paz para los otros, y el que lucha por todo lo bueno, porque allá en lo hondo de su conciencia se siente satisfecho en el Señor por todo lo bueno que realiza. Se ha de sentir alegre el que busca un mundo nuevo y se compremete por irlo construyendo día a día sembrando semillas de amor, de esperanza, de justicia, de verdad, de ilusión, de paz, que sabe que un día han de fructificar.

Qué dicha siente en su corazón el que es capaz de olvidarse de sí mismo para entregarse por los demás. Qué dicha siente en su corazón el que sabe vivir su vida con rectitud no dejándose embaucar por lo malo, y aunque muchas veces la lucha por superarse sea dura, al final sentirá el gozo más hondo en su corazón.

Decíamos antes que necesitamos aprender a vivir esa alegría en el Señor. No podemos vivir entre amarguras y angustias quienes tenemos esperanza. No podemos dejar que los problemas y dificultades enturbien esa alegría que hemos de sentir en el corazón cuando amamos de verdad al Señor. Lo triste es que muchas veces nos encontramos con personas que se dicen creyentes en Jesús y sin embargo no saben trasmitir alegría y paz a los que los rodean.

Pidamos al Espíritu del Señor que nos inunde con su alegría, con su paz, con su amor y de ello sepamos contagiar a nuestro mundo, para que sepamos todos encontrar la verdadera alegría. Que nada ni nadie nos pueda quitar esa alegría que encontramos en el Señor.

jueves, 2 de junio de 2011

Vuestra tristeza se convertirá en gozo

Vuestra tristeza se convertirá en gozo

‘Dentro de poco dejaréis de verme; pero, dentro de otro poco volveréis a verme’. Parecen unas palabras enigmáticas. Los discípulos se preguntan qué es lo que quiere decir con eso de ‘dentro de poco’.

Situémonos. Es la última cena y va a comenzar la pasión. Jesús es bien conciente de lo que va a suceder. Había anunciado repetidamente que el Hijo de Hombre sería entregado en manos de los gentiles y había de morir. Pero Jesús también anunciaba su resurrección. Podría estar refiriéndose a todo lo sucedido en su pascua, aunque bien sabemos que a los discípulos les costaba aceptar los anuncios que Jesús hacía. Ahora las palabras de Jesús siguen siendo enigmáticas para ellos.

‘Estáis preocupados por el sentido de mis palabras… yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo…’ Toda la pasión de Jesús y su muerte en la cruz fue una gran crisis para los discípulos. ‘Lo abandonaron y huyeron’, ya cuenta el evangelista desde el Huerto a la hora del prendimiento. Y bien sabemos la sensación de triunfo que tenían los sumos sacerdotes y los fariseos porque habían llevado a Jesús hasta la cruz. Pero cuando llegue el momento del encuentro con Cristo resucitado, ya nos contará el evangelista cómo se llenaron de alegría. ‘Su tristeza se convertirá en gozo…’

Nosotros, es cierto, que cuando vamos leyendo la pasión de Cristo y meditándola vamos haciendo nuestros también los sentimientos que los discípulos vivieron en aquellos momentos. Y cuando llegamos a celebrar la resurrección cómo nos llenamos también de inmensa alegría y la gran fiesta que es para nosotros la resurrección del Señor. Pero, ¿este texto podría decirnos algo más?

Si estamos hablando de la pasión de Jesús, podríamos pensar también en la pasión que han sufrido tantos y tantos mártires que a causa de la fe en Jesús llegaron a derramar su sangre, dar su vida por Jesús. Recordemos el Apocalipsis, la muchedumbre que venía de la gran tribulación pero a la que contemplamos triunfantes con palmas en sus manos cantando la victoria del Cordero. El Apocalipsis nos describe esa etapa de sombras y de persecusiones que sufría la Iglesia, pero nos habla también de la victoria final, el cielo nuevo y la tierra nueva de la gloria del Señor.

O podemos pensar en nuestra pasión, también en los momentos oscuros que pasamos en la vida por distintas circunstancias, quizás los problemas, quizá la enfermedad, quizá la incomprensión que podamos sufrir de parte de los demás, o quizá esa oposición que encontremos a nuestra fe. Momentos quizá en los que podamos sentirnos solos en nuestra oscuridad, pero en nuestra fe sabemos que no es así, porque el Señor está ahí y no nos deja solos. Con la certeza de la presencia del Espíritu del Señor que anima nuestra vida nos llenamos de esperanza porque llegaremos a vivir el encuentro triunfante y glorioso con el Señor. Nuestra tristeza de los momentos de dolor se convertirá en la alegría del triunfo en el Señor.

En la vida necesitamos vivir con esa esperanza, reanimando nuestra fe en el Señor y nuestro deseo de seguimiento comprometido de Jesús. Nos cuesta muchas veces mantener nuestra fidelidad al Señor, vivir apartados del pecado y la lucha para vencer la tentación se nos hace dura, pero ponemos nuestra confianza en el Señor, sabiendo que su gracia nunca nos faltará. Por eso, a pesar de nuestras debilidades sentimos el gozo en el Señor porque experimentamos una y otra vez el amor de Dios en nuestra vida.

Confortados con el don del Espíritu permanezcan en la fe y la esperanza


os adjunto la homilia preparada para la celebración del sacramento de la Unción de los Enfermos

Sant. 5, 13-16; Sal. 70; Mc. 16, 15-20

Cuando Jesús proclama en la sinagoga de Nazaret su misión nos dice con el texto de Isaías: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor’.

Lo anunciado de forma prográmatica, podríamos decir, en Nazaret lo veremos cumpliéndolo en las obras que va realizando con todo aquel que sufre, curando a los enfermos y anunciando la gracia salvadora del Señor que con El nos llegaba. Muchos son los enfermos que acuden a él con sus males y para todos tiene una palabra de salud, de salvación y de paz. Será el mandato también que dará a los apóstoles cuando los envía por el mundo a anunciar la Buena Nueva del Evangelio y entre las cosas que han de ir realizando como señales de la llegada del Reino de Dios es curar a los enfermos.

Pero ¿el Reino de Dios era la curación de los enfermos o más bien esa liberación de la enfermedad, esas curaciones, eran señales del Reino nuevo de Dios que había de manifestarse en muchas más cosas? Nos quedamos con esta segunda respuesta. Eran las señales de esa vida nueva que Jesús quiere para nosotros liberados de todo mal y de todo sufrimiento. Eran las señales de la salud total, de la salvación que El viene a traernos. Por eso exigirá siempre fe en El, les llenará de paz, y habrán de sentirse de una forma nueva tras ser curados por Jesús.

Lo que hemos escuchado de la carta de Santiago es la forma explícita y concreta de cómo se ha de ir realizando ese mandato de Jesús. Es la expresión de lo que va a ser el sacramento de Jesús para los enfermos, los sufren o los que se sienten debiles en su cuerpo o en su espíritu. Jesús nos deja signos de su presencia que son los sacramentos en los que por la fuerza del Espíritu Santo siempre podemos ver a Jesús y llenarnos de su vida y de su gracia.

Hoy lo queremos realizar y celebrar de forma extraordinaria aquí entre nosotros. Vamos a celebrar el Sacramento de la Unción de los Enfermos y vamos a sentir y experimentar en nosotros la presencia salvadora de Jesús. Vamos a cumplir con el mandato del Señor que ahora hacemos sacramento, realizando los signos sacramentales de la imposición de las manos y de la unción, pero que vienen como a recoger todo lo que es ese sacramento de Dios para nosotros que es la acogida que la Iglesia os hace en las personas de los que os atienden. Piensen queridos ancianos y ancianas que están acogidos aquí este hogar que todas las atenciones que reciben de las Hermanitas y de cuántos os atienden, no es sino el cumplimiento del mandado de Jesús de realizar su misma obra. En esos cuidados, en esas atenciones que día a día reciben aquí en este hogar tienen que ver siempre la mano de Jesús que os ama, os cuida y os atiende por manos de estas hermanitas y de cuantos prestan sus servicios para vosotros en este hogar. No hacemos otra cosa que cumplir con el mandato de Jesús, y ustedes, queridos ancianos y ancianas, sois para nosotros imagen de Jesús, porque a El lo vemos en vuestros rostros y con el amor que a El le tenemos así os queremos amar y servir a vosotros.

Vamos, pues, a celebrar lo que estamos realizando cada día. Son ustedes sacramentos de Dios para nosotros. Y ahora, realizando el rito sacramental, queremos hacer presente a Jesús de forma sobrenatural en vuestras vidas para que os llenéis de la gracia y la fortaleza del Espíritu que anime también vuestras vidas, os dé fortaleza en medio de la debilidad de vuestros años, sane vuestra alma dolorida también por tantas cosas y os llene de su gracia y de su paz.

Os invito a todos a vivir con profunda fe esta celebración. Os invito queridos ancianos que vais a recibir la gracia del Sacramento que en la mano del sacerdote sobre vuestra cabeza que os unge sintáis por la fe la mano del Señor que os hace llegar su gracia y su amor. Es Cristo que llega a nuestra vida, que camina a nuestro lado, que hace suyos nuestros sufrimientos, que nos da consuelo y paz, que nos inunda con su gracia y su perdón.

Y todo esto tiene que manifestarse en unos frutos muy concretos en vuestra vida. Por supuesto que es la gracia del Señor que os hace presente el amor de Dios que os perdona y os fortalece. Pero precisamente, por esa gracia que recibís, vuestra vida tiene que ser distintaK; distinta porque por la gracia del Señor descubráis ese sentido nuevo que tiene para vosotros vuestra debilidad y vuestra enfermedad; sentido nuevo porque sabréis uniros al sufrimiento de Cristo, a su pasión y a su cruz, con la pasión de vuestros sufrimientos y debilidades ofrecidos con amor. El amor de Dios, el amor de Cristo hizo que aquella pasión y aquella cruz tuvieran valor y sentido redentor. Pues, de la misma manera, poned amor y poned fe en la cruz de vuestros sufrimientos y cuánto valor salvífico pueden tener para nuestro mundo tan necesitado de la gracia del Señor en tantos problemas y necesidades que sufrimos hoy en nuestra sociedad.

Pero aún más, podemos decir, porque desde la gracia del Señor habrá una nueva forma de sufrir y de vivir. En el Señor encontraréis fuerza para llevar con paciencia vuestras flaquezas y dolores; en el Señor encontraréis fuerza también para saber superar esos malos momentos por lo que muchas veces pasamos a causa de nuestros sufrimientos, pero que quizá también en nuestra impaciencia, por nuestras angustias y desesperos, algunas veces podemos hacer pasarlo mal también a los que están a nuestro lado.

Que seamos capaces de superar malos humores; que sepamos superar nuestras tristezas y angustias y nunca llenemos de tristeza o de angustia a los que están a nuestro lado; que aprendemos a aceptarnos mutuamente como somos comprendiendo que si nosotros estamos sufriendo por nuestros males, el otro que está a nuestro lado también está pasando su sufrimiento, y asi en consecuencia mirándonos a nosotros mismos seamos comprensivos con los demás. Hay ocasiones que nos volvemos exigentes, antipáticos, hasta egoístas a causa del mal que llevamos en nuestra debilidad o dolor; pues que aprendamos a mejorar y a superarnos para no ser causa de sufrimiento nunca para los demás. La gracia del Sacramento a eso nos ayuda también.

En una de las oraciones de la liturgia de la celebración del sacramento, cuando se celebra con ancianos, pedimos ‘concédeles que confortados con el don del Espíritu Santo, permanezcan en la fe y en la esperanza, den a todos ejemplo de paciencia y así manifiesten el consuelo de tu amor’. Que esos sean unos frutos que se manifiesten en nosotros tras la celebración de este sacramento.

miércoles, 1 de junio de 2011

Un anuncio de la fe en el areópago de nuestro mundo


Hechos, 17, 15.22-18, 1;

Sal. 148;

Jn. 16, 12-15

Siempre y en todo lugar hemos de hacer el anuncio de la Buena Noticia de Jesuss; siempre y en todo lugar hemos de manifestar nuestra condición de creyentes, aunque nos cueste, no nos entiendan o incluso lleguemos a sufrir incomprensiones. Siempre, con valentía, sin miedo, en todo lugar tenemos que hablar de Dios.

Es hermoso el testimonio que nos ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles con la llegada de Pablo a Atenas. Una gran ciudad, cuna del saber antiguo, suscitadora de filósofos con sus variadas filosofías y gran mecenas de todo tipo de arte. Una gran ciudad, llena de monumentos y altares a los más diversos dioses; tantos que hasta tenían un altar dedicado al Dios desconocido.

Pablo se pasea por el Areópago contemplando la multitud de divinidades de un pueblo gentin y pagano y tan variadas filosofías. Allí también quiere él anunciar el evangelio de Jesús. Trata de hacerlo con elocuencia y utilizando el arte de la oratoria de la mejor manera posible para mejor captar la atención de sus oyentes acostumbrados a escuchar variadas filosofías y las discusiones de los filósofos.

Recuerda al Dios creador de todas las cosas como un punto de referencia y de arranque para su argumentación, valiéndose incluso de los versos de los propios poetas del lugar. Eran creyentes porque era en muchos diosos en los que creían pero grande era la confusión de sus mentes y corazones. Pablo quiere llevarles luz y quiere anunciarles a Jesús, verdadera luz del mundo. Pero cuando comienza a hablar de la resurrección de Jesús encontrará el desdén y el rechazo de sus oyentes. Solo unos pocos quisieron seguir escuchándolo y serían los primeros creyentes en Jesús que surgieran en aquel ambiente. Más tarde dejará Atenas y marchará a Corinto.

En el areópago de nuestro mundo también nos encontramos rodeados de un mundo muy diverso y variado en opiniones, en gustos, en planteamientos del sentido de la vida que cada uno se lo hace a su manera y conveniencia. Muchos podríamos decir que son también los dioses que adora esta sociedad nuestra aunque muchas veces se proclame atea, laica o con una confusión muy grande en la manera de entender la religión y las cosas de Dios. Muchas veces nos encontraremos esa confusión muy al lado nuestro porque no siempre quizá se tiene el sentido cristiano de la vida aunque la mayoría de los que nos rodeen quieran llamarse cristianos.

No es fácil muchas veces hacer un anuncio de Jesús y que los que nos escuchan quieran entendernos. Muchas veces sobra materialismo y sensualidad y falta espiritualidad. Vivimos demasiado apegados a este mundo material que nos rodea y nos falta trascendencia que dé altura a la vida que vivimos. Nos llamamos cristianos y participamos en ritos religiosos pero quizá no se crea en la vida eterna ni en la resurrección. Ante la muerte y lo que nos sucede hay demasiado fatalismo y poco sentido de la providencia de Dios.

Pensemos incluso si nosotros mismos creemos de verdad en la vida eterna y desde esa trascendencia de la vida le damos un sentido a lo que hacemos pensando en esa eternidad que podemos llegar a vivir con Dios si realmente ahora aquí en el cada día cumplimos sus mandamientos y hacemos su voluntad.

Lo que hoy hemos escuchado de la predicación de Pablo en el Aerópago de Atenas con todas sus dificultades, pero que fue valiente para hacer el anuncio de Jesús resucitado de entre los muertos, tiene que ser para nosotros también un estímulo para esa vivencia firme y convencida de nuestra fe en este mundo nuestros; para ese testimonio que hemos de dar de nuestra condición de verdaderos creyentes en Jesús.

La Iglesia hoy, en este siglo XXI en que vivimos está empeñada seriamente y está poniendo todos los medios que tiene a su alcance para entrar en diálogo que este mundo moderno en que vivimos y para realizar esa hermosa tarea también de la nueva evangelización de nuestro mundo, que ha perdido el sentido del evangelio, el sentido cristiano de la vida. muchas iniciativas en este sentido se tienen en nuestra Iglesia y creo que todos los cristianos que nos sentimos comprometidos con nuestra fe hemos de estar al tanto de todo cuanto se realiza y cada uno en el lugar que ocupa poner su granito de arena a esa tarea del anuncio del evangelio de la propia rectitud de nuestra vida y desde ese valiente testimonio que con obras y palabras tenemos que dar. Sintamos como propia la tarea de la nueva evangelización en la que está empeñada hoy la Iglesia.

martes, 31 de mayo de 2011

Como María templos y sagrarios del Espíritu para llevar a Dios a los demás con nuestro amor


Sofonías, 3, 14-18;

Sal.: Is. 12, 2-6;

Lc. 1, 39-56

Habiendo conocido María por el anuncio del ángel no sólo el misterio glorioso que en sus entrañas se estaba realizando de que Dios se encarnase en su seno para nacer hecho hombre y ser Dios en medio de nosotros, sino conocido también cómo el Señor había tenido misericordia con su prima Isabel al concebir un hijo a pesar de su vejez, se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a la casa de Zacaría y su prima Isabel.

Ahí va María, aprisa, sobre las alas del amor e impulsada por el Espíritu de Dios como verdadero templo del Espíritu y sagrario de Dios derramando las gracias y la bendiciones de Dios que así ya se hacía presente entre nosotros repartiendo la salvación. Se llenará Isabel del Espíritu Santo con la presencia de María, saltará la criatura en el seno de Isabel al escuchar el saludo de María, Dios está allí y María es portadora de Dios a quien lleva en sus entrañas, y María también inspirada por el Espíritu divino prorrumpirá en cánticos de alabanzas y de bendición al Señor.

¿Cómo no va a cantar María la alabanza del Señor? ‘El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva, había anunciado el profeta. El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como día de fiesta’. Claro que tiene que ser día de fiesta cuando así María se siente amada del Señor; tiene que ser dia de fiesta también para nosotros porque el Señor está en medio de nosotros también con su amor y con su salvación; se goza y se complace en nosotros, en nuestra fe y en nuestro amor, lo que nos tiene que hacer saltar también de júbilo a nosotros como en día de fiesta, que decía el profeta.

Todo se convertirá en fiesta y en cánticos de alabanza al Señor que obra maravillas, porque con el nacimiento de Juan también Zacarías prorrumpirá en canticos de bendiciones al Señor que así ha visitado a su pueblo. Es la visita de María, pero es la visita del amor porque allí iba María para servir, para ayudar, para amar y mostrar su incondicional amor. ‘María se quedó con Isabel unos tres meses…’, nos dirá el evangelista para significar que allí estuvo hasta el nacimiento de Juan prestando la ayuda que aquella madre, ya mayor, podría necesitar. María siempre para servir. María icono del amor más hermoso. María siempre señalándonos con su propia vida lo que el Hijo que lleva en sus entrañas luego también nos enseñará y pondrá como distintivo de nuestra vida como seguidores de Jesús.

Es la visita de María, pero es la visita de Dios. ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’, cantaría María. ‘Bendito sea Dios que ha visitado y redimido a su pueblo’, cantará el anciano Zacarías, porque sus ojos de fe están viendo como Dios se hace presente; su hijo será el precursor, el que señale el camino, el que vaya delante, pero es que allí está ya Dios en medio de ellos. Como decíamos, María es ese templo del Espíritu, ese sagrario de Dios que nos hace presente a Jesús con su salvación.

Queda para nosotros un mensaje que nos lo explicita la liturgia en las oraciones de esta fiesta. Pedíamos que así cómo Dios ha preparado en el corazón de María una digna morada al Espíritu santo, así también nosotros lleguemos a ser templos dignos de su gloria. Llamábamos a María Sagrario de Dios porque allí en su seno llevaba al verdadero Dios hecho hombre que en sus entrañas se encarnaba, así nosotros desde nuestro bautismo hemos sido también ungidos para ser ese templo de Dios, esa morada del Espíritu.

Que seamos dignos templos del Espíritu porque en nosotros brille la santidad y el amor. También nosotros por la santidad de nuestra vida hemos de ir llevando a Dios a los demás. Con los ojos del amor hemos de ver a Dios en los demás para mostrarles nuestro amor y nuestro servicio. Pero a través del amor que tiene que resplandecer en nuestra vida hemos de ser signos de ese amor de Dios a los demás; asi llevaremos a Dios a los demás, como María cuando fue impulsada por el Espíritu pero para el servicio y el amor allá a la lejana montaña de Judea a casa de Zacarías e Isabel.

lunes, 30 de mayo de 2011

‘Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe…’


Hechos, 16, 11-15;

Sal. 149;

Jn. 15, 26-16, 4

‘Os he hablado de esto, para que no se tambalee vuestra fe… para que cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho’. Jesús quiere que nos mantengamos firmes en nuestra fe en El. Como dirá más tarde san Pablo ‘nada podrá apartarnos del amor de Dios’. Nada tendría que hacernos temblar. Nada tendría que apartarnos de ese amor de Dios. Por eso nos promete el Espíritu Santo.

Muchas veces nos llenamos de dudas y temores; en ocasiones dar el testimonio de nuestra nos puede ser costoso; los peligros y las tentaciones nos zarandean con mucha frecuencia. Recordamos aquella ocasión en que iban atravesando el lago y se abatió sobre ellos una fuerte tormenta. Allí estaba Jesús, pero los discípulos estaban llenos de miedo. La barca era zarandeada por las olas y parecía hundirse. Gritaron al Señor que los salvara.

Nos sucede muchas veces en nuestras dudas o en las tentaciones. Nos cuesta creer algunas veces porque parece como si todo se nos volviera oscuro. Llegar a comprender todo el misterio de Dios por nosotros mismos se nos hace cuesta arriba en ocasiones. O los que están a nuestro lado nos ponen sus dudas y nos contagian de oscuridad. Por otra parte, los problemas, las enfermedades, la debilidad y flaqueza con que actuamos muchas veces nos hacen temer, poner en duda muchas cosas que parecía que en otro momento las teníamos muy claras. Cuántas preguntas nos hacemos cuando se nos mete el dolor y el sufrimiento en nuestra vida. De cuánto pesimismo nos llenamos.

Sentimos en otros momentos soledad, porque no somos comprendidos o porque nos parece no recibir toda la ayuda que necesitamos y precisamente de aquellos que pensamos que más tendrían que dárnosla. Otras veces serán quizá nuestros orgullos o nuestro propio egoísmo que nos encierra. No siempre nos sucede así, pero es una tentación en la que podemos caer. También muchas veces nos mantenemos firmes en nuestra fe y a pesar de las oscuridades luchamos por alcanzar la luz, tratamos de encontrar el camino en esa misma fe para encontrar la luz.

Hoy nos dice Jesús, lo venimos escuchando repetidamente muchas veces en estos días, que no quiere que se tambalee nuestra fe. Por eso nos promete el Espíritu Santo que nos enviará desde el Padre. ‘Cuando venga el Paráclito, el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’.

Recordáis lo que decíamos que significaba el Paráclito, algo así como el que acompaña, asiste, ayuda, sostiene, aboga, procura, aconseja, intercede, el que anima e ilumina todo el proceso interno de nuestra fe. Nos enseñará, estará con nosotros, será nuestra fuerza y nuestra luz, el que nos anime y nos ayude a caminar. Es quien moverá nuestro corazón a lo bueno inspirándonos siempre la buena acción. Es quien nos ayudará a comprender todo ese misterio de Dios que se nos va manifestando en todo lo que es nuestra vida en todas sus dificultades y que algunas veces nos cuesta tanto entender.

Pero nos dice también ‘y vosotros también daréis testimonio de mí, porque desde el principio estáis conmigo…’ ¡Cómo no iba a servirles de fortaleza todo aquello que habían vivido con Jesús a lo largo de todo el tiempo que estuvieron con El y El tan maravillosamente les enseñaba! Nosotros también tenemos un bagaje espiritual en todo lo que hemos vivido desde la fe; cuántas experiencias de fe hemos tenido a lo largo de la vida; no las podemos olvidar; tenemos que apoyarnos también en todo eso que hemos vivido desde la fe, para fortalecer nuestra fe, para dar ese testimonio que tenemos que dar, para iluminar esas situaciones nuevas que se nos puedan ir presentando.

‘Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe…’

domingo, 29 de mayo de 2011

El mundo no me verá pero vosotros me veréis y viviréis



Hechos, 8, 5-8.14-17;


Sal. 65;


1Pd. 3, 15-18;


Jn. 14, 15-21


‘Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…’ A eso nos invita la Palabra del Señor con palabras de la carta de Pedro. Dar razón de nuestra esperanza. ¿Dónde está nuestra esperanza? ¿dónde tenemos puesta nuestra esperanza? Sólo podemos dar una respuesta: Cristo, el Señor. Y tendríamos que decir, por eso estamos aquí; la razón de nuestra celebración y la razón de nuestra vida.


Una de las cosas quizá que más nos hace sufrir cuando tenemos que despedirnos de alguien por mucho tiempo, por ejemplo, por un viaje o un cambio de domicilio, y más aún si la separación es por la muerte, es el que no podamos ver ni estar con aquel ser querido. Esa ausencia que sabemos que se avecina nos hace sufrir y sentir tristeza en nuestro corazón.


Parece que algo así eran los sentimientos que afloraban en el corazón de los discípulos en la noche de la última cena con las palabras de Jesús que les sonaban a despedida porque les hablaba de su vuelta al Padre. Sin embargo las palabras de Jesús quieren sembrar esperanza en su corazón porque su ida o su despedida no significa que no le puedan ver o no le puedan sentir a su lado.


‘No os dejaré huérfanos, les dice, no os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo’. ¿Qué les estaba queriendo decir Jesús? ¿Cómo podía entenderse ese verle y vivir del que les habla Jesús? Será en verdad algo nuevo y distinto. Tendremos que reconocer que es algo maravilloso.


Quizá nosotros mismos algunas veces en nuestro amor por el Señor deseamos el haber estado en los tiempos de Jesús allá en Palestina para haber podido ver a Jesús, escucharle, y hasta tocarle, manifestándole nuestro amor. En el fondo deseamos allá en lo más hondo de nosotros mismos poder ver a Jesús, poder ver a Dios. Es de alguna manera el deseo de todo creyente. Pero ¿tendremos que resignarnos a que eso no puede ser?


Escuchemos con atención todas las palabras de Jesús. Hoy Jesús ha hecho una promesa muy importante, que repetirá varias veces, hasta cinco, a lo largo de todo el discurso de la cena. ‘Yo pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros en cambio lo conocéis porque vive en vosotros y está con vosotros’.


Es la promesa del envío del Espíritu Santo, que recibirán en Pentecostés. El Espíritu Santo que como Defensor está siempre con nosotros. El Paráclito en expresión griega que es algo así como el que acompaña, asiste, ayuda, sostiene, aboga, procura, aconseja, intercede, el que anima e ilumina todo el proceso interno de nuestra fe.


El Espíritu de la verdad que nos lo enseñará todo y nos lo recordará todo, como nos dirá Jesús en otro momento. El Espíritu que nos fortalece y nos da vida. El Espíritu que clama en nuestro interior para que podamos llamar a Dios Padre porque nos da la vida divina que nos hace hijos. El Espíritu que guía nuestra oración y ora en nuestro interior.


Es el Espíritu que nos va a hacer sentir presente a Jesús en medio de nosotros. Hará que arda nuestro corazón, como a aquellos discípulos de Emaús para que terminemos descubriendo la presencia de Jesús.


Es el Espíritu que nos hará descubrir a Jesús en los demás, en el hermano, en el que sufre, en el extranjero o en el enfermo, en el que pasa nuestro lado o quizá está alejado de nosotros. ¿No nos dice Jesús que en cada uno de esos humildes hermanos tenemos que verle a El? Eso será posible con los ojos de la fe, eso será posible con la fuerza del Espíritu del Señor en nuestro corazón.


Es el Espíritu Santo que congrega a la Iglesia para que en ella veamos y descubramos a Jesús. Es el Espíritu Santo que hará posible que en los sacramentos podamos sentir la presencia y la vida de Jesús. En cada uno de los sacramentos invocamos la fuerza del Espíritu para que sea posible ese sacramento, para que el agua del Bautismo nos llene de la vida de Dios haciéndonos hijos de Dios, o para que con las palabras del Sacerdote recibamos el perdón de los pecados. ¿No les dijo Jesús en la tarde de Pascua ‘recibid el Espíritu Santo y a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados’? Pues ahí está Jesús y con los ojos del Espíritu podemos verle y descubrirle. Es el Espíritu que pedimos que descienda sobre los dones del pan y del vino para que sean el Cuerpo y la Sangre de Jesús.


‘El mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo’, nos decía Jesús. Ahora podemos comprenderlo. Podemos ver a Jesús, podemos ver a Dios de forma bien maravillosa. El mundo no lo entiende, como no entiende el sentido de la Iglesia o lo que nos mueve a amar como nosotros queremos amar. Si no hay fe no se puede comprender. Si falta la fe en la presencia del Espíritu no se podrá entender esa presencia de Jesús y no se será capaz de verla.


‘Vosotros me veréis y viviréis…’ Con nosotros está la fuerza y la presencia del Espíritu que es el que nos hace ver y sentir a Jesús en nosotros, y llenarnos de vida. No será con los ojos de la cara, pero para mirar no necesitamos solamente los ojos de la cara porque como se dice en una frase muy conocida ‘lo esencial es invisible a los ojos’. Nosotros vemos con los ojos del alma, con los ojos de la fe, con los ojos del Espíritu Santo que está en nosotros y podremos descubrir a Jesús en todo lo que decíamos antes y mucho más. Algo tan esencial como es la presencia de Jesús y la fuerza de su Espíritu nosotros sí podemos verlo con los ojos de la fe.


Esa es la razón de nuestra esperanza, como decíamos al principio que tenemos que dar y manifestar a cuantos nos rodean. Jesús está con nosotros. Jesús es nuestra vida. El nos da la fuerza de su Espíritu para que creamos en El, para que tengamos esperanza cierta en nuestra vida, para que podamos amar con un amor como el de Jesús.


Y amando como Jesús, veremos a Jesús. Amando como Jesús sentiremos a Dios en nuestra vida. Amando como Jesús desde un amor que nace de nuestra fe en El podremos sentir la fuerza y la presencia del Espíritu en nosotros, y tendremos fuerza para amar aún más.


Glorifiquemos en nuestros corazones a Cristo el Señor.