lunes, 12 de diciembre de 2011

La nobleza del corazón, señal de integridad en la vida, nos hará conocer a Dios


Núm. 24, 2-7.15-17;

Sal. 24;

Mt. 21, 23-27

En la vida tenemos que aprender a actuar siempre desde la rectitud, con sinceridad y autenticidad para saber ser justos y honrados en nuestras mutuas relaciones. Aunque muchos nos quieran decir que es mejor ir con cierta malicia o no destapar las cartas, por asi decirlo, que llevamos en la vida, esas intenciones ocultas, esa doblez del corazón no nos ayudarán en nada. Vale mucho más la nobleza del corazón porque es señal de nuestra integridad. Demasiada malicia observamos muchas veces a nuestro alrededor. Y detrás de esa maldad del corazón podemos observar fácilmente de cuanto sufrimiento se llena nuestro mundo.

Podría ser un mensaje hermoso que recibamos de la Palabra del Señor en este inicio de nuestra tercera semana de Adviento que nos conduce a la Navidad, y tendría que ser al mismo tiempo una oración, una petición que le hagamos al Señor para que actuemos siempre con un corazón recto, con un corazón noble. Es al mismo tiempo la semilla buena que tenemos que ir sembrando en nuestro mundo, cuando estamos deseando, llenos de esperanza, la venida del Señor para que se haga presente de verdad entre nosotros el Reino de Dios.

Eso significará un dejarnos conducir por el Señor, por el Espíritu divino que va actuando en nuestro corazón al que muchas veces quizá nos cuesta escuchar, nos cuesta dejarnos conducir por El, porque es mucha la influencia del mal que recibimos del entorno de nuestro mundo. En esa rectitud, buenas intenciones y buenos deseos hemos de saber valorar también todo lo que bueno que recibamos de los demás, alejando de nosotros todo tipo de prejuicio.

La primera lectura del libro de los Números del Antiguo Testamento nos relata un episodio del pueblo de Israel mientras peregrina por el desierto hacia la tierra prometida. Balaán es un adivino pagano que es enviado por el rey de Madián para que con sus maleficios maldiga a Israel que va atravesando aquellas tierras rumbo a Canaán donde se ha de establecer. Pero en este adivino descubrimos una rectitud en su corazón, que cuando se siente impùlsado por el Espíritu divino para bendecir en lugar de maldecir, es lo que hace sobre el pueblo de Israel convirtiéndose en cierto modo en profeta de Dios que anuncia su reino futuro, en el Rey David con toda su resonancia mesiánica.

‘Oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, dice el adivino Balaán, avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel’, en clara referencia a la estrella y el reino de David. Recordamos que cuando el ángel le anuncia a María el nacimiento de Jesús le dirá ‘el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre’. Es por eso que estas palabras de Balaán tienen también ese sentido profético y mesiánico.

Por su parte en el evangelio que escuchamos hoy contemplamos cómo vienen a pedirle explicaciones a Jesús de lo que hace y enseña. ‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ Una referencia a la previa expulsión de los vendedores del templo que había realizado Jesús. Una manifestación también del rechazo que ya Jesús iba recibiendo por parte de algunos.

Pero Jesús responde haciéndoles a ellos una pregunta a la que no saben o no quieren responder. No quieren responder porque sopesan su respuesta que podría manifestar las verdaderas intenciones del corazón. Cuando nos acercamos a Jesús con esa doblez de corazón y con esa falta de sinceridad y de autenticidad no podremos llegar a conocer a Jesús.

Es el mensaje hermoso que podemos deducir hoy en esta reflexión en torno a la Palabra de Dios y a lo que haciamos referencia en el principio de nuestro comentario. Nunca la falsedad nos llevará por buenos caminos. Nunca las intenciones ocultas son buenas consejeras que nos conduzcan a una vida de rectitud. Nunca esa malicia del corazón va a facilitar el encuentro y la convivencia con los que nos rodean. Pidámosle al Señor ese buen corazón.

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