jueves, 25 de agosto de 2011

Llega el Señor, llega su gracia


1Tes. 3, 7-13;

Sal. 89;

Mt. 24, 42-51

Al que se ha puesto de vigía en un puesto de vigilancia, como el centinela que tiene que hacer su guardia no se puede dormir ni desentender de la misión que se le ha confiado. En cualquier momento puede suceder algo, aparecer el enemigo, o llegar el personaje que estuviéramos esperando y la misión del vigía o centinela es dar aviso de lo que está por suceder, para prevenir el peligro a tiempo del enemigo que nos asalta, para alertar de la presencia del que llega, para tener todas las cosas a punto ante lo que pueda suceder.

Nos dice hoy Jesús, ‘estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. El discípulo, el cristiano ha de estar vigilante, ha de estar atento para la llegada de su Señor. Pero también la vigilancia del cristiano es para estar prevenidos y fortalecidos ante los peligros que nos acechan del enemigo malo que nos aparece con la tentación. No nos podemos dormir, no podemos desentendernos de esa vigilacia, nuestra espera no puede ser algo meramente pasivo.

Es necesario tener muy presente en nuestra vida esa actitud de vigilancia. Como hemos expresado, el Señor llega a nuestra vida y hemos de saber acogerle en nuestro corazón. De cuántas maneras se nos manifiesta el Señor. Nos quiere hablar de esa venida al final del tiempo cuando el Señor el Señor nos llame a juicio en esa hora final de nuestra vida. Pero nos quiere hablar de esa presencia de gracia que en cada momento de nuestra vida podemos y hemos de saber sentir.

Los mismos acontecimientos que suceden a nuestro alrededor o nos suceden en la vida, sean gozosos o sean dolorosos, hemos de saber leerlos como llamadas del Señor, como llegadas de gracia de Dios a nosotros. Dios es un Padre providente que se hace presente en nuestra vida y nos hace llegar su gracia. Pero hemos de estar atentos. Como María hemos de saber guardar en nuestro corazón, rumiar en nuestro interior, reflexionar en lo más hondo de nosotros mismos para saber escuchar esa voz de Dios que nos habla.

Sean momentos gozosos, momentos grandes de cosas especiales, o sean momentos dolorosos en nuestros problemas o en nuestros sufrimientos. Ahí está siempre el Señor con su gracia. Siempre podremos descubrir la acción de Dios en nuestra vida, lo que el Señor nos dice, lo que el Señor nos pide y esa gracia que no nos faltará nunca en ese momento dificil porque el Señor no nos abandona. No tiene por qué el sufrimiento o los problemas apartarnos de Dios; son momentos de gracia en los que el Señor nos llama y desde esa situación dificil descubrir la riqueza de gracia que el Señor nos da.

Incluso pienso en algo más, que algunas veces tenemos el peligro que no saber aprovechar bien hasta las cosas buenas que hacemos o en las que particiopamos, como son, por ejemplo, nuestras propias celebraciones litúrgicas. Tenemos que saberle dar profundidad a cada momento, a cada signo de nuestra celebración. No nos vale simplemente estar. Es necesario estar, pero estar con hondura, conscientes de verdad de lo que vamos haciendo, de lo que vamos diciendo en nuestra oración, de lo que vamos escuchando o vamos sintiendo. Qué importante es que sepamos concentrarnos bien para no distraernos, para no perder ningun instante de gracia para nuestra vida. Es el Señor que viene a nosotros y hemos de abrirle la puerta de nuestro corazon.

Y es la vigilancia para no caer en la tentación, la vigilancia frente al peligro. ‘Comprended que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón no le dejaría abrir un boquete en su casa…’ Es la tentación que nos acecha, es el peligro de caer en el pecado. Muchas veces Jesús en el evangelio nos previene para que no nos durmamos. ‘Velad y orad para no caer en la tentación’, nos dice el Señor.

Nos dice hoy Jesús, ‘estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. Llega el Señor, llega su gracia.

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