jueves, 23 de junio de 2011

Seguros y bien cimentados en nuestra fe


Gén. 16, 1-12.15-16;

Sal. 105;

Mt. 7, 21-29

La imagen que nos propone Jesús de la casa edificada sobre arena o sobre roca es muy rica en significado. Seguro que nadie concientemente quisiera edificar sobre arena sino que buscaría unos cimientos bien sólidos para su construcción.

Y eso en todos los ámbitos de la vida, porque no se trata únicamente de la construcción de un edificio material, sino de cosas más hondas como puede ser la propia vida con sus principios o el sentido que le hayamos querido dar y por supuesto en el ámbito de la fe y de la vida cristiana. Tendría que hacerrnos pensar mucho. Porque bien zarandeados nos vemos por muchos embates de la vida y por muchos problemas de los que no sabemos a veces cómo salir o cómo resolver.

¿Por qué a veces nos sentimos inseguros en nuestra fe y ante el menor problemilla que nos aparezca en la vida de lo que quizá menos echamos manos sea precisamente de esa fe que decimos que tenemos? Cuantos primero se manifestaban muy religiosos con participación en muchas manifestaciones religiosas, pero de la noche a la mañana abandonaron la práctica religiosa, se tambaleó su fe y terminaron muchas veces en la indiferencia o el ateismo incluso.

No nos vale creernos que nos lo sabemos todo, sino que es necesario darle mayor profundidad, hondura y compromiso a esa fe en nuestra vida. Hemos de reconocer que algunas veces en este orden somos demasiado orgullosos y rehusamos el que nos puedan enseñar, el que nos puedan iluminar mejor esa fe que tenemos. Cuántas veces decimos a mi edad qué es lo que ya me van a enseñar.

Jesús nos está diciendo que necesitamos poner sólidos cimientos a nuestra fe. Nos lo dice claramente que no vale decir solamente ‘Señor, Señor’, sino que es necesario algo más. No nos vale decir si yo creo como el que más y hago esto y lo de más allá, sino que es necesario darle un fundamento grande a esa fe, desde la escucha de la Palabra del Señor, pero una escucha que sea en verdad plantarla en nuestra vida poniendo en práctica lo que nos dice o enseña el Señor.

Jesús nos ha hablado claramente. ‘No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo’. Y luego nos dirá de forma muy concreta: ‘El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca… el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena…’ Vendrán las lluvias y los temporales, pero la edificado sobre roca no se hundirá porque está bien cimentada, pero el que ha edificado sobre arena verá cómo todo se derrumba. Son claras las palabras de Jesús.

Tengamos verdaderos deseos de crecer más y más en nuestra fe; aprovechemos cuanto llega a nuestra mano para formarnos debidamente en todo lo que es nuestra fe, alejando de nosotros esos orgullos tontos, como decíamos antes, de qué es lo que vamos a aprender a nuestros años. Esta oportunidad que tenemos aquí cada día de escuchar la Palabra del Señor y reflexionar sobre ella es una gracia del Señor que tenemos que hacer fructificar en nuestra vida. Y si en determinados momentos algo más se nos ofrece en este sentido tendríamos que saberlo aprovechar.

Reconocemos cuánto cuesta en nuestras parroquias que la gente tenga esos verdaderos deseos de formarse debidamente en la fe cristiana para poder llegar a un verdadero compromiso. Mucho le cuesta a los párrocos que los mayores, los adultos asistan a reuniones de formación, a catequesis para adultos para formarse debidamente en su fe. El que esto escribe ha sido párroco muchos años y tiene experiencia en este sentido; hoy mi labor pastoral es acompañar a unas religiosas y a varios centros de ancianos que llevan estas religiosas, además de un grupo de discapacitados cristianos. Pero a través de este medio de internet quiere llegar a mucha gente - gracias a tantos que siguen este blog diariamente - y quisiera en todos despertar esta inquietud por la formación en la fe.

Gozo de un sacerdote es cuando surgen esos pequeños grupos con esos deseos y ver cómo luego van creciendo en animación, en compromiso en su fe a través de tantas cosas que dan vitalidad grande a nuestra parroquias, a nuestra iglesia. Un consuelo que nos da el Señor a los sacerdotes es ver cómo con el paso de los años aquellas personas con las que se trabajó fuertemente en ese sentido siguen comprometidas frente quizá muchas dificultades y que son el alma de muchas parroquias o movimientos. Un poco desde la distancia al no estar en parroquias veo el fruto en muchas personas comprometidas que un dia sintieron la llamada del Señor para una mayor formación y viven un compromiso muy grande en sus comunidades. Es un gozo y una satisfacción para mi y doy gracias al Señor por ello.

Recemos fuertemente al Señor para que mueva nuestro corazón en esos deseos y para que sean muchos también los que sientan esa llamada para sentirse firmes así en su fe.

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