domingo, 11 de diciembre de 2011

Igual que Juan vayamos al mundo como testigos de luz para dar testimonio de Jesús


Is. 61, 1-2.10-11;

Sal.: Lc. 1, 46-54;

1Tes. 5, 16-24;

Jn. 1, 6-8.19-28

‘Surgió un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan, no era él la luz, sino testigo de la luz, venía como testigo para que por su testimonio todos vinieran a la fe’. Así nos comienza hoy el texto del evangelio. Allá en el desierto, junto al Jordán lo hemos contemplado en toda su austeridad, ‘vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura… se alimentaba de saltamontes y miel silvestre…’

Es la figura del profeta que repetidamente estos días contemplamos y escuchamos. Nos habla su vida, su austeridad, su penitencia, su humildad, sus palabras vibrantes que quieren despertar los corazones. Con toda su vida está siendo testigo que nos conduce a la luz, porque nos conduce a Jesús. Es el Precursor, el que viene antes, el que prepara los caminos, caminero de Dios, podríamos llamarlo.

A El acuden de todas partes porque se despiertan las esperanzas en la pronta venida del Mesías. De Jerusalén, de toda Judea, de la lejana Galilea acuden a escuchar su palabra y su invitación a la conversión. Como un nuevo Elías, con el espíritu y el poder de Elías, es la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. Y la gente se sumerge en el agua del Jordán para someterse a aquel bautismo de penitencia y purificación confesándose pecadores.

Se despiertan esperanzas, pero se despiertan interrogantes en los corazones. No todos quizá comprenderán aquello nuevo que está surgiendo allá en el desierto. No se debe apagar el Espíritu ni despreciar el don de profecía, como más tarde diría san Pablo y hoy también hemos escuchado. Pero surge la embajada enviada desde Jerusalén. ‘Los judíos – las autoridades religiosas – de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a preguntar a Juan’.

Surge el interrogatorio. ‘¿Tú quién eres?... ¿eres tú Elías?... ¿Eres tú el profeta?... ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?... ¿por qué bautizas?’

Juan lo tiene claro. ‘Yo no soy el Mesías… no soy el profeta… Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino al Señor, como dijo el profeta Isaías’. Allí está la humildad del Bautista. El no es la Palabra, sino la voz que anuncia la Palabra que está por llegar.

‘Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis; el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia’. Es el precursor que viene antes, que prepara los caminos. Jesús dirá de él que no ha nacido de mujer uno mayor que Juan, pero él no se considera digno de desatar la correa de su sandalia.

Cuánto nos está enseñando Juan con su austeridad, con su humildad, con sus gestos y actitudes, con su presencia allá en la orilla del Jordán. Viene a preparar caminos; viene a caldear los corazones; viene a ayudarnos a abrir nuestros oídos porque llega la Palabra. Nos grita, nos despierta, nos saca de nuestras modorras o nos abaja de nuestros pedestales.

El camino para ir hasta Jesús ha de ser un camino que pase también por la humildad, por la disponibilidad y la apertura de nuestro corazón y nuestra vida. Sólo así lo encontraremos porque es así también como se va a manifestar El, como le vamos a contemplar en Belén, y en los caminos de Palestina, y en el Calvario y en la Cruz.

Viene el que está ungido por el Espíritu del Señor, como decía el profeta, y por eso es el Mesías; viene a traernos una Buena Noticia - El mismo es esa Buena Noticia – que nos anuncia salvación, año de gracia, vida nueva, consuelo para los que sufren, paz para los atormentados en su corazón, liberación de todas las cosas que nos atan y esclavizan, amor que transforma los corazones para transformar el mundo.

Todo eso nos llena de gozo – es el domingo de la alegría en medio del camino del adviento por la esperanza que suscita en nuestros corazones con el anuncio de su cercana venida – y el profeta desborda de gozo y alegría en el Señor invitándonos a vestirnos también nosotros ese manto de triunfo, de alegría esperanzada. Por eso hemos cantado también en el salmo con el cántico de María proclamando la grandeza del Señor, la grandeza de su amor para con nosotros.

Todo esto nos está señalando claramente las cosas fundamentales que hemos de preparar para la venida del Señor. Porque hemos de hacer el camino. Nuestra esperanza nunca es pasiva. Recordemos lo que en otros momentos se nos dice de tener las lámparas encendidas en nuestras manos para esperar la llegada del Señor con suficiente aceite para que no se nos apaguen. San Pablo cuando nos invitaba hoy a la alegría nos decía también ‘sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto a vosotros’. Y nosotros le gritamos, ‘marana tha, ven Señor Jesús… ven pronto, Señor, no tardes’.

Pero si el que viene lleno del Espíritu del Señor viene dar buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, anunciar la amnistía y la libertad a los cautivos para que se proclame el año de gracia del Señor, creo que nosotros hemos de convertirnos en signo de todo eso medio de nuestro mundo con tantos corazones rotos y divididos, con tanto sufrimiento y con tantas ataduras tan difíciles de romper. Por nuestra vida, por los que hacemos, por nuestras actitudes, por el amor que transpiramos en todo nuestro ser, tenemos que convertirnos en signos de esa gracia salvadora del Señor para nuestro mundo.

Juan fue un testigo de la luz, y con toda su vida vino a dar testimonio en medio de su mundo concreto. Nuestro mundo de hoy necesita de ese testimonio, necesita unos testigos. Es lo que tenemos que ser nosotros. Pensemos, por ejemplo, cómo todo el mundo celebra navidad a su manera un año y otro año y sin embargo no se produce la transformación y salvación que Jesús viene a traernos. Sigue nuestro mundo igual con los mismos sufrimientos y sin esperanza. Esto tiene que dolernos.

¿No tendremos algo de culpa nosotros, los creyentes, porque no damos suficientemente el testimonio valiente de Jesús por nuestra vida, por el amor que repartimos, por la paz que llevamos a los demás, por el compromiso por hacer un mundo más justo? Tenemos que hacer presente ese año de gracia del Señor. Tenemos que hacer más presente a Jesús. Si sentimos esa preocupación y ponemos nuestra parte entonces estaremos en verdad preparando los caminos del Señor. Algo, es cierto, vamos haciendo, pero nuestro compromiso tendría que ser mayor.

Estamos esperando con fe la fiesta del nacimiento del Señor, como decíamos en la oración, que lleguemos a celebrar la Navidad, fiesta de gozo y salvación, con alegría desbordante, porque en verdad sintamos que el Señor nace en nosotros y un poquito más en el mundo que nos rodea.

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