martes, 21 de junio de 2011

Los que están llenos de Dios rebosan de generosidad en su corazón


Gén. 13, 2. 5-18;

Sal. 14;

Mt. 7, 6.12-14

Las personas que están llenas de Dios rebosan de generosidad en el corazón. Me sugiere este pensamiento la postura que toma Abrahan ante las posibles disputas que pudieran surgir con su sobrino Lot que le ha acompañado en su peregrinar creyente conducidos por el Señor.

Han llegado a la tierra de Canaán y alli pueden establecer; no todos los lugares son iguales en fertilidad sin embargo Abrahán permite que sea su sobrino el que escoja el terreno donde asentarse, aunque a él le toquen territorios peores. ‘No haya disputas entre nosotros y nuestros pastores pues somos hermanos…’ Tendría derecho Abrahán a escoger porque es a él a quien le ha prometido que le dará una tierra en posesión, pero sobresale la generosidad del corazón del patriarca.

Hombre de fe su confianza no la pone ni en las riquezas ni en los territorios donde ha de asentarse. Su confianza la tiene puesta en el Señor. Así surge la generosidad de su corazón.

Puede ser una hermosa lección para nuestra vida. Nos decimos creyentes y seguidores de Jesús pero muchas veces nos cuesta tener generosidad en nuestro corazón. Es una lucha interior que hemos de hacer para superarnos en nuestras actitudes egoístas en que pareciera que todo lo queremos para nosotros. Ojalá supiéramos razonar como hoy vemos a Abrahán y supiéramos así superar envidias y rencillas, resentimientos y desconfianzas. Pensamos tanto en lo que tenemos, lo que es mío; y tengo la tentación de mirar con malos ojos lo que el otro es o tiene. Y así nos va.

El creyente se fía de Dios, se confía a la providencia de Dios, como hemos reflexionado últimamente. Pero además en nuestro seguimiento de Jesús bien sabemos en qué nos hemos de distinguir. El amor y la generosidad tendrían que brillar en nuestra vida y desaparecerían las envidias, y seríamos capaces de tener más confianza los unos en los otros, y nos respetaríamos en lo que somos o en lo que tenemos. Como decía Abrahán ‘no haya disputas entre nosotros, pues somos hermanos’.

Jesús en el evangelio nos habla de los caminos que se presentan ante nosotros y cómo hemos de saber escoger el mejor camino. Y bien entendemos con las palabras de Jesús que el mejor camino no es precisamente la senda de lo fácil o de lo que sea precisamente dejarnos llevar por nuestros caprichos o apetencias.

El camino del bien, el camino que nos conduce a la plenitud tiene sus exigencias. Es un camino de rectitud y de bondad, es un camino que nos exige verdad en nuestra vida y búsqueda siempre de lo que es más justo. Ese camino no coincide con la búsqueda de mi mismo o de mis satisfacciones personales, pensando solo en lo mío o en mis caprichos o deseos; ese camino pasa por el encuentro con el otro, por la búsqueda del bien para todos y lo que es más justo. Es un camino que tiene unas exigencias para mí. Porque igual que quería lo bueno para mi, también tengo que desearlo para el otro y comprometerme a que también lo tenga. ‘Tratad a los demás como queréis que ellos os traten’, nos dice Jesús.

Por eso nos ha dicho Jesús que seamos capaces de entrar por la puerta estrecha. ‘Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto es el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos’.

Pidámosle al Señor que sepamos encontrar ese camino que nos lleve a la vida; que sintamos su fuerza y su gracia para recorrerlo; que seamos capaces de llenar de generosidad nuestro corazón; que crezca más y más nuestra fe en el Señor para que nunca dejemos llenar nuesro corazón de maldad.

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