miércoles, 22 de junio de 2011

Aquel día el Señor hizo Alianza con Abrán


Gén. 15, 1-12. 17-18;

Sal. 104;

Mt. 7, 15-20

‘El Señor se acuerda de su Alianza eternamente’, hemos repetido en el salmo. Y en la lectura del Génesis hemos escuchado que ‘aquel día el Señor hizo Alianza con Abrán’.

La historia de la salvación está jalonada toda ella por el tema de la Alianza. Se va repitiendo una y otra vez en la historia del salvación desde que el Señor prometiera allá en el paraiso cuando el pecado de Adán que la cabeza de la serpiente sería escachada. Esa Alianza renovada una y otra vez en la historia de Israel va recordando esa promesa de salvación, manteniendo la esperanza de una Alianza eterna y definitiva que nosotros sabemos que en la Sangre de Jesús se ha realizado. El pueblo de Israel, el pueblo de Dios es el pueblo de la Alianza.

Será con Noé al salir del arca tras el diluvio; es ahora con Abrahán al que Dios quiere hacer padre de un gran pueblo y darle una tierra en posesión; será la Alianza del Sinaí con Moisés que tanta importancia tuvo para el pueblo de Israel peregrino hacia la tierra prometida para ser así el pueblo de Dios; se repetirá al entrar en la tierra prometida con Josué, y luego en distintos momentos del pueblo establecido ya definitivamente en aquella tierra. Todo gira para el pueblo de Israel en torno a la Alianza con el Señor. Y de importancia grande será la Alianza solemne del Sinaí que luego recordarán continuamente y será renovada en numerosas ocasiones.

La Alianza entraña siempre dos partes que se comprometen; es Dios que será para siempre su Dios, pero será el pueblo que querrá ser siempre el pueblo del Señor. Pero quizá podríamos destacar que siempre es mucho más lo que Dios ofrece que lo que el hombre pueda realizar. Es cierto que siempre el hombre y el pueblo se compromete a cumplir la voluntad de Dios, el mandamiento del Señor, pero la gracia que el Señor otorga es siempre mucho más inmensa.

Fijémonos en este caso de la Alianza con Abrahán que responde con su fe, pero la promesa del Señor es mucho más grande: ‘te haré padre de un pueblo numeroso… mira al cielo y cuenta las estrellas si puedes… así será tu descendencia… a tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río’. Y nos comentará el autor sagrado ‘Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber’.

Los profetas irán recordando continuamente al pueblo esa Alianza con el Señor, que han de llevar inscrita en los corazones. Todo será anticipo y preparación de la alianza definitia y eterna que se realizaria con Jesús en su sangre derramada. Es lo que ahora nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía seguimos recordando y celebrando. Es el memorial del Señor que es la Eucaristía. ‘Este es el Cáliz de mi sangre, de la sangre de la Aliana nueva y eterna’, recordamos, celebramos, hacemos presente en el Sacrificio de Cristo.

Bien nos viene recordarlo con toda nuestra fe y dar respuesta en el día a día de nuestra vida. Al escuchar la Palabra del Señor que hoy nos ha hablado de esta Alianza de Abrahán nos tendría que motivar para que viviéramos mejor cada día esa nuestra condición de ser también hijos de la Alianza, de la Alianza nueva y eterna. Al contemplar las maravillas del Señor, en este caso en la predilección que siente por Abrahán a quien ha llamado para ser padre de los creyentes, recordar cuántas maravillas sigue realizando Dios en nuestra vida y darle la respuesta del sí total de nuestra fe y de nuestro amor.

No recordamos estos textos el Antiguo Testamento y los comentamos simplemente por erudición para saber cosas de historia, por así decirlo, sino para encontrar en ellos la palabra que el Señor quiere dirigirnos y que nos recuerda continuamente su amor al que tenemos que darle respuesta. Una respuesta en los frutos de fe y de amor, como hoy nos pide también el evangelio. Tenemos que ser árbol bueno que dé frutos buenos. ‘Por sus frutos los reconoceréis’, nos dice Jesús en el evangelio.

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