domingo, 29 de mayo de 2011

El mundo no me verá pero vosotros me veréis y viviréis



Hechos, 8, 5-8.14-17;


Sal. 65;


1Pd. 3, 15-18;


Jn. 14, 15-21


‘Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…’ A eso nos invita la Palabra del Señor con palabras de la carta de Pedro. Dar razón de nuestra esperanza. ¿Dónde está nuestra esperanza? ¿dónde tenemos puesta nuestra esperanza? Sólo podemos dar una respuesta: Cristo, el Señor. Y tendríamos que decir, por eso estamos aquí; la razón de nuestra celebración y la razón de nuestra vida.


Una de las cosas quizá que más nos hace sufrir cuando tenemos que despedirnos de alguien por mucho tiempo, por ejemplo, por un viaje o un cambio de domicilio, y más aún si la separación es por la muerte, es el que no podamos ver ni estar con aquel ser querido. Esa ausencia que sabemos que se avecina nos hace sufrir y sentir tristeza en nuestro corazón.


Parece que algo así eran los sentimientos que afloraban en el corazón de los discípulos en la noche de la última cena con las palabras de Jesús que les sonaban a despedida porque les hablaba de su vuelta al Padre. Sin embargo las palabras de Jesús quieren sembrar esperanza en su corazón porque su ida o su despedida no significa que no le puedan ver o no le puedan sentir a su lado.


‘No os dejaré huérfanos, les dice, no os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo’. ¿Qué les estaba queriendo decir Jesús? ¿Cómo podía entenderse ese verle y vivir del que les habla Jesús? Será en verdad algo nuevo y distinto. Tendremos que reconocer que es algo maravilloso.


Quizá nosotros mismos algunas veces en nuestro amor por el Señor deseamos el haber estado en los tiempos de Jesús allá en Palestina para haber podido ver a Jesús, escucharle, y hasta tocarle, manifestándole nuestro amor. En el fondo deseamos allá en lo más hondo de nosotros mismos poder ver a Jesús, poder ver a Dios. Es de alguna manera el deseo de todo creyente. Pero ¿tendremos que resignarnos a que eso no puede ser?


Escuchemos con atención todas las palabras de Jesús. Hoy Jesús ha hecho una promesa muy importante, que repetirá varias veces, hasta cinco, a lo largo de todo el discurso de la cena. ‘Yo pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros en cambio lo conocéis porque vive en vosotros y está con vosotros’.


Es la promesa del envío del Espíritu Santo, que recibirán en Pentecostés. El Espíritu Santo que como Defensor está siempre con nosotros. El Paráclito en expresión griega que es algo así como el que acompaña, asiste, ayuda, sostiene, aboga, procura, aconseja, intercede, el que anima e ilumina todo el proceso interno de nuestra fe.


El Espíritu de la verdad que nos lo enseñará todo y nos lo recordará todo, como nos dirá Jesús en otro momento. El Espíritu que nos fortalece y nos da vida. El Espíritu que clama en nuestro interior para que podamos llamar a Dios Padre porque nos da la vida divina que nos hace hijos. El Espíritu que guía nuestra oración y ora en nuestro interior.


Es el Espíritu que nos va a hacer sentir presente a Jesús en medio de nosotros. Hará que arda nuestro corazón, como a aquellos discípulos de Emaús para que terminemos descubriendo la presencia de Jesús.


Es el Espíritu que nos hará descubrir a Jesús en los demás, en el hermano, en el que sufre, en el extranjero o en el enfermo, en el que pasa nuestro lado o quizá está alejado de nosotros. ¿No nos dice Jesús que en cada uno de esos humildes hermanos tenemos que verle a El? Eso será posible con los ojos de la fe, eso será posible con la fuerza del Espíritu del Señor en nuestro corazón.


Es el Espíritu Santo que congrega a la Iglesia para que en ella veamos y descubramos a Jesús. Es el Espíritu Santo que hará posible que en los sacramentos podamos sentir la presencia y la vida de Jesús. En cada uno de los sacramentos invocamos la fuerza del Espíritu para que sea posible ese sacramento, para que el agua del Bautismo nos llene de la vida de Dios haciéndonos hijos de Dios, o para que con las palabras del Sacerdote recibamos el perdón de los pecados. ¿No les dijo Jesús en la tarde de Pascua ‘recibid el Espíritu Santo y a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados’? Pues ahí está Jesús y con los ojos del Espíritu podemos verle y descubrirle. Es el Espíritu que pedimos que descienda sobre los dones del pan y del vino para que sean el Cuerpo y la Sangre de Jesús.


‘El mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo’, nos decía Jesús. Ahora podemos comprenderlo. Podemos ver a Jesús, podemos ver a Dios de forma bien maravillosa. El mundo no lo entiende, como no entiende el sentido de la Iglesia o lo que nos mueve a amar como nosotros queremos amar. Si no hay fe no se puede comprender. Si falta la fe en la presencia del Espíritu no se podrá entender esa presencia de Jesús y no se será capaz de verla.


‘Vosotros me veréis y viviréis…’ Con nosotros está la fuerza y la presencia del Espíritu que es el que nos hace ver y sentir a Jesús en nosotros, y llenarnos de vida. No será con los ojos de la cara, pero para mirar no necesitamos solamente los ojos de la cara porque como se dice en una frase muy conocida ‘lo esencial es invisible a los ojos’. Nosotros vemos con los ojos del alma, con los ojos de la fe, con los ojos del Espíritu Santo que está en nosotros y podremos descubrir a Jesús en todo lo que decíamos antes y mucho más. Algo tan esencial como es la presencia de Jesús y la fuerza de su Espíritu nosotros sí podemos verlo con los ojos de la fe.


Esa es la razón de nuestra esperanza, como decíamos al principio que tenemos que dar y manifestar a cuantos nos rodean. Jesús está con nosotros. Jesús es nuestra vida. El nos da la fuerza de su Espíritu para que creamos en El, para que tengamos esperanza cierta en nuestra vida, para que podamos amar con un amor como el de Jesús.


Y amando como Jesús, veremos a Jesús. Amando como Jesús sentiremos a Dios en nuestra vida. Amando como Jesús desde un amor que nace de nuestra fe en El podremos sentir la fuerza y la presencia del Espíritu en nosotros, y tendremos fuerza para amar aún más.


Glorifiquemos en nuestros corazones a Cristo el Señor.

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